Es noticia
Kylian Mbappé frente a Vinícius Júnior: el héroe sonriente que necesita el Real Madrid
  1. Deportes
  2. Fútbol
Ángel del Riego

Por

Kylian Mbappé frente a Vinícius Júnior: el héroe sonriente que necesita el Real Madrid

El delantero brasileño sostuvo al equipo blanco en los momentos más duros del club tras la salida de Cristiano Ronaldo hasta convertirse en leyenda. Con el francés, formará una dupla temible

Foto: Kylian Mbappé, durante un calentamiento con el PSG. (Reuters/Benoit Tessier)
Kylian Mbappé, durante un calentamiento con el PSG. (Reuters/Benoit Tessier)

Desde que el concepto Mbappé ha vuelto a entrar en los alrededores del Bernabéu, los madridistas no paran de dar vueltas a las posibles alineaciones de ese Madrid del futuro inestable y atronador. La cuestión principal es su maridaje con Vinícius. Comparten ambos posición sobre el campo, velocidad y color de piel. Pero nada más. Mbappé es más letal a campo abierto, más rápido y rectilíneo. Vinícius es más sinuoso y sale airoso de situaciones inverosímiles.

Tiene una cualidad casi humorística, que comparte con Marcelo: se mete en embrollos chaplinescos y sale de ellos indemne en ocasiones y en otras, zarandeado por un policía muy grande y con escaso sentido del humor. La pegada. Eso que fascina al público del Bernabéu. Mbappé tiene ese disparo de media distancia duro y seco que es como un castigo divino. Vinícius eso ni lo sueña. Pero es más imaginativo y sutil. Y está más dentro del juego que el francés.

En la definición, Mbappé es fulgurante y rapaz, pero el amago no existe o es automático, como las bicicletas de Cristiano. Vinícius hace tiempo que ha alcanzado lo simple y lo feliz y sigue teniendo esa posibilidad de lo secreto de la que Mbappé carece. A veces se enreda con su imagen en el espejo, pero nunca en los momentos importantes. Y eso es un manantial de oro discurriendo por la banda.

Los dos fallan ante el portero y los dos aciertan ante el portero. Ni son Ronaldo Nazario —el mejor en eso a escala histórica— ni tampoco un ejemplo de superación como Álvaro Morata. A Mbappé no le hace falta la pausa, simplemente es más rápido que el ojo. Vinícius tiene esa pausa entre contrarios en el área, algo inverosímil que solamente se aprende en Sudamérica y que parece un recuerdo, la memoria de un cuento fabuloso y antiguo.

placeholder El delantero francés, este pasado fin de semana. (Reuters/Benoit Tessier)
El delantero francés, este pasado fin de semana. (Reuters/Benoit Tessier)

Un delantero letal

Los números de Mbappé son asombrosos, pero según escala hacia arriba en las competiciones, se quedan en muy buenos. Los de Vinícius son buenos y según escala hacia arriba en las competiciones se convierten en muy buenos. El brasileño es el mayor generador de ocasiones del fútbol actual. Mbappé es la muerte cabalgando y con él así, Francia ganó el mundial más sencillo de la historia.

placeholder El galo nació con el don del gol. (Reuters/Dylan Martínez)
El galo nació con el don del gol. (Reuters/Dylan Martínez)

A ese grado de sometimiento del contrario, similar al de Cristiano o Messi, no ha llegado Vinícius y quizás nunca llegue. Ambos galvanizan el juego del contrario que tiene que preparar dos partidos: uno contra el equipo y otro contra el jugador. Ambos necesitan mínimo, de dos inspectores que les talen a patadas y de un sistema de juego sin espacios detrás de la defensa. Para imaginar lo que pueden hacer los dos juntos basta recordar aquella BBC y lo que significó en el fútbol europeo de 2013 a 2017.

La imparable evolución de Vinícius en el Real Madrid

Y ahora recordemos qué es Vinícius y cuál ha sido su camino. Vinícius fue fichado en la adolescencia. Tenía 16 años cuando fue la estrella brasileña del campeonato de Sudamérica sub-17. Un montón de dinero. La perla del Flamengo siempre sale cara. Estuvo un año más en Brasil, donde los madridistas escrutaron su juego. ¿Y qué era aquel Vinícius niño?

Vinícius nació crack y es más brasileño que futbolista, eso quedaba claro de un vistazo. Recibía tan pegado a la banda que parecía que iba a caerse hacia el otro lado. Y comenzaba una de esas aventuras que únicamente buscan salir en los libros. Regate tras regate hasta la derrota final. Al principio parecía una mezcla entre Pelé y el tropezón aquel de Fidel Castro. Como los dadaístas, hacía del error un arte. Tan rápido que a ratos coqueteaba con el absurdo porque sus pies se habían adelantado a la jugada que su cabeza estaba dibujando.

placeholder Vinícius, en su presentación con el Real Madid. (EFE/Mariscal)
Vinícius, en su presentación con el Real Madid. (EFE/Mariscal)

Llegó al Madrid con 18 años y lo pusieron a jugar en el Castilla. Se recuerda algún golazo y también ese mordisco que le propinó un jugador con el uniforme antimadridista por excelencia: un pijama de rayas rojiblancas. Caía mal. Su alegría, su forma desenfadada de andar por la vida, sus regates que vienen del país de los sueños, ponían en ridículo la forma tediosa y táctica que tienen de entender el fútbol, la mayoría de los equipos y la mayoría de los jugadores.

Un genio en ciernes algo vacilón y con la camiseta blanca solamente podía esperar patadas y más patadas y los consejos condescendientes del moralista de guardia. El Madrid andaba renqueante por la marcha de Cristiano y el entrenador que sustituía a Zidane lloró en la presentación. Mal fario. Era Lopetegui y antes de que la temporada hubiera amanecido, el silencio del público ya se lo había tragado. Subió de las categorías inferiores Santiago Solari que ya conocía al brasileño. Y lo puso a jugar.

Vinícius nunca dejó de intentarlo

Vinícius no tiene miedo y su juego no tiene medida. Era muy necesario en un Madrid aburrido de sí mismo y más aún en aquellos momentos donde el equipo adolecía de un jugador que saltase al espacio sin escafandra. Era exquisito y tosco en la misma jugada. Se inventaba un regate que ponía el área patas arriba y luego le daba al balón con la uña. El público se exasperaba y era ninguneado por jugadores y comentaristas. Pero él no se inmutaba. Como todos los grandes, era fiel a su propia máscara, perseguía su propio demonio.

Estuvo mucho tiempo sin marcar un gol de verdad. No sabía poner su cuerpo al disparar. Era rarísimo, porque nada se aprende antes y nada es más intuitivo, pero Vinícius aprendió. Un día entró el balón y todos suspiraron. Perdió ansiedad en el último tramo y su juego empezó a notarse sobre el campo. Bajo la mirada grave de Benzema, comenzó a crecer.

Foto: El delantero francés celebra la Decimocuarta. (Reuters/Kai Pfaffenbach)

En sus dos siguientes temporadas verle era una alegría y también un dolor. Le costaba marcar, era para él como arrancarle un hijo a la montaña. Pensaba como un brasileño, pero ejecutaba como un actor de cine mudo. Los niños tiran piedras al río y Vinícius centra balones al área. Karim le reprendía y Zidane lo reservaba para el final. El Bernabéu sabía que estaba delante de un amuleto legendario. Alguien que necesitaba ser tallado con precisión para desencadenar todo su poder.

La explosión final

Y llegó Ancelotti. Vinícius descubrió lo sutil y fue comparable a la invención de la rueda. Acompasó sus pasos en el área y comenzó a jugar de este lado del espejo. Descubrió la pausa, dejó atrás cualquier ansiedad. Goles inverosímiles comenzaron a llenar los telediarios. Mejor cuanto más simple, esa lección que Neymar nunca aprendió. Su técnica se enfocó de un día para otro. De Vinícius se rieron con carcajadas llenas de dientes y de repente toda Europa quedó sobrecogida por lo que le había nacido al Madrid en el extremo izquierdo.

Y llegó esa Champions, la de 2021-2022. Se descubrió un Vinícius humilde. El ayudante de cámara de Benzema. Vinícius no es como Mbappé, ante quien el mar se retira asustado. Pero tuvo esa jugada contra el City, aquel regate y la carrera infinita, que mantuvo al Madrid en la lucha. Y tuvo el gol en la final.

placeholder Vinícius hizo historia en la final de la Champions. (EFE/JuanJo Martín)
Vinícius hizo historia en la final de la Champions. (EFE/JuanJo Martín)

Esa temporada se coronó como uno de los tres mejores del mundo. Es un tipo de demonio que nunca había corrido por las praderas del Bernabéu, alguien refractario al psicoanálisis y al método científico. Solamente los niños y las gentes de corazón puro lo comprenden. Picasso decía que pintaba como Rafael a los 12 años y le costó toda la vida pintar como un niño. Vinícius mira y se ríe. Él nunca perdió lo que otros nos dieron.

A ratos dan ganas de matarle porque parece haber vuelto a su piel primitiva, la del actor de cine mudo que se tropieza con las cáscaras de plátano. Pero se le pasa. En los partidos donde no hay tensión se hunde en los recovecos, en los requiebros. Nació en la playa, pero está hecho para la guerra.

​Vinícius, contra el paso del tiempo

En una Europa de un juego mecanizado hasta lo exasperante, Vinícius impone una capacidad única para el regate y para lo impensado. Si el sentido común fuera un mar, Vinícius sería un desierto. Es el protón que bombardea la pared y pasa al otro lado. Donde los demás vemos montañas, Vinícius imagina playas donde jugar con las olas. Ha descubierto el pase con el exterior. Ese es un lenguaje que Modric le ha enseñado por las tardes. Es llegar al interior del área con el exterior del pie. El gesto como concepto.

Vinícius ya es tan grande que acierta cuando falla. Su velocidad y su espíritu lo alejan del resto de delanteros y lo convierten en una categoría en sí mismo. No es posible definirlo ni dejar de mirarlo. En Europa le llueven catedrales, llenas de espacio y de luz, y en España piedras con mensajes de odio garabateados con faltas de ortografía. Vinícius nunca ceja, como Cristiano. Espoleado por los pequeños desprecios del Bernabéu, convirtió el odio de todos los campos españoles en una alegría indestructible. Esa es otra de las tradiciones. Alimentarse de la rabia ajena.

placeholder El brasileño celebra un gol. (EFE/Daniel González)
El brasileño celebra un gol. (EFE/Daniel González)

El último delirio de una Sudamérica que salva al fútbol de la banalidad de la eficacia. Alguien que en un partido cualquiera, un domingo por la tarde, deja rastros que nunca se habían visto. Como un punto de fuga a otra dimensión. El jugador más divertido que pueda haber. Meterse en lo prohibido con el balón en los pies sorteando obstáculos como en un videojuego. Lo que todos los niños desean, lo que todos los aficionados sueñan.

Es la esperanza de la humanidad. Un cristo alegre, negro e imperfecto que llega a la verdad por caminos insondables. El último delantero vacilón. Después de él, el mar enterrará las playas y el Estado de derecho acabará con los descampados.

Desde que el concepto Mbappé ha vuelto a entrar en los alrededores del Bernabéu, los madridistas no paran de dar vueltas a las posibles alineaciones de ese Madrid del futuro inestable y atronador. La cuestión principal es su maridaje con Vinícius. Comparten ambos posición sobre el campo, velocidad y color de piel. Pero nada más. Mbappé es más letal a campo abierto, más rápido y rectilíneo. Vinícius es más sinuoso y sale airoso de situaciones inverosímiles.

Kylian Mbappé Vinicius Junior Real Madrid
El redactor recomienda