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La cara B de la Quinta del Buitre: los 'señoritos' que se quedaron a un gol de la gloria
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40 años de la generación que marcó a España

La cara B de la Quinta del Buitre: los 'señoritos' que se quedaron a un gol de la gloria

Rompieron con el fútbol de su época y enamoraron al país. Les faltó un poco de suerte, y quizá de carácter, para alcanzar una Copa de Europa que lo habría cambiado todo

Foto: La Quinta del Buitre en su apogeo. (EFE)
La Quinta del Buitre en su apogeo. (EFE)

Hubo un tiempo en el que los mejores defensas del mundo intentaban frenar a Emilio Butragueño por las buenas... o por las malas. Los movimientos del Buitre eran, a la vez, fulgurantes y sigilosos. No era fácil de detectar. Con defensas como Tassotti o Arteche por los pastos, Butragueño se jugó el tipo varias veces, pero quizá nunca se vio tan apurado como cuando unas monjas se le abalanzaron en Madrid para estrujarle...

"Unas monjas de hábito persiguieron a Butragueño por la antigua Ciudad Deportiva del Madrid. Ellas como adolescentes histéricas y él sin saber dónde meterse", recuerda el periodista Nico Abad.

La fama cuesta cuando la exigencia y el liderazgo fatigan.

Hoy vamos recordar cómo la Quinta del Buitre triunfó como fenómeno futbolístico juvenil hasta límites nunca vistos y, cuando llegó a la madurez, se deshizo como un azucarillo.

1983: Una segunda división de primera

Debutar en Primera con tu equipo perdiendo 2-0 es un marrón; remontar con dos goles tuyos, una proeza. Cádiz, 5 de febrero de 1984, Emilio Butragueño, de veinte años, vuelve tarumba a la defensa gaditana y loca a la afición madridista en su debut. Es el delirio… para sorpresa de nadie: El Elegido solo podía debutar a lo grande, lo sabían hasta los niños pequeños.

Si el coronel Aureliano Buendía recordó frente al pelotón de fusilamiento aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo, yo he recordado frente a la página en blanco aquella Navidad remota en que mi padre me llevó a ver a Emilio Butragueño. No a un Butragueño cualquiera, al de Segunda División, que era como ver a Nirvana antes del Nevermind. Era el último día de 1983. El marcador del estadio Carlos Tartiere eran dos paisanos sacando cartelones por las ventanas de sus casas. El Oviedo ganó 2-1 al Castilla, filial del Real Madrid, y Butragueño marcó de penalti. No, no íbamos casi nunca al fútbol, menos aún a un partido de segunda, pero es que la Quinta del Buitre ya eran los Rolling Stones castizos cuando aún no habían ganado nada.

placeholder El Castilla de la Quinta. (EFE)
El Castilla de la Quinta. (EFE)

Tres semanas antes del duelo contra el Oviedo, el 8 de diciembre de 1983, más de 80.000 espectadores vieron el Castilla-Bilbao Athletic en el Santiago Bernabéu (por ponerlo en contexto: desde 2006, el Castilla juega en un campo con 6.000 localidades). En algunos partidos de la temporada 83-84, fue más gente a ver al Castilla que a un Real Madrid, sometido por los equipos vascos, primero el Athletic y después la Real Sociedad.

Poco antes de que el Castilla reventara el Bernabéu, el periodista Julio César Iglesias puso nombre a la Quinta del Buitre (Butragueño, Michel, Sanchís, Martín Vázquez y Pardeza) en un artículo en El País. La chavalada, de juego eléctrico e inspirador, se incorporó los siguientes meses al primer equipo. El cielo parecía el límite para una Quinta que arrancó con el turbo: cinco Ligas seguidas (86-90) y dos Copas de la UEFA (85-86), pero tembló en las grandes citas (Champions y Mundiales)... o en partidos a vida o muerte en Tenerife. El Madrid de la Quinta del Buitre, en definitiva, falló donde el Madrid de Alfredo Di Stefano y Florentino Pérez rara vez han fallado. ¿Sobró arte y faltó carácter?

"Había menos dinero. Era un fútbol más próximo a las gentes normales. Un mundo entendible. La Quinta fue el canto de cisne del viejo fútbol"

Lo que es seguro es que, a mediados de los ochenta, la gente chifló con ellos.

Una de las claves de que el mito siga vivo (y sin apenas borrones) fue su conexión sentimental con el aficionado merengue. Tras una década con más testosterona que resultados, el Bernabéu acogió a aquellos cinco chavales como si fueran hijos suyos. "La Quinta del Buitre fue el momento de mayor unión emocional del madridismo con el equipo; da igual que no ganaran la Copa de Europa, el recuerdo es que jugaron el mejor fútbol que vimos nunca porque la emoción puede con el análisis", cuenta el catedrático de la Carlos III Ángel Bahamonde, socio desde hace 60 años y uno de los historiadores más reputados del club.

Eran definitivamente otros tiempos: "Había menos dinero. Era un fútbol más próximo a las gentes normales y corrientes. Un mundo entendible. La Quinta del Buitre fue el canto de cisne del viejo fútbol, del artesanal y apasionado, cuando los futbolistas sentían en serio la camiseta, antes de la llegada del jugador mercenario que hoy juega aquí y mañana ahí. Un cambio emocional enorme", explica Bahamonde, autor de El Real Madrid en la historia de España.

El contexto local —previo a la internacionalización del fútbol español vía Ley Bosman— también ayudó a que el hype sobreviviera a los traumas deportivos. O la Quinta como última generación dominante de futbolistas madrileños de pura cepa: "Eran chicos de la casa, eso también influyó. Te los podías encontrar por la calle, eran ciudadanos como cualquiera. ¿Te imaginas hoy ver a Bellingham paseando con su familia? Qué horror, lo mismo le hacían algo", zanja Bahamonde.

1985: Gol de Santillana

La Quinta del Buitre entró en tromba en la élite ganando dos Copas de la UEFA vertiginosas. Aunque Butragueño metió tres goles al Anderlecht en diciembre de 1984, la memoria es caprichosa: las remontadas épicas de entonces se asocian a la Quinta, pero sobre todo a señores de pelo en pecho (Juanito, Camacho) y veteranos de guerra en una última misión imposible (Santillana). La Quinta ponía el toque; los otros, el arrebato. Esta combinación de furia sénior y técnica junior, de renegados que olían a Varón Dandy y niños que olían a Nenuco, puso patas abajo el Bernabéu.

Pero el futuro era de los jóvenes, el fenómeno de la Quinta del Buitre crecía y todos deseaban que cogieran la manija cuanto antes.

1986: El mudo de Querétaro

El 18 de junio de 1986, a cuatro días de las elecciones generales, media España salió a la calle a corear "oa, oa, oa, Buitre a la Moncloa" y "se siente, se siente, Buitre presidente", tras marcar Butragueño cuatro goles contra Dinamarca en el Mundial México 86. Pasar unos octavos no parece ahora gran cosa, pero el butragueñazo de Querétaro fue el no va más entonces. Hasta sacamos pecho de un gol fantasma, el de la volea de Michel a Brasil, que no subió al marcador por negligencia arbitral, pero fue un golazo como una catedral.

"La España de Butragueño nunca hubiera ganado ese Mundial: Maradona estaba desatado"

Tras aplastar a la potente Dinamarca, Bélgica parecía pan comido en cuartos, pero perdimos. Habla el periodista Alfredo Relaño, que cubrió el Mundial: "Pasó que el seleccionador Miguel Muñoz, no sé por qué narices, apenas llevó centrales, y uno de ellos, Maceda, vino renqueante y se rompió. Contra Bélgica jugamos con laterales de centrales y por ahí vinieron los problemas. Pero creo que la España de Butragueño nunca hubiera ganado ese Mundial: Maradona estaba desatado".

Míchel y Butragueño, Butragueño y Míchel, los dos iconos de la Quinta dejaron su sello en la selección en el 86, cada uno a su manera, más metido para dentro uno y más desahogado el otro. Si durante la problemática concentración (follones con los alojamientos, las primas y la prensa) Michel "se metió en todos los fregados"... Butragueño se encerró en su cuarto a estudiar Empresariales. Siempre fue más retraído que dinamizador. Un ídolo social que no quería liderar. "¿Qué cómo era yo? Hombre, no te lo voy a negar, yo en el grupo siempre fui un poco el raro… pero nunca tuve la sensación de vivir al margen del grupo. Yo encontraba mi espacio, y ahí vivía", cuenta Butragueño en el libro Cuando éramos los mejores (pero no ganábamos nunca).

Respecto al partido mágico contra Dinamarca, Butragueño contó que Camacho tuvo que ponerle las pilas: "A José todos le teníamos mucho respeto. Él era el capitán. Me dijo: 'Nene, tanto Butragueño, tanto Butragueño… hoy es cuando quiero verte'. Camacho te ponía en su sitio. Eso venía del Madrid…. José era un hombre que provocaba ese plus en momentos puntuales. Si un equipo no está unido es muy difícil que sea campeón".

Butragueño restó importancia a sus goles a Dinamarca. "Son de un toque y sencillos, no tienen más misterio, de estar y no fallarlos"

Fiel a su estilo —buena educación modosita y desgana por los focos— Butragueño restó importancia a lo que le hizo a Dinamarca. "Si analizamos los goles son de un toque y sencillos, no tienen mucho más misterio, son goles de estar y no fallarlos… He hecho mejores partidos y de más consistencia. Pero es verdad que muy pocos han dado tanto a la gente".

En efecto, pese al chasco belga, el mito de la Quinta del Buitre salió reforzado del Mundial 86 por expectativas: lo mejor estaba por venir.

1988: Aquella noche en Eindhoven

Recapitulemos. A finales de los 80, la Quinta había ganado tres ligas consecutivas, dos copas de la UEFA y, tan solo asomando la patita, había estado a punto de meter a España en semifinales de un Mundial, algo que no sucedía desde... nunca. La ilusión se concentró, quizá siguiendo a Julio César Iglesias, en Butragueño, el menos expansivo de los cinco. El Buitre tuvo su propio videojuego, un modelo de botas de fútbol y hasta fue el elegido por Sabrina en la portada de Pronto, dos meses después de revolucionar la nochevieja de todos los españoles, para un hipotético ayuntamiento carnal. Si a Butragueño le superaba la persecución de unas monjitas, ¿qué pensaría de las insinuaciones procaces de la bomba transalpina?

Para 1988, el Buitre era el primero de los españoles.

placeholder Portada de la revista 'Pronto' de febrero de 1988.
Portada de la revista 'Pronto' de febrero de 1988.

Pero la diferencia entre un gran jugador y una leyenda son los títulos. La Quinta tenía por delante el reto de ganar la Copa de Europa más de veinte años después de la última. Todo parecía en su sitio el 20 de abril de 1988, fecha en la que el equipo jugaba en Eindhoven, contra el PSV, el partido de vuelta de la semifinal de la Copa de Europa. El empate a uno del Bernabéu, identificado de forma unánime por la prensa como un accidente, se veía como un escollo que solo aportaría más gloria al objetivo final: la séptima Copa de Europa.

Tampoco se puede culpar a los optimistas. El Madrid venía de eliminar al Nápoles de Maradona, al Oporto campeón de Europa y al Bayern Múnich de Matthaus y Rummenigue. Una hoja de servicios que contrastaba con los problemas que habían sufrido los neerlandeses para imponerse a los mucho más débiles Galatasaray, Rapid de Viena y Girondins.

El entrenador Beenhakker admitió que su equipo no se tomó demasiado en serio la eliminatoria hasta ese momento: "Ha pasado algo muy raro. La ilusión por este partido nació en los jugadores en el vestuario del Bernabéu, inmediatamente después del 1-1. Todos coincidieron en que lo habían hecho muy mal, realmente mal, y que había que arreglarlo en Eindhoven", explicaba el entrenador a El País.

En el ambiente flotaba la idea de que, cuando la Quinta desplegase las alas, no quedaría un solo neerlandés sobre el campo.

placeholder Kieft pugna por un balón junto a Míchel. (EFE)
Kieft pugna por un balón junto a Míchel. (EFE)

No obstante, había señales de peligro que no fueron consideradas hasta días después. La más importante, que el PSV llegó al cruce con la liga ganada y un monstruoso balance de 117 goles a favor por solo 28 en contra. Su férrea línea de zagueros, compuesta por Gerets, Koeman, Nielsen y Heintze, más el coloso Van Breukelen bajo palos, permitían menos de un gol por partido, mientras que arriba Vanenburg, Lerby, Gilhaus y Kieft sumaban 69 dianas solo en liga.

La defensa del PSV preocupaba también en Europa. Preguntados antes de la otra semifinal, los entrenadores del Benfica y el Steaua de Bucarest señalaron que preferían al Real Madrid para la final, en tanto que veían su juego más fácil de neutralizar que el del rocoso PSV de Hiddink.

"Aquel PSV era un equipo excelente", dice Javier Roldán, analista de fútbol. "Tenían a Koeman, a Gerets, a Vanenburg, un futbolista fantástico y a Soeren Lerby y Arnesen, que eran dos puntales de la gran Dinamarca de los 80, la conocida como Dinamita Roja. Y en la portería Van Breukelen, uno de los dos o tres mejores porteros de la historia de Países Bajos, que estaba en su mejor momento. Fue inexpugnable en los dos partidos y no es nada raro: igual que ahora vemos a Courtois ganar eliminatorias, en aquel momento el héroe fue Van Breukelen".

Hiddink alineó dos filas de cuatro en la frontal del área, con los extremos, Lerby y Vanenburg, prestos para salir a la contra. Los pocos balones que atravesaron el muro los despejó Van Breukelen quien, en efecto, salvó al PSV de la eliminación en un par de ocasiones.

"Ah, el PSV... recuerdo perfectamente cada momento de esa tarde", dice el catedrático Bahamonde. "No pude verlo por televisión porque en ese momento estaba presentando un libro que había escrito, el del centenario de la Cámara de Comercio de Madrid. Salí de aquello y estaba tan nervioso que no quise ver el partido. Me fui a dar un paseo por la ciudad esperando a escuchar el grito del gol del Madrid. Había tanta ilusión en esos momentos que no tenía ninguna duda de que escucharía el gol desde la calle. Sería un sonido atronador. Esperé, esperé y esperé. El grito no llegó nunca".

La Quinta supo en el momento que la del PSV era su Copa de Europa

El Madrid no pudo pasar del empate a cero y, por el valor de los goles fuera de casa, fue el PSV el que pasó a la final. Cuentan las crónicas que algunos jugadores del Madrid se pasaron más de una hora llorando dentro del vestuario. El periodista Álex Martínez-Roig fue el enviado especial de El País al Philips Stadion: "Para los jugadores fue devastador. Recuerdo hablar en el aeropuerto con Míchel y Martín Vázquez. Estaban completamente rotos, no entendían qué había pasado. 'Si es que somos mucho mejores que ellos', se decían".

"Siempre que he hablado de Eindhoven con Butragueño", relata Bahamonde, "lo ha tenido muy claro: el equipo era consciente en el momento de que aquella era su Copa de Europa".

El principio del fin

Pese a que los de la Quinta no habían cumplido aún los 25, algo se rompió para siempre en Eindhoven. Los aficionados lo confirmaron un año después, en Milán, donde la Quinta fue masacrada por el Milán de Ancelotti, Van Basten, Gullit y Baresi. "Nos pasaron por encima, no hubo nada que hacer. Eran cracks contra buenos jugadores. Los madridistas nos dimos cuenta de que no éramos los mejores de Europa, como veníamos presumiendo, y aceptamos que el futuro no iba a ser tan brillante como esperábamos", recuerda Bahamonde.

placeholder Van Basten pugna con Chendo en San Siro. (EFE)
Van Basten pugna con Chendo en San Siro. (EFE)

Para la directiva y una parte de la prensa, al equipo le faltó esa épica de las noches mágicas en Europa. "Ese año se retiró Santillana y Camacho se lo estaba pensando, pero le convencimos de que se quedase un año más. Ramón (Mendoza) estaba preocupado, diría preocupadísimo, porque el vestuario se quedase sin los tipos que daban un grito cuando las cosas iban mal", dice un directivo de la época, jubilado hace años, que prefiere no dar su nombre. "A Camacho se le intentó suplir con Ruggeri, que era el hombre fuerte de la defensa de Argentina que había llegado a la final del Mundial 90, después a Spasic, y por último a Ricardo Rocha. Los tres son jugadores del mismo tipo: centrales duros, de raza, con personalidad y voz en el vestuario. Creíamos que ganarían peso en el equipo y aportarían esos huevos, con perdón, que hacían falta en el equipo, pero ninguno funcionó".

Para 1989 ya era imposible domar a la Quinta, que funcionaba como un cuarteto de cuerda: llegaban, actuaban y se marchaban a casa. "Eran muy especiales. Señoritos. No en el sentido de pijos, porque no lo eran, pero se sabían queridos en el Bernabéu, estaban convencidos de que su fútbol era el mejor que se hacía y eran estrellas en toda Europa. Hacían anuncios en televisión, los perseguía la prensa del corazón y ganaban mucho dinero de la época. Entonces les llegaba Ruggeri, que el tío tenía un carisma arrollador y lo que quieras, pero cobraba la mitad y no pegaba al balón como ellos ni en sueños. Entonces sí, respeto había; otra cosa es que le hicieran caso", continúa el directivo.

Míchel se burló de Pizo Gómez mientras sus coches circulaban por la A6

Al respecto, hay dos episodios que dan fe del desahogo con el que se movían los muchachos. El primero tuvo lugar en la primavera de 1990, en la carretera de A Coruña. En un coche, Míchel, Hierro y Ruggeri viajaban en dirección a la Ciudad Deportiva cuando se pusieron en paralelo a otro vehículo. Era el del defensa del Atlético de Madrid Pizo Gómez, cuyo juego se basaba en la garra y, por qué no decirlo, en dar hostias como panes a los que le ganaban la espalda.

Míchel bajó la ventanilla y gritó: "¡Pizo! ¡Eres mi ídolo!", junto a otros comentarios como "al balón se le da con el interior del pie" o "hay que joderse lo malo que eres". Días después, en pleno derbi, el interior blanco siguió con el choteo, esta vez con su mujer. "Es la segunda vez que se ríe de mí de forma vacilona. Para Míchel todo es una broma, pero yo estuve a punto de darle un puñetazo. Me parece un comportamiento antideportivo", lamentó Pizo después del partido.

placeholder Pizo Gómez, durante su estancia en el Atlético de Madrid.
Pizo Gómez, durante su estancia en el Atlético de Madrid.

Poco después, en uno de los primeros episodios de Lo que el ojo no ve, de Canal Plus, vivimos ejemplo perfecto de lo que explica el directivo de Mendoza. Sucedió en 1992, minutos antes de saltar a Las Gaunas, con motivo de regreso de Martín Vázquez al equipo. El brasileño Rocha lo enganchó en la bocana de vestuarios para darle un par de indicaciones defensivas a las que Míchel, que contemplaba la situación con mirada inquisidora, puso fin con un "tú la coges y haces lo que te salga de la polla". Fue la forma de decirle a Rocha que, aunque Martín Vázquez acababa de llegar, pertenecía a una casta superior dentro del vestuario.

"Eran niños de colegio de pago", dice Alfredo Relaño. "Cuando tuvieron que tomar el relevo de los Camacho, Gordillo, Juanito y Valdano, les faltó el colmillo retorcido para hacerlo. Una vez se quedaron sin los que tiraban del equipo cuando venían mal dadas, se vio que a la Quinta le faltaba carácter, ese intangible que siempre ha tenido el Madrid para levantarse cuando está en la lona".

Mendoza no solo lo intentó trayendo a defensas correosos; también trajo a un sargento para el vestuario. "Cesamos a Beenhakker, que era un hombre algo indolente en la relación con la Quinta, y pusimos a Toshack, que era todo mala leche y rigidez", recuerda el directivo. "Aquello salió fatal. Los jugadores se quejaban mucho del esquema y de los entrenamientos, el juego no era llamativo... y encima Toshack montaba unos pollos en la sala de prensa terribles. Hubo que echarle... ¡y encima luego salieron los jugadores a defenderle!".

placeholder Toshack abronca a Míchel en pleno partido. (EFE)
Toshack abronca a Míchel en pleno partido. (EFE)

Un último intento para disciplinar a la Quinta fue la venta de Martín Vázquez. El centrocampista, considerado por sus compañeros como el más talentoso de su camada, se marchó al Torino italiano en el verano de 1990. Según este directivo, para Mendoza se convirtió en un asunto personal: "Ramón (Mendoza) no tenía la mejor relación con el padre de Martín Vázquez. Quería cobrar como Míchel y Butragueño, sin darse cuenta de que, aunque fuera igual de bueno, o incluso mejor, no generaba tanto como ellos. Lo que Ramón quería es que Martín Vázquez se ganase una buena renovación en el campo, no mandando a su padre a los despachos. ¿Sabes qué sucedió? Que firmaron con el Torino más de un año antes del final de su contrato, algo que no se podía hacer según los estatutos de la UEFA, y al final se pactó una indemnización con los italianos a cambio de no denunciarles", dice el directivo.

"Con su venta queríamos dejar claro que nadie estaba por encima del club... pero creo que no lo conseguimos".

Uno de los pocos que siempre levantó la voz, aun con sordina, fue Hugo Sánchez. El mexicano propuso a la prensa la Quinta de los Machos, en la que figuraban Buyo, Camacho, Gordillo y él mismo, como la alternativa viril a del Buitre. "Una idea mezcla de reivindicación personal y de pullita a los de la Quinta", explica Relaño. ¿Significa esto que la relación en el vestuario era mala? No exactamente. "Hugo era un killer, un profesional del fútbol que venía de América. Se enfrentaba no con un grupo de jugadores, sino con una construcción emocional con muchísimo arraigo en el Bernabéu. Desde este punto, es obvio que Hugo se sentía algo desplazado, pero eso no significa que generase mal ambiente en el vestuario", completa Martínez Roig.

placeholder Hugo Sánchez, durante un partido con el Barcelona. (EFE)
Hugo Sánchez, durante un partido con el Barcelona. (EFE)

Cuál era la relación entre Hugo y la Quinta es una pregunta sin respuesta. Lo que en el momento parecía tensión, después se ha identificado como una luna de miel en Bahamas, motivado, sin duda, por el deseo declarado de Sánchez de volver al Real Madrid como entrenador. Uno de los últimos que compartió vestuario con ellos fue el mexicano Héctor Medrano, en aquel Atlético Celaya crepuscular. Así define la relación entre los tres: "Con ellos aprendí a ser mejor profesional. Notaba que el Buitre y Míchel no se llevaban bien con Hugo, pero siempre se trataban con el máximo respeto, porque no se les olvidaba que jugaban en el mismo equipo. Butragueño me reconocía que, cuando pasaban problemas en el Madrid, la consigna era dársela a Hugo para que hiciera su magia, aunque después fuera del campo cada uno iba a la suya".

1992: Holocausto isleño

En abril de 1992, cuando el Madrid sancionó y despidió a Hugo por enfrentarse al entrenador, Míchel y Butragueño se pusieron de perfil en el asunto. Aquí no ha pasado nada, circulen que tenemos que centrarnos en el final de Liga. Sin Hugo, el Madrid tocó fondo a nivel testosterónico; estaba listo para que alguien lo atropellase.

7 de junio de 1992, último partido de Liga, el Madrid tiene que ganar en Tenerife para arrebatar el título al Barcelona. Con 1-2 a favor, y un puñado de minutos para el final, llegó el momento del Buitre.

Nadie lo sabe aún, pero, en unos segundos, Emilio Butragueño Santos hará una jugada que dará la Liga al Madrid con toda probabilidad. El Tenerife tiene prisa, saca el balón jugado desde atrás, pero Butragueño se lo roba y, tras una pared que le deja solo, arranca hacia al área con un único estorbo en su camino, Manolo López, portero suplente del Tenerife, que le espera a media salida, rígido, con la portería desguarnecida… Hemos visto tantas veces ese gol de Butragueño —un cara a cara que acaba en elegante tiro cruzado pegado al palo— que los merengues ya cantan el gol de la Liga delante de sus televisiones…

placeholder Tenerife fue la puntilla de la Quinta. (EFE)
Tenerife fue la puntilla de la Quinta. (EFE)

Pero congelemos un segundo la imagen. Si esto fuera Oliver y Benji, el tiempo se detendría, y a Emilio y a Manolo les pasaría su vida por delante. Butragueño pensaría que el Barcelona acaba de ganar su primera Copa de Europa, que las cosas andan revueltas en Madrid y que birlarle la Liga al máximo rival neutralizaría el golpe. Los pensamientos de Manolo López serían más funestos. Él estaba ahí por accidente: el portero titular, Agustín, se había lesionado en la primera parte. Además, Manolo tendría que ponerse a buscar trabajo pronto, tras un año chupando banquillo y un contrato que expiraba en unos días. O quizá, mientras Butragueño se acercaba amenazante, Manolo pensaba en cosas más prosaicas: ¿me habré dejado el gas encendido en casa esta mañana? El caso es que Manolo, contra todo pronóstico, detuvo el disparo de Butragueño.

"Esto puede ser costoso, un jugador de la calidad de Butragueño suele rematar la faena", dijo Michael Robinson en la retransmisión del Canal Plus. Vaya si fue costoso: el Tenerife remontó en los siguientes minutos (3-2), el Barcelona de Cruyff ganó el doblete y, esa noche, José Luis Núñez, presidente barcelonista y empresario catalán pureta por excelencia, terminó haciendo la conga en una fiesta. El madridismo entró en máximos depresivos… y ahí no saldría hasta el final de la Quinta.

A pie de campo, en plena euforia tinerfeña, Manolo López dijo a la prensa que el partido muy bien… y que se merecía la renovación tras la parada a Butragueño. La consiguió, aunque siguió siendo suplente. Manolo López fue Director General de Deportes del Gobierno socialista canario la pasada legislatura. Emilio Butragueño es el responsable de relaciones institucionales del Madrid que una vez calificó de "ser superior" a Florentino Pérez. La vida es un continuo disparo que va dentro o fuera, y hay que ganarse las habichuelas todos los días.

Canal Plus hizo un documental sobre el partido con declaraciones de los protagonistas que merece la pena recordar.

Jorge Valdano, entonces entrenador novato del Tenerife: "Jugamos sin angustia".

Ricardo Rocha, defensa merengue: "¿Es difícil explicar qué pasó?".

En el descanso, con 1-2 a favor del Madrid, un periodista de Canal Plus dijo a Michel. "El Barcelona gana". Michel, con su desparpajo castizo característico, respondió: "Y nosotros".

Dos jugadores del Tenerife aseguraron que los del Madrid parecían "tocados" y con "miedo a lo que podía pasar" antes de la segunda parte.

placeholder El 'Marca' tras el segundo petardazo en Tenerife.
El 'Marca' tras el segundo petardazo en Tenerife.

Minutos antes del partido, a Ramón Mendoza, le hicieron una entrevista en el palco.

-Estamos con Ramón Mendoza, que hoy sí que se la juega…
-¿Quién?
-Usted y su equipo.
-No, no, el equipo, yo no me juego nada.

En efecto, pulcro ejercicio jerárquico de Mendoza: lavada de manos y desvío de la presión hacia los jugadores. Sabía que la Quinta, sin cumplir los 30, olía a descomposición. Según las crónicas de la época, Butragueño llegó a Barajas llorando, con las "piernas temblando" y mascullando "esto es terrible". Un aficionado le espetó un gélido: "Llora menos y mete más goles". El vuelo de vuelta había sido igualmente movido. Para alejar a los jugadores de la prensa, el club les colocó en los asientos de delante… asignados a otros pasajeros. Se armó el quilombo. Lo contó El País: "El comandante tomó el micrófono: 'La directiva del Madrid ha pedido viajar todos juntos. Si ustedes [el resto de pasajeros] no colaboran, deberemos desembarcar'. '¡Encima con exigencias, los señoritos!', gritó un viajero... 'Pero ¿qué ha pasado?', preguntaba una azafata del avión. 'Iban ganando por dos goles, y el comandante nos hizo embarcar 160 botellas de cava. Estaba todo preparado para la fiesta. ¿Eso significa que el Barcelona ha ganado la Liga? ¡Pobrecillos!".

Un Real Madrid perdiendo partidos decisivos sonaba a un Real Madrid contranatura. Pero lo peor estaba por llegar… en un guiño sádico del destino a la Quinta del Buitre, la temporada siguiente tocó otro Tenerife-Real Madrid dramático en la última jornada y se repitió la historia: los blancos perdieron y el Barcelona ganó la Liga. La Quinta del Buitre se consumía entre acusaciones de pechofríos y falta de carácter.

1994: Benito cogió su fusil

Tras la primera debacle canaria, el Madrid fichó de entrenador a Benito Floro, con fama de mago de la pizarra, aunque también de estricto, que venía convertir al Albacete en el equipo de moda, el "queso mecánico". Su llegada no solo respondió a la derrota en Tenerife, sino a un fantasma merengue anterior, el 5-0 del Milán tres años antes en semifinales de la Copa de Europa, que se le seguía atravesando a Mendoza.

"Mendoza, como todos los que estuvimos en San Siro, volvimos alucinados con aquel equipo. Eran todos altos, tan guapos, con trajes de Armani a medida. El estadio era impresionante, la propuesta de Sacchi rompedora... aquel Milán nos parecía una máquina perfecta, modernísima, contra la que el Madrid no tuvo nada que hacer", explica Martínez Roig. Mendoza intentó traerse a Sacchi, pero cuando escuchó el precio, decidió que Floro era lo más cercano que había en España, un profeta de la defensa en zona, concepto futbolero de moda del que disertaban hasta los borrachines en el bar.

"Lo que ha firmado el Real Madrid no es un nombre, sino una idea", dijo Floro al fichar por los blancos.

En una de sus primeras entrevistas en el cargo, al diario El País, Floro aseguró: "Las estrellas no me dicen nada hasta que no se desenvuelven en el juego colectivo". Lo siguiente se lo pueden imaginar: en cuanto los resultados no llegaron, la prensa le acusó de poner el grillete a sus estrellas con tanta rigidez táctica.

placeholder Antic, Ramón Mendoza y Benito Floro. (EFE)
Antic, Ramón Mendoza y Benito Floro. (EFE)

Pese a ganar una Copa del Rey, la receta del profesor Floro no cuajó porque, entre otras cosas, hubo choque cultural.

Las tensiones entre entrenadores filósofos (intervencionistas) y entrenadores motivadores (laxos) siempre han existido. Los filósofos son los de la sobredosis táctica. Los motivadores pueden ser campechanos con mano izquierda: el "¡vamos, chavales, a ganar!" como toda táctica; o cuñados raciales: el "¡echadle cojones, coño!" como refinada fórmula para vencer por lo civil o por lo militar. Son arquetipos antagónicos, pero flexibles: un mismo entrenador puede ser filósofo y motivador, matematizar el fútbol, tener mano ancha o cagarse en todo. La síntesis de escuelas vivió un momento crítico los últimos días del Madrid de Benito Floro, en medio de tensiones por el aburguesamiento de algunas estrellas.

Hay frases que han pasado a la historia por iluminar la naturaleza humana. El "I have a dream" (Martin Luther King) mostró que la igualdad puede llegar si hay movimiento social detrás. El "tuve que elegir entre el psiquiatra o las Bahamas" (Julio Iglesias) enseñó que estar bajo un cocotero tropical es bueno para la salud mental. Y el "somos el Real Madrid, con el pito nos los follamos" (Benito Floro) ilustra lo siguiente: cuando un equipo vip está acomodado y no le da la santa gana, no hay gestor que lo arregle, y hasta el espíritu más ascético puede implosionar…

El 8 de enero de 1994, el Barcelona le metió cinco goles al Madrid, con la famosa cola de vaca de Romario que dislocó la cadera a Alkorta.

El ambiente se caldeó mucho en la casa blanca.

El 6 de marzo de 1994, el Real Madrid se complicó la Liga al perder 2-1 en Lleida. Al descanso, Benito Floro metió un épico rapapolvo al vestuario, con tan mala suerte, que lo acabó escuchando toda España…

Benito Floro, fuera de sí:

"Benito Floro empezó a meter tales voces que atravesaban las paredes"

"¿Dónde están esos cojones y la calidad y las ganas de jugar? He dicho maricón el que pierda... ¡Qué lamentable! ¿Dónde está el equipo? ¡A tomar por el culo el balón y las cagaditas!... ¡Joder, que sois el Real Madrid, hijos! … ¡Qué cojones! Sufrir ¡me cago en Dios! Ganad el partido sin excusas. Haced lo que os salga de la polla, pero ganar ¡coño! ¡Me cago en la hostia! ¿Cómo puede uno ser jugador y no llegar al remate sufriendo? ¿Cómo puede uno ser jugador y no anticiparse?... ¡Me cago en Dios! ¿Cómo puede hacer un jugador del Real Madrid eso? Un equipo que el año pasado estaba en Segunda B, en Segunda A. ¡Con el pito nos los follamos! ¡Con el pito! ¡Dios! ¿No os da vergüenza? ¡Me cago en Dios!".

Benito Floro fue despedido del Real Madrid al día siguiente.

La filípica de Floro fue grabada (en secreto) y emitida por el programa El día después. El autor intelectual de la grabación fue Nico Abad que, tres décadas después, rememora un episodio que ya forma parte del imaginario patrio.

PREGUNTA. ¿Cómo surgió la grabación?

RESPUESTA. Yo era reportero del Canal Plus. Como no conocía el campo del Lleida, llegué un rato antes, me puse a fisgar y vi que, pegado al vestuario visitante, había un cuarto de calentamiento al que se accedía por un pasillo. "Igual podemos grabar desde aquí en el descanso", pensé. Para que los guardias no me vieran, subí a grabar a la grada y, cinco minutos antes del fin del primer tiempo, bajé con un cámara al cuarto de calentamiento y encendimos la cámara.

P. ¿La puerta del vestuario estaba abierta?

R. No, pero dio igual: Benito Floro empezó a meter tales voces que atravesaban las paredes. Martín Vázquez estaba sentado junto a nuestra puerta, porque yo le oía repetir, "tranquilo, míster, tranquilo".

P. ¿No temió que alguien le pillara con el carrito del helado?

R. Me acojoné un poco por si nos oían, abrían la puerta y era la pillada del siglo. Pero no. La grabación fue un bombazo.

P. Floro se fue la calle por esto…

R. Creo que no. Es cierto que la junta directiva del Madrid esperó a oír el audio en la tele antes de tomar la decisión, pero Floro estaba sentenciado antes de la bronca por los malos resultados.

"Floro llegó en plan Phill Jackson a cambiar unas estructuras de poder muy asentadas"

Otro punto de fricción del método Floro fue la utilización de psicólogos, algo normal ahora, pero que algunos se tomaron a rechifla (hablamos de una época, previa a la hiper profesionalización del fútbol, donde la idea de que un futbolista necesitaba gestión emocional era vista como una "mariconada" por el sector cuñado del fútbol español). Estrellas que debían jugar por el colectivo, estrategias emocionales sofisticadas… el caso es que el balón no entró y la descomposición fue abrupta. Habla Abad: "Floro llegó en plan Phill Jackson a intentar cambiar unas estructuras de poder muy asentadas. Un cambio así, si los jugadores no comulgan con ello, te lo tiran abajo en tres días. Algunos veían a Floro como a un friki. Es verdad que la Quinta del Buitre tuvo de entrenador a Leo Beenhakker, que era más táctico, pero también a Luis Molowny, que iba más con su rollo creativo, sin corsés, sin más instrucciones que: "Ustedes salgan al campo y hagan sus cositas, jueguen, jueguen". Entre eso y el método Floro… había un mundo".

Benito Floro se achicharró y fue desacreditado por la prensa, pero ahora parece un incomprendido adelantado a su tiempo. Preguntado ahora por su caída, prefiere la respuesta elegante que hacer sangre: "Mis compañeros y yo teníamos claro que íbamos para hacer todo lo positivo necesario tanto en lo físico, como en lo táctico". ¿Y los jugadores? "Todos muy bien". Sin embargo, en una reciente entrevista a Jotdown se mostró algo más expeditivo con la Quinta: "En un equipo se nota si un futbolista está para lo que está o no está para lo que está. Y en ese equipo estaban los jóvenes: Lasa, Villarroya… así como los canteranos que saqué, como Ramis ese mismo año o Morales en el siguiente. Esos sí estaban".

La sentencia de Clemente

En los años que sucedieron a Eindhoven, el Madrid fue humillado en Milán, perdió dos ligas en el último partido y tropezó en Europa ante rivales menores como el Spartak de Moscú, el Torino y el PSG. Ante el desfile de entrenadores, el Bernabéu comenzó a tomarla con los jugadores, en especial con Martín Vázquez y Míchel, que eran silbados con cierta asiduidad, hasta el punto de que el último se marchó del campo en pleno partido. "A Emilio (Butragueño) se lo perdonaban todo, pero a mí y a Martín Vázquez nos tenían bajo lupa. ¿Sabes lo que es el murmullo? Cuando alguien hace un cambio de juego de 30 metros, y el balón va por el aire, hay un murmullo. Es un murmullo de a ver cómo la baja este. Y tú miras al cielo, esperas el balón, estás pendiente de tu marca, y oyes el murmullo. El de los tuyos", explicó Míchel a El País en 2018.

Con todo, lo peor fue que el Barcelona le tomó la medida en España y amargó los últimos años de la Quinta. "Para mí se juntaron dos hechos a principios de los 90", dice el analista Javier Roldán. "Por un lado que la Quinta empieza a entrar en su declive físico, que antes era a los 30 años, porque los métodos de preparación física potentes no llegan al fútbol hasta mediados de la década", explica, "y por el otro, que Cruyff, que ha estado haciendo el armazón del Barcelona, en 1990 junta a Laudrup, Koeman y Stoichkov. Es el año en el que empieza a ganarle ligas al Madrid, cuatro, y no es por casualidad. Mientras ellos crecen en calidad, el Madrid cambia extranjeros de mucho nivel, como Hugo Sánchez o Jankovic, por otros peores como Ruggeri o Spasic".

placeholder Butragueño se hizo las fotos para la Euro 92, pero no las usó. (RFEF)
Butragueño se hizo las fotos para la Euro 92, pero no las usó. (RFEF)

La puntilla a la generación se la puso Clemente en septiembre de 1992, cuando sacó de la Selección por sorpresa a Butragueño y Manolo Sanchís. Poco después, cayeron también Míchel y Martín Vázquez, aunque por lesión. En su momento se interpretó la decisión como un castigo por la no clasificación para la Eurocopa de 1992, si bien el técnico vasco tenía en la cabeza un concepto incompatible con la Quinta. "Quería al aguerrido, al currante, al trabajador. No me vale el que lucha un día sí y el otro no. En contra de lo que piensan algunos, yo soy partidario de la clase, pero esta no debe ser sinónimo de vagancia", explica a este periódico.

Así, la Quinta no tuvo el desquite del Mundial de Estados Unidos, el que estaba llamado a ser su canto de cisne. Todavía hoy existe debate en torno a la purga clementina, que en su día copó las portadas de los diarios deportivos. "Creo que Clemente fue injusto con la Quinta. La labor del seleccionador es acomodar a los mejores jugadores que tengas, y los de la Quinta eran ganadores. Despreció a una generación de oro por su afán por imponer un fútbol que, en efecto, les era antinatural", dice el periodista Martínez Roig.

"Butragueño, de repente, se apagó. Tenía un arranque demoledor los primeros metros y, en cuanto perdió eso, se vino abajo"

"Yo he criticado mucho a Clemente, pero cuando pude hablar con él de esto, me hizo cambiar de idea. Me dijo que si él hubiera tenido a Romario, habría adaptado el equipo a sus necesidades, pero no tenía una estrella de ese nivel. Él tenía a Salinas y a Carlos el del Oviedo, porque Butragueño en aquella época ya estaba muy de bajada. El que se tendría que haber quedado era Sanchís, que jugó muchos más años a alto nivel y del que además Clemente ha confesado que se arrepiente de no haberlo llevado", considera Roldán.

Un buen día, cuando aún soñaba con volver a la Selección, el Buitre perdió el reprís. "Butragueño, de repente, se apagó, Tenía un arranque demoledor los primeros tres o cuatro metros y, en cuanto perdió eso, se vino abajo, y un Raúl con 17 años se lo pulió sin mayor resistencia”, indica Relaño. "Es verdad que las carreras deportivas se apagaban antes en esa época, pero no es normal el bajón de rendimiento de algunos de la Quinta antes de cumplir los treinta años, cuando uno debería estar en su pico, porque entender mejor el juego hace que conserves mejor el físico".

placeholder Míchel, Hugo y Butragueño, en Celaya. (EFE)
Míchel, Hugo y Butragueño, en Celaya. (EFE)

Con Mendoza recién dimitido, el Madrid liquidó a la Quinta del Buitre en doce meses: para 1996 solo quedaba Sanchís en la plantilla, que finalmente pudo conseguir la ansiada Copa de Europa, ya Champions League, para dedicársela a sus quintos.

Todos los consultados coinciden, incluso los miembros de la Quinta, en que un gol en Eindhoven lo habría cambiado todo. Como el Match Point, de Woody Allen, la pelota golpeó en la cinta, subió... y cayó en el campo propio. "Fue una generación genial, que propuso treinta años antes el tipo de fútbol que nos haría campeones del mundo, a la que quizá le faltó un líder. Echando la vista atrás, sigo convencido de que si hubieran ganado en Eindhoven, los años siguientes le habrían disputado al Milán la hegemonía europea. El proceso de formación de los equipos campeones que estaba en marcha con la Quinta, saltó por los aires aquella noche", concluye Martínez Roig.

La Quinta del Buitre lo tuvo todo para haber adelantado una generación los Mundiales de España y las Champions del Madrid. Tuvo la técnica y tuvo un país detrás; por tener tuvo hasta a Sabrina Salerno deseando que metieran la bolita. Pero algo faltó. ¿Fortuna? ¿Arrojo y carácter? ¿Camacho sudando sangre? ¿Todo ello junto? Si ha llegado leyendo hasta aquí, quizá tenga usted ya la respuesta.

Hubo un tiempo en el que los mejores defensas del mundo intentaban frenar a Emilio Butragueño por las buenas... o por las malas. Los movimientos del Buitre eran, a la vez, fulgurantes y sigilosos. No era fácil de detectar. Con defensas como Tassotti o Arteche por los pastos, Butragueño se jugó el tipo varias veces, pero quizá nunca se vio tan apurado como cuando unas monjas se le abalanzaron en Madrid para estrujarle...

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