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Por qué la 'no sanción' de Alonso podría esconder una guerra sin cuartel dentro de la propia FIA
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UN DESPROPÓSITO INEXPLICABLE

Por qué la 'no sanción' de Alonso podría esconder una guerra sin cuartel dentro de la propia FIA

El bochorno vivido con la sanción finalmente retirada a Fernando Alonso y Alpine indica que algo debe de estar pasando dentro de la FIA, pues es incomprensible tanto desbarajuste

Foto: Ben Sulayem, junto a Max Verstappen. (Reuters/Christian Bruna)
Ben Sulayem, junto a Max Verstappen. (Reuters/Christian Bruna)

La Federación Internacional de Automovilismo está viviendo sus días más bajos a nivel institucional, porque su credibilidad está bajo mínimos ante la sucesión de despropósitos en su área de competencia como ente reglamentador, gestor y sancionador de la Fórmula 1. En la guerra que enfrentó a comienzos de los ochenta a la división deportiva de la FIA, encabezada por Jean Marie Balestre, con el sindicato de constructores (FOCA), liderado por Bernie Ecclestone, se dieron cuenta de que ninguno por separado tenía suficiente fuerza. Esto obligó a que ambas facciones, condenadas a entenderse, redactaran el primer pacto de la concordia, que viene a ser como el texto constitucional que regula la Fórmula 1. Este acuerdo especifica que toda la parte comercial quedaba en manos de Ecclestone (hoy en día Liberty Media) y que los derechos del nombre Fórmula 1, los reglamentos técnicos y deportivos, así como el arbitraje y comisariado deportivo, recaían en manos de la FIA.

Aunque la FIA renunciara entonces a cuotas importantes de poder, no hizo mal negocio, porque las cantidades ingentes de dinero que generó la Fórmula 1 una vez fuera de su tutela comercial significaron que la propia FIA estuviera cada día mejor financiada. Gracias al dinero que le llega de la máxima especialidad del automovilismo en forma de canon de explotación, licencia de concursantes y pilotos y… multas, la FIA es una organización poderosa a nivel mundial, pero sería bueno que no tensaran demasiado la cuerda con Liberty Media, no vaya a ser que se harte del daño que les está haciendo su incompetencia y un día tomen el poder. Como buena organización estadounidense que es, sabe perfectamente que los deportes profesionales más exitosos como la NBA, el fútbol americano o la NASCAR desarrollan sus competiciones sin el amparo de federación deportiva alguna. Cuidado con creerse imprescindible.

Foto: Alonso, en la rueda de prensa del GP Ciudad de México (EFE Luis Licona)

¿Incompetencia o rebelión interna?

El problema es que toda la suma de despropósitos que llevamos viendo de la FIA, desde hace un año, empieza a dar la impresión de esconder dentro algo mucho más gordo que la simple incompetencia. La sanción finalmente revocada a Fernando Alonso, que le devuelve la séptima plaza lograda en el circuito de Austin el domingo pasado, es el ejemplo perfecto de que muy por encima del comprensible error humano, existe desbarajuste, fallos de comunicación interna o cambios de criterio desconcertantes. Si cualquiera de estas situaciones fuera aislada, podríamos pensar en una cuestión puntual, pero cuando el lío se convierte en norma hasta llegar a rozar el esperpento, cabe pensar que el enemigo de la FIA está en su propia casa. No es una cuestión de competencia, sino de la falta de organización alineada en criterio y liderazgo.

Si no, es imposible de explicar que el mismo ente regulador que permite que un coche como el Alpine de Alonso ruede parte de la carrera sin un retrovisor y que da por bueno el monoplaza al acabar la carrera, luego sea el mismo que informe (mal) a un equipo sobre la posibilidad de reclamar su propia decisión, que a su vez impida al equipo reclamado defenderse aduciendo estar fuera de plazo y que, como traca final, reconsidere su decisión con base en el derecho de revisión y que todo vuelva a la misma casilla de salida. Berlanga se frotaría los ojos ante uno de los mejores guiones que hubiera visto en su día.

placeholder El piloto español Fernando Alonso. (EFE/Luis Licona)
El piloto español Fernando Alonso. (EFE/Luis Licona)

El problema es que todas estas incongruencias llegan después de un fallo terrible de dirección de carrera en Japón, de un bochorno inaceptable hace apenas un mes en Monza terminando la carrera detrás de un safety car, así como inconsistencias de todo tipo en el apartado sancionador a lo largo de la temporada. Por si fuera poco, el descrédito se junta con el revuelo organizado con el asunto del incumplimiento del límite presupuestario. El nuevo presidente de la FIA, el emiratí Mohammed Ben Sulayem, lleva en el cargo ocho meses y suena un poco raro que, en un lapso de tiempo tan corto, la institución se haya deteriorado de forma tan rápida, por lo que resulta evidente que ahora simplemente estamos sufriendo los lodos de los polvos levantados en la era de Jean Todt, su antecesor en el cargo.

Para aplacar la ira del poderoso lobby británico, que se sentía robado por el título perdido por Lewis Hamilton en la final de Abu Dabi, básicamente utilizaron a Michael Masi como cabeza de turco de aquella situación. Esa muestra de debilidad, quizá surgida del ánimo conciliador nada más estrenar una presidencia, le originó el recelo de gran parte del colectivo de oficiales de la FIA. Para salvar la cara de la organización, había mancillado el honor de uno de los suyos. Muy mal precedente.

Los oficiales, de uñas contra Ben Sulayem

Tampoco debió de ayudar que cuando Fernando Alonso, en un arrebato de frustración, tachara de incompetentes a los comisarios deportivos, al asturiano no le cayera su sanción correspondiente por menoscabar el honor de la autoridad deportiva. De nuevo, Ben Sulayem trató de ser conciliador, pero a poco que se conozca un poco la mentalidad de un oficial de automovilismo, pocas cosas llevan peor que verse desautorizados por su jefe. Tres cuartas partes de lo mismo ocurrió con el comunicado de la FIA, que después del desaguisado de la grúa bajo la lluvia en Japón, poco más o menos que descargaba toda la responsabilidad en Eduardo Freitas, un director de carrera con décadas de servicio intachable. Es muy injusto pretender que el portugués fuera el único responsable de todo aquello y con razón los oficiales a su cargo interpretarán, de nuevo, que su jefe no les ha protegido.

placeholder El presidente de la FIA, Mohammed Ben Sulayem. (Reuters/Christian Bruna)
El presidente de la FIA, Mohammed Ben Sulayem. (Reuters/Christian Bruna)

El problema es que más allá de los fallos cometidos por Ben Sulayem, que en su afán de minimizar daños haya podido molestar al colectivo de oficiales, es que este propio colectivo es afín a Jean Todt y aquí puede que esté la madre del cordero. El británico Graham Stoker encabezaba la candidatura continuista de Todt y resultó derrotado por el emiratí, que nunca fue visto con agrado por este sector. Por si esto fuera poco, el establishment de las tradicionales vacas sagradas de la FIA, (fundamentalmente Francia y Reino Unido) no ha recibido de buen grado que un outsider como Ben Sulayem haya diluido su poder e influencia. Y ninguno de los detractores del actual presidente pierde la ocasión de desautorizar o cuestionar las decisiones de la organización a la que pertenecen.

Basta leer un poco entre líneas en el comunicado oficial de los comisarios, revocando su propia penalización a Fernando Alonso, para darse cuenta de que cuando personalizan en Mohammed Ben Sulayem la revisión de los procesos a futuro, existe un peligroso mar de fondo dentro de la propia organización. Las normas fueron redactadas por la anterior presidencia de la FIA, la formación y cualificación de los oficiales, exactamente igual. Aquí no se trata de una guerra entre la Fórmula 1 y la FIA, sino de una guerra interna dentro de la propia organización. No lo tiene nada fácil, porque sin un buen trabajo de los oficiales, la FIA pierde gran parte de su razón de ser. O el presidente da un golpe combinado de autoridad y mano izquierda, metiendo en cintura a todos los que van por libre o se creen más importantes que el propio deporte, o va a durar poco en el sillón presidencial. Al tiempo.

La Federación Internacional de Automovilismo está viviendo sus días más bajos a nivel institucional, porque su credibilidad está bajo mínimos ante la sucesión de despropósitos en su área de competencia como ente reglamentador, gestor y sancionador de la Fórmula 1. En la guerra que enfrentó a comienzos de los ochenta a la división deportiva de la FIA, encabezada por Jean Marie Balestre, con el sindicato de constructores (FOCA), liderado por Bernie Ecclestone, se dieron cuenta de que ninguno por separado tenía suficiente fuerza. Esto obligó a que ambas facciones, condenadas a entenderse, redactaran el primer pacto de la concordia, que viene a ser como el texto constitucional que regula la Fórmula 1. Este acuerdo especifica que toda la parte comercial quedaba en manos de Ecclestone (hoy en día Liberty Media) y que los derechos del nombre Fórmula 1, los reglamentos técnicos y deportivos, así como el arbitraje y comisariado deportivo, recaían en manos de la FIA.

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