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'Misántropo': siempre se puede confiar en un asesino en serie
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'Misántropo': siempre se puede confiar en un asesino en serie

El director argentino Damián Szifron vuelve a los 90 con un thriller tan entretenido como impredecible

Foto: La actriz Shailene Woodley en una escena de la película 'Misántropo'.
La actriz Shailene Woodley en una escena de la película 'Misántropo'.

El asesino en serie es el mejor amigo del espectador. Ir al cine a aprender historia, a aprender modales, a contemplar trigo batido por el viento o a contar besitos puede estar bien por una temporada, pero al final lo que uno quiere ver es a un asesino en serie como Dios manda. Desde los años 90, sabemos que el cine de verdad trata de asesinos en serie, y que toda la historia del cine no fue sino un gran rodeo para llegar a Hannibal Lecter. Bien pensado, el cine es circo con humanos. El cine de verdad es que te arranquen el corazón durante hora y media. Esto quiere decir que entramos al cine para salir de algo, de nuestra rutina, de nuestro aburrimiento y de nuestra novia.

Si vas acompañado al cine y te olvidas de quién está sentado contigo, eso es gran cine. La sala no es para comentar las películas, es para estar solo. Para comentar las películas mientras las ves ya está Netflix e ir a misa.

A mí Misántropo me ha parecido una película del montón completamente imprescindible. Ya saben que considero los 90 un tramo de la Historia humana comparable a la Ilustración, y que todos los que vivimos los noventa en plena madurez somos, sin duda, afortunados. Entonces Misántropo es la gran oportunidad para mucha gente de conocer cómo eran los 90. Eran entretenidos, apolíticos, amorales y con cadáveres. También eran morbosos e inteligentes.

Resuena en la protagonista la Clarice Starling de 'El silencio de los corderos', y su jefe es como un Hannibal Lecter que no se come a nadie

El argentino Damián Szifron (Relatos salvajes, 2014) debe de haber visto todo el cine de asesinos en serie de los 90 para escribir Misántropo. Resuena en la protagonista la Clarice Starling de El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), y su jefe es como un Hannibal Lecter que no se come a nadie. Resuena también en la sangre derramada Seven (David Fincher, 1995), y el asesino parece una versión sobremilitarizada de Unabomber. También se da a entender que Tiburón (Steven Spielberg, 1975) es el modelo definitivo en el que se inspiró el thriller psicológico de finales del siglo XX.

La cosa empieza como Jack Reacher (Christopher McQuarrie, 2012), con un francotirador que, de un sólo disparo, mata indiscriminadamente a varias personas, en este caso justo con la llegada del año nuevo. Todos los muertos son ricos, porque los ricos tienen terraza o grandes ventanales, y eso da mucha envidia. Aquí he querido ver cierto placer culpable en volarle la cabeza a la élite americana.

La investigación la lidera Lammark (Ben Mendelsohn), que enseguida ve las capacidades deductivas superiores de una agente cualquiera, Falco (Shailene Woodley). Sus interacciones siguen sin corderos las que tenían Anthony Hopkins y Jodie Foster, dando a la película esa pátina pretenciosa, intelectualoide y filosófica que tanta disfrutamos hace tres décadas. Los asesinos en serie están para darnos conversaciones interesantes. Ese es su sentido profundo.

Una cosa buena de Misántropo es que no para quieta ni un segundo. Es insoportable esa gente que hace películas sin saber que está haciendo un género. Quentin Tarantino tiene claro que el género está formado por arquetipos, y por tanto no hay que tratar de darles ninguna cuarta dimensión moral o sentimental. Esto quiere decir que no necesitamos flashbacks donde Falco llora con su mamá, se divorcia o hace espaguetis (métodos habituales de dar dimensión sentimental a los personajes). La película va de pillar al asesino (en inglés se ha titulado tontamente To catch a killer), y los espectadores disfrutan del crucigrama mientras no te salgas de sus casillas.

placeholder Tres de los protagonistas de 'Misántropo'.
Tres de los protagonistas de 'Misántropo'.

Lo único que me sobra es un par de momentos en los que Szifron se cree Kieslowski, y saca a su actriz nadando con mucho tormento en la piscina de la angustia existencial humana (Azul, 1993). No, por favor.

Como les advertí hace algunas semanas, hay ya un cine que está erradicando la peste woke de sus propuestas. Misántropo es otro ejemplo magistral de cómo lidiar con las expectativas políticas de la audiencia. Lo protagoniza una mujer, hay un gay en un papel importante y el compañero de fatigas de Falco es de raza negra. Sin embargo, nada de esto rechina, suena forzado, suena a cuota o contamina de doctrina la trama. Ni siquiera te das cuenta de que la protagonista es mujer, el amigo es negro y el tipo importante es gay. Esa naturalidad es la que han perdido muchísimas películas y series hoy en día, que parecen misa de doce con fichas del parchís.

De hecho, una de las sorpresas de la película tiene que ver con un pujo feminista que invade puntualmente a nuestra solitaria detective. No sale bien.

Porque Misántropo está llena de sorpresas, decepciones, finales anticipados que luego no cuajan y tópicos revisitados. No hay un momento en que la película parezca no poder ser otra cosa que lo que es.

El asesino en serie es el mejor amigo del espectador. Ir al cine a aprender historia, a aprender modales, a contemplar trigo batido por el viento o a contar besitos puede estar bien por una temporada, pero al final lo que uno quiere ver es a un asesino en serie como Dios manda. Desde los años 90, sabemos que el cine de verdad trata de asesinos en serie, y que toda la historia del cine no fue sino un gran rodeo para llegar a Hannibal Lecter. Bien pensado, el cine es circo con humanos. El cine de verdad es que te arranquen el corazón durante hora y media. Esto quiere decir que entramos al cine para salir de algo, de nuestra rutina, de nuestro aburrimiento y de nuestra novia.

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