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Este profesor de Filosofía ha intentado suicidarse diez veces… y te cuenta por qué vale la pena vivir
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Este profesor de Filosofía ha intentado suicidarse diez veces… y te cuenta por qué vale la pena vivir

Clancy Martin asegura que desde que tenía 3 años le acompaña a diario el deseo de quitarse la vida. En 'Cómo no acabar con todo' analiza esa pulsión y concluye que hablar seriamente del suicidio es el principal modo de exorcizarlo

Foto: Clancy Martin, profesor de Filosofía en la Universidad de Misuri en Kansas City y adicto al suicidio. (Lauren Schrader)
Clancy Martin, profesor de Filosofía en la Universidad de Misuri en Kansas City y adicto al suicidio. (Lauren Schrader)

La primera vez fue cuando tenía 6 años: se lanzó a las ruedas de un autobús. Con 16, cuando su novia de entonces le plantó, se atiborró de somníferos, se atizó media botella de whisky y se tumbó desnudo en la nieve. Al año siguiente, con 17, lo intentó tirándose de un coche en marcha. Ya veinteañero se compró una pistola Glock 17, se metió varias rayas de cocaína, se introdujo el cañón del arma en la boca y a punto estuvo de apretar el gatillo. Después volvió a probar con una sobredosis de medicamentos. Y así, hasta diez intentos de suicidio, todos fallidos.

La última vez que Clancy Martin, profesor de filosofía en la Universidad de Misuri en Kansas City y autor de varios ensayos, trató de quitarse la vida fue hace ya unos años, cuando intentó ahorcarse en el garaje de su casa con la correa del perro. Una vez más fracasó, así que volvió a su rutina diaria con la voz ronca, el cuello en carne viva y dando explicaciones difusas sobre lo sucedido.

Martin —nacido hace 56 años en Canadá pero afincado desde hace tiempo en Estados Unidos, tres veces casado y padre de cinco hijos— se ha convertido muy a su pesar en toda una autoridad en eso de tratar de quitarse la vida. Su existencia ha estado permanentemente marcada por dos fuerzas opuestas y contradictorias: su permanente e irrefrenable deseo de suicidarse y su inmenso alivio cada vez que no lo conseguía. "Soy adicto al suicidio", nos cuenta. "Desde que tengo 2 o 3 años me ha acompañado a diario el deseo de morir".

Todo su conocimiento sobre el suicidio lo ha volcado en Cómo no acabar con todo (editorial Gatopardo), un ensayo de 463 páginas en parte autobiográfico, en parte filosófico y en parte manual de autoayuda; a ratos delirantemente divertido y a ratos dolorosamente triste, pero con un único y claro objetivo declarado: salvar vidas. Un libro en el que Clancy Martin analiza en profundidad cómo funciona la mente suicida a través de su propia experiencia y de numerosos testimonios, desde reputados psicólogos clínicos hasta escritores que se han quitado la vida como Akutagawa, David Foster Wallace o Nelly Arcan, pasando por las enseñanzas del budismo y de los grandes filósofos occidentales. Hablamos con él por videoconferencia.

PREGUNTA. ¿De verdad ha tratado de suicidarse en diez ocasiones y ha fallado en todos los intentos?

RESPUESTA. Sí, ha sido exactamente así, y por eso creo que soy la primera figura con ribetes cómicos en la historia del suicidio. A veces pienso en mí como en un don Quijote del suicidio, porque es bastante ridículo que lo haya intentado tantas veces y haya fracasado siempre.

Esta es la primera vez en mis 56 años de vida en la que el deseo de suicidarme casi se ha desvanecido completamente

P. En su libro habla de dos fuerzas antagónicas que habitan en usted: el constante deseo de suicidarse y el sentimiento de alivio que ha experimentado en las diez ocasiones en las que lo ha intentado y ha fracasado. ¿Es gracias a esa dicotomía por lo que sigue vivo?

R. Creo que si he fracasado siempre en mis intentos de suicidio es en parte por tener en mi cabeza esos dos deseos en conflicto: el deseo de morir y el deseo de vivir. Freud es famoso por asegurar que todos tenemos esos dos deseos en nuestro interior, deseamos vivir y también deseamos morir. Se trata de algo que Freud probablemente tomó de Buda y de Schopenhauer. Pero ese conflicto está en todos nosotros, y se manifiesta en modos diferentes: a través de comportamientos que reafirman la vida y de comportamientos que la destruyen; de comportamientos libres y espontáneos frente a otros que son adictivos, dañinos y autodestructivos. El mío es, por supuesto, un caso extremo. Pero déjeme que le confiese algo: desde que publiqué este libro y hablo con tantísimas personas de todo el mundo sobre el suicidio, personas que me contactan para que las ayude, esta es la primera vez en mis 56 años de vida en la que el deseo de suicidarme casi se ha desvanecido completamente.

P. ¿No se ha ido del todo?

R. No, algunos días aún me acecha, pero sólo algunos días. Puedo pasar días e incluso semanas sin pensar en quitarme la vida. Y eso es algo que nunca antes en toda mi vida me había ocurrido, antes no había un solo día en que no deseara cometer suicidio.

"Pensaba de hecho que todo el mundo se pasaba el día deseando quitarse la vida"

P. ¿Cuándo empezó a tener pensamientos suicidas?

R. Siempre los he tenido. Mis primeros recuerdos datan de cuando yo tenía dos o tres años y vivíamos en nuestra primera casa. Recuerdo perfectamente el color de la moqueta de aquella casa, y recuerdo también que ya sentía el deseo de morir. Durante toda mi infancia, desde que yo recuerdo, me ha acompañado a diario el deseo de morir. Cuando crecí pensaba de hecho que todo el mundo sentía lo mismo que yo, que todo el mundo se pasaba el día deseando quitarse la vida. Recuerdo que siendo adolescente hablé por primera vez de ello con mis amigos. Y cuando me dijeron que no, que ellos no se pasaban todo el día pensando en suicidarse, pensé que me estaban mintiendo, como se mentía entonces con la masturbación y otras cosas. Creía que me lo ocultaban porque les daba vergüenza hablar de ello, así que seguí pensando que todo el mundo a mi alrededor se enfrentaba a diario al deseo de cometer suicidio. Poco a poco comencé a darme cuenta de que había mucha gente que no sentía eso, y me sorprendió enormemente.

P. Usted sostiene que los pensamientos suicidas pueden ser adictivos. ¿Usted es adicto a la idea de quitarse la vida? No sabía que podía existir esa clase de dependencia…

R. Es una nueva idea que se está abriendo camino. Yo la descubrí en el gran maestro budista Sogyal Rimpoché, quien decía que el suicidio es una forma particular de comportamiento adictivo, algo que también decía el propio Buda. Hace unos días hablé por teléfono con Deepak Chopra (el gurú espiritual más influyente del mundo) y me dijo que la forma de sufrimiento mental más extrema que existe es la adicción. Una adicción es eso que por nada del mundo quieres hacer pero al mismo tiempo es eso que sientes que más necesitas hacer. Es realmente el peor sufrimiento mental que existe, una fuente increíble de infelicidad. Y sí, creo que la inmensa mayoría de las personas que se acaban suicidando eran adictas y llevaban tiempo dándole vueltas a la idea de quitarse la vida. Anthony Bourdain, por ejemplo, llevaba tiempo siendo adicto a la idea del suicidio, luchando con su deseo de quitarse la vida. Algunos de los adictos al suicidio han llevado a cabo intentos de quitarse la vida, otros no, pero en todos está presente ese terrible deseo de querer extinguirse. Un deseo que también se puede expresar a través de lo que yo llamo comportamientos parasuicidas: comportamientos extremos y de altísimo riesgo que ponen a uno en el camino hacia la muerte. Y no me refiero sólo a drogas o al alcohol, sino también a comportamientos extremos relacionados con el sexo, la comida, el dinero e incluso los teléfonos móviles.

placeholder Portada de 'Cómo no acabar con todo. Un retrato de la mente suicida', de Clancy Martin.
Portada de 'Cómo no acabar con todo. Un retrato de la mente suicida', de Clancy Martin.

P. Un hermano suyo se quitó la vida con 17 años. Supongo que eso le afectó poderosamente e influyó en su relación con el suicidio, ¿no?

R. Sin duda, sabemos de los terribles y profundos efectos que acarrea la muerte por suicidio de alguien cercano. Una persona tiene muchas más probabilidades de quitarse la vida si alguien cercano a ella muere por suicidio, así que mis probabilidades debieron dispararse tras la muerte de mi hermano. Pero entonces yo no era consciente de eso, como le decía en esos momentos yo ya luchaba a diario con pensamientos suicidas. De lo que estoy seguro es de que su suicidio me afectó mucho, era una persona maravillosa y me entristecí mucho cuando murió. Y también vi lo mucho que su muerte afectó a mi familia.

Creo que la inmensa mayoría de las personas que se acaban suicidando eran adictas al suicidio y llevaban tiempo dándole vueltas

P. La vergüenza es un sentimiento muy doloroso para los suicidas, ¿verdad? Usted mismo no le dijo nada a su esposa ni a nadie cuando intentó quitarse la vida por última vez ahorcándose en el garaje de su casa con la correa de su perro…

R. Alguien muy, muy querido para mí trató de suicidarse la semana pasada. Se tomó 100 pastillas de Xanax. Yo fui una de las primeras personas con las que habló cuando volvió en sí, porque estuvo inconsciente durante un par de días. Lo primero que le dije es que no había nada de lo que avergonzarse, que no debía reprocharse nada y que era posible que se sintiera decepcionado por haber fracasado, pero que ese sentimiento se desvanecería. También le dije que sabía que estaba experimentando un sentimiento de autodesprecio, y que era importante que no reprimiera ese sentimiento y que debía permitirse tenerlo y reconocer que estaba ahí, pero sin apegarse a él. Toda esa vergüenza se debe al estigma social que hay en torno al suicidio, y que es realmente terrible. La Organización Mundial de la Salud estima que alrededor del 10% de la población mundial tiene pensamientos suicidas, ya sea temporales o crónicos. Estamos hablando de cientos de millones de personas, de una epidemia de ideas suicidas; quitarse la vida casi siempre se encuentra entre las diez primeras causas de muerte en los seres humanos. Y el mayor impedimento para ayudar a toda esa gente es el estigma que acompaña al suicidio.

P. ¿Y cómo se puede combatir ese estigma?

R. Hablando, manteniendo conversaciones como la que usted y yo estamos teniendo en este momento, charlas que permiten que la gente se dé cuenta de que no tiene por qué sentirse avergonzada, que tener pensamientos o llevar a cabo intentos de suicidio es algo que le puede ocurrir a cualquiera. Y a aquellos que ahora mismo están dándole vueltas a la idea de matarse, decirles que la mejor medicina es hablar de ello, hablar con alguien. Simplemente con charlar sobre el suicidio, tanto la vida de la persona que deseaba cometerlo como la de aquella que lo escucha estarán salvadas.

P. ¿Cómo surgió la idea de escribir este libro? Supongo que para usted ha debido de ser bastante doloroso escribirlo.

R. Todo empezó por un amigo mío editor de una revista, que me pidió que le escribiera un artículo largo. Yo no sabía de qué escribir, yo no soy de esas personas que hacen periodismo de investigación. Así que se me ocurrió que podía escribir sobre todo el tiempo que he pasado en unidades psiquiátricas de hospitales. Estaba ya enfrascado en ello cuando una persona próxima a mi amigo editor trató de quitarse la vida, y mi amigo me comentó entonces que se había percatado de que todas las veces que yo había estado ingresado en psiquiátricos había sido porque había tratado de quitarme la vida, cosa que es verdad. Me pidió que centrara mi artículo en el suicidio, y así lo hice. El artículo se publicó hace ya varios años, y yo empecé a recibir emails de personas de todo el mundo que me decían que habían estado buscando en Google cómo suicidarse y que mi artículo les había hecho cambiar de opinión. Fue una auténtica sorpresa, así que decidí que podía ser buena idea contar toda la historia y evitar que más personas se suicidaran.

Cuando en los medios de comunicación hay una discusión seria sobre el suicidio, baja la tasa de personas que se quitan la vida

P. No sé cómo será en Estados Unidos, pero en España durante años se ha evitado informar en los medios de comunicación sobre suicidios por miedo a que pudiera tener un efecto de contagio. ¿Hablar de suicidio se traduce en más suicidios?

R. Hay dos efectos en direcciones opuestas. Por un lado está el efecto Werther, así llamado por el protagonista de Las penas del joven Werther de Goethe, y que hace alusión a que si se romantiza y sensacionaliza el suicidio, particularmente si algún famoso se quita la vida, la tasa de personas que tratan de matarse siempre sube. Cuando por ejemplo Robin Williams se quitó la vida, en Estados Unidos hubo un pico de personas que se quitaron la vida o trataron de hacerlo. El efecto opuesto es el llamado efecto Papageno, como el personaje de La Flauta Mágica de Mozart. Sabemos por estudios estadísticos que cuando en los medios de comunicación hay una discusión seria sobre el suicidio, sobre sus causas, su prevalencia, la depresión, la ansiedad y todas las cosas que lo rodean, la tasa de suicidios baja. Usted y yo, solo por hablar como lo estamos haciendo en este momento, reducimos nuestras posibilidades de que tratemos de quitarnos la vida. Si hablamos de esta charla con las personas que nos rodean, también ellas serán menos propensas a intentar quitarse la vida. Y cuando esta entrevista se publique tendrá el efecto de reducir las posibilidades de suicidio entre las personas que la lean y sus allegados. Se trata de un efecto perfectamente documentado en la literatura sobre el suicidio.

P. ¿Se puede entonces prevenir el suicidio?

R. Creo que sí, que es posible. Hay un grupo llamado Zero Suicide (Suicidio Cero), del que formo parte, que considera que el suicidio se puede eliminar, igual que se han eliminado algunas enfermedades. Para mí, el paso crucial para lograr ese objetivo es mantener conversaciones como la que ahora estamos teniendo: sin vergüenza, sin estigma. Cuando hablas con alguien de que tienes pensamientos suicidas y ese alguien te escucha y te entiende, el dolor con el que cargas deja de ser tan pesado. Todo lo que hay que hacer es crear una pequeña grieta entre tener pensamientos suicidas y actuar para hacerlos realidad. En cuanto se abre esa grieta el dolor puede disminuir un poco, la presión se puede aliviar y puedes imaginar vivir un día más. Eso es lo único que hay que hacer, vivir un día más.

En la raíz de la inmensa mayoría de los suicidios se encuentra el pánico. Cuando entras en pánico, solo puedes ver una salida: el suicidio

P. Usted es profesor de Filosofía. ¿Qué nos enseñan los filósofos sobre el suicidio?

R. Los filósofos pueden ser de gran ayuda. Los estoicos son muy útiles, a pesar de que muchos estoicos se suicidaron, porque nos recuerdan que la puerta siempre está abierta, que uno siempre es libre de quitarse la vida. Y eso, como nos enseña Séneca, alivia mucha presión. En la raíz de la inmensa mayoría de los suicidios se encuentra el pánico, un pánico que puede ser fruto de una gran variedad de causas externas o internas. Cuando entras en pánico, sólo puedes ver una salida, el suicidio. Pero entonces hay que recordar que la puerta está siempre abierta, que siempre te puedes quitar la vida mañana en lugar de hoy, y entonces poco a poco vuelves a respirar y puedes salir a dar un paseo o a hablar con un amigo. Hay muchos filósofos que insisten en que el suicidio es un derecho que los seres humanos, al mismo tiempo que subrayan que junto a ese derecho debe estar el reconocimiento de que incluso las experiencias más dolorosas son temporales, que el sufrimiento pasará y las buenas experiencias volverán. Tener depresión es algo terrible, pero también es algo que puede cambiar, como cambian tantas cosas. Los filósofos son muy buenos en recordarnos eso y en subrayar que necesitamos personas sensibles que nos ayuden a hacer del mundo un lugar mejor. Muchas veces son esas personas hipersensibles, artísticas y muy frágiles las que intentan suicidarse. Y suelen ser las mismas personas en sintonía con otros seres humanos y con el deseo de ayudar a los demás. Cuanta más gente tengamos alrededor que quiera ayudar a otras personas, mejor estaremos.

P. A una persona a la que le asaltan pensamientos suicidas, ¿qué lectura le recomendaría?

R. Leer filosofía puede ayudar, pero hay unos filósofos mejores que otros, igual que hay poetas mejores que otros. Si alguien tiene pensamientos suicidas, le animo a leer al gran filósofo y poeta Rainer Maria Rilke. Leer a Rilke ayuda a los que sufren. Y también recomiendo leer a Miguel de Cervantes y a Dostoievski, dos autores que no tienen miedo a hablar del suicidio, y no tener miedo a hablar de ello ayuda. En prácticamente todos los libros de Dostoievski alguien se suicida, pero el modo en que lo plantea ayuda. ¿Sabe qué es lo primero que hacía el responsable de uno de los hospitales psiquiátricos más famosos de Estados Unidos con quienes habían tratado de suicidarse? Les hacía leer a Dostoievski. También Shakespeare habla constantemente en sus obras de suicidio, mostrando que no es la mejor solución a los problemas. Y, por supuesto, también recomiendo leer al filósofo rumano Emil Cioran, para quien el suicidio es un acto positivo, lo que ayuda a las personas con pensamientos suicidas a sentirse mejor y a saber que lo pueden posponer. También Nietzsche decía que la idea del suicidio le ayudó a pasar muchas noches solitarias y aterradoras.

P. ¿Y algún autor a evitar?

R. Si alguien se encuentra en un estado de vulnerabilidad mental debe evitar a aquellos poetas que se suicidaron, tiene que tratar de no pensar en esos héroes suyos que cometieron suicidio, así que no debe leer a Anne Sexton o a Sylvia Plath.

Si tiene pensamientos suicidas puede llamar al teléfono de la esperanza: 717 003 717

La primera vez fue cuando tenía 6 años: se lanzó a las ruedas de un autobús. Con 16, cuando su novia de entonces le plantó, se atiborró de somníferos, se atizó media botella de whisky y se tumbó desnudo en la nieve. Al año siguiente, con 17, lo intentó tirándose de un coche en marcha. Ya veinteañero se compró una pistola Glock 17, se metió varias rayas de cocaína, se introdujo el cañón del arma en la boca y a punto estuvo de apretar el gatillo. Después volvió a probar con una sobredosis de medicamentos. Y así, hasta diez intentos de suicidio, todos fallidos.

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