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Sylvia Plath no quería suicidarse: "Fue una mujer tenaz que luchó con uñas y dientes por vivir"
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'COMETA ROJO'

Sylvia Plath no quería suicidarse: "Fue una mujer tenaz que luchó con uñas y dientes por vivir"

Una nueva biografía desmonta tópicos sobre la escritora, revela nuevas posibles razones de su suicidio y destaca su aportación fundamental y revolucionaria a la poesía en lengua inglesa

Foto: Detalle del autorretrato de Sylvia Plath (1951).  (Cedida/Editorial Bamba)
Detalle del autorretrato de Sylvia Plath (1951). (Cedida/Editorial Bamba)

Sobre Sylvia Plath (Jamaica Plain, Boston, 1932-Primrose Hill, Londres, 1963) se han escrito muchas, muchísimas, biografías. Pero todas del mismo corte. Todas machaconamente centradas en sus problemas de depresión y de salud mental, todas hurgando hasta la saciedad en aquel día de hace seis décadas en que, con 30 años, metió la cabeza en el horno de la cocina de su casa en Londres, encendió el gas y se suicidó.

Lo clavó Hermione Lee, catedrática de Literatura Inglesa en Oxford y biógrafa de Virginia Wolf: “Las escritoras en cuyas vidas ha habido abusos, enfermedades mentales, autolesiones o suicidio a menudo son tratadas biográficamente más como víctimas o casos clínicos que como escritoras profesionales”. Una frase lapidaria que, sin duda, se ajusta a la perfección a Sylvia Plath.

placeholder Sylvia Plath el día de su graduación. (Cedida/Editorial Bamba))
Sylvia Plath el día de su graduación. (Cedida/Editorial Bamba))

Heather Clark, doctora en Filosofía Inglesa por la Universidad de Oxford y profesora universitaria de Poesía Contemporánea, estaba harta de todos esos clichés con los que tradicionalmente se ha abordado la figura de Plath.

“Siempre me ha molestado que no hubiera una buena biografía de Sylvia Plath, una biografía realmente completa y que la tratase seriamente como lo que es, una de las grandes escritoras del siglo XX”, nos cuenta por videollamada. “La mayoría de las biografías de Sylvia Plath la patologizan, se centran en sus problemas de salud mental y en su suicidio, muchas veces de un modo puramente sensacionalista. Sylvia Plath con frecuencia es más conocida por el modo en que murió que por su increíble poesía”.

Total, que Clark decidió ponerse ella misma manos a la obra y escribir una buena biografía sobre la escritora.

La biografía definitiva

El resultado es Cometa rojo. Arte incandescente y vida fugaz de Sylvia Plath (Bamba editorial). Un libro de más de 1.000 páginas fruto de siete años de trabajo, minucioso, lleno de detalles, profusamente documentado y repleto de material nuevo. Es la primera biografía de Sylvia Plath que incluye todas las cartas que se conservan de ella —incluyendo las 14 recientemente descubiertas que envió a su psiquiatra entre 1960 y 1963 y otras misivas también desconocidas hasta ahora—, sus diarios, agendas, poemas inéditos, atestados policiales, informes médicos…

Es la biografía definitiva sobre Plath, la que de una vez por todas la pone en su sitio.

placeholder 'Cometa rojo', la biografía de Sylvia Plath obra de Heather Clark.
'Cometa rojo', la biografía de Sylvia Plath obra de Heather Clark.

“Para mucha gente, Sylvia Plath es esa loca que metió la cabeza en el horno. Yo quería acabar con esa imagen y presentarla como lo que fue: una grandísima escritora”, enfatiza Clark.

Cometa rojo desmonta muchos tópicos sobre Plath. En lugar de mostrar a la escritora como alguien irrevocablemente abocado al suicidio, el retrato que emerge de sus páginas es el de una mujer tenaz que luchó con uñas y dientes por vivir. “Su arte era no sucumbir”, tal y como escribió su hija Frieda.

“Fue alguien que realmente luchó por vivir, algo que por lo general sorprende a la gente. Sylvia Plath fue una gigantesca fuerza de la naturaleza, alguien que no paraba de hacer cosas, que quería hacer de todo, desde cocinar y pintar a dar la vuelta al mundo. No era para nada la mujer pasiva que muchos piensan que fue. Era alguien que se quería comer el mundo y para quien escribir era lo más importante que había. Fue una mujer ambiciosa, con una voluntad de hierro y una enorme disciplina”, en palabras de Clark.

placeholder Heather Clark, profesora de Poesía Contemporánea y autora de la biografía de Sylvia Plath 'Cometa rojo'. (Carolyn Simpson)
Heather Clark, profesora de Poesía Contemporánea y autora de la biografía de Sylvia Plath 'Cometa rojo'. (Carolyn Simpson)

La depresión, es verdad, la acompañaba desde hacía tiempo. Aunque no a diario, solo durante algunos periodos. Pero, cuando la golpeaba, lo hacía con mucha fuerza. “Es algo con lo que sabía que tenía que lidiar y luchó para sobrellevarlo: acudió a psiquiatras, hizo todo lo que pudo para mantenerla a raya. Algunos de sus poemas sobre la depresión son bellísimos. Gran parte de su obra narra la depresión, pero también cómo resurgía después de ella”, señala la autora de Cometa rojo.

Es bien sabido que el matrimonio entre Sylvia Plath y el poeta inglés Ted Hughes acabó siendo un infierno. Es por todos conocido que él la abandonó y se largó con su amante, Assia Wevill, algo que a Plath le partió el alma. Pero ella, con su perseverancia característica, se empeñó en superarlo.

Cuando su marido, Ted Hughes, la dejó, trató de construirse una nueva vida, de hacer nuevos amigos

Después de que Hughes la abandonara, Sylvia Plath se mudó en diciembre de 1962 a la antigua casa en Primrose Hill (Londres) de Yeats, poeta al que admiraba profundamente. “Esto me traerá suerte”, escribió a su madre. “Iba a empezar de cero y sentía que la mudanza a la casa de Yeats llegaba en el momento ideal”, señala Clark. Pagó un año entero de alquiler por adelantado. “Cuando su marido la dejó, trató de construirse una nueva vida, de hacer nuevos amigos”, destaca la autora de Cometa rojo. En la última carta que Plath escribió, por ejemplo, a la doctora Ruth Beuscher, su psiquiatra en Estados Unidos, le manifestaba su voluntad de seguir adelante sin Hughes.

placeholder Ted Hughes y Sylvia Plath en Cambridge en 1957. (Cedida/Editorial Bamba)
Ted Hughes y Sylvia Plath en Cambridge en 1957. (Cedida/Editorial Bamba)

Pero la escritora también era consciente de que la depresión empezaba a acecharla de nuevo. Tenía a su cargo dos hijos muy pequeños, de tres y un año respectivamente; ejercía en la práctica de madre soltera, no tenía muchos amigos y encima aquel invierno fue el más frío que Inglaterra sufrió en un siglo. Y Sylvia Plath odiaba el frío. Pasó, de hecho, su luna de miel con Hughes en España y fantaseó con la posibilidad de trasladarse a ese país después de que él la dejara. “Cuando murió, estaba traduciendo algunos poemas de Lorca”, subraya Heather Clark.

La biógrafa deja caer la posibilidad de que Sylvia Plath sufriera una severa depresión posparto. “No lo sabemos, no lo sabremos nunca, pero yo al menos quería insinuarlo”, explica. “Es sabido que las personas que han sufrido anteriormente depresión son más proclives a padecer depresión posparto, y ese era el caso de Sylvia Plath. Además, en el 20% de los casos la depresión posparto puede persistir un año después de haber dado a luz”.

Los medicamentos que tomaba pudieron haber empeorado significativamente su salud mental y haberla empujado al suicidio

Clark también sugiere la posibilidad de que las pastillas contra la depresión que le habían prescrito a la escritora contribuyesen a hacerle tomar la decisión de suicidarse. “Es posible que los medicamentos que tomaba a principios de febrero (de 1963) y sus mal entendidas interacciones pudieron haber empeorado significativamente el estado de salud mental y haberla empujado al suicidio”, escribe Clark en Cometa rojo.

Y a eso se añade el terror de Sylvia Plath a que le pudiesen administrar nuevas sesiones de electroshock, como las que ya había recibido anteriormente (y sin anestesia) cuando en 1953 protagonizó otro intento de suicidio. “Le horrorizaba que la pudieran internar en un hospital mental británico, la idea le generaba absoluto pavor. Era consciente de que no iría a un hospital privado maravilloso para ricos, sino a una institución mental pública inglesa, de las que tenía una pésima opinión”, señala Clark.

placeholder Sylvia Plath con sus hijos Frieda y Nicholas en abril de 1962. (Cedida/Editorial Bamba)
Sylvia Plath con sus hijos Frieda y Nicholas en abril de 1962. (Cedida/Editorial Bamba)

De lo que sin embargo no tiene dudas es de que, una vez tomada la decisión de suicidarse, Plath iba en serio. Durante años, Hughes especuló con la idea de que Plath hubiese jugado a la ruleta rusa, que en realidad esperaba que la encontrasen viva y la salvasen. “No, no lo creo. El doctor Horder nunca creyó en esa teoría. Fue uno de los primeros en llegar a la casa y se percató del extremo cuidado que Sylvia había puesto en sellar la cocina. No, no quería ser salvada”.

¿Habría alcanzado Sylvia Plath la fama que logró si no se hubiera suicidado? Clark lo tiene clarísimo: “Creo que habría sido igual de famosa, pero su nombre no estaría ligado a su muerte. Sería una escritora respetada y no ensombrecida por su suicidio. Sería como Robert Lowell, un poeta que se enfrentó a la enfermedad mental, pero que es respetado como poeta”.

Hay que reconocer en ese sentido el inmenso trabajo que Ted Hughes hizo tras el suicidio de Sylvia Plath para dar a conocer su obra. “Era el poeta joven más famoso del Reino Unido, era una superstar, y se sentía culpable de la muerte de Plath. Fue él quien dio a conocer su obra. Sabía, por ejemplo, que sus últimos poemas eran los mejores que había escrito y que cambiarían el mundo de la poesía. Sabía que Sylvia era una genio. Incluso cuando la abandonó, siempre la respetó”, sentencia Clark.

Sylvia Plath era absolutamente brillante, una escritora revolucionaria que cambió la poesía en lengua inglesa

Hughes plantó a Sylvia Plath por Assia Wevill, una mujer con inquietudes literarias, casada con un poeta, que escribía para una agencia de publicidad y de una impactante belleza. También ella, como Sylvia Plath, sufría depresión; también ella intentó suicidarse (en su caso, varias veces) antes de conocer a Ted Hughes. “Assia siempre se sintió eclipsada por la figura Sylvia Plath, sobre todo después de su muerte. Todo eso alimentó su depresión”, indica Heather Clark.

En marzo de 1969, seis años después del suicidio de Sylvia Plath, Assia Wevill se quitó la vida junto a Shura, la hija de cuatro años que había tenido con Hughes. Al igual que Plath, se suicidó abriendo el gas del horno.

Poemas sobre temas tabúes

Pero, por encima de todo, en lo que más incide Cometa rojo es en la portentosa escritora que fue Sylvia Plath. "Contribuyó a cambiar la dirección de la poesía en inglés, tanto en estilo como en sustancia. Introdujo, por ejemplo, en sus poemas asuntos de los antes que ella nadie hablaba: el aborto, la ansiedad posparto, la maternidad entendida como algo duro, la enfermedad mental… Todos esos temas eran tabúes", destaca Clark. En 1961, Plath leyó en la BBC un poema sobre el aborto. "Fue algo increíble, como creo que lo seguiría siendo si ocurriera hoy en día".

En 1961, Plath leyó en la BBC un poema sobre el aborto. "Fue algo increíble, como creo que lo seguiría siendo si ocurriera hoy en día"

Pero también el estilo de Plath supuso una evolución. “Sus versos se hicieron cada vez más y más cortos, pero manteniendo un ritmo increíble. La suya es una voz absolutamente original y singular. Era brillante, una escritora revolucionaria que cambió la poesía en lengua inglesa. Hay que tomársela en serio como lo que fue: una de las grandes escritoras del siglo XX. No escritora mujer, no escritora con problemas de salud mental, no. Escritora a secas, sin ninguna etiqueta”.

Algo que la propia Plath sabía que no era nada fácil. Así se lo expresó en 1956 en una carta a su madre: “Cada día hay que ganarse el apelativo de escritor, una y otra vez, con gran esfuerzo”.

Por fin lo ha conseguido.

Sobre Sylvia Plath (Jamaica Plain, Boston, 1932-Primrose Hill, Londres, 1963) se han escrito muchas, muchísimas, biografías. Pero todas del mismo corte. Todas machaconamente centradas en sus problemas de depresión y de salud mental, todas hurgando hasta la saciedad en aquel día de hace seis décadas en que, con 30 años, metió la cabeza en el horno de la cocina de su casa en Londres, encendió el gas y se suicidó.