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Cuando Goethe obligó a los nazis a cambiar el nombre de un campo de concentración
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Cuando Goethe obligó a los nazis a cambiar el nombre de un campo de concentración

A los jerarcas de Hitler les dio vergüenza bautizar uno de sus reinos del horror con el nombre de Weimar, según una nueva biografía sobre el genio alemán

Foto: Goethe, en la campiña romana pintado por Tischbein.
Goethe, en la campiña romana pintado por Tischbein.

Los nazis tenían por costumbre designar sus campos de concentración con el nombre de la ciudad más cercana, por pura comodidad. Pero hay una notable excepción: Buchenwald (bosque de hayas en alemán).

Ese campo de concentración, uno de los más grandes creados por los nazis y donde el español Jorge Semprún estuvo encerrado dos años, fue bautizado así por erigirse en medio de un hayedo, sí. Pero, sobre todo, para no ensuciar el nombre de Johann Wolfgang von Goethe, el gran símbolo del espíritu y la cultura alemanes.

placeholder Grabado de la ciudad de Weimar.
Grabado de la ciudad de Weimar.

La ciudad más próxima al campo de Buchenwald es Weimar, la localidad en la que Goethe vivió la mayor parte de su existencia y en la que murió, donde ejerció durante décadas como ministro de Minas, Finanzas y Carreteras y donde fue director del Teatro de Weimar. Se trata de un pequeño enclave que a principios del siglo XIX, y junto con la vecina Jena, congregó en sus calles la mayor concentración de genios alemanes nunca vista en la historia de ese país.

Fue la propia Sociedad Cultural nazi de Weimar la que en su momento solicitó a las autoridades alemanas que se abstuvieran de utilizar el nombre de la ciudad ligada indisolublemente a Goethe para referirse a un recinto en el que poco después serían asesinadas al menos de 56.0000 personas, en el que 266.000 fueron obligadas a realizar trabajos forzados y donde se llevaron a cabo experimentos infames con homosexuales.

"Hasta los jerarcas nazis sintieron vergüenza de vincular la memoria de uno de sus mayores campos de concentración con el nombre de la ciudad de Goethe, la ciudad que gracias a él dio nombre al periodo que los alemanes consideran la edad de oro de sus letras, el llamado clasicismo de Weimar o Era de Goethe". Lo afirma la germanista y traductora Helena Cortés, profesora titular en la Universidad de Vigo y autora de Goethe. Vivir para ser inmortal, una nueva y magnífica biografía sobre el autor de Las penas del joven Werther que sale a la luz de la mano de la editorial Arpa.

placeholder Goethe, pintado por el artista Carl Wilhelm Kolbe (1759-1835).
Goethe, pintado por el artista Carl Wilhelm Kolbe (1759-1835).

Tras ser descartadas varias propuestas para designar al recinto, el propio Himmler tomó cartas en el asunto y decidió bautizarlo oficialmente como Campo de concentración Buchenwald, sección de Weimar.

Goethe, quien detestaba la violencia, estaba convencido de que solo la cultura puede salvar al hombre de la barbarie. "Puso toda su fe en el peso de la formación y de la erudición frente al compromiso y activismo político, siempre cambiante de signo, siempre violento y vil en última instancia. Pero se equivocaba. ¿Qué habría dicho de haber sabido que en la ladera norte del Ettersberg, en la colina que corona a la pequeña ciudad de Weimar, se alzaría un lugar tan siniestro como el campo de Buchenwald?", se pregunta Cortés. "La cultura es efectivamente lo único que nos puede salvar de la atrocidad, pero no siempre funciona".

Goethe (1749-1832) es el último genio universal de Occidente. Fue sin duda el escritor más famoso de su tiempo, tan solo Lord Byron podía aspirar a hacerle algo de sombra. Además, supo desde muy joven que alcanzaría la inmortalidad, desde que en 1774, con 25 añitos, escribiera Las penas del joven Werther y esa novela epistolar se convirtiera en un bombazo, en uno de los grandes best sellers de su tiempo. El propio Napoleón se jactaba de haber leído el libro no menos de siete veces.

La creación de un mito

"Goethe cinceló su memoria como una verdadera obra de arte, cultivó su propia leyenda y se esforzó por hacer todo lo necesario para elevarse hasta las alturas de la Historia con mayúscula. Se puede afirmar que Goethe es uno de los pocos grandes hombres que se fue de este mundo sabiendo a ciencia cierta que había conseguido la inmortalidad", destaca Cortés.

Goethe sería luego aún más aplaudido como poeta, aunque sus dotes como dramaturgo (en especial por Fausto) también le granjearon un inmenso reconocimiento. Junto con Cervantes, Shakespeare y Dante, está considerado uno de los grandes pesos pesados de la cultura europea. Ya en Finnegas Wake, James Joyce se refería al triunvirato formado por el italiano, el alemán y el inglés como Daunty, Gouty y Shopkeeper.

"Cada palabra que Goethe decía, cada reflexión que salía de su boca, cada gesto que realizaba desencadenaban una enorme atención y eran debidamente registrados con los medios que existían entonces. Conoció en vida una fama realmente extraordinaria. Reyes, ministros, escritores y todo tipo de personas acudían a Weimar a saludarlo", subraya Helena Cortés. Y a eso se añade que Goethe iba muy sobrado. Hablaba muchas lenguas y es probable que fuera superdotado. Era alguien muy seguro de sí mismo y de su valía, nunca fue lo que se dice una persona humilde. Dotado de una curiosidad inagotable, todo lo interesaba, todo llamaba su atención. Eso explica que, además de escribir, dedicara mucho tiempo a la naturaleza y realizar estudios científicos, sobre todo de óptica, química, botánica y geología (sus investigaciones en ese último campo han sido reconocidas bautizando con el nombre de goethita a un óxido de hierro monohidratado). Era además un aceptable pintor y un buen dibujante.

Varios colectivos feministas han señalado a Goethe y a su poema 'Heindenröslein', en el que algunos ven el blanqueamiento de una violación

Profusamente mentado (aunque muchas de las citas que se le atribuyen son apócrifas), Goethe, sin embargo, se lee poco en la actualidad, cuesta de hecho encontrar algunas de sus obras. Está en un pedestal tan alto que eso probablemente genere temor y eche para atrás a muchas personas. Y, aunque varios de sus libros se están retraduciendo con criterios más rigurosos y modernos, tampoco ayudan algunas traducciones que han envejecido mal.

placeholder Portada de 'Goethe. Vivir para ser inmortal', la biografía del genio alemán escrita por Helena Cortés.
Portada de 'Goethe. Vivir para ser inmortal', la biografía del genio alemán escrita por Helena Cortés.

Pero si bien durante todo el siglo XIX y principios del XX fue idolatrado como un dios, en los últimos años Goethe ha empezado a ser apeado de su pedestal y a ser objeto de numerosas chanzas y parodias. Ahí está, por ejemplo, la película alemana de 2013 con tintes de comedia Fuck ju Göhte, con el apellido del gran hombre mal escrito, toma irreverencia. "Es normal, tocaba bajarlo del pedestal", considera Cortés. Y también en los últimos años, y al cobijo del MeToo, varios colectivos feministas han señalado con el dedo tanto la relación de Goethe con las mujeres como su poema Heindenröslein, en el que algunos han querido ver el blanqueamiento de una violación. "Algo que para nada es así", sentencia la autora de Goethe. Vivir para ser inmortal.

La propia biografía sobre el autor alemán que ha escrito Helena Cortés ayuda a desmitificar a Goethe y a hacerlo más humano. Revela, por ejemplo, cómo Goethe no solo era un hipocondríaco profundo, sino que tenía un miedo patológico a la muerte. Su aversión a esta era tan enorme que ni siquiera se acercó al lecho de su mujer en los últimos días, a pesar de vivir ambos en la misma casa. No quiso tampoco verla muerta, ni acudió a su entierro ni a su funeral. Y cuando murió Carl August, duque de Weimar, su gran amigo y protector, abandonó precipitadamente la ciudad para evitar tener que asistir a sus exequias. También se quitó de en medio cuando pasó a mejor vida su antes tan amada Charlotte von Stein, cuando lo hizo la duquesa regente Anna Amalia y cuando le llegó el turno a su querido amigo Schiller.

Rey del escapismo

Pero el escapismo de Goethe no se limitaba solo a la muerte. Su fama se hizo en un momento tan asfixiante para él que decidió huir a Italia, a donde viajó además con nombre falso. "Existe en Goethe una inhibición patológica a todas las ataduras y situaciones incómodas", subraya Helena Cortés. En ese sentido, no es casualidad que rompiera la mayoría de sus relaciones sentimentales en cuanto oliera que había llegado el momento de comprometerse. Aunque también hay que reconocer que fue alguien que no se atuvo a las convenciones sociales. Una prueba: estuvo 18 años conviviendo sin casarse con Christiane Vulpius, con quien tuvo a su único hijo. Y cuando finalmente decidió casarse con ella, todavía fue más escandaloso, porque no era alguien de su mismo rango.

Pero Goethe. Vivir para ser inmortal no es el único libro sobre el gigante alemán que estos días se encuentra en el estante de novedades. Ahí está también Goethe y la experiencia de la naturaleza (Ariel), de Stefan Bollmann, un ensayo que explora a lo largo de más de 500 páginas la visión goethiana del mundo natural. Y, con Goethe más de refilón, tenemos asimismo El laboratorio de la naturaleza. La montaña y la imagen del mundo desde el Renacimiento al Romanticismo, firmado por Paola Giacomoni y publicado por la editorial Punto de Vista, y Magníficos rebeldes: los primeros románticos y la invención del yo (Taurus), de Andrea Wulf. A los que se suma la publicación hace unos meses de las extraordinarias Conversaciones con Goethe (Athenaica) de Johann Peter Eckermann, con la traducción que Francisco Ayala hizo desde su exilio americano.

La biografía de Helena Cortés, rigurosísima, pero muy entretenida de leer, incluye además diez guías de lectura para ayudar a los lectores a acercarse a las obras del genio alemán. "Pero la mejor obra de Goethe fue él mismo", sentencia la germanista.

Los nazis tenían por costumbre designar sus campos de concentración con el nombre de la ciudad más cercana, por pura comodidad. Pero hay una notable excepción: Buchenwald (bosque de hayas en alemán).

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