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'El pacto': vender tu alma al diablo nunca fue una buena idea
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'El pacto': vender tu alma al diablo nunca fue una buena idea

Comentaban un grupo de periodistas de cine recientemente que Belén Rueda ha instaurado en sí misma un género cinematográfico: el terror fantástico de cartel con foto...

Foto: Belén Rueda protagoniza 'El Pacto', la película de terror del director catalán David Victori. (Sony)
Belén Rueda protagoniza 'El Pacto', la película de terror del director catalán David Victori. (Sony)

Una mujer de clase media-alta, bien vestida, se cuela en un polígono de extrarradio en plena noche. A sus ojos de clase pudiente, todo es hostil, potencialmente peligroso: la furgoneta destartalada aparcada en la esquina, el ruido mecánico de una nave industrial, el fulgor rojizo que mancha el pasamanos herrumbroso de unas escaleras metálicas. Sin embargo, la mujer, que antes se había mostrado aprensiva y maniática, ahora está dispuesta a lanzarse a porta gayola ante cualquier humano, bestia o quimera diabólica con la fuerza sobrehumana que le da el miedo, el miedo a dejar ir, a la pérdida de lo más querido: su hija. El dilema se presenta cuando, para evitar el sacrificio del ser querido, uno mismo debe convertirse en la bestia. "Hasta los monstruos son de aspecto agradable en el sitio donde buscamos a la mujer amada", que escribió Goethe. Y de 'Fausto' bebe mucho —algo— 'El pacto'. Pero hacer un pacto con el diablo nunca fue una buena idea.

Esa mujer de clase media-alta es Mónica, interpretada por Belén Rueda, que ya ha instaurado un género en sí misma: el cine de terror español de "presente gótico", como acuñó el crítico Jordi Costa. En 'El pacto' el chalet minimalista de la urbanización en las afueras sustituye al ucrónico caserón victoriano, pero la espina dorsal no está enterrada muy lejos: Rueda en un papel de madre atormentada se enfrenta a una serie de sucesos paranormales enraizados en el pasado más o menos lejano, que implican muertes extrañas, una sobresaturación de elementos simbólicos y una imagen bañada en un verde musgoso evocador de grandes éxitos pasados del cine de género patrio. De nuevo, el miedo a dejar ir.

placeholder Belén Rueda en un momento de 'El pacto'. (Sony)
Belén Rueda en un momento de 'El pacto'. (Sony)

La pérdida de un hijo se siente, dicen, como las entrañas en carne viva. Un dolor insoportable al que no quiere volver a enfrentarse el personaje de Rueda cuando su hija Clara (Mireia Oriol) sufre un coma hipoglucémico y está a punto de morir. Desde el incidente, Mónica se ha convertido en una madre hípercontroladora e hipocondríaca que ha convertido el bienestar de su hija en el epicentro de su existencia, hasta el punto de dinamitar su matrimonio con Álex (Darío Grandinetti). Y con Clara, que en plena efervescencia adolescente siente la preocupación constante de su madre como una imposición asfixiante, la relación no es mucho mejor. Como ya apuntó 'Arkangel', el excelente capítulo de la serie 'Black Mirror', una excesiva tensión centrípeta puede romper el cordón umbilical.

Una mujer se suicida y Clara aparece en un descampado en un coma irreversible; al parecer, ambos sucesos están conectados

Como también puede romper la tensión cinematográfica una trama innecesariamente imbricada y opaca, como es el caso de 'El pacto', la ópera prima del director manresano David Victori. Es en una noche lluviosa en la que Álex, que trabaja como inspector de policía, acude a levantar el atestado del aparente suicidio de una mujer, cuando el elemento paranormal hace acto de presencia: la suicida, dentro de la bolsa del cadáver y después de haber caído de una altura imposible, vuelve repentinamente a la vida. Por otro lado, al día siguiente y para desesperación de Mónica y Álex, Clara aparece en un descampado en un coma —irreversible según los médicos—. Y, al parecer, ambos sucesos están conectados.

placeholder Mireia Oriol es Clara en 'El pacto'. (Sony)
Mireia Oriol es Clara en 'El pacto'. (Sony)
placeholder Cartel de 'El pacto'
Cartel de 'El pacto'

A partir de este momento, Victori va tejiendo una tela de araña con elementos reales y sobrenaturales que va adentrando a la familia protagonista en un descenso hacia los infiernos para salvar la vida de Clara. Sin embargo, la intención obcecada por parte del director de envolver la trama en un halo de misterio —personajes lynchianos que deambulan, espacios y momentos entre el sueño y la vigilia, alegorías más y menos sutiles— hace que la narración acabe siendo embrollada e inverosímil y que el desenlace —ciertamente tramposo, por contradictorio— se acoja con bastante escepticismo. Y aunque el relato no acaba de funcionar, el director propone un trabajo de cámara original y virguero y consigue, sobre todo, sugestionar con un ambiente y un ritmo envolvente, casi de duermevela.

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Aun así, también supone un problema la necesidad del director de salvar al personaje de Belén Rueda —como protagonista tiene que generar empatía— de entregarse completamente a la absoluta inmoralidad y de mancharse las manos de sangre, lo que acaba obligando al guión a recurrir a las estratagemas más peregrinas para justificar los actos de Mónica. El personaje de Rueda, que es el que soporta el mayor peso de 'El pacto', se queda en un terreno ceniciento en el que ni genera la empatía necesaria de la madre coraje ni se inmola espiritualmente para salvar a su hija. 'El pacto' prefiere ser un juego de trileros, de falsos espejos, que entrar de lleno en el tema que propone: ¿la vida de un ser querido vale más que la de un desconocido? Y tan malo puede ser no dejar ir como no dejarse llevar.

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Una mujer de clase media-alta, bien vestida, se cuela en un polígono de extrarradio en plena noche. A sus ojos de clase pudiente, todo es hostil, potencialmente peligroso: la furgoneta destartalada aparcada en la esquina, el ruido mecánico de una nave industrial, el fulgor rojizo que mancha el pasamanos herrumbroso de unas escaleras metálicas. Sin embargo, la mujer, que antes se había mostrado aprensiva y maniática, ahora está dispuesta a lanzarse a porta gayola ante cualquier humano, bestia o quimera diabólica con la fuerza sobrehumana que le da el miedo, el miedo a dejar ir, a la pérdida de lo más querido: su hija. El dilema se presenta cuando, para evitar el sacrificio del ser querido, uno mismo debe convertirse en la bestia. "Hasta los monstruos son de aspecto agradable en el sitio donde buscamos a la mujer amada", que escribió Goethe. Y de 'Fausto' bebe mucho —algo— 'El pacto'. Pero hacer un pacto con el diablo nunca fue una buena idea.

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