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Landa y Stephens: así arrebataron la ciudad maya de Copán a la selva con tres siglos de diferencia
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LA AVENTURA DE LA ARQUEOLOGÍA III

Landa y Stephens: así arrebataron la ciudad maya de Copán a la selva con tres siglos de diferencia

El misionero español ya dejó en el siglo XVI constancia escrita de la existencia de esa urbe precolombina, misteriosamente abandonada y redescubierta en el XIX por el abogado y aventurero estadounidense

Foto: 'Edificio Piramidal y Fragmento de Escultura en Copán', dibujo de Frederick Catherwood.
'Edificio Piramidal y Fragmento de Escultura en Copán', dibujo de Frederick Catherwood.

El 15 de agosto de 1511, hace ahora justo 512 años, una carabela comandada por Juan de Valdivia, y que había sido enviado el gobernador de Cuba Diego Velazquez desde Santo Domingo, se topó con una tormenta cerca de la isla de Jamaica y naufragó tras golpear sus bajos en los arrecifes de Víboras, lo que le hizo perder a toda la tripulación salvo a 20 desdichados hombres —incluyendo a Valdivia— que esquivaron la muerte en un pequeño batel sin velas. Después de 13 días a la deriva y muertos de hambre, “llegaron a la costa de Yucatán, a una provincia que llaman de la Maya, de la cual la lengua de Yucatán se llama mayathan, que quiere decir 'lengua de maya'…”, escribió el misionero Diego de Landa en 1566 en su Relación de las cosas de Yucatán.

300 años después, en 1839, un abogado de Nueva York llamado John Lloyd Stephens, convertido en inesperado embajador de EEUU en Honduras, se adentró en compañía del dibujante inglés Frederick Catherwood en la jungla del actual Honduras, muy cerca de Yucatán. Para esa incursión, se guiaron por las descripciones de unas ruinas en Copán con las que se habría topado en 1834 el coronel Juan de Galindo, quien no las había estudiado en profundidad inmerso como estaba en la guerra civil hondureña entre Morazán —al que apoyaba— y Rafael Carrera.

placeholder Retrato de Diego de Landa. (Wikipedia)
Retrato de Diego de Landa. (Wikipedia)

Así, cubiertos de arañazos, hasta arriba de barro, sin apenas luz del sol por el espeso follaje y devorados por los mosquitos —como antes lo fueran los españoles guiados por Hernán Cortés o Ulloa—, no creían poder encontrar nada reseñable cerca de Copán: “Tengo que confesar que ambos, Catherwood y yo, dudábamos un poco y nos acercábamos a Copán con esperanzas vagas, sin la seguridad de hallar maravillas”. Hasta que, en mitad de esa selva virgen, en donde parecía imposible encontrar nada, surgió un “muro formado por bloques de piedra, con una escalinata que conducía a una gran terraza, tan cubierta de vegetación que era imposible calcular su superficie”, según la descripción que hace David W. Ceram en Dioses, tumbas y sabios.

¿La población local no conocía nada de aquellas ruinas? ¿Cómo era posible que hubiera desaparecido una ciudad entera tragada por la jungla? ¿No habían estado allí los conquistadores españoles apenas 300 años antes, una nimiedad en términos arqueológicos? Lloyd Stephens no era un novato: había estado en Oriente y había visitado sus ruinas. En Copán no había que excavar, aunque sus pirámides escalonadas hubieran sido completamente cubiertas por la vegetación. Pero había escogido el peor momento para investigar aquellas ruinas: “Eran los años terribles en que Centroamérica se debatía en larga guerra civil que culminó con la derrota de Morazán —el reformador liberal— y con el triunfo del partido que encumbró al analfabeto Rafael Carrera”, sentencia Rafael Heliodoro Valle en John Lloyd Stephens y su libro extraordinario.

placeholder Retrato de John Lloyd Stephens. (Wikipedia)
Retrato de John Lloyd Stephens. (Wikipedia)

El propio Stephens explicaría en su crónica posterior: “El verbo matar con todas sus inflexiones sonaba tanto en mis oídos que me ponía nervioso”. Era la época inicial y romántica de la arqueología, de los aventureros en busca de civilizaciones descubiertas y olvidadas de nuevo. Era, quizás, el mayor problema para Stephens y Catherwood, más aún que las enormes dificultades de un país en guerra: en apenas tres siglos, se habían perdido muchas de las referencias de los exploradores españoles quienes, a diferencia de Layard, Botta o Koldewey, se encontraron con la civilización maya viva y no enterrada por la arena y el barro 3.000 años después, como fue el caso de Nínive o Babilonia… Además, la primera fue destruida y saqueada por sus enemigos. ¿Cuál era la razón para que en cambio Copán hubiera sido abandonado? Y, sobre todo: ¿a quién pertenecían las ruinas de esa cultura?

Entre los muros y las terrazas cubiertos por la maleza, Stephens y Catherwood encontraron un enorme pilar cuadrangular, completamente cubierto de relieves, de unos 3,90 metros de altura, 1,20 de ancho y 0,90 de grosor. “Se distinguía un relieve muy acusado, un rostro que reflejaba severa solemnidad a la vez que parecía inspirar terror, además de los enigmáticos jeroglíficos”.

Pronto encontraron tres, cuatro más, y así hasta 14. Era, pues, la obra de una civilización, y todo era hasta cierto punto un misterio. Evidentemente, Stephens desconocía el relato del obispo de Yucatán, Diego de Landa, escrito alrededor de 1566, en el que se explicaba el primer encuentro con los mayas y en el que incluso se esbozaba un alfabeto que descifraba esos misteriosos jeroglíficos hallados en la jungla. Su crónica Relación de las cosas del Yucatán se encontraba, a su vez, perdida, aunque no entre la maleza, sino en los estantes de la Biblioteca Nacional de Madrid

placeholder Pirámide en el parque arqueológico de Copán, en Honduras. (EFE/Gustavo Amador)
Pirámide en el parque arqueológico de Copán, en Honduras. (EFE/Gustavo Amador)

En sus páginas, Landa continuaba dando cuenta de las desventuras de Valdivia y sus hombres naufragados en Yucatán en 1511, es decir, seis años antes de lo que los propios españoles considerarían el descubrimiento de la península y de la cultura maya: “La pobre gente vino a manos de un mal cacique, el cual sacrificó a Valdivia y a otros cuatro a sus ídolos y después hizo banquetes [con la carne] de ellos a la gente, y que dejó para engordar a Aguilar y a Guerrero y a otros cinco o seis, los cuales quebrantaron la prisión y huyeron por unos montes. Y que dieron con otro señor enemigo del primero y más piadoso, el cual se sirvió de ellos como de esclavos…”.

El cronista se refería a Gerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, los dos españoles en establecer por primera vez contacto con los mayas del Yucatán y con quienes pasarían ocho años, aprendiendo por fuerza su lengua. Guerrero acabó a las órdenes de un cacique llamado Nanchacán enseñando a los indios técnicas de combate —haciendo honor a su apellido—, se casó con una importante india de allí y adoptó sus costumbres, mientras que Aguilar también aprendió la lengua y permaneció como esclavo.

Llegada a Yucatán

En 1517, una expedición de Francisco Hernández de Córdoba registraría por fin la península de Yucatán después de llegar a la punta de Cotoch en busca de esclavos. “En Campeche hallaron un edificio dentro de la mar, cerca de tierra, cuadrado y gradado todo, y que en lo alto estaba un ídolo con dos fieros animales que le comían las ijadas, y una sierpe larga y gorda de piedra que se tragaba un león; y que los animales estaban llenos de sangre de los sacrificios”, asegura landa en su relato. Hernández de Córdoba batalló con los mayas y, a su regreso, las noticias del Yucatán llegarían a oídos de Hernán Cortés, quien emprendería su propia expedición dos años más tarde —desobedeciendo las órdenes de Diego Velázquez— en la que acabaría siendo la conquista de México.

Fue precisamente Hernán Cortés quién tuvo noticias de algunos “hombres barbados” al desembarcar en Yucatán, por lo que hizo gestiones para liberarlos que tuvieron éxito: “Aguilar, recibida la carta, atravesó en una canoa el canal entre Yucatán y Cuzmil y que viéndole los de la armada fueron a ver quién era; y que Aguilar les preguntó si eran cristianos y respondiéndole que sí, y españoles, lloró de placer y puestas las rodillas en tierra dio gracias a Dios y preguntó a los españoles si era miércoles…”.

Aguilar ejercería de intérprete como la india Malinalli, lo que sería clave para la conquista. Durante esos años, los exploradores españoles recuperaron, además, los códices mayas como el Trocortesiano o de Madrid, que envió Hernán Cortés y que estuvo oculto durante algunos siglos entre colecciones privadas hasta que, en la época crucial del inicio de los estudios mesoamericanos, a mitad del siglo XIX, fueron recopilados a su vez por la Real Academia de la Historia y conservados en la Biblioteca Nacional.

placeholder Dibujo de Frederick Catherwood de las ruinas de Las Monjas. (Chichén Itzá)
Dibujo de Frederick Catherwood de las ruinas de Las Monjas. (Chichén Itzá)

En resumidas cuentas: una civilización había encontrado a una extinta de la antigüedad, equivalente a la de Egipto, pero mucho más moderna, ya que databa del siglo V. Los españoles habían encontrado a los mayas, pero, en cambio, la ciudad de Copán había sido abandonada al menos entre los siglos VIII y IX, cuando en 1576 la descubrió Diego García de Palacio, según la descripción de Guatemala que envió a Felipe II. Tras la cristianización del Imperio español, algunas de sus características se perdieron, aunque antes Diego de Landa y otros registraron sus hallazgos más tempranos en crónicas que a su vez cogieron polvo durante otros tantos siglos.

Después de García de Palacio, las ruinas se mencionan de nuevo en 1771 al rey Carlos III. Copán había sido descubierto y olvidado en realidad varias veces, y cubierta siempre por la jungla, hasta el momento crucial de mediados del siglo XIX, cuando Galindo, Waldeweck y, sobre todo, John Lloyd Stephens la sacan de su letargo. Tal y como explica Rafael Heliodoro Valle: “Stephens es el arqueólogo que advierte el esquema de la ciudad extinta, alza del polvo y libra de la intemperie los rostros de los dioses y de los hombres abolidos, y las columnas, muros y estelas sumergidos en el caos del trópico”.

En efecto, tras el hallazgo Stephens, a diferencia del resto, no solo da cuenta del lugar, sino que compra el terreno —por 50 dólares— a su propietario, José María de Acevedo; estudia profundamente el lugar, y, junto a los delicados dibujos de Catherwood, publica en 1842 Incidentes de viaje en América Central, Chiapas y Yucatán, disparando el interés por los estudios de la América precolombina.

El libro de Landa no emergió hasta que el abate belga Charles Brasseur de Bourbourg localizó en Madrid en 1863 los fragmentos

Pero el libro de Landa con la descripción del Yucatán, su alfabeto y los códices mayas tardaría aún algún tiempo en emerger. No fue hasta que el abate belga Charles Brasseur de Bourbourg localizó en Madrid en 1863 los fragmentos que actualmente conocemos como Relación de las cosas de Yucatán, escritos por fray Diego de Landa y donde se encuentra el ahora famoso alfabeto maya, así como su explicación sobre el calendario y las vicisitudes de los primeros encuentros de los españoles con los mayas. Algunos años más tarde, entre 1869-1870, Charles Brasseur Bourbourg publicó, además, la sección conocida como Códice Troano, continuando el estudio del alfabeto que 300 años antes había intentado el obispo. El alfabeto de Landa no era, sin embargo, exactamente una piedra de Roseta, como pensó inicialmente Bourbourg. A partir de los estudios del belga, las investigaciones seguirían hasta el desciframiento final del alfabeto por el ruso Yuri Knorozov en 1952.

placeholder Escultura en la zona arqueológica Chaac en Kabah en Mérida, en el estado de Yucatán (México). (EFE/Martha López)
Escultura en la zona arqueológica Chaac en Kabah en Mérida, en el estado de Yucatán (México). (EFE/Martha López)

A Landa se le había acusado con los años de haber destruido partes de los códices y de decapitar la cultura maya, algo que rebatiría el propio Knorozov: “Gracias a la política de los misioneros dirigida a conservar la comunidad indígena, los mayas yucatecos lograron conservar en gran medida su integridad cultural y tradicional. El franciscano Diego de Landa, no sólo nos dejó una descripción inapreciable de la antigua cultura y la clave para la lectura de los textos jeroglíficos. Además él logró a costa de increíbles esfuerzos, hacer todo lo posible para salvar a los portadores de esta cultura de la degradación y el exterminio físico”, escribió Knorozov en Diego de Landa como fundador del Estudio de la cultura maya.

Diego de Landa y Lloyd Stephens, junto a otros exploradores, habían sacado con tres siglos de diferencia a las ciudades mayas de su letargo, atrapadas en la jungla, pero ¿por qué habían sido abandonadas? Las teorías se han sucedido con los años sin que exista un consenso claro sobre ello: epidemias, sequías, rebeliones, rendimientos agrícolas escasos… Conocían con precisión el calendario, pero lo cierto es que, en cambio, no habían desarrollado la rueda.

El 15 de agosto de 1511, hace ahora justo 512 años, una carabela comandada por Juan de Valdivia, y que había sido enviado el gobernador de Cuba Diego Velazquez desde Santo Domingo, se topó con una tormenta cerca de la isla de Jamaica y naufragó tras golpear sus bajos en los arrecifes de Víboras, lo que le hizo perder a toda la tripulación salvo a 20 desdichados hombres —incluyendo a Valdivia— que esquivaron la muerte en un pequeño batel sin velas. Después de 13 días a la deriva y muertos de hambre, “llegaron a la costa de Yucatán, a una provincia que llaman de la Maya, de la cual la lengua de Yucatán se llama mayathan, que quiere decir 'lengua de maya'…”, escribió el misionero Diego de Landa en 1566 en su Relación de las cosas de Yucatán.

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