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'Barbie', 'Oppenheimer', 'Babylon': ¿quién entiende a Hollywood?
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'Barbie', 'Oppenheimer', 'Babylon': ¿quién entiende a Hollywood?

Es impresionante ver cómo una muchacha que descubrió antes de ayer el feminismo acaba hoy vestida como una muñeca bobísima

Foto: Fotograma de Barbie.
Fotograma de Barbie.

El blanqueamiento del fascismo me ha inquietado menos que el blanqueamiento de la muñeca Barbie. Ahora la muñeca Barbie es una de las nuestras. La película sobre el mundo Barbie está llenando salas por todo el mundo, pero principalmente está consiguiendo que un determinado modelo de mujer se imponga hoy con menor resistencia que en décadas pasadas. La muñeca Barbie siempre fue un asco. Representaba un ideal de belleza decorativa, inalcanzable y superficial. La muñeca Barbie era también la muñeca más cara, y regalársela a tus hijas te colocaba en la cúspide de la pirámide social. Cuando Naomi Wolf analiza el mito de la belleza en su libro homónimo, sitúa la capitalización del cuerpo de las mujeres a mediados de siglo XX, con su incorporación al mercado laboral y la sobreabundancia de revistas doctrinales como Vogue. Había que estar guapa. Había que estar muy guapa. La muñeca Barbie llegó justo en ese momento, a finales de los años 50, para saber a qué nos referíamos con estar realmente guapa. Estar guapa no podía distinguirse de vivir en entornos privilegiados.

La película de Greta Gerwig no he podido verla porque están todas las entradas vendidas en todas las sesiones todos los días a chicas que van al cine vestidas de rosa sensual. La película Barbie ha sacado la barbie que todas llevaban dentro, podríamos decir, lo cual casa mal con cinco o diez años donde el feminismo parecía estar sacando cosas más dignas del interior de las mujeres. Es impresionante ver cómo una muchacha que descubrió antes de ayer el feminismo acaba hoy vestida como una muñeca bobísima de los años 50. Cuando se hizo una película sobre la escritora Shirley Jackson, no fueron a verla miles de mujeres jóvenes, y desde luego no con un manuscrito debajo del brazo.

Es impresionante ver cómo una muchacha que descubrió antes de ayer el feminismo acaba hoy vestida como una muñeca bobísima de los 50

El blanqueamiento de Barbie es como si hacen una película sobre los nazis (El hundimiento nos valdría) y la gente fuera a verla disfrazada de Hitler, Goebbels y Göring. Sonrientes. Con esvásticas. Disfrazarse siempre es divertido. Pero quizá conviene saber de qué te disfrazas.

Vi a este público rosa y barbitúrico al acudir a una proyección de Oppenheimer. Tanto Barbie como la película de Nolan llevan todo un año haciéndote creer que necesitas verlas. Ha sido la campaña promocional paralela más impresionante de todos los tiempos. No sabe uno por qué.

Foto: 'Pop up' del café de Barbie en Nueva York. (Reuters/Brendan McDermid)

El caso es que abandoné Oppenheimer a la hora y cuarto. Es una mala película. Parece buena porque llevamos doce meses anticipando una obra maestra, y el cine es caro, y la voluntad débil: es difícil mirar las imágenes sin sentir que estás ante un acontecimiento, sin suponer que es problema tuyo que la película te aburra o te parezca ridícula. Tanta promoción, tantos carteles, tantos átomos no pueden ser mal cine.

Miraba a los lados (la sala llena) para ver las caras de la gente. No parecían espectadores, sino feligreses. Si la proyección se hubiera estropeado y, por ejemplo, durante quince minutos la pantalla hubiera aparecido en negro, pero el audio siguiera funcionando, nadie hubiera protestado. Nadie hubiera movido un músculo, de hecho. Sea lo que sea lo que salga ahí delante, se asume como sagrado. Escenas breves y fallidas donde ni la trama ni los personajes avanzan; insidiosa música de fondo en todos los planos; un Oppenheimer mítico no porque sea Oppenheimer, sino porque lo filma Nolan. La gente se aburría devotamente.

Tanto Barbie como la película de Nolan llevan un año haciéndote creer que necesitas verlas

Me impresionó el modo de ligar en la película: dos frases y a la cama. Florence Pugh es la peor actriz del mundo. Emily Blunt habrá rechazado papeles mejores por decenas. Ambas necesitan únicamente medio minuto de una película que dura más de 180 para enamorarse del científico. Él les dice que dos más dos son cuatro, o que la lluvia cae en forma de gotas, y enloquecen. ¡Es un genio! Resulta tan ridículo que hasta una muñeca Barbie tirada en medio de una deflagración atómica tiene más entidad como personaje que ellas. Siempre son expresivas las muñecas en medio de la devastación.

Luego en casa vi Babylon (PrimeVideo), que la prensa cultural española (o el runrún que me llegó de aquí y de allá) consiguió que no viera en las salas. Esto me ha desazonado mucho. Desde el primer momento, la película es apasionante, con tres o cuatro secuencias gloriosas: luchar contra una serpiente en el desierto, un actor que asume su declive, llorar las lágrimas justas en el set de rodaje... La película fue un fracaso y muchos se burlaron de su fracaso. Margot Robbie no la nominaron al Oscar por drogarse y llorar como sí la nominarán por hacer de trozo de plástico. Es como una película que no le gustó a nadie y hay que enterrar por completo.

Esto es incomprensible. La elegía cinematográfica que ha escrito y dirigido Damien Chazelle es de primer orden. Tiene algo de Érase una vez en… Hollywood escrita por una buena persona. También es como Cinema Paradiso con orgías. Pero esto me da un poco igual.

Se nota que Chazelle quiere contar esas historias. Barbie solo quiere vender más muñecas bobas; Oppenheimer no sé lo que quiere

Lo que me fascina es que, bien avanzada la película, eché cuentas. Como Babylon es estupenda, no le ve uno lo primero de todo el cálculo de la diversidad. Pero, como les digo, en un momento dado recapitulé: Babylon la protagoniza un inmigrante mexicano; salen negros, los músicos, y la historia de un trompetista negro que no es lo suficientemente negro y hay que pintarle la cara más negra aún; sale una mujer directora, en los años veinte, totalmente asentada e imprescindible como profesional; sale una mujer asiática fascinante, personaje inolvidable a cargo de Li Jun-li; salen actores blancos, claro; salen relaciones homosexuales, particularmente entre mujeres… ¡Salen gordos! ¿Qué más queréis?

Muy pronto, la inclusión de minorías en las películas será un mérito añadido para llevarse un Oscar. O sea, Babylon debería haber ganado un buen puñado de Oscars según los propios criterios de Hollywood. Y encima esa “inclusión de minorías” no se nota, no es formular; lo que se nota es que Chazelle quiere de verdad contar esas historias. Barbie sólo quiere vender más muñecas bobas; Oppenheimer no sé lo que quiere, salvo aburrimiento atómico. Pero ambas serán gratificadas en su penosa aportación política y cultural, mientras Babylon fue, no ya ninguneada, sino directamente pisoteada y ridiculizada.

¿Quién entiende a Hollywood?

Seguramente Damien Chazelle lo entiende demasiado bien.

El blanqueamiento del fascismo me ha inquietado menos que el blanqueamiento de la muñeca Barbie. Ahora la muñeca Barbie es una de las nuestras. La película sobre el mundo Barbie está llenando salas por todo el mundo, pero principalmente está consiguiendo que un determinado modelo de mujer se imponga hoy con menor resistencia que en décadas pasadas. La muñeca Barbie siempre fue un asco. Representaba un ideal de belleza decorativa, inalcanzable y superficial. La muñeca Barbie era también la muñeca más cara, y regalársela a tus hijas te colocaba en la cúspide de la pirámide social. Cuando Naomi Wolf analiza el mito de la belleza en su libro homónimo, sitúa la capitalización del cuerpo de las mujeres a mediados de siglo XX, con su incorporación al mercado laboral y la sobreabundancia de revistas doctrinales como Vogue. Había que estar guapa. Había que estar muy guapa. La muñeca Barbie llegó justo en ese momento, a finales de los años 50, para saber a qué nos referíamos con estar realmente guapa. Estar guapa no podía distinguirse de vivir en entornos privilegiados.

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