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¿Qué significa declararse creyente hoy en día? Decir que se cree en Dios y poco más
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¿Qué significa declararse creyente hoy en día? Decir que se cree en Dios y poco más

Cuando se cumplen 15 años de la publicación del libro 'Los cuatro jinetes del apocalipsis', considerado la biblia del ateísmo, el debate entre creyentes y no creyentes ha dejado de existir

Foto: Alegoría atea con el Monstruo de Espagueti Volador, la deidad satírica de la paródica Iglesia pastafarista.
Alegoría atea con el Monstruo de Espagueti Volador, la deidad satírica de la paródica Iglesia pastafarista.

En enero de 2009, empezaron a circular por Barcelona los llamados "buses ateos", dos autobuses urbanos con una publicidad pagada por la Unión de Ateos y Librepensadores de Cataluña que decía: "Dios probablemente no existe. No te preocupes y disfruta de la vida". La Conferencia Episcopal se lo tomó mal: como suelen hacer las instituciones religiosas, afirmó que cuestionar sus creencias iba contra la libertad de los fieles. En Madrid también circularon buses con la publicidad atea, pero varias asociaciones cristianas pagaron anuncios en otros autobuses, que decían que Dios sí existe y que la única manera de disfrutar de la vida es vivirla "en Cristo".

La campaña había empezado un año antes en Londres y se debía, en parte, al auge de los llamados "nuevos ateos". Tras los bárbaros atentados islamistas del 11-S y la respuesta en tono bíblico de parte del establishment político estadounidense, algunas figuras como los científicos Richard Dawkins y Sam Harris, el filósofo Daniel Dennett y el periodista Christopher Hitchens emprendieron una campaña en favor del racionalismo, la laicidad y el ateísmo. Y publicaron libros como El espejismo de Dios o Dios no es bueno, que se convirtieron en bestsellers, aunque mucho más en el mundo anglosajón que en Europa y España. En 2007, los cuatro se juntaron para conversar sobre el ateísmo, la ciencia y la razón, y el vídeo de la charla se hizo viral. Más tarde, esta se convirtió en un libro titulado, irónicamente, Los jinetes del apocalipsis.

placeholder Imágenes del llamado 'buses ateos'. (Wikipedia)
Imágenes del llamado 'buses ateos'. (Wikipedia)

Vale la pena recordar todo esto por dos razones. La primera, que la editorial Arpa ha reeditado el libro en castellano y sigue valiendo mucho la pena leerlo: los interlocutores son brillantes y ocurrentes, y siguen teniendo razón en casi todo. La segunda, más extraña, es que ahora el libro —al igual que la campaña de los autobuses— no solo parece una obra de otra época, sino de otro mundo. Han pasado apenas 15 años, pero el tema ha dejado de abordarse en esos términos. O incluso ha dejado de debatirse por completo.

Es tentador pensar que esto se debe a que, en este tiempo, la irreligiosidad se ha normalizado y generalizado en todo Occidente: un 30% de los estadounidenses se declaran "no religiosos", una cifra enorme para el país; en Reino Unido, un 45% se declara "ateo" o "no religioso"; en España, según el CIS, cuatro de cada 10 entrevistados se declaran "ateos", "agnósticos" o "indiferentes a la religión". Pero seguramente la causa no sea esa: las expresiones políticas del cristianismo parecen hoy, si acaso, más fuertes que entonces.

Creyentes poco creyentes

Es probable que el auge de la irreligiosidad no se deba a los argumentos en favor de la ciencia, el ingenio retórico y las disputas teológicas de los "cuatro jinetes". Pero, como recoge Dawkins en el nuevo prólogo del libro, el mero hecho de normalizar la conversación sobre el ateísmo, o de "salir del armario", como dice Dennett, ha servido para que mucha más gente se dé cuenta de que blasfemar no tiene graves consecuencias para la gente normal. Eso pensé yo también cuando leí por primera vez el libro. La militancia de algunos de los autores podía ser un poco irritante, pero menos, en todo caso, que la de los teólogos y sacerdotes que defendían ante ellos la inviolabilidad de las creencias religiosas. Nunca entendí que un ateo tuviera la misión de convencer a los creyentes de que dejaran de serlo; si acaso, podía optar por presionar a los legisladores para que desaparecieran los privilegios injustificables que siguen teniendo las iglesias. Y su insistencia en que para ser ateo es necesario tener "coraje intelectual" me parecía pura vanidad: sin duda, fue así en otros momentos de la historia —en España, no hace tanto—, y lo es en otros lugares, pero ser ateo hoy en una democracia requiere poco más que no creer en Dios y, si quieres, decirlo.

Pero, como decía, los términos del debate han cambiado con rapidez. No solo ha aumentado la irreligiosidad a un ritmo sin precedentes históricos, sino que aparentemente los propios creyentes están renunciando a buena parte de sus obligaciones religiosas: para mí, lo relevante no es que cuatro de cada 10 españoles no crean en Dios, sino que, también según datos del CIS, la mitad de los católicos no vaya nunca o casi nunca a misa. Y es cierto que partidos políticos que muestran explícitamente sus vínculos cristianos, como Vox, han experimentado un enorme crecimiento en la última década. Lo interesante es que, aunque Santiago Abascal y su equipo se hicieran una foto con un crucifijo en el Congreso de los Diputados, siempre reivindican el cristianismo en términos de identidad, no de creencia: para ellos, este significa la expulsión de los musulmanes en la Edad Media, la conquista de América, la belleza de las iglesias, la lucha contra la inmigración o la sustitución de las políticas públicas contra la pobreza por la caridad, pero nunca, al menos en público, la conexión íntima con un ser sobrenatural. Sospecho que el cristianismo, al menos su versión institucionalizada, irá cada vez más por ahí: tradición y rituales, no necesariamente creencias.

placeholder Portada de 'Los jinetes del apocalipsis', el libro que recoge el debate entre Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett y Christopher Hitchens sobre ateísmo.
Portada de 'Los jinetes del apocalipsis', el libro que recoge el debate entre Richard Dawkins, Sam Harris, Daniel Dennett y Christopher Hitchens sobre ateísmo.

En los años transcurridos desde la publicación del libro, cuyo centro argumental era el poder de la razón y el valor del empirismo, también hemos recordado otra cosa: que somos seres mucho menos racionales y empíricos de lo que nos gustaba creer. Que en la política, y en todas las cuestiones sociales, los sesgos y la emoción dominan nuestras decisiones y que, quizás, actuar como a veces nos piden nuestros cuatro jinetes vaya incluso en contra de nuestra naturaleza. La ciencia ha demostrado, en este tiempo, que no tenemos una mentalidad particularmente científica. Aunque tengamos que intentarlo.

La religión no desaparecerá. Pero, si lo hiciera, no será porque un puñado de ateos salgamos a decir que lo somos e invitemos a los fieles a unirse a nosotros. Sino porque, cada vez más, los creyentes ya no consideran relevante creer de verdad en las exigencias morales de la Iglesia. Dicho esto, aún tiene sentido, como propone este libro lleno de chistes blasfemos, argumentos implacables y, visto con la distancia de los años, un poco de ingenuidad, que los ateos sigamos diciendo que lo somos. No porque sea algo heroico en un país como el nuestro, ni porque pretendamos convencer a nadie de que deje de ser fiel a un texto que considera sagrado, ni porque sea una decisión agónica que los demás deban reconocernos. Sino porque, bueno, Dios probablemente no exista, y no deberíamos preocuparnos por ello.

En enero de 2009, empezaron a circular por Barcelona los llamados "buses ateos", dos autobuses urbanos con una publicidad pagada por la Unión de Ateos y Librepensadores de Cataluña que decía: "Dios probablemente no existe. No te preocupes y disfruta de la vida". La Conferencia Episcopal se lo tomó mal: como suelen hacer las instituciones religiosas, afirmó que cuestionar sus creencias iba contra la libertad de los fieles. En Madrid también circularon buses con la publicidad atea, pero varias asociaciones cristianas pagaron anuncios en otros autobuses, que decían que Dios sí existe y que la única manera de disfrutar de la vida es vivirla "en Cristo".

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