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'El consultor': ¿por qué nos gustan los jefes crueles?
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'El consultor': ¿por qué nos gustan los jefes crueles?

El actor Christoph Waltz protagoniza esta sofisticada sátira de la modernidad laboral

Foto: Cartel promocional de la serie 'El consultor'.
Cartel promocional de la serie 'El consultor'.

Uno se pone a ver El consultor (PrimeVideo) porque su reparto lo encabeza Christoph Waltz, y enseguida se da cuenta del punto débil de la serie, que es Christoph Waltz. Es demasiado famoso, demasiado actor, demasiado Tarantino. En los primeros dos o tres capítulos, Waltz interpreta el papel del único actor de toda la producción que es alguien, mientras que los demás actores, estupendos y desconocidos, parecen no creerse aún que estén rodando una escena tras otra con el tipo que abría míticamente Malditos bastardos. Es la impresión que tuve. Luego, la serie consigue absorber el halo sublime del intérprete de origen austríaco y completar una solvente y, a ratos, brillante sátira del mundo laboral moderno. Waltz, al cabo, deja de interpretarse a sí mismo y empieza a interpretar a Elon Musk. O a un psicópata que se parece mucho a Elon Musk.

La serie va de lo que Roman Roy en Succession calificó de manera inmortal como “fosa séptica de muesli”. O sea, sobre una empresa tecnológica moderna, que podría ser Twitter o Google o TikTok. Ya saben, firmas cuyas sedes parecen una mezcla de club de moda y guardería Waldorf, con muchos sillones de colorines y amplias zonas de ocio; con food trucks en la puerta para que coman los empleados y un jefe de veinte años que nadie sabe cómo lo ha hecho. Los empleados tienen que vestir todos como esos estudiantes que van a repetir curso, aunque el sueldo medio sea de cien mil dólares. Eso es la empresa verdaderamente moderna: un mundo sin camisas. Nunca entenderé qué tiene el sector tecnológico contra las camisas. Debe de ser que abrocharse siete botones cada mañana, y desabrochárselos por la noche, hace que pierdas la cuenta del código, de los proyectos y de los cup cakes.

La serie no parece gran cosa, hasta que te das cuenta de que no puedes dejar de verla

En CompWare, la fosa séptica de muesli de El consultor, hacen videojuegos. Tras la desaparición de su fundador, el típico genio asiático de veinte años, un hombre que hábilmente le había hecho firmar un contrato napoleónico se hace con los mandos de la empresa. Es Waltz, claro. Su idea de gerencia es despedir mucho, espiar la vida íntima de los empleados y tener ocurrencias. Hay una escena temprana donde vemos, no ya la maldad del consultor, sino la alegre libertad de los guionistas: Waltz cierra la puerta en las narices a una empleada (mujer) negra y en silla de ruedas. Está despedida por llegar un minuto tarde. Cansado de lo woke, esa escena te pone enseguida a favor de la serie, a favor del mal.

La serie no parece gran cosa, capítulo a capítulo, hasta que te das cuenta de que no puedes dejar de verla. Está muy bien hecho todo para que te pongas otro episodio; también es verdad que duran poco más de media hora. Cada episodio empieza con lo que Cabrera Infante llamaba set-piece, un breve prólogo demoledor. Y se cierra, cada entrega, con una sorpresa o giro de guion o burrada absoluta. Entre medias, un poco de todo; un poco de Eyes wide shut y de El contable; de David Fincher y de Spielberg; subtramas con prótesis, subtramas con joyeros, neohumanos o elefantes. El consultor acaba recordando a Lost, pero sin irse a la selva.

placeholder El actor Christoph Waltz, en 'El consultor'.
El actor Christoph Waltz, en 'El consultor'.

Sin embargo, este despliegue de pirotecnia narrativa, que parecía ir camino de la nada, acaba diciéndonos algo. Acaba diciéndonos que, por muy malo que sea tu jefe, si con él al mando tu carrera va mejor, te pones de su parte. La crueldad del gerente se olvida si recae sobre otros, y a ti te toca despacho, promoción o éxito. El propio espectador, acabada la serie, no puede decir que el consultor no le haya enternecido en varios momentos, y hasta que no sueñe con que entre por la puerta de su empresa y empiece a cortar cabezas.

La felicidad de esta serie tiene también mucho que ver con los dos actores coprotagonistas, Nat Wolff y Brittany O´Grady. La química salarial entre ellos recuerda un poco a la que tenían Pam y Jim en The Office. Todo lo increíble de la trama se vuelve verosímil porque los actores se lo creen, una vez que se han acostumbrado a trabajar con el actor que sí ha hecho películas con Tarantino.

Súmenle una sintaxis audiovisual (sobre todo en los capítulos que dirige Charlotte Brädström, el sexto y el séptimo, de ocho) extraordinaria y plena de recursos, y la fuerza simbólica que a lo largo de toda la serie recae sobre la eventualidad de que un suelo de cristal se rompa bajo determinado peso mínimo; o el grado de dificultad que alcanza el videojuego que comercializan cuando se llega al nivel 316. Es una serie que, en tu cabeza, sólo hace que mejorar.

Uno se pone a ver El consultor (PrimeVideo) porque su reparto lo encabeza Christoph Waltz, y enseguida se da cuenta del punto débil de la serie, que es Christoph Waltz. Es demasiado famoso, demasiado actor, demasiado Tarantino. En los primeros dos o tres capítulos, Waltz interpreta el papel del único actor de toda la producción que es alguien, mientras que los demás actores, estupendos y desconocidos, parecen no creerse aún que estén rodando una escena tras otra con el tipo que abría míticamente Malditos bastardos. Es la impresión que tuve. Luego, la serie consigue absorber el halo sublime del intérprete de origen austríaco y completar una solvente y, a ratos, brillante sátira del mundo laboral moderno. Waltz, al cabo, deja de interpretarse a sí mismo y empieza a interpretar a Elon Musk. O a un psicópata que se parece mucho a Elon Musk.

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