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'Succession': una serie tan brutal e incorrecta que nadie te la podrá cancelar
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'Succession': una serie tan brutal e incorrecta que nadie te la podrá cancelar

La producción de Jesse Armstrong en HBO aprovecha el territorio virgen de la incorrección política y demuestra que las grandes creaciones no rehúyen la controversia

Foto: 'Succession'. (HBO)
'Succession'. (HBO)

No está tan lejos la Navidad y puedes ir probando a odiar a tu padre odiando a un padre de ficción. Brian Cox es Logan Roy, cuyos cuatro hijos sueñan ya, a medio camino entre sus 'lofts' en Manhattan y los superyates de la costa croata, con heredar el imperio familiar, Waystar RoyCo. Se trata de un conglomerado de empresas que nadie entiende, pero que, por razón de sangre, le tiene que tocar liderar a uno de ellos desde la más encantadora incompetencia. A fin de cuentas, Waystar RoyCo tiene miles de empleados, y alguno sabrá cómo se hace lo de gestionar a miles de empleados. No tiene que saberlo todo el dueño.

Diría uno que 'Succession' se ha puesto de moda con el estreno de su tercera temporada. Esto puede deberse a que no hay nada mejor que ver en las plataformas conocidas; o a que en las plataformas conocidas no ponen más que cuentos de hadas de la diversidad; o a que por fin la gente se ha dado cuenta de que una serie no sale buena si simplemente aplicas una fórmula política según la cual —como quiere Hollywood para los próximos oscars— comparecen obligatoriamente asiáticos, negros, gais, trans, mujeres que mandan y ocho o nueve papeleras de reciclaje, y todo lo dirige una mujer y en un país llamado España se consiguen 12 titulares según los cuales esa serie 'la tienes que ver'. Luego la ves y, de tanto que te aburres ('Years and Years', 'La asistenta'…), la recomiendas mucho. Tu aburrimiento solo merece la pena si lo propagas.

Hay que imaginarse, de verdad, a Jesse Armstrong, el creador de la serie, creando la serie. Hay que verle hacia 2016, después de escribir la limpita y deliciosa 'In the loop' (2007) y la sátira terrorista 'Four Lions' (2010), pensando en una serie donde todo el elenco sea blanco, heterosexual y millonario, y donde si algo se odia, se desprecia o es objeto de burla, es todo aquello que no sea blanco, hetero y acaudalado, amén de cualquier cosa que suene a progreso. Hay que imaginarle en esa epifanía del mal donde, de pronto, sabe que tiene una serie brutal por todo lo que va a dejar fuera, por la radicalidad con la que ni un solo buen sentimiento va a ocupar una línea de diálogo, ni un gramo de ecologismo va a posarse en ninguna escena, ni un atisbo de diversidad de ningún tipo va a filtrarse en ningún episodio. Hay que estar increíblemente loco para pensar que algo como 'Succession' iba siquiera a llegar a producirse bien entrado el siglo XXI.

Hay que estar increíblemente loco para pensar que algo como 'Succession' iba siquiera a producirse bien entrado el siglo XXI

Y, sin embargo, se produjo, contó con actores de primer nivel, con un gran aparato financiero (casi cada episodio nos muestra un espacio prohibitivo, ya sean hotelazos en Nueva York, yates en el mar Egeo, fincas de recreo en Nuevo México o castillos en Inglaterra) y fue ganando Baftas, Globos de Oro y Emys con desconcertante facilidad.

Esperma

¿Qué pasa aquí? Le cuento por ejemplo que solo una mujer es relevante en la trama, pues las grandes guías narrativas las marcan tres o cuatro hombres; que solo en la tercera temporada aparece un personaje negro mínimamente llamativo; que se hacen chistes y se lanzan pullas sobre masturbarse (onanismo masculino, en concreto), hacer felaciones, eyacular, esperma o erecciones casi cada dos minutos; que el gran secreto del conglomerado empresarial tiene que ver con el ocultamiento de abusos sexuales en sus cruceros, ocultamiento que al espectador le parece muy bien, porque a todos los personajes les trae sin cuidado —salvo porque pueda saltar a los medios— y, sin embargo, tú como espectador no dejas de ver la serie por ello.

Si solo uno de estos ingredientes apareciera en una serie de Netflix, miles de abonados a esa plataforma estarían señalando que en el capítulo cuatro de la temporada novena, durante cinco minutos, hay algo de machismo, un poco de negacionismo del cambio climático o un cuadro torcido que daña su diamantina concepción moral, y que si eso no se corrige se darán de baja de la plataforma o gritarán mucho en su salón, lo que sea más rápido.

'Succession' es la piedra de toque de la gran verdad de los relatos cada vez más emponzoñada por los nuevos moralistas

Sin embargo, la propia entrada de 'Succession' en la Wikipedia está libre del clásico epígrafe “Polémicas”, lo cual quiere decir —unido a los premios que va ganando— que todo el mundo se ha quedado tan impactado por la incorrección política de la serie que, simplemente, no sabrían por dónde empezar a sabotearla. Es tan cancelable que no la puedes cancelar. Prefieres verla, 'guilty pleasure ON'.

Y eso es fantástico. 'Succession' funciona como piedra de toque de la gran verdad de los relatos, verdad que poco a poco vamos viendo emponzoñada por los delirios episcopalianos de los nuevos moralistas. La gran verdad es esta: se trata de ficción. Y lo único recriminable en una ficción es que aburra, sea predecible, sea lo de siempre, carezca de verosimilitud o esté técnicamente mal hecha. Que dé o no lecciones morales no tiene nada que ver con lo buena que es una serie de televisión.

Foto: Bad Bunny es una de las incorporaciones de 'Narcos: México'. (Netflix)

De hecho, 'Sucession' debe de ser la serie con menos sexo explícito del siglo XXI: no se ve ni un pecho; también debe de ser la serie menos violenta de la centuria: no hay ni una gota de sangre (y solo un muerto por ahogamiento, si no recuerdo mal). Es decir, 'Succession' es tan buena que no necesita, como 'Juego de Tronos', engancharte con desnudos, brazos cortados o explosiones en el centro de la ciudad. 'Succession' es todo diálogos, trajes de dos mil dólares y acristalamientos de oficina.

En la tercera temporada —que a mi juicio empieza un poco floja—, hay un momento crucial ya en el segundo capítulo. Los cuatro hermanos se reúnen para ver si por fin consiguen quitarle al viejo su imperio y uno de ellos desliza el siguiente argumento: “Es el final del largo siglo americano. Nuestra empresa es un imperio en declive dentro de un imperio en declive. El poder de Estados Unidos cae en picado. (…) Amazon cumple 20 años. Gates es viejo. Limpiemos nuestra marca y vayamos a por ellos.” La batalla cultural absoluta. “Nos toca a nosotros”, ha dicho antes el mismo Kendall Roy. “¿A nosotros? ¿Quieres decir a esta alianza transgénero de veinteañeros soñadores y jodidamente multiétnicos que tenemos aquí?”, le responde sarcásticamente su hermano Roman.

Porque 'Succession' no solo va de quién hereda el emporio mediático de un magnate de la vieja escuela; sino de quién hereda el poder absoluto en el mundo contemporáneo.

No está tan lejos la Navidad y puedes ir probando a odiar a tu padre odiando a un padre de ficción. Brian Cox es Logan Roy, cuyos cuatro hijos sueñan ya, a medio camino entre sus 'lofts' en Manhattan y los superyates de la costa croata, con heredar el imperio familiar, Waystar RoyCo. Se trata de un conglomerado de empresas que nadie entiende, pero que, por razón de sangre, le tiene que tocar liderar a uno de ellos desde la más encantadora incompetencia. A fin de cuentas, Waystar RoyCo tiene miles de empleados, y alguno sabrá cómo se hace lo de gestionar a miles de empleados. No tiene que saberlo todo el dueño.

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