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Cabrera Infante y el "querido censor" que le mutiló (y mejoró) 'Tres tristes tigres'
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50 aniversario de la gran novela cubana

Cabrera Infante y el "querido censor" que le mutiló (y mejoró) 'Tres tristes tigres'

Seix Barral publica una nueva edición del clásico de la literatura española del siglo XX que incluye un texto inédito de su autor sobre su rocambolesca historia con la censura franquista

Foto: Guillermo Cabrera Infante en 'A fondo' (1976)
Guillermo Cabrera Infante en 'A fondo' (1976)

"Mi censor tenía una magnífica obsesión. ¿O eran dos obsesiones de una misma zona carnal? Cada vez que yo ponía tetas, palabra aceptada por la Academia y su diccionario ("pezón del pecho"), mi obseso censor la eliminaba y ponía senos, con lo que daba sinusitis a mis hembras turgentes. A veces, cuando las tetas eran prominentes o deletéreas a un personaje, las sustituía por puntos suspensivos. (...) Otra obsesión censual del burócrata de los besos eran los militares y Dios. En ese orden. Una vez una revelación inoportuna dejó ver que un personaje, que luego resultaría homosexual renuente, había estudiado para su tentación en una academia militar habanera. En el libro impreso el adjetivo militar desapareció como por ensalmo de Anselmo (ojo: este no es el nombre del censor) y ahora el pobre pederasta estudia para siempre en una academia, de platónico que era".

Foto: Detalle de portada de 'La casa y la isla', de Ronaldo Menéndez Opinión

Cuando Herr Wilfried Böhringer, el traductor alemán de 'Tres tristes tigres', advirtió a su autor que en el texto castellano "faltaba algo", concretamente pasajes enteros del libro que sí incluían las versiones inglesas y francesas, Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929--Londres, 2005) se vio obligado a contarle la rocambolesca aventura de aquella novela. Y ahora el lector español podrá conocerla también gracias a un texto inédito en nuestro país del escritor cubano incluido en la edición especial que acaba de publicar Seix Barral con motivo del 50 aniversario de su publicación.

1965. Guillermo Cabrera Infante es un diplomático cubano destinado en Bruselas que gana el Biblioteca Breve de Novela concedido por la editorial española Seix Barral por una novela entonces titulada 'Vista del amanecer en el Trópico'. Cuando unos meses después debe regresar a Cuba al funeral de su madre, la Seguridad del Estado le espera: sin saber cómo ni por qué se ha convertido en un contrarrevolucionario. La única forma de salir de la isla es atender a una petición de su editor español, Carlos Barral, para acudir a Barcelona a corregir las pruebas del libro. Aunque "más que corregir yo debía corroer pruebas".

¿Una censura benéfica?

Cuando logró llegar a España, el escritor se encontró con que la censura franquista había prohibido su libro 'in toto'. "Barral me confesó que no había otro recurso que reescribir el libro, cambiarle el título y presentarlo de nuevo a censura". Cabrera Infante se puso manos a la obra "con fervorosa intensidad" para convertir 'Vista de amanecer en el Trópico" en lo que acabaría titulándose 'Tres tristes tigres'. Fue un trabajo hercúleo. "Recuerdo que el libro original (una manera de decir) se quedó en unas 120 páginas y que el otro tomo tenía al final más de 450 páginas, por lo que debí escribir unas 300 páginas nuevas. Es decir, era un libro que era y no era un libro nuevo".

El libro original se quedó en unas 120 páginas y el otro tomo tenía al final más de 450 páginas, por lo que debí escribir unas 300

'Tres tristes tigres' no es un libro fácil pero el lector que logre adentrarse en sus exuberantes páginas entreveradas de cubanismos en las que se despliega la interminable noche de La Habana poblada por todo tipo de personajes y por la nostalgia, las letras, la música y, por supuesto, el cine, disfrutará de una experiencia literaria única. Una experiencia en la que la intervención de la censura, que volvió a cebarse con la edición remozada de la novela, no resultó del todo nefasta, como reconoce Cabrera Infante al final del mencionado texto titulado 'Lo que este libro debe al censor':

"Al final del libro, en su monólogo demente, una loca sentada en un parque habanero al mediodía (el infierno en el infierno) achaca su mal a los católicos. También a los protestantes y creo que hasta a los musulmanes. El buen censor eliminó veinte líneas de monólogo maníaco, pero dejó la última frase del libro, como un descanso al lector, al autor o a sí mismo. Dice en español (y en otras lenguas) la que es ahora la última línea del libro: 'Ya no se puede más'. Cuando mi editor americano me preguntó si no quería restituir también todas las líneas que iban, como quien dice, después del final, le dije que no, que esa era la mejor labor de edición que había visto nunca: mi censor convertido finalmente en un creador. ¡Ah, mi querido censor! Cuánto me habría gustado conocerlo, usted que es mi hermano, mi semejante, mi hipócrita lector. Después de todo, los dos hemos escrito el mismo libro".

"Mi censor tenía una magnífica obsesión. ¿O eran dos obsesiones de una misma zona carnal? Cada vez que yo ponía tetas, palabra aceptada por la Academia y su diccionario ("pezón del pecho"), mi obseso censor la eliminaba y ponía senos, con lo que daba sinusitis a mis hembras turgentes. A veces, cuando las tetas eran prominentes o deletéreas a un personaje, las sustituía por puntos suspensivos. (...) Otra obsesión censual del burócrata de los besos eran los militares y Dios. En ese orden. Una vez una revelación inoportuna dejó ver que un personaje, que luego resultaría homosexual renuente, había estudiado para su tentación en una academia militar habanera. En el libro impreso el adjetivo militar desapareció como por ensalmo de Anselmo (ojo: este no es el nombre del censor) y ahora el pobre pederasta estudia para siempre en una academia, de platónico que era".

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