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Evgeny Kissin: un monstruo entre Rachmaninov… y Putin
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Evgeny Kissin: un monstruo entre Rachmaninov… y Putin

El pianista moscovita impresiona en su gira española, ejerce de activista contra el tirano del Kremlin y se adhiere a los homenajes que celebran el centenario de Alicia de Larrocha

Foto: El pianista moscovita Evgeny Kissin, durante su actuación en el Auditorio Nacional.
El pianista moscovita Evgeny Kissin, durante su actuación en el Auditorio Nacional.

Una mujer bajita y encantadora. Así recuerda Evgeny Kissin (Moscú, 1971) su encuentro fugaz con Alicia de Larrocha. Es de suponer que el fenómeno ruso detuviera la vista en las pequeñas manos de la colega. Y que las comparara con las suyas. Poderosas y enormes. E idóneas para atacar los preludios de Rachmaninov como el bombardeo de un B52.

Ha vuelto el monstruo de Kissin al Auditorio Nacional como artífice del ciclo de Ibermúsica. Y recala este viernes en Barcelona para dar un sentido corporativo al centenario de Alicia de las maravillas. Nació en 1923 en la capital catalana. Y se prodigó muchas veces en el Palau de la Música, aunque cualquier analogía entre Larrocha y Kissin —antagonistas perfectos, perfectos antagonistas— apenas puede plantearse desde el ejemplo de la precocidad. Niños prodigio los dos. Y adultos prodigio también.

El buen y mal ejemplo de Kissin

Alicia de Larrocha no perdió la naturalidad ni la curiosidad cuando había cruzado el umbral de los ochenta años. Y Kissin ha cruzado el umbral de los cincuenta sin haber perdido la capacidad de asombro ni los galones de su hegemonía planetaria. Se abarrotó el Auditorio Nacional a semejanza de las grandes veladas. Y fue un acierto que el propio escenario rebosara de asientos para alojar a decenas de jóvenes estudiantes. Un buen y un mal ejemplo es Kissin.

Bueno, muy bueno, por las cualidades de la técnica, la personalidad, la dramaturgia pianística, la redondez del sonido, la exploración integral —integrista— del instrumento entre la sensibilidad, el virtuosismo y la valentía. Y malo, muy malo también, precisamente porque el extraterrestre ruso arroja un mensaje frustrante para quienes aspiran a convertirse en solistas. Se carbonizan quienes tratan de emularlo, los tritura la comparación.Casi era mejor ponerse a la cola de los melómanos y mitómanos que asistieron a la firma de discos después del concierto.

Impresiona el detalle de Kissin, la deferencia, porque sus rasgos sociópatas acostumbran a preservarlo de los ejercicios de devoción popular. Sonríe más que antaño en los conciertos, hace el esfuerzo de agradar, aunque su mejor recurso de agradecimiento del prodigio moscovita es acaso el más interesante de todos: las propinas. Kissin las repartió en Madrid sin reparar en el reloj ni en la hondura. Le impelía el clamor de los chavales en pie. Y redundaba Evgeny en el repertorio muscular de Rachmaninov.

placeholder Un momento de la actuación de Kissin en el ciclo de Ibermúsica.
Un momento de la actuación de Kissin en el ciclo de Ibermúsica.

Fue el protagonista de la tercera parte del recital y de la segunda, mientras que la primera tanto le permitió explorar el lenguaje vanguardista de Bach como le puso delante la víctima sacrificial de un Scherzo de Chopin. Asombraba Kissin con la opulencia del sonido. E incorporaba la expresión y el apasionamiento que no percibimos en la aséptica concepción de sonata K 311 de Mozart. No es el repertorio idóneo de Kissin. Y lo fue de Alicia de Larrocha, si es que se trataba de evocar el centenario de su nacimiento.

Porque la otra noticia es Putin. Y la guerra. Y el posicionamiento valiente que ha adquirido Kissin respecto al conflicto ucraniano. Lo decía de manera inequívoca en una entrevista a La Vanguardia: “Los civiles de Ucrania mueren a diario, incluido niños, y la única manera de detenerlo es enviarles todas las armas que piden, y de forma inmediata. Ya llegamos tarde. Y hay que volver a aplicar todas las sanciones contra Rusia. Quiero hacer una llamada a los ciudadanos de Occidente para que lo exijan a sus gobiernos. Recuerdo ver en Londres en los años ochenta que había manifestaciones non stop frente a la embajada de Sudáfrica contra el apartheid...”.

Kissin ha adquirido un posicionamiento valiente respecto al conflicto ucraniano

Semejantes declaraciones explican que Kissin haya decidido exiliarse. Reside en Praga. Y no quiere —ni puede— volver a Moscú, porque se ha convertido en un activista. Acusa a Putin de haber reanudado las purgas comunistas. Y de haber inducido un régimen tiránico que proscribe la libertad de expresión y que también ha prohibido las obras de Solzhenitsyn.

“Si vuelvo a Rusia, me meterían en la cárcel”, confesaba Kissin entre la incredulidad y el pánico, de tal manera que la gira planetaria que está protagonizando en febrero y marzo —Lisboa, Madrid, Barcelona, Roma, Fráncfort, Viena, Múnich…— tanto implica la apología de su pianismo como lo convierte en altavoz de los artistas rusos exiliados que apelan a la conciencia y a la artillería de Occidente para derrocar el régimen de Putin.

Una mujer bajita y encantadora. Así recuerda Evgeny Kissin (Moscú, 1971) su encuentro fugaz con Alicia de Larrocha. Es de suponer que el fenómeno ruso detuviera la vista en las pequeñas manos de la colega. Y que las comparara con las suyas. Poderosas y enormes. E idóneas para atacar los preludios de Rachmaninov como el bombardeo de un B52.

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