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¿Por qué vuelve a arder el arcoíris sudafricano como en los tiempos del 'apartheid'?
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¿Por qué vuelve a arder el arcoíris sudafricano como en los tiempos del 'apartheid'?

Problemas tribales y miseria agitados por el populismo han generado un caos que destapa los enormes problemas del país más desigual del mundo.

Foto: Destrozos tras las protestas en Durban, Sudáfrica. (Reuters)
Destrozos tras las protestas en Durban, Sudáfrica. (Reuters)

Quizá la pregunta no es el porqué Sudáfrica ha saltado por los aires estos días protagonizando los disturbios más graves desde el final del apartheid, la pregunta es cómo no lo ha hecho antes y cómo no lo va a hacer después. Las graves revueltas sociales de estas jornadas, especialmente en los entornos de la región de Gauteng (Johannesburgo y Pretoria) y de KwalaZulu Natal (Durban) tienen diversos componentes que se han unido para hacer estallar la tormenta perfecta: conflicto tribal, desigualdad, populismo y miseria. Ese cóctel ha puesto contra las cuerdas una frágil sociedad que en el imaginario se sostiene en el mandato de un mito muerto, Nelson Mandela.

Sudáfrica es, según datos del Banco Mundial, el país con mayor desigualdad del mundo. “Los pobres un día marcharan sobre los barrios residenciales para exigir su mismo nivel de vida y no habrá ningún muro lo suficientemente alto para detenerlos”. La frase es de 2010, año de la euforia sudafricana por su Copa del Mundo de Fútbol, y la soltó el entonces secretario general del gubernamental ANC (Congreso Nacional Africano), Zwelinzima Vavi. Han pasado 11 años de aquella sentencia que hoy retumba en toda esta Sudáfrica de nuevo en llamas.

Foto: Los saqueos continúan en Durban, Sudáfrica. (EFE)

¿Qué ha pasado en Sudáfrica?

En una rápida lectura de los acontecimientos, la explosión se produce porque el expresidente Jacob Zuma es arrestado y condenado a 15 meses de prisión por negarse a declarar en el juicio que afronta por diversos casos de corrupción, fraude y chantaje. Zuma, investigado ya durante su mandato por la reputada defensora del pueblo, Thuli Madonsela, por diversos escándalos de los que fue encontrado “culpable”, habla de cacería política. Ayer (EL) lunes 19 de julio, con ya más de 200 muertos, 1.700 detenidos y decenas de comercios saqueados y barrios en llamas, se reanudó su juicio entre llamadas a la calma del presidente del país, Cyril Ramaphosa, medios de comunicación, algunos líderes de la oposición (otros echan gasolina) y hasta el propio rey zulú, Misuzulu kaZwelithini, que pidió a su pueblo, principal responsable de los altercados, que “dejara de participar en las revueltas y se restaurara la calma”.

¿Cómo ha prendido la mecha?

Las redes sociales han jugado un papel básico. La hija del expresidente Zuma, Duduzile, miembro del ANC, es una de las señaladas. Duduzile está detrás de una serie de tweets iniciales donde incitaba a las revueltas por el arresto de su padre. En su larga colección de mensajes hace un totum revolutum populista sudafricano: pobreza racial, uso del apartheid, críticas a las medidas anti covid-19 (acusa al presidente Ramaphosa de inventar cifras de fallecidos para volver a someter al país a un cierre), ataques a la extensa comunidad hindú de Durban por “matar a nuestros compatriotas”, tras defender estos sus comercios de los saqueos de la turba... Las frases señalando al colectivo hindú recuerdan peligrosamente a las que sucedieron en 1949. Entonces, la población negra atacó a la población de origen indio dejando cerca de 150 muertos, cientos de heridos y decenas de miles de desplazados. Otra muestra más de que en el país del arcoíris los jóvenes reabren con facilidad las viejas heridas. Como dice un análisis del reputado medio sudafricano 'Mail&Guardian', esto es sólo la explosión de “un volcán ya en erupción”.

¿Por qué es importante el factor zulú?

Los zulús son la tribu mayoritaria en Sudáfrica. El expresidente Jacob Zuma fue el primer presidente democrático zulú, tras los mandatos de Mandela y Mbeki, ambos de la etnia xhosa. Los conflictos entre zulús y el resto de grupos étnicos fueron especialmente duros justo al final del apartheid. El gobierno supremacista blanco jugó una última baza intentando dividir a la población negra. El zulú Inkatha Freedom Party, con intereses propios en la región de Kwala Zulu Natal, fue armado para luchar contra el poderoso ANC y su futuro gobierno nacional. Fueron meses de matanzas crueles de esta facción zulú a xhosas y simpatizantes del ANC, con el apoyo de la policía blanca, que casi hicieron saltar por los aires el proceso democrático.

El propio Mandela, en su libro 'Largo camino a la libertad', detalla como el plan del Gobierno del apartheid, secundado entonces por el mítico líder zulú Buthelezi, era dividir el país en diversos estados étnicos donde vivirían separados. “El Gobierno intentó asustar a los mestizos diciendo que el ANC estaba contra ellos. Ellos apoyaban el deseo del jefe Buthelezi de retener el poder e identidad zulú en una nueva Sudáfrica adoctrinándole sobre federalismo y grupos étnicos”, escribe Mandela. Los mismos focos de aquellas revueltas se han repetido ahora. Los seguidores de Zuma han agitado el siempre inflamable componente tribal para conseguir adeptos.

Foto: El rey zulú pide calma mientras las protestas se suceden en Sudáfrica. (Reuters)

La losa del racismo

El racismo juega siempre un papel fundamental en el país que legalizó el apartheid. “Este es un país de locos donde son racistas todos contra todos”, me resumió un inmigrante extranjero en un reportaje sobre xenofobia. Hay un conflicto entre xhosas y zulús, las dos etnias mayoritarias negras, pero también con afrikáans y británicos (también entre ellos), los mestizos, que se sienten rechazados por todos y el resto de etnias y nacionalidades que habitan en Sudáfrica. Es frecuente, por ejemplo, estallidos de violencia dentro de las barriadas contra inmigrantes, especialmente de Zimbabue y Mozambique, a los que los locales acusan de robar el trabajo.
La fisonomía de las urbes sudafricanas es marcadamente racial. Dentro de cada barriada hay una parte separada de negros, mestizos y extranjeros. La mayoría de población blanca vive generalmente en los mejores suburbios, aunque hay una incipiente pobreza blanca en algunas comunidades que viven en comunas separadas. Sólo en la parte más alta de la pirámide hay algo de mezcla racial.

¿Eso significa que hay conflictos diarios raciales en las calles y se respira un clima de odio? No. Sudáfrica, como todo el planeta, está lleno de personas que buscan vivir en paz pero allí lo hacen entre tensiones permanentes. Una encuesta del instituto Ipsos de 2017 aseguraba que el 57% de los sudafricanos creían que todas las razas (la pregunta habla de razas) vivirán en armonía en el país. Un 43% apostaba a que no. El problema es la dictadura del ruido. Los segundos acaparan muchos más titulares y de eso viven muchos de sus líderes. La extrema izquierda africanista desea una revolución que expulsé a los blancos del país y la extrema derecha blanca desea un conflicto de tal calibre que intervenga la ONU y les otorgue un trozo de tierra donde por fin puedan vivir segregados racialmente.

Foto: Sudáfrica: un nuevo ‘apartheid’ de negros contra mestizos
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Líderes extremistas

El interés de un estallido total lo tienen por tanto los extremos. Muerto Mandela en 2013, Cyril Ramaphosa, el millonario hombre de negocios amigo de Madiba y exvicepresidente de Zuma, se ha convertido en un presidente de perfil medio no mal visto incluso por la población blanca generalmente contraria al ANC. “Cyril no es mal tipo, pero en el ANC tiene muchos enemigos que lo harán caer”, me dijeron en abril varias personas blancas en el norte y sur del país. El actual presidente parece acercarse más al estilo de su amigo Mandela que al de su predecesor Jacob Zuma. Una reciente encuesta de HRC, justo antes de los disturbios, le daba una altísima popularidad del 71%, aunque unas semanas antes era de un 86%.

Zuma acostumbró al país a un extremismo racial contenido. Un día cantaba en un mitin el famoso himno “mata a los Boers” y otro se peleaba con su discípulo, entonces parecía llamado a sucederle, Julius Malema, por su radicalismo. Malema, que era el presidente de la Liga Juvenil del ANC, acabó siendo expulsado del partido tras una larguísima serie de escándalos. El joven revolucionario, que fundaría después el radical partido EFF, sigue siendo una de las grandes voces de la política sudafricana con su eterna revolución en la que exige nacionalizar minas y expropiar tierras a los blancos como hiciera su idolatrado Robert Mugabe en Zimbabue. Este juicio y estas revueltas han destapado y dado voz a esa facción revolucionaria del radical EFF y a una facción del ANC que apoya esos postulados.

placeholder Un centro comercial arde en Pietermaritzburg. (Reuters)
Un centro comercial arde en Pietermaritzburg. (Reuters)

El hartazgo de los pobres

En los saqueos de supermercados y comercios en una sociedad muy pobre no hay tanto de ideología como de oportunismo. Unos comienzan a quemar neumáticos y a romper escaparates por convicción política y la mayor parte de la población aprovecha el caos generado para llenarse la nevera. Lo curioso es que parece que las clases dirigentes y la parte alta de la pirámide descubre y se preocupa sólo de esa desigualdad social cuando el humo de las llamas empaña sus ventanas. Hay decenas de artículos en los más prestigiosos medios sudafricanos hablando ahora de que las revueltas son una llamada de atención sobre la pobreza y miseria en la que viven millones de personas. ¿Hacía falta ver el país en llamas para descubrir las inhumanas bolsas de miseria?

“No solo estamos reconstruyendo nuestro país después de la destrucción de la semana pasada. Estamos reconstruyendo después de la devastación de décadas de despojo y explotación. Necesitamos transformar nuestra economía y nuestra sociedad, profundizando nuestros esfuerzos para crear empleo, sacar a millones de personas de la pobreza y garantizar que la riqueza del país se comparta entre toda su gente”, ha dicho el presidente Ramaphosa. El mensaje es medido para los enfadados manifestantes que se incomodaron de nuevo de pasar hambre.

Foto: El presidente chino Xi Jinping acompaña al sudafricano Cyril Ramaphosa durante el Foro de Cooperación China-África en Pekín, el 4 de septiembre de 2018. (Reuters)
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En ese sentido, sin embargo, los datos no son halagüeños. Un reciente estudio del Gobierno sudafricano reconoce que entre 2006 y 2011, la pobreza pasó del 66% al 53%, pero sin embargo desde 2015 a 2021 se ha vuelto a incrementar ese baremo hasta un 55,5%. El informe señala que en el último trimestre de 2020, ya con la pandemia, un 20% de los hogares sudafricanos sufrieron “hambre”. Algunas cifras hablan de un 35% de la población que vive bajo el umbral de la pobreza, otras la aumentan al 50% y 70%. En todo caso, el umbral de la pobreza en un país pobre es una inventada medida de maquillaje que sólo divide a los que no tienen nada de los paupérrimos. Queda mejor decir que hay un 30% de muy pobres que sencillamente reconocer que hay un 70% de pobres.

La puntilla del Covid

Al desencanto social se ha añadido la pandemia. Sudáfrica ha aplicado dos cierres estrictos. Eso ha generado una nueva bolsa de pobreza entre la pobreza. En urbes como Ciudad del Cabo ha habido un movimiento grande de personas sin recursos de las barriadas a las llamadas zonas ricas. “Al menos aquí tengo comida y un techo”, nos explicaba uno de los sin techo que se había trasladado al barrio de Sea Point (uno de los mejores barrios de la ciudad). Los refugiados del covid-19 estaban por todas partes y habían generado campamentos con lonas de plásticos en diversos puntos de la bella urbe. La falta de trabajo y el hacinamiento de sus guetos les había hecho saltar la frontera entre la miseria y la prosperidad que hay en todas las ciudades, grandes o pequeñas, del país. En todas.

Foto: Una cola para recibir comida en un barrio chabolista en Pretoria, Sudáfrica. (Reuters)


Quizá el problema ha sido aplicar en esta pandemia el remedio de cura occidental a enfermos diversos. ¿Cómo viven encerrados en una casucha de lata de 20 metros cuadrados diez personas sin luz? ¿Cómo se desinfectan las manos millones de personas que viven sin agua corriente en sus casas? ¿Qué comen millones de personas cuyo salario es salir cada día a la calle a encontrar algo de alimento? ¿Qué te importa la posibilidad de quizá morirte por un virus ante la certeza de morirte de pobre?

A todas esas personas, como a las que tenían ahorros o cobran ciertos seguros, se les mandó igual meterse en sus casas. Las importantes ayudas que ha dado el Gobierno, el primer plan de estímulos era por valor de 24.500 millones de euros, no han sido suficientes para paliar el enorme desencanto de un país donde la macroeconomía y la microeconomía conviven separadas por un muro. El estallido de estos días es también una revuelta contra todo eso y contra la posibilidad de un tercer 'lockdown' ante el incremento actual de muertes y contagios. Millones de pobres queman neumáticos para no arder ellos mismos.

Quizá la pregunta no es el porqué Sudáfrica ha saltado por los aires estos días protagonizando los disturbios más graves desde el final del apartheid, la pregunta es cómo no lo ha hecho antes y cómo no lo va a hacer después. Las graves revueltas sociales de estas jornadas, especialmente en los entornos de la región de Gauteng (Johannesburgo y Pretoria) y de KwalaZulu Natal (Durban) tienen diversos componentes que se han unido para hacer estallar la tormenta perfecta: conflicto tribal, desigualdad, populismo y miseria. Ese cóctel ha puesto contra las cuerdas una frágil sociedad que en el imaginario se sostiene en el mandato de un mito muerto, Nelson Mandela.

Nelson Mandela Sudáfrica