Medios al servicio de dictadores: China exporta su censura a África
Pekín ha comenzado a exportar la censura que practica en casa a África, donde China va ganando la batalla comercial a Europa y EEUU y aspira también a imponerse en la de la opinión pública
Durante más de dos años, el periodista Azad Essa escribió una columna semanal sobre injusticias olvidadas para los periódicos del Independent Media, el segundo mayor grupo mediático de Sudáfrica. Este mes de septiembre sus jefes le comunicaron que su colaboración se había acabado. La razón esgrimida era la falta de espacio. La más plausible, que Essa -que vive en Nueva York y trabaja para varios medios internacionales- dedicó el que sería su último trabajo a denunciar la persecución del Gobierno chino contra la minoría uigur.
“Horas después [de enviar a los editores su artículo], mi columna fue cancelada”, ha dicho en su cuenta de Twitter el periodista de origen indio, cuyo texto no llegó a ser publicado por Independent Media. Un 20% de las acciones de este grupo de comunicación, que es conocido por la pasión con que celebra las inversiones chinas en Sudáfrica y el resto del continente, está en manos de China International Television Corporation (CITVC) y del Fondo de Desarrollo China-África (CADFUND), dos entidades del gobierno chino.
Pekín se ha gastado millones en una agresiva estrategia de comunicación destinada a contrarrestar los mensajes de los medios occidentales, aún hegemónicos en África
“Cuando escribí la columna sabía que podía molestar a mis jefes”, ha reconocido Essa aludiendo a la participación china en el grupo, en un artículo para la prestigiosa revista 'Foreign Policy'. “[Pero] No esperaba que el exorcismo fuera tan inmediato y tan obvio”, remacha el periodista, que tras ser censurado fue consciente de haber violado uno de los tabúes “innegociables” de “la propaganda de China en África”.
El despido de Essa es solo un ejemplo elocuente de las muchas variantes con que el gigante asiático ha comenzado a exportar la censura que practica en casa a África, donde China va ganando la batalla comercial a Europa y Estados Unidos y aspira también a imponerse en la de la opinión pública y la propaganda.
Desde que se consolidara hace una década como el primer socio comercial del continente, Pekín se ha gastado millones de dólares en una agresiva estrategia de comunicación destinada a mejorar su imagen, esconder sus vergüenzas y contrarrestar los estereotipos sobre China de los medios occidentales aún hegemónicos en el continente.
Medios chinos al servicio de déspotas africanos
La dimensión más evidente de esta estrategia ha sido la creación de servicios continentales de los medios del Estado chino. La televisión de noticias internacional China Global Television Network (CGTN) abrió en 2012 su filial africana, que tiene sus oficinas en Nairobi y nutre sus emisiones con corresponsales locales de los países del continente. La cabecera del régimen, 'China Daily', puso en marcha ese mismo año su sucursal africana, que también tiene sede en la capital de Kenia, y los servicios en inglés y francés de su poderosa agencia de noticias, Xinhua, publican sin descanso noticias bien hechas y a la medida de la política exterior china.
Para reforzar la credibilidad de la información que el Estado chino produce en África sobre África, sus medios han contratado a periodistas locales, que deberían, a priori, gozar de más independencia que los corresponsales desplegados por las redacciones que controla el Partido Comunista en Pekín. “¿Qué nivel de autonomía profesional tienen los periodistas africanos en sus coberturas cuando trabajan para los medios de Estado chinos?”. La pregunta se la hace Emeka Umejei, investigador sobre las relaciones de China con el continente de la Universidad del Witwatersrand (Johannesburgo).
“En entrevistas realizadas por este autor, periodistas africanos que trabajan en Nairobi para CGTN, la agencia de noticias Xinhua y 'China Daily' aseguraron que tienen poca autonomía”, escribe en una de sus investigaciones este experto nigeriano. “Por ejemplo, algunos periodistas explicaron que los informes sobre derechos humanos de organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch son minimizados por sus editores”, detalla Umejei, que alerta también sobre el lenguaje utilizado para referirse a quienes protestan en el continente o en otros lugares del mundo contra los gobiernos amigos de China. “Si escribes ‘manifestantes a favor de la democracia’ lo cambian por ‘rebeldes’ o ‘alborotadores contra el gobierno’”, le dijo al investigador un experimentado periodista africano de Xinhua.
Los servicios de los medios chinos a sus socios en el continente incluyen también la “protección” de los autócratas con los que hacen negocios. Varios periodistas de CGTN consultados por Umejei se quejaron de las interferencias de sus jefes en Pekín a la hora de informar sobre líderes como el depuesto presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, o el presidente de Sudán, el fugitivo del Tribunal de La Haya Omar Al Bashir. “Nos habría gustado informar de la otra cara de Al Bashir, las atrocidades… pero me doy cuenta de que cuando cubrimos estos temas tendemos a adoptar la posición del Gobierno”, relató uno de los reporteros que sufrieron la censura. “El tipo de información en los medios chinos sobre los dictadores africanos depende del nivel de relaciones entre China y el país en cuestión”, concluye el investigador nigeriano, que subraya que la libertad de informar que Pekín da a los periodistas que contrata disminuye cuando los contenidos “pueden poner en peligro los intereses chinos en África”.
“África en positivo” como coartada
Este tratamiento de las realidades africanas sumiso a las demandas de los gobiernos autoritarios del continente encuentra muchas veces coartada en la narrativa conocida como “África en positivo”. Esta manera de entender el periodismo sobre África -entre cuyos seguidores se cuentan los medios chinos- privilegia las historias amables sobre África ante la supuesta imagen injustamente negativa a la que habría sido condenada en la prensa tradicional de Occidente. Según Umejei, “la retórica del ‘periodismo constructivo’ o el ‘periodismo en positivo’” puede repercutir negativamente en los “precarios logros en los terrenos de la libertad de prensa y la democracia en muchos países africanos”.
Otra de las formas en que Pekín promueve su visión del mundo en África es a través de los viajes de prensa subvencionados y organizados por el gobierno comunista de Pekín. A través de estas expediciones, periódicos con escasos de fondos para la cobertura de asuntos internacionales pueden enviar a sus reporteros a China o los países que elijan los organizadores, que se reservan el derecho a seleccionar las realidades que muestran y dirigen de esta forma la orientación que tendrán los artículos que se publiquen. Los viajes pagados por China sirven también para que los periodistas africanos sigan cursillos de formación en el país asiático, donde el régimen encarcela a menudo a informadores por publicar contenidos poco amables con el poder.
“¿Qué les pueden enseñar, obediencia absoluta al Estado?”, se pregunta con sorna el veterano analista de política internacional sudafricano Peter Fabricius, que ha sufrido en sus propias carnes las reprimendas de China por publicar material contrario a la línea ideológica de Pekín. Fue hace más de veinte años, cuando la influencia -y las ambiciones- de China en África eran aún insignificantes comparada con la que tiene hoy. Fabricius había sido invitado junto a varios periodistas sudafricanos a un viaje de prensa a China, pero fue desinvitado cuando la embajada china leyó un artículo suyo sobre los éxitos de Taiwán, la pequeña isla independiente, aún no reconocida por Pekín como país, donde los chinos anticomunistas resistieron a las fuerzas de Mao.
“La embajada me dijo que no era conveniente que yo visitara China en ese momento”, rememora Fabricius para El Confidencial. Cuando les pregunté por qué me dijeron que había ofendido al pueblo chino, a lo que yo contesté: ‘¿A los 1.300 millones de chinos?’”. El periódico en el que escribía entonces Fabricius, que pertenece al mismo grupo, Independent Media, que despidió este mes a Essa por su columna sobre la persecución china contra los uigures, informó en portada sobre la retirada de la invitación al autor.
Pero no solo los periodistas que anhelan viajes al extranjero acuden a Pekín a aprender de las férreas políticas de comunicación del régimen comunista. La entonces ministra de Comunicación de Sudáfrica, Faith Muthambi, visitó en 2015 China para conocer el modelo del país asiático en la gestión de los medios públicos. ¿Qué espera aprender “de un Estado de partido único que ocupa el puesto 176 entre 180 países en el Índice Mundial de Libertad de Prensa”?, se preguntó entonces la oposición.
La patata caliente del Tíbet
Además de Taiwán, el gran asunto sensible de la política exterior china es el Tíbet, la región de la que es líder espiritual en el exilio el Dalai Lama. El romance económico y político que viven desde hace años China y Sudáfrica se vio amenazado el pasado mes de febrero por la visita al país austral del presidente del gobierno en el exilio del Tíbet. Lobsang Sangay viajó entonces a Sudáfrica invitado por el partido tradicionalista zulú, Inkhata, sin que el gobierno sudafricano tuviera constancia del cargo que desempeñaba.
La embajada china en Pretoria reaccionó con furia ante la presencia del dirigente tibetano. En un comunicado de una dureza poco habitual en medios diplomáticos, la representación de Pekín amenazó a Pretoria con duras represalias si algo similar volvía a ocurrir en el futuro. “Envía una señal equivocada al mundo, y mina la confianza política entre China y Sudáfrica”, dice sobre la indeseable visita un fragmento de la nota, que remacha: “No cabe duda de que desalentará la confianza de los inversores chinos en Sudáfrica, y socavará los esfuerzos de Sudáfrica para reducir la pobreza, además de causar un grave daño a los intereses de Sudáfrica los sudafricanos”.
Según explicó a El Confidencial Fabricius, que cita fuentes de la diplomacia sudafricana, el comunicado causó un gran malestar -reprimido- en el ministerio de Exteriores del país africano, que había hecho todo lo posible para anular la agenda de Sangay en su territorio y llegó a censurar una entrevista que había concedido a la televisión público para tratar de apaciguar al gobierno chino. El líder tibetano ingresó a Sudáfrica con un pasaporte estadounidense. Expulsarle del país le habría supuesto a Pretoria un escandaloso encontronazo diplomático con Washington. La presión china ya llevó en 2014 a Sudáfrica a negarle el visado al Dalai Lama, que considera a China una potencia ocupante en el Tíbet y exige más autonomía y desarrollo para el pueblo tibetano.
La censura china en los países africanos donde tiene poder no se limita a los medios, y alcanza también al mundo académico. Según contó recientemente en el semanario sudafricano Mail & Guardian Ross Anthony, director del Centro de Estudios Chinos de la Universidad de Stellenbosch (junto a Ciudad del Cabo), las autoridades chinas rechazaron hace su solicitud de visado de entrada al país y le exigieron que elimine de sus clases las referencias a Taiwán, al Tíbet, a la región de Sinkiang y al pueblo uigur que allí vive y a la Revolución Cultural de Mao, en la que murieron asesinadas millones de personas. “Cuando en mis clases tengan más protagonismo los logros de la ‘Nueva China’, mi petición de visado será reconsiderada”, escribió el profesor sobre la respuesta obtenida.
La venta de tecnología destinada al control de las personas y las opiniones que expresan es otra de las maneras que tiene China de exportar su censura a África. La organización de promoción de la democracia Freedom House ha alertado del uso masivo de tecnología para extender la mordaza de los gobiernos autoritarios de la zona a internet. En 2013, China firmó un contrato valorado en 800 millones de dólares con Etiopía en materia de telecomunicaciones. Este acuerdo sirvió, entre otras, cosas, para perfeccionar la censura de contenidos en la red y bloquear plataformas de comunicación como Whatsapp, Twitter o Facebook, algo que el gobierno de Adis Abeba ha hecho en varias ocasiones desde entonces. Otros gobiernos autoritarios de la región, como los de Uganda y Tanzania, también han pedido colaboración a China para perseguir la disidencia en internet y en las redes sociales, según denuncia Feedom House.
Durante más de dos años, el periodista Azad Essa escribió una columna semanal sobre injusticias olvidadas para los periódicos del Independent Media, el segundo mayor grupo mediático de Sudáfrica. Este mes de septiembre sus jefes le comunicaron que su colaboración se había acabado. La razón esgrimida era la falta de espacio. La más plausible, que Essa -que vive en Nueva York y trabaja para varios medios internacionales- dedicó el que sería su último trabajo a denunciar la persecución del Gobierno chino contra la minoría uigur.
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