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Bruselas es una máquina política y Von der Leyen todavía no lo entiende
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la gran lección que dejó Juncker

Bruselas es una máquina política y Von der Leyen todavía no lo entiende

La futura presidenta de la Comisión Europea tiene que entender el carácter político de su rol, asumir riesgos y aprender de su antecesor. Bruselas no es ya una ciudad burocrática, es la capital política de Europa

Foto: Urusla von der Leyen, futura presidenta de la Comisión Europea. (Reuters)
Urusla von der Leyen, futura presidenta de la Comisión Europea. (Reuters)

El idioma del poder es el susurro. Los que se escuchan cada noche de la semana en algunos restaurantes de la Rue du Luxembourg, en el corazón del barrio europeo de la capital belga, se han ido transformando en los últimos años. A la simple conversación en voz baja sobre regulaciones, textos y propuestas legislativas, se ha ido añadiendo el susurro político. La conversación europea, la intriga, diálogos realmente trascendentes que conciernen y deciden parte del futuro de casi 500 millones de personas. Bruselas siempre ha sido una ciudad importante. Ahora, además, es poderosa: es la capital política de Europa. Algunos de sus nuevos inquilinos no lo están entendiendo y se empeñan en seguir tratándola como una enorme mole burocrática. El precio a pagar puede ser muy alto.

Todo comenzó antes, pero en mayo de 2014 ese cambio se hizo irreversible. Jean-Claude Juncker, quien había sido ministro de Finanzas luxemburgués, primer ministro durante muchos años y personaje con una destacada trayectoria europea, decidió tomar partido en el eterno pulso entre las todopoderosas capitales de los Estados miembro y el Parlamento Europeo. Y eligió la Eurocámara.

Foto: Jean-Claude Juncker, Manfred Weber y Guy Verhofstadt hace cinco años, antes de que el primero fuera elegido presidente de la Comisión Europea. (EFE)

Se arriesgó y participó como cabeza de lista del Partido Popular Europeo (PPE) en las elecciones europeas de aquel año bajo el mecanismo del ‘spitzenkandidat’ por el cual la Eurocámara se comprometía a votar únicamente a un presidente de la Comisión Europea que hubiera participado en los comicios europeos. Sí, hace la propuesta era potestad de los jefes de Estado y de Gobierno europeos (el Consejo Europeo), pero el Parlamento tiene que ratificar. Y decidió usar ese poder. La noche de las elecciones estaba ya claro que la Eurocámara se acababa de atrincherar y solo aprobaría el nombre de Juncker. Aquello cambió las dinámicas los siguientes cinco años. Y seguramente para siempre.

En general, Europa es hoy mucho más política, para lo bueno y para lo malo. Las sucesivas crisis de los últimos años han convertido a Bruselas en la verdadera capital europea. Sinónimo de gestión de crisis, el lugar donde se toman decisiones clave, donde todo el mundo mira cuando las cosas se ponen feas: el núcleo de un poder real. Intentar aislar eso de la política es un experimento llamado al fracaso. Hay un mayor choque ideológico. Junto a esa politización de la UE está apareciendo una fragmentación que parte en dos o más trozos el proyecto europeo (norte-sur, este-oeste). Si se está politizando Europa y el proyecto, ¿cómo no se va a politizar el cargo más importante dentro de la UE?

Es cierto que el luxemburgués, ahora ya a punto de abandonar su cargo, es una persona independiente y que, por lo general, tiende a ir por su cuenta. Todo el mundo sabía en 2014 que Juncker sería bastante indomable, que sería difícil llamarlo a filas, que actuaría por su cuenta. Él no se cortó: bautizó a su Comisión como la “Comisión política”. Él no había venido solo a hablar de cuotas lecheras. Pero parte de esa soltura, de esa libertad, de algún que otro choque con líderes y capitales, ha sido gracias a que su cargo se lo debía al Parlamento Europeo. A los electores.

placeholder Jean-Claude Juncker se despide en su última rueda de prensa en el Consejo Europeo. (EFE)
Jean-Claude Juncker se despide en su última rueda de prensa en el Consejo Europeo. (EFE)

Tras las elecciones de 2019 Emmanuel Macron, presidente francés, cumplió con su promesa y eliminó cualquier atisbo del mecanismo del 2014. Maniobró y tejió alianzas para acabar poniendo a una desconocida, Ursula von der Leyen, por entonces ministra de Defensa alemana, al frente de la Comisión Europea. Golpe sobre la mesa y el eje franco-alemán dominando Europa. Como en los viejos y buenos tiempos.

Desde entonces los errores de Von der Leyen y el hombre que la situó allí han sido muchos. Y gran parte de ellos se han producido por la incapacidad de la alemana y del líder francés de asumir una realidad: Bruselas es ya una capital política, donde las cosas no se hacen ya como antaño.

El Parlamento Europeo demostró que, aunque los mandamientos de las capitales siguen siendo decisivos, sabe morder, y está dispuesto a hacerlo. Hizo sudar a Von der Leyen, que recibió un apoyo estrechísimo en julio después de unas audiencias en las que recibió muchas críticas, en la que se mostró mucho más conservadora que Juncker a pesar de que la Eurocámara de 2019 era mucho más progresista que el de 2014. Era, en general, un despropósito.

De esos días previos a la votación del Pleno aprendió una primera lección: para ser presidente de la Comisión Europea tienes que aceptar tesis progresistas. En el Parlamento Europeo se requiere el apoyo de, como mínimo, tres familias políticas: populares, socialistas y liberales. Y hay que ser digerible para los tres grupos. Hay que coexistir, hay que mantener el equilibrio o la Eurocámara, que aunque sobre el papel no tiene grandes poderes y está muy atada por las capitales, puede acabar haciéndote la vida muy difícil.

Foto: Sylvie Goulard. (Reuters)

Sylvie Goulard, candidata francesa a ser comisaria de Mercado Interior -con importantes poderes también en industria de la defensa- fue defenestrada por el Parlamento Europeo, la primera vez que una candidatura de Francia es finiquitada por la Eurocámara. Hubo varias razones: fue una venganza del Parlamento Europeo contra Macron por haber acabado con el ‘spitzenkandidat’; un castigo porque estaba claro que Goulard tenía posibles conflictos de interés; y un garrotazo de los eurodiputados contra París y Von der Leyen por creer que podrían hacerle tragar un nombre sin mediar palabra. Una imposición que es, en realidad, como la alemana logró su nominación a presidenta de la Comisión.

Macron dijo públicamente que Von der Leyen había apalabrado con los principales grupos la luz verde a Goulard (algo que luego negaron todos los grupos), tomando al Parlamento Europeo como un mero trámite administrativo. Un error que hace ver que al proeuropeísmo del presidente galo le falta entender que el progreso del proyecto pasa por su politización y que la politización provoca que a veces las cosas no salgan como esperas. Es decir, que las capitales no tengan el control absoluto de todo. Después culpó, también públicamente, a la futura presidenta de la Comisión Europea, lo que la debilitó todavía más.

La administración Von der Leyen finalmente no empezará el 1 de noviembre, porque todavía no se ha completado el equipo que le acompañará tras el rechazo de los candidatos de Francia, Hungría y Rumanía. Como pronto lo hará el 2 de diciembre y será, al menos en su inicio, la Comisión más débil que muchos recuerdan en la capital comunitaria.

Si Von der Leyen quiere recuperar terreno tendrá que acostumbrarse a volverse contra los líderes, a sentirse más libre de ataduras. Ahora, ya votada por el Parlamento Europeo, tiene que comenzar a defender una agenda política que en ocasiones chocará con los Estados miembros. Esa es la concepción que se ha tenido durante los últimos cinco años, y ha convertido a Bruselas por primera vez en una capital política. Dar marcha atrás sería un error de grandes proporciones celebrado por todo lo alto en casi todas las capitales.

placeholder Von der Leyen en el último Consejo Europeo. (EFE)
Von der Leyen en el último Consejo Europeo. (EFE)

Intrigas palaciegas

Von der Leyen se ha traído de Berlín a buena parte de su equipo, liderado por Bjoern Seibert, que ya era su jefe de gabinete en el ministerio de Defensa. Si Seibert es su mano derecha, la izquierda es Jens Flosdorff, con 15 años de experiencia en comunicación política, siempre ligado a la actual presidenta electa.

La alemana solo confía en su círculo interno, especialmente Seibert y Flosdorff, dos personas que no conocen Bruselas, no entienden la capital comunitaria ni las dinámicas internas de la Comisión. Creen que es el Ejecutivo de hace veinte años: un gigante burocrático. Y no: es un monstruo político. Y hay que saber domarlo con cuidado o te acaba devorando.

Foto: Una persona entra por una de las puertas del Berlaymont. (Reuters)

Varias personas apuntan a que Flosdorff ha tardado en comprender los elementos más básicos de la política de comunicación de la Comisión Europea, como la muy asentada rueda de prensa diaria del Ejecutivo comunitario. Seibert y Flosdorff están a su vez confiando únicamente en gente del círculo de Berlín, dejando fuera a personas con un conocimiento importante para el futuro de la institución. Algo que siempre pasa en una transición, pero que esta vez está yendo un poco más allá y preocupa los efectos que tendrá a largo plazo, además del malestar que genera dentro de la propia Comisión Europea, donde algunas personas muy preparadas se ven sustituidas por el núcleo duro que Von der Leyen trajo de Berlín.

La futura presidenta se encierra en su círculo cercano, ha pedido construirse un apartamento en la propia sede de la Comisión Europea, agudizando esa sensación de separación de la realidad de la que muchas veces se culpa a la UE: encerrada en su castillo, Von der Leyen trabaja de sol a sol. Pero trabajar mucho no es suficiente.

Parece existir también poca confianza en sus miembros más cercanos en el colegio de comisarios, los vicepresidentes ejecutivos: Frans Timmermans, un socialista que estuvo a punto de ser presidente de la Comisión Europea hasta que Macron descarriló su candidatura en el último momento, y la liberal danesa Margrethe Vestager, que también se consideró para el cargo. De hecho en ciertos círculos hay malestar porque Von der Leyen decidió colocar a un tercer vicepresidente ejecutivo contra todo pronóstico: Valdis Dombrovskis, del PPE, rompiendo un cierto equilibrio de partidos y poder en la cúpula de la Comisión Europea.

La transición de Juncker fue un modelo de futuro para la UE. Pero porque el luxemburgués entendió bien la jugada. Su jefe de campaña, luego cabeza de equipo de transición, jefe de gabinete y finalmente secretario general, el todopoderoso Martin Selmayr, se encargó de todo. Montó un equipo con gente de dentro de la Comisión, de su máxima confianza. Se conocían cada centímetro del Berlaymont, el edificio que sirve como sede del Ejecutivo comunitario en el barrio europeo de Bruselas.

placeholder Banderas europeas ante la sede de la Comisión Europea. (Reuters)
Banderas europeas ante la sede de la Comisión Europea. (Reuters)

Selmayr ha sido muy criticado, en muchas ocasiones con razón. Conocido como el “monstruo del Berlaymont” o el “Rasputín de Bruselas”, criticado por sus métodos maquiavélicos, por tener un liderazgo demasiado marcado, casi dictatorial, aislar a Juncker y controlar cada paso que se daba en la Comisión Europea, el alemán tenía al menos una idea clara: Bruselas es política. Controlaba cada golpe de mano, cada relación, cada campaña política de la Comisión. Veía al Ejecutivo comunitario no solo como un ejecutor de lo que establecía el Consejo, sino también como un contrapeso, como un freno a los intentos de algunos países por recuperar competencias, por demonizar a la UE.

Si Von der Leyen no asume ese rol de contrapeso, la Unión Europea estará perdiendo un líder necesario, y que durante los últimos años Juncker ha representado de una forma bastante positiva. Es bueno que el presidente de la Comisión Europea no tenga cuentas pendientes con las capitales, no deba nada a los líderes. Eso ya no es posible, pero ahora la alemana tiene cinco años por delante para demostrar que puede ser totalmente libre e independiente, y, sobre todo: para cumplir con su promesa y establecer un verdadero sistema de elecciones de presidente de la Comisión Europea que tenga una conexión directa y real con las elecciones europeas.

El idioma del poder es el susurro. Los que se escuchan cada noche de la semana en algunos restaurantes de la Rue du Luxembourg, en el corazón del barrio europeo de la capital belga, se han ido transformando en los últimos años. A la simple conversación en voz baja sobre regulaciones, textos y propuestas legislativas, se ha ido añadiendo el susurro político. La conversación europea, la intriga, diálogos realmente trascendentes que conciernen y deciden parte del futuro de casi 500 millones de personas. Bruselas siempre ha sido una ciudad importante. Ahora, además, es poderosa: es la capital política de Europa. Algunos de sus nuevos inquilinos no lo están entendiendo y se empeñan en seguir tratándola como una enorme mole burocrática. El precio a pagar puede ser muy alto.

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