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Olvídense de Trump vs. Biden: estas pueden ser las dos estrellas de las elecciones de EEUU
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Gavin Newsom vs. Nikki Haley

Olvídense de Trump vs. Biden: estas pueden ser las dos estrellas de las elecciones de EEUU

Biden es muy mayor, mientras que Trump se enfrenta a procesos judiciales que pueden acabar con él en la cárcel. En ambos partidos se preparan ya otras opciones, como Gavin Newsom y Nikki Haley

Foto: Gavin Newsom (i) y Nikki Haley (d).
Gavin Newsom (i) y Nikki Haley (d).

Es verdad que, cada cuatro años, las elecciones presidenciales estadounidenses son las más importantes en una generación. Que la batalla que se libra no es por la economía o por la política migratoria, sino por el alma, el carácter, el destino, la mismísima esencia de Estados Unidos. Cada cuatro noviembres se nos dice que nunca antes en la historia ha habido unas elecciones tan absolutamente determinantes. Y es comprensible: hay que sumar votos y clics. También es cierto que, en 2024, existen condiciones únicas y posibilidades nada desdeñables de que los candidatos más previsibles —Donald Trump y Joe Biden— acaben retirándose, dando paso a caras relativamente nuevas y reformulando totalmente las apuestas en la primera potencia del mundo.

Si la política fuese un cuadrilátero de boxeo, en las esquinas opuestas tendríamos a dos candidatos agotados y ensangrentados, aunque de distinta manera. En calzones azules, Biden se ve amenazado por la percepción pública de su avanzada edad. Tres de cada cuatro estadounidenses piensan que debería tirar la toalla y jubilarse. Entre sus propios votantes, los demócratas, cerca de la mitad piensa así. En calzones rojos, Donald Trump es objeto de cuatro procesos judiciales a cada cual más peliagudo. En ambos casos, puede que el candidato quede inhabilitado: uno por motivos de salud y otro por motivos legales. Si Trump acaba condenado a una pena de cárcel, existe un debate sobre si eso lo forzará o no a dejar la carrera presidencial.

Estas raras circunstancias han hecho que los potenciales herederos de ambos campeones lleven meses moviendo sus piezas por el tablero. En el caso republicano, hay un proceso de primarias en toda regla sembrado de candidatos que quieren explícitamente arrebatarle a Trump el derecho a presentarse a la presidencia. En el caso demócrata, este proceso se da por lo bajo. En público, se apoya a Biden; entre los cortinajes, sus posibles sucesores forman discretos comités nacionales y aparecen como por arte de magia, qué casualidad, en los estados clave.

Foto: Donald Trump durante un mitin republicano en Iowa. (Reuters/Scott Morgan)

Lo más probable es que Biden y Trump se enfrenten de nuevo, pero estiremos por un momento las posibilidades, dejemos volar un poco la imaginación. Si uno o los dos se retiran, es posible que las esquinas del cuadrilátero pertenezcan, en la parte azul, al gobernador de California, Gavin Newsom; en la parte roja, a la exgobernadora de Carolina del Sur y exembajadora de EEUU ante la ONU Nikki Haley.

El 'tiburón' demócrata sin miedo a la sangre

Si Newsom finalmente se presenta para el gran premio, ahora o en 2028, podrá decir que lo hace con una experiencia gestora incomparable. El californiano, que empezó su carrera profesional en el mundo de los negocios con la fundación y desarrollo de PlumpJack Group, una empresa vinícola y hostelera que sigue funcionando, desempeñó cargos en la alcaldía de San Francisco desde 1996, fue alcalde de esta ciudad entre 2004 y 2011, vicegobernador de California entre 2011 y 2019, y gobernador desde 2019. Sus orígenes fueron humildes y todavía se faja con una dislexia severa que le dificulta la lectura y la comprensión de números. Razón por la cual el gobernador continúa recibiendo muchos de los informes en formato de audio.

En los círculos demócratas, tiene fama de ser un político hambriento, con instinto depredador, y que en unas circunstancias tan tribalizadas y convulsas podría plantar cara a un toro de lidia como Donald Trump. Las habilidades retóricas de Newsom fueron desplegadas la semana pasada, cuando debatió en el canal Fox con su némesis, Ron DeSantis, gobernador de Florida. Los dos estados más grandes de EEUU frente a frente. Los simpatizantes interpretaron la actuación de Newsom como un asesinato en directo del más incómodo y menos experimentado DeSantis, ocupado en ganar las primarias republicanas.

placeholder El gobernador de California, Gavin Newsom. (Reuters/Tingshu Wang)
El gobernador de California, Gavin Newsom. (Reuters/Tingshu Wang)

Newsom no es el único potencial contendiente. Hace cuatro años diríamos que la vicepresidenta de EEUU, Kamala Harris, sería la más indicada para recoger el testigo de Biden, pero su mandato vicepresidencial le ha llevado una impopularidad récord. Harris es más impopular incluso que su antecesor, Mike Pence. La gobernadora de Michigan, Gretchen Whitmer, ha recibido peticiones de sus colegas de partido para dar el gran paso: es moderada, tiene fama de eficaz y procede de un estado electoralmente suculento. Otros nombres, como el de Josh Shapiro, gobernador de Pensilvania, flotan en los mentideros demócratas.

La ventaja de Newsom es su dilatada experiencia, su perfil cada vez más nacional y hasta un espaldarazo discreto del propio Biden. “Quiero hablar de Gavin Newsom. Le quiero dar las gracias”, dijo Biden después de que el gobernador acogiera el encuentro con el presidente chino, Xi Jinping, el mes pasado. “Está siendo un pedazo de gobernador”, añadió. “De hecho, él podría ser lo que quisiera. Podría tener el empleo que yo estoy buscando”. Es decir, la presidencia en 2024.

No todo reluce

Pero Newsom también tiene sus vulnerabilidades. El estado de California representa las políticas que, a juicio de los votantes conservadores, amenazan con destruir la propia textura del carácter estadounidense. Dentro de unos días, el 1 de enero de 2024, será ilegal en California dividir las secciones de juguetes en las tiendas en función del género; será ilegal tener un cortacésped o un carrito de golf que funcione con gasolina; las escuelas californianas habrán de tener en sus servicios productos menstruales gratuitos, y, a partir de 2026, los alumnos de instituto solo podrán graduarse después de aprobar un “curso de estudios étnicos”. Estas y otras leyes woke pueblan las pesadillas de los republicanos y de muchos independientes.

Uno de los contrastes que suelen destacar los conservadores es que California epitomiza, al mismo tiempo, el paraíso de las leyes modernas y progresistas, y el infierno de la desigualdad social más espantosa. Un popular mapa que circula por las redes sociales divide el estado en tres franjas verticales: la costera, donde vive en primera línea de playa la gente guapa, millonaria y de valores humanos y exquisitos; después una zona de vagabundos enganchados al fentanilo y a la metanfetamina, cuyas tiendas de campaña se desparraman hacia algunas calles de Los Ángeles y San Francisco. Y luego una tercera zona de turísticos Parques Nacionales.

Foto: Michael Shellenberger. (EFE)

Esta combinación de pandemia, precios imposibles, leyes woke y territorios de grave inseguridad urbana habría producido un éxodo de californianos. Solo en 2022 cerca de 340.000 habitantes se mudaron a otros estados. Entre abril de 2020 y julio de 2022, la diferencia entre las personas que llegaron a California y las que se marcharon es de 700.000 a favor de estas últimas. Un argumento que se escucha habitualmente en boca de los conservadores y que puede resultar persuasivo a la hora de criticar una posible candidatura presidencial de Gavin Newsom.

Neoconservadora de manual

En este mundo no tan fantasioso, Newsom se las vería con la republicana Nikki Haley. La púgil de 51 años que empezó siendo una más de entre los 13 aspirantes a ganar las primarias del partido y luego la presidencia, y que hoy se pelea con Ron DeSantis por conquistar el segundo puesto. La aspirante también tiene una gran experiencia política: ha pasado por la Cámara de Representantes de Carolina del Sur, fue gobernadora de este estado y luego sumó, en la Administración Trump, dos años de experiencia directa de política exterior como embajadora ante Naciones Unidas.

Otra gran baza de Nikki Haley es que encarna el sueño de la élite conservadora tradicional que todavía conserva sus poltronas en Washington. Haley es una neoconservadora de manual. Mientras otros competidores, en la línea de Donald Trump, han cuestionado o rechazado la ayuda militar a Ucrania, Haley es de sus principales defensoras, así como de Israel y de un rol asertivo de EEUU en el mundo. También sigue este manual en otras cosas, como la política migratoria o una magra fiscalidad que limite el gasto del gobierno y reequilibre las balanzas públicas.

placeholder La candidata presidencial republicana Nikki Haley. (Reuters/Brian Snyder)
La candidata presidencial republicana Nikki Haley. (Reuters/Brian Snyder)

El toque adicional de Nikki Haley es que se trata de una mujer de color. Sus padres son inmigrantes indios y Haley fue la primera mujer y la primera persona de una minoría racial en gobernar Carolina del Sur. Cualidades identitarias que pueden anular una parte de las ofensivas de los demócratas, tradicionalmente empeñados en erigirse como los defensores de las mujeres y de las minorías.

Esta serie de cualidades han hecho que el grupo Americans for Prosperity Action le diera a Haley su apoyo oficial a finales de noviembre. ¿Y qué es Americans for Prosperity? Pues una de las redes de influencia conservadoras más amplias, influyentes y ricas de Estados Unidos. Una organización sin ánimo de lucro fundada por los industrialistas hermanos Koch, del que solo queda uno, para colocar su agenda tradicional en Washington. Una agenda que no suele casar con los principios del nacionalpopulismo trumpiano. Hasta el verano pasado, este grupo ha logrado recaudar 70 millones dólares destinados a financiar campañas políticas. El tipo de cifra que servirá de maravilla a Haley para vencer a DeSantis, y, quizás, a Trump.

¿Dejar atrás la 'era trumpista'?

Viejas luminarias del partido como Karl Rove, consejero de Bush hijo y prolífico estratega conservador, elogian diariamente a Haley, en la que perciben un apetito político similar al de Newsom: una oportunidad para dejar atrás la era del trumpismo, una especie de parodia o de hijo feo de la época de Ronald Reagan, y de volver a meter EEUU en el sendero de la decencia de los valores tradicionales.

Las malas noticias para la republicana es que el expresidente sigue teniendo una ventaja de más de cuarenta puntos en las encuestas. Pero este ciclo presidencial no es como los anteriores. Nunca antes un contendiente ha tenido el lastre de cuatro procesos judiciales abiertos. Y he aquí otro potencial giro del destino: si Donald Trump es invalidado o pierde de una manera o de otra, puede que Biden, como ha barajado él mismo, suspenda también la campaña que oficialmente inició en abril. “Si Trump no se presenta, no estoy seguro de presentarme yo”, declaró.

Es verdad que, cada cuatro años, las elecciones presidenciales estadounidenses son las más importantes en una generación. Que la batalla que se libra no es por la economía o por la política migratoria, sino por el alma, el carácter, el destino, la mismísima esencia de Estados Unidos. Cada cuatro noviembres se nos dice que nunca antes en la historia ha habido unas elecciones tan absolutamente determinantes. Y es comprensible: hay que sumar votos y clics. También es cierto que, en 2024, existen condiciones únicas y posibilidades nada desdeñables de que los candidatos más previsibles —Donald Trump y Joe Biden— acaben retirándose, dando paso a caras relativamente nuevas y reformulando totalmente las apuestas en la primera potencia del mundo.

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