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El país aliado del Kremlin que lleva a los rusos de cabeza: "Me consideran una amenaza nacional"
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El país aliado del Kremlin que lleva a los rusos de cabeza: "Me consideran una amenaza nacional"

Miles de rusos han llegado a Serbia desde que empezó la invasión en Ucrania, pero los que se han demostrado en contra la guerra tienen problemas para continuar en el país

Foto: Una mujer camina delante de un mural de Vladímir Putin en Belgrado, Serbia. (Reuters/Marko Djurica)
Una mujer camina delante de un mural de Vladímir Putin en Belgrado, Serbia. (Reuters/Marko Djurica)

Hace cinco años que Peter Nikitin llegó a Serbia desde su Rusia natal. En ese momento, la invasión a gran escala en Ucrania formaba parte de un futuro que pocos esperaban. Meses antes de que los tanques del Kremlin cruzaran la frontera, Nikitin fundó la ONG Sociedad Democrática Rusa y, con el nacimiento de su proyecto y el inicio de la guerra, empezó su pesadilla. "Nunca tuve ningún problema hasta que me volví políticamente activo", explica. Este verano, cuando volvía de un viaje, las autoridades fronterizas del aeropuerto Nikola Tesla intentaron bloquearle la entrada en el país, a pesar de tener en regla todos los permisos de residencia.

Según el activista ruso, su caso es una manera de ejemplificar cómo una parte de los serbios perciben a rusos como Nikitin. "Los que son abiertamente pacifistas son vistos, en el mejor de los casos, como extraños. En el peor, como traidores rusos y 'no reales'". Desde el 24 de febrero de 2022, más de 150.000 personas procedentes de Rusia han llegado a Serbia, uno de los países que les ha abierto las puertas, junto con otros países como Georgia, Armenia o Turquía. La llegada masiva de rusos ha expuesto a una comunidad compleja, donde conviven los llegados al principio de la guerra en Ucrania, por razones políticas, y los que han llegado en la segunda ola, huyendo de la llamada del Ejército ruso.

Evgeny Irzhansky, también ciudadano ruso y amigo de Peter Nikitin, vivió tres años en España antes de llegar a Belgrado y trabajar como organizador de eventos desde 2022. Cuando empezó la guerra a gran escala, se posicionó en contra del Gobierno de Vladímir Putin. Antes de la invasión, Evgeny y su mujer recibieron el permiso de residencia serbio, pero, el pasado 28 de agosto, fue citado por el Ministerio de Asuntos Exteriores para un interrogatorio, después del cual su permiso fue cancelado. "No hice nada malo para que me expulsaran del país, como para considerarme una amenaza para la seguridad nacional". Así como el caso de Irzhansky, la periodista crítica con el Kremlin, Natasha Tyshkevich, estuvo detenido dos días en el aeropuerto hasta que tuvo que exiliarse a Alemania. El activista Vladímir Volokhonsky también tuvo que abandonar Serbia.

Estos ejemplos muestran que la relación entre Serbia y Rusia es, cuanto menos, compleja. La admiración por Rusia en el país balcánico responde a varios factores, que no son necesariamente antioccidentales. Uno de ellos está vinculado al prestigio de la literatura rusa y al acervo ortodoxo. El otro, a la psique local por las sanciones impuestas contra Rusia, que reavivan el recuerdo de las sufridas por los serbios durante los años 90, en la guerra de Yugoslavia, y los bombardeos de la OTAN en 1999, en el marco del conflicto kosovar.

Foto: Bekim Çollaku. (Cedida)

Este sentimiento de compasión y comprensión con Rusia y sus ciudadanos llega a todos los estratos sociales y políticos de Serbia, aunque a veces depende de que los receptores cumplan con el estereotipo y no se conviertan en voces críticas. Rusófilos, pero según para qué, según con quién y según cuándo.

La historia es también un reflejo de esta forma de pensar. Históricamente, Rusia se ha considerado el garante y protector de los serbios. Desde Catalina II en la época otomana, pasando por Nikola II durante la Primera Guerra Mundial o el Ejército rojo en tiempos de la II Guerra Mundial, hasta llegar a Vladímir Putin. Sin embargo, las relaciones han pasado por más de un altibajo, como el capítulo que escribió el expresidente ruso Boris Yeltsin sobre el líder serbio Slobodan Milošević. "Se comportó de manera absolutamente carente de principios. Su principal apuesta en las relaciones con Rusia era que los rusos se indignaran por mi política exterior, la discordia en la sociedad, aquella que nos empujaba a una confrontación política y militar con Occidente".

Foto: El presidente de la república Srpska, Milorad Dodik, saluda al presidente ruso Vladímir Putin este mayo. (EFE/Alexey Filipov)

Tuvo que pasar un tiempo hasta que Belgrado olvidó estas palabras y continuara teniendo a Moscú como aliado. Siempre y cuando le conviniera dentro del tablero internacional, como apunta Dimitar Bechev en su ensayo Rival Power: Russia's Influence in Southeast Europe.

A favor de Putin... y de la UE

Rusia es un aliado con su veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Cuando Kosovo declaró su independencia en 2008, uno de los primeros movimientos de Belgrado fue negociar un trato preferente para Moscú, al venderle a Gazprom una participación del 51% de la empresa serbia de gas y petróleo más importante, Naftna Industrija Srbije (NIS), por un precio por debajo del mercado. Entre 2001 y 2019, Putin visitó Serbia cuatro veces, muchas más que los líderes europeos, con la excepción del presidente húngaro, Viktor Orbán, más socio que aliado del presidente serbio, Aleksandar Vučić, y del líder serbobosnio Milorad Dodik.

El Gobierno serbio, desde que Vučić al poder, ha intensificado su control sobre los medios de comunicación y con una agenda marcadamente pro-Putin. Cuando empezó la invasión rusa de Ucrania, el tabloide de máxima difusión Informer, de sesgo progubernamental, tituló que Ucrania había atacado a Rusia. Las encuestas reflejaban que la sociedad no piensa muy diferente. Un 63% responsabilizó en ese momento a Occidente de la guerra. Además, los datos arrojaron que Putin es el líder más valorado, con un 45% de aceptación, muy por encima del 12% de otros líderes internacionales como el chino Xi Jinping.

Paralelamente, los datos de apoyo a la Unión Europa nunca han sido tan bajos desde la formalización de la candidatura europea en 2009 (se mueven entre el 35 y el 45%). La mayoría de los serbios no confía en la UE (61%) pero, por otro lado, más del 80% del Parlamento serbio está a favor del ingreso en el bloque.

Foto: Pedro Sánchez, en su recibimiento en Belgrado. (EFE/EPA/Andrej Cukic)

Esta posición ambivalente se repite. Serbia rechaza las sanciones de la UE a Rusia, pero respeta la integridad territorial ucraniana, así que se opone a la anexión rusa de Crimea. Durante la reunión mantenida a finales de agosto entre Aleksandar Vučić y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, el consenso entre ambos fue la inviolabilidad de las fronteras. Ucrania, pese a haber oscilado hacia el mundo occidental, no reconoce la independencia kosovar. El conflicto entre Serbia y Kosovo se ha convertido en una de las piedras angulares de la política exterior de Belgrado. En un mundo cada vez más multipolar y menos multilateral, la estrategia del país pasa por garantizar su soberanía nacional.

El plan no ha sido visto con buenos ojos en territorio europeo. La Comisión Europea, en su último informe de progreso, criticó la agenda exterior de Belgrado. Sin embargo, esta estrategia, por ambivalente que sea, resulta previsible y a pocos ha sorprendido que la línea roja del Gobierno serbio pasa por el reconocimiento de Kosovo. Hasta tal punto que la única vez que la prensa serbia se mostró crítica con Putin fue en abril de 2022, cuando el presidente ruso comparó la independencia de las repúblicas del Dombás con el caso kosovar.

'Rusia está lejos'

A pesar del reto político, Serbia ha logrado vender su papel de factor estabilizador y ganarse el favor de EEUU y de la UE. Desde el inicio de la invasión a gran escala en Ucrania, Belgrado ha contribuido al envío de armas para el Ejército de Kiev. No tardó en recular para que sus relaciones no se vieran comprometidas, aunque ha realizado ejercicios militares con varios países de la OTAN. El vínculo del país balcánico con la alianza es, para preocupación de Vladímir Putin, más estrecho de lo que han querido reconocer públicamente.

A pocos meses de que se cumpla el segundo aniversario de la guerra en Ucrania, la comunidad internacional no quiere desviar la atención de ese frente y la idea de intentar alejar a Serbia de Rusia es, en este momento, más atractiva que apoyar la causa del primer ministro kosovar, Albin Kurti. A pesar de las diferencias políticas, la Unión Europea parece que ha aceptado las contorsiones diplomáticas de Aleksandar Vučić.

La influencia de Moscú sigue, sin embargo, más presente que nunca. En un momento en el que el Gobierno de Putin no parece dispuesto a ayudar a Belgrado en su conflicto con Kosovo, un refrán serbio ilustra la disyuntiva. Bog je visoko a Rusija daleko. "Dios está alto y Rusia está lejos".

Hace cinco años que Peter Nikitin llegó a Serbia desde su Rusia natal. En ese momento, la invasión a gran escala en Ucrania formaba parte de un futuro que pocos esperaban. Meses antes de que los tanques del Kremlin cruzaran la frontera, Nikitin fundó la ONG Sociedad Democrática Rusa y, con el nacimiento de su proyecto y el inicio de la guerra, empezó su pesadilla. "Nunca tuve ningún problema hasta que me volví políticamente activo", explica. Este verano, cuando volvía de un viaje, las autoridades fronterizas del aeropuerto Nikola Tesla intentaron bloquearle la entrada en el país, a pesar de tener en regla todos los permisos de residencia.

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