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La UE celebra los 20 años del "Big Bang del este", la gran ampliación que lo cambió todo
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La última gran expansión

La UE celebra los 20 años del "Big Bang del este", la gran ampliación que lo cambió todo

Diez nuevos socios, ocho de ellos venidos de detrás del ‘Telón de Acero’, se unieron a la UE hace ahora veinte años, cambiando para siempre el club comunitario

Foto: Dos polacas celebran la entrada en la UE el 8 de mayo de 2004. (Reuters/Katarina Stoltz)
Dos polacas celebran la entrada en la UE el 8 de mayo de 2004. (Reuters/Katarina Stoltz)

El 1 de mayo de 2004, la Unión Europea vivió su particular “Big Bang” del este. De golpe, diez Estados miembros, ocho de los cuales se habían encontrado al otro lado del Telón de Acero, se incorporaron al club comunitario, que pasó de ser un grupo de solamente 15 países, todos concentrados en la parte occidental de Europa, con una visión del mundo, de la historia y del siglo XX más o menos homologable, a un bloque de 25 con un bagaje radicalmente diferente. De un golpe accedieron República Checa, Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Polonia, Eslovaquia y Eslovenia, además de Malta y Chipre, que no formaban parte de ese bloque “del este”. En 2007 se sumaron Bulgaria y Rumanía, y en 2013 se produjo la última adhesión, la de Croacia.

La ampliación de 2004 no se trató de una lenta metamorfosis que permitiera a la Unión ir adaptándose, sino que fue un auténtico shock inducido por la idea de deber histórico. En los días previos e inmediatamente posteriores al 1 de mayo de aquel año lo que hubo fue una sensación general de alivio, de reunificación del continente en un único espacio de estabilidad y de paz. La división de Europa posterior a 1945 había terminado, aunque no siempre se entendió que más allá de la etiqueta del “bloque del este” había países muy diferentes entre sí, algunos incluso con una profundísima división en su propio seno, como era Polonia.

Pero en ese momento —completado su acceso a la UE y también al espacio euroatlántico con el ingreso en la OTAN— este grupo de países, que desde 1918 habían vivido continuos terremotos políticos y sociales, sacudidos por las corrientes de la historia, quedaban anclados en occidente y podían considerar garantizada su existencia bajo el paraguas de seguridad americano y el modelo democrático de la Unión Europea. Por primera vez en siglos el chiste de que hay tres cosas que desaparecen con facilidad, las llaves, las gafas y Polonia, dejaba de tener sentido.

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel. (EFE/Miguel Ángel Molina)

Por aquel entonces, cundía el miedo a que la decisión de añadir de golpe diez socios a un club de quince hiciera que los funcionamientos de la Unión colapsaran. Pero lo cierto es que entre 2004 y 2014, durante los diez primeros años de membresía, hubo poca fricción entre la vieja guardia y los recién llegados, y los engranajes de la Unión siguieron bien engrasados. Pero entonces llegó la crisis de refugiados del 2015 y del 2016. Europa se partió, las divisiones entre el este y el oeste, con países como Polonia, Hungría o Eslovaquia defendiendo posturas que, a ojos de algunos Estados miembros occidentales, eran inhumanas, hicieron que la respuesta europea a la crisis fuera errática.

La política de brazos abiertos que estableció Angela Merkel, canciller alemana, provocó una ruptura de la confianza y una división total de Europa. Para muchos europeos del este, ansiosos ante el drenado de su talento joven desde la apertura de las fronteras y el declive demográfico que eso ha ido provocando y marcados por una historia nacional de supervivencia que se dibujaba con líneas de homogeneidad étnica, la imagen de millones de refugiados de Oriente Medio, principalmente sirios huyendo del conflicto que consumía a su país, les generó un auténtico shock. Uno que todavía hoy está presente en el debate político de estos Estados miembros y que ha llevado a la UE en su conjunto a una política migratoria mucho más dura, afianzando en el proceso a líderes populistas y autoritarios.

Porque a nadie se escapa que en algunos de estos países, especialmente en Polonia, Hungría y Eslovaquia, se han producido algunos de los principales retos al Estado de derecho en la Unión Europea. Sus sociedades se lanzaron de cabeza a la integración con occidente porque durante las décadas que pasaron al otro lado del Telón de Acero, bajo el yugo soviético, vivieron con la convicción de la superioridad moral, tecnológica, económica y política de occidente. Cuando se abrió la oportunidad en algunos casos no hubo una transición lenta, hubo un salto. Parte de sus sociedades se han sentido después engañadas y desilusionadas con la nueva realidad y han surgido movimientos autoritarios que reaccionan a esa tendencia.

Foto: Vladímir Putin y Viktor Orbán tras una rueda de prensa en Budapest en octubre de 2019. (Reuters/Bernadett Szabo)

Que las bases democráticas de estos socios eran débiles es algo obvio y que va más allá de Hungría. Eslovaquia, tras unos primeros años de progresos democráticos dentro de Checoslovaquia a partir de 1989, entró en un proceso de deterioro democrático bajo Vladimir Mečiar que duró hasta tan tarde como 1998. Solamente entonces Eslovaquia, bajo Mikuláš Dzurinda, retomó el camino de las reformas democráticas hasta el ingreso en la Unión en 2004. Las técnicas de Mečiar sonarían muy familiares a los que conozcan al actual y autoritario primer ministro eslovaco, Robert Fico.

En Bruselas los técnicos de la Comisión tardaron un cierto tiempo en entender que la promesa de la ampliación tenía capacidad de empujar a los países a hacer reformas democráticas. Una vez comprendieron el potencial con el que contaban, la política europea impulsó coaliciones de reformistas y demócratas proeuropeos en todos los futuros socios donde no se había dado ese salto hacia occidente que sí se había vivido en otros países. No fue solamente el caso de Eslovaquia: organizaciones europeas y partidos de la Unión impulsaron coaliciones en Bulgaria o Rumanía, que ingresarían en 2007. El problema en muchos de estos Estados miembros es que, una vez dentro de la Unión la Comisión Europea, ya no se ha contado con tantos instrumentos para impulsar reformas y para la consolidación del Estado de derecho.

Los enfrentamientos que se han venido viviendo desde 2015, especialmente entre Budapest y el resto de las capitales, ha hecho que se popularice la idea de que la ampliación de 2004 fue un error, y que se integró a todo un bloque con intereses y objetivos radicalmente distintos. También que no se garantizó que estos Estados miembros hubieran hecho las suficientes reformas para garantizar, por ejemplo, la protección del Estado de derecho. Pero son muchos los que defienden esta ampliación, especialmente desde una nueva perspectiva: la de la seguridad y la geopolítica. Lo que ocurre hoy con Ucrania, invadida desde 2022 por Rusia, sería susceptible de expandirse hacia occidente si no fuera por los procesos de ampliación, tanto de la UE como de la OTAN.

Foto: El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, junto a la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en Kiev. (EFE/Sergey Dolzhenko)

En 2003 Václav Havel, antiguo disidente de la Checoslovaquia comunista, primer presidente del país cuando recuperó la libertad, y también presidente de República Checa cuando el país se dividió, ofreció una entrevista en el periódico francés Le Monde en el que ya dejaba entrever esta decisión, más desde la perspectiva geopolítica que desde ninguna otra. “Rusia no sabe muy bien dónde empieza ni dónde acaba. A lo largo de la historia, Rusia se ha expandido y encogido. (...) El día que acordemos con calma dónde acaba la Unión Europea y empieza la Federación Rusa, la mitad de la tensión entre ambas desaparecerá”, afirmaba.

En 2019, cuando se cumplieron los 15 años del "Big Bang", el entonces presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, tuvo que defender aquella decisión en un momento de aumento de las tensiones entre el este y occidente de la Unión. “Ni por un solo segundo me he arrepentido de la decisión de devolver simultáneamente a diez países al corazón de Europa. Siempre he creído que era un gran momento y una oportunidad única que se nos ofrecía en la historia. (...) La valentía de los europeos del Este allanó el camino hacia la reconciliación de la geografía y la historia de nuestro continente. Por eso sigo siendo un gran defensor de la ampliación”, explicó el luxemburgués.

La historia de éxito para estos Estados miembros es innegable, especialmente desde la perspectiva económica. En 1992 el PIB per cápita de Polonia y de Ucrania eran prácticamente iguales expresados en paridad por poder adquisitivo (PPP). En 2021, un año antes del inicio de la guerra, el polaco era casi tres veces mayor. La diferencia entre estar dentro o fuera de la Unión Europea ha demostrado ser crucial en toda esta región. Hoy, algunos de estos países, como Lituania, superan a España en PIB per cápita expresado en PPP.

Reforma, nuevas ampliaciones y cambios

En 2007, con un grupo de países todavía algo pudorosos y cogiendo confianza en el nuevo foro, la Unión lanzó su propuesta de Constitución Europea, que cayó con el ‘no’ en los referéndums de Francia y Países Bajos. Muchas de las ideas allí recogidas se transfirieron al Tratado de Lisboa de 2009, el último de los muchos cambios que han sufrido los Tratados de la Unión Europea. Desde entonces en Bruselas se ha asumido que un cambio en este texto fundamental que rige el funcionamiento del club comunitario es muy complejo. La capacidad de reforma y adaptación se ha ido frenando. Las ideas más federalizantes han ido perdiendo oxígeno a medida que una serie de Estados miembros obsesionados con la supervivencia de la nación frente a organismos más grandes, ya sean otros países o bloques como la Unión Soviética, hacen de la integración un trabajo más complejo y delicado.

Pero la Unión sigue necesitando reformarse y adaptarse, especialmente en un momento de grandes cambios que empuja a la integración como manera de hacer frente a retos que tienen una naturaleza continental. Por eso, el debate sobre una nueva ampliación, que se ha lanzado a raíz de la guerra en Ucrania y de la solicitud de adhesión por parte de dicho país, así como de Moldavia y Georgia, se enmarca dentro de otra discusión más amplia sobre la necesidad de una reforma institucional, que adapte los procesos de decisión a un club que ya superaría los 30 socios, y un presupuesto que también debería cambiar para una nueva situación.

Para los “ampliófilos”, los socios que apuestan por añadir más socios, eso no debe ser excusa para integrar a algunos de los candidatos, especialmente países pequeños de los Balcanes que llevan décadas esperando y cuyo impacto institucional sería mínimo, y acusan a los “ampliófobos” de utilizar la reforma institucional, que saben que es tremendamente compleja, como una manera de bloquear la ampliación por la puerta de atrás.

Foto: Charles Michel, presidente del Consejo Europeo. (Europa Press/Jonas Roosens)

La realidad es que, 20 años después del “Big Bang”, el eje de gravedad de la Unión Europea se está desplazando hacia el este. España se está convirtiendo a todos los efectos en un socio periférico de una Unión cuyo centro geográfico ha pasado de estar más o menos en Viroinval, una pequeña localidad al sur de Bélgica, a encontrarse a las afueras de la ciudad de Gelnhausen, el Estado de Hesse, en Alemania. El centro se ha desplazado casi 400 kilómetros. Y se nota: hoy las prioridades en materia de política exterior de la Unión Europea se han adaptado a las preocupaciones de los principales socios del flanco este, Polonia se ha convertido en uno de los principales líderes dentro del club. Todos los debates, agrícolas, energéticos y, cada vez más, de política exterior, se miran también desde su prisma de manera creciente. El cambio se está produciendo incluso en el lenguaje: los socios de la ampliación de 2004 están logrando que se deje de hablar de “Europa del este” para referirse a ellos para empezar a utilizar el término “Mitteleuropa” o Europa central. Ellos no están en los límites del continente, están en su centro.

El 1 de mayo de 2004, la Unión Europea vivió su particular “Big Bang” del este. De golpe, diez Estados miembros, ocho de los cuales se habían encontrado al otro lado del Telón de Acero, se incorporaron al club comunitario, que pasó de ser un grupo de solamente 15 países, todos concentrados en la parte occidental de Europa, con una visión del mundo, de la historia y del siglo XX más o menos homologable, a un bloque de 25 con un bagaje radicalmente diferente. De un golpe accedieron República Checa, Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Polonia, Eslovaquia y Eslovenia, además de Malta y Chipre, que no formaban parte de ese bloque “del este”. En 2007 se sumaron Bulgaria y Rumanía, y en 2013 se produjo la última adhesión, la de Croacia.

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