Es noticia
La desescalada de Orbán demuestra que los líderes de la UE pueden frenarlo… pero no quieren
  1. Mundo
La 'oveja negra' de los 27

La desescalada de Orbán demuestra que los líderes de la UE pueden frenarlo… pero no quieren

Desde el año 2010 Hungría vive una deriva autoritaria que le convierte en un desestabilizador de la Unión Europea pero los líderes evitan aumentar la presión sobre Orbán

Foto: El primer ministro húngaro, Viktor Orban, camina mientras asiste a una cumbre de líderes de la Unión Europea. (Reuters / Yves Herman)
El primer ministro húngaro, Viktor Orban, camina mientras asiste a una cumbre de líderes de la Unión Europea. (Reuters / Yves Herman)

Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, ha amenazado durante semanas con que bloquearía la cumbre de diciembre de líderes de la Unión Europea, en la que se debían tomar dos decisiones fundamentales, como la apertura de negociaciones de adhesión de Ucrania y la revisión intermedia del Marco Financiero Plurianual (MFP) del 2021 al 2027 que permitiría desbloquear 50.000 millones de euros de ayuda a Kiev. El líder magiar había repetido por activa y por pasiva que su 'no' era firme. Incluso envió una carta a Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, pidiéndole que retirara el debate sobre la ampliación de la cumbre de diciembre. E incluso así, este jueves por la tarde, mucho antes de lo que nadie había anticipado, Orbán cedía y la Unión Europea aprobaba la apertura de negociaciones de adhesión con Ucrania. ¿Qué había pasado?

La cumbre se había convertido en un todos contra Orbán. Veintiséis líderes contra uno. Poco antes de que se decidiera la aprobación por parte de la Unión de la apertura de negociaciones con Kiev, Olaf Scholz, canciller alemán, había sugerido una solución que permitía a la UE avanzar y a Orbán salvar su palabra: que abandonara la reunión mientras el resto de los líderes europeos adoptaban la decisión en su ausencia, lo que permitiría que saliera adelante al no contar con ninguna oposición. Mientras la UE daba un paso histórico, el primer ministro de Hungría estaba fuera de la habitación. Una imagen que refleja bien el aislamiento de Orbán en los últimos tiempos.

El primer ministro húngaro no ha matizado su discurso. Poco después de conocerse la decisión publicó un vídeo en el que señalaba que se trataba de una decisión "irracional". Pero en ese mismo mensaje, Orbán daba la clave de por qué había decidido agachar la cabeza y echarse a un lado: "Por eso Hungría no va a cambiar su posición. Por otro lado, 26 países insisten en que es lo que hay que hacer. Por eso hemos decidido que si quieren hacerlo, lo hagan a su manera". Budapest pueda decir lo que quiera, pero soportar la presión política de quedarte solo en la Unión Europea y la presión personal que representa un "todos contra uno" en una habitación en la que los líderes están durante horas prácticamente a solas, es más difícil hacerlo que decirlo.

Orbán carga de forma continua contra "Bruselas", lo que encarna a la Comisión Europea, el Parlamento Europeo y los funcionarios comunitarios. Ha estampado la cara de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, junto a la del hijo del magnate de origen húngaro George Soros como parte de una campaña clara contra el Ejecutivo comunitario y con la que ha empapelado las calles de Hungría. Orbán ha convertido a Bruselas, esa masa informe y poco definida, en su gran enemigo político. Ella refleja la idea de un órgano supranacional al que él compara con la Unión Soviética, y toda una serie de políticas a las que él se opone, especialmente en materia migratoria.

Foto: Archivo: el primer ministro húngaro, Viktor Orban, asiste a una cumbre de líderes de la Unión Europea, en Bruselas. (Reuters / Yves Herman)

Pero una cosa es hacer creer a su público nacional que él resiste frente a esa pulsión antinacional de un órgano político apátrida y antidemocrático en Bruselas, y otra totalmente distinta es explicarle que Hungría está completamente sola en Europa, que no se trata de una organización dirigida por grises funcionarios, sino que son los líderes democráticamente elegidos del resto de Estados miembros los que te ponen contra las cuerdas.

Y eso es la demostración de que si la Unión Europea ha dejado que la situación de Hungría se enquiste es por una falta de acción por parte de los jefes de Estado y de Gobierno. Budapest tiene cerca de 22.000 millones de euros congelados por la deriva autoritaria que ha vivido el país desde que en 2010 Orbán, que fue una de las figuras clave en la apertura liberal de la Hungría del Telón de Acero, volvió al poder adoptando su visión de la "democracia iliberal", pero a nivel político los Estados miembros son incapaces de aumentar la presión sobre Budapest.

En 2018 se abrió el proceso del artículo 7 contra Hungría, una cláusula que, llevada hasta las últimas consecuencias, permite retirar el derecho a voto en el Consejo a un Estado miembro en el que haya una grave vulneración del estado de derecho y, por lo tanto, una potencial violación del artículo 2 del Tratado de la Unión Europea. Sin embargo, ese proceso no ha ido a ningún sitio. Presidencia tras presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea, los Gobiernos de turno se escudan en que para llegar a esas últimas consecuencias hace falta una unanimidad imposible ante la presencia de otros líderes autoritarios como el socialista Robert Fico, obviando que para identificar "la existencia de un riesgo claro de violación grave" del artículo 2 es suficiente cuatro quintos del Consejo que se podrían alcanzar. Se podrían estar dando pasos, se podría estar aumentando mucho más la presión sobre Budapest, porque la práctica demuestra que Orbán soporta relativamente mal la presencia de un "todos contra uno".

Las razones detrás

No se hace por falta de voluntad, porque se cree que esa existencia de un riesgo claro de violación grave del estado de derecho no serviría para nada, mientras que no se pueda retirar el derecho a voto a Budapest, por el riesgo de abrir una caja de Pandora que haga que, roto el tabú, algunos Estados miembros teman que los siguientes puedan ser ellos. Pero lo cierto es que Orbán ha vuelto a demostrar que está dispuesto a aprovechar los mecanismos que le ofrece ser miembro de la Unión Europea para intentar seguir yendo en contra de los valores que se supone que encarna la Unión Europea recogidos en el artículo 2 de los Tratados.

En 2020 un grupo de Estados miembros impulsaron la creación de un mecanismo de condicionalidad que permite congelar fondos a los países que no cumplen con los estándares mínimos del estado de derecho, y Hungría ha sido, junto con Polonia, los primeros (y únicos) en probarlo en sus propias carnes. El primer ministro húngaro acostumbra cada vez más a amagar con el veto con el objetivo de obtener concesiones y que se descongelen esos fondos. Lo hace cada vez más, y en esta última cumbre lo ha hecho vinculándolo al envío de 50.000 millones de euros de ayuda a Ucrania.

No se trata de intentar tumbar a Orbán por sus ideas políticas, como creen los sectores más conservadores de la Eurocámara. La oposición a la apertura de negociaciones para Ucrania o incluso del envío de 50.000 millones de euros a Kiev es perfectamente legítimo, pero no cuando se utiliza el derecho a veto para intentar levantar las sanciones que se te han impuesto por alejarse de los estándares mínimos de una democracia liberal europea, atacando a la independencia judicial, medios de comunicación y oposición, utilizando fondos europeos para alimentar una casta empresarial que mantenga a flote el régimen y convierta el país en un Vietnam permanente en el improbable caso de que la oposición gane unas elecciones mientras Orbán siga al frente de su partido.

El primer ministro húngaro sabe moverse dentro de la política europea, conoce mejor que nadie las dinámicas del Consejo Europeo e incluso ha sido central en el giro hacia una mayor mano dura con la inmigración a nivel europeo, normalizando sus prácticas, incluso aunque estas han sido en ocasiones consideradas como delictivas por parte del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE). No se trata de derrocarlo ni de sacarlo del tablero, sino de que permita que Hungría cumpla con los estándares mínimos que debe cumplir cualquier Estado tercero que quiera acceder a la Unión Europea.

Orbán, muchas veces simplificado por sus críticos, es un hombre muy inteligente, con una visión del futuro del continente, algo que en muchas ocasiones le falta al bando proeuropeo. Su visión de Europa está dominada por los Estados nación en forma de democracias liberales, en el que en el centro de todo está la identidad y el derecho de los Gobiernos centrales a actuar libremente dentro de sus fronteras. Frente a una cierta displicencia por parte de los líderes considerados proeuropeos, sin demasiada visión ni proyecto, Orbán quiere poner en marcha una revolución, una revolución conservadora para Europa.

La UE no es un monopolio de los proeuropeos, y es incluso positivo que choquen visiones distintas de lo que debe ser, lo mismo que existe un choque sobre qué debería ser España o Francia. Sin embargo, ese choque de ideas debería producirse dentro de un terreno de juego: la democracia liberal que garantice el estado de derecho. Los líderes europeos sencillamente han dejado que en su seno aparezca un jugador que no quiere guiarse por las mismas reglas del juego y ante el que renuncian, una y otra vez, a ni siquiera intentar empujarle de vuelta a que cumpla con las normas que todos los Estados miembros se han dado.

¿Demasiado tarde?

Lo cierto es que el resto de líderes han tenido, hasta ahora, la oportunidad de obligar a Orbán a dar marcha atrás en su deriva autoritaria. No lo han hecho y ahora, a pesar de que en este Consejo Europeo se haya demostrado que pueden seguir teniendo el poder para hacerle ceder, empieza a ser demasiado tarde. La revolución de Orbán está, de una u otra manera, en marcha.

La visión orbaniana de la migración está ya instalada, y aunque el Gobierno ultraconservador de Ley y Justicia (PiS) haya caído en Polonia, hay nuevos Ejecutivos que se guían por esa visión de Europa, como la Eslovaquia de Robert Fico, la Italia de Giorgia Meloni, que no habla de debilitar a la Unión Europea, al revés, habla de reforzarla, pero enfocándola a su visión conservadora del proyecto. A ellos quizás habrá que sumar en breve a Geert Wilders, líder de la extrema derecha en Países Bajos, que ha ganado las últimas elecciones y está en negociaciones para ser el primer ministro del país.

Foto: Manifestantes contra Geert Wilders y propalestinos protestan en Ámsterdam. (EFE/Ramón Van Flymen)

Cada pulso de Orbán, cada veto y cada chantaje, es una manera de debilitar a la Comisión Europea y a las tendencias más federalistas dentro de la Unión. Es una manera de normalizar que las reglas comunes deben adaptarse a cada líder, que hay que devolver por completo la UE a las manos de los Estados miembros. Por activa o por pasiva, la mayoría de líderes comparten esa visión y día a día la hacen realidad por omisión al dejar que el primer ministro húngaro explote los mecanismos internos de la UE para afianzar la parte de su visión del proyecto que sencillamente va en contra de los valores fundacionales de la Unión. En vez de actuar, con lo que podrían haber cambiado esta tendencia, como ha demostrado esta cumbre, los líderes han decidido dejar que el problema crezca. Y Orbán sabe que la revolución está en marcha, y una revolución es siempre volátil, puede tener éxito o acabar en desastre, pero el primer paso siempre es ese: que la mecha se prenda. Esta semana los líderes han demostrado que si hay voluntad todavía se puede frenar.

Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, ha amenazado durante semanas con que bloquearía la cumbre de diciembre de líderes de la Unión Europea, en la que se debían tomar dos decisiones fundamentales, como la apertura de negociaciones de adhesión de Ucrania y la revisión intermedia del Marco Financiero Plurianual (MFP) del 2021 al 2027 que permitiría desbloquear 50.000 millones de euros de ayuda a Kiev. El líder magiar había repetido por activa y por pasiva que su 'no' era firme. Incluso envió una carta a Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, pidiéndole que retirara el debate sobre la ampliación de la cumbre de diciembre. E incluso así, este jueves por la tarde, mucho antes de lo que nadie había anticipado, Orbán cedía y la Unión Europea aprobaba la apertura de negociaciones de adhesión con Ucrania. ¿Qué había pasado?

Hungría Viktor Orban Unión Europea
El redactor recomienda