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¿El final del cisma de Visegrado? Tusk marca un nuevo inicio para la UE y Polonia
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El pulso por el estado de derecho

¿El final del cisma de Visegrado? Tusk marca un nuevo inicio para la UE y Polonia

La vuelta de Donald Tusk representa el regreso de Polonia a las dinámicas de la Unión Europea y el final al ataque al estado de derecho en uno de los principales socios

Foto: Donald Tusk durante su etapa como presidente del Consejo Europeo. (Reuters)
Donald Tusk durante su etapa como presidente del Consejo Europeo. (Reuters)

La victoria de la oposición polaca el pasado domingo en las elecciones generales, en las que venció el partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS) pero sin la mayoría suficiente como para seguir en el Gobierno, abre la puerta al regreso de Donald Tusk al cargo de primer ministro. El alivio se ha sentido en Bruselas, pero también, y mucho, en París y Berlín. En cierto modo, se ha sentido como si estas capitales hubieran ganado un nuevo socio europeo, alguien con quien hablar, con quien tener conversaciones y con quien poder tomar decisiones. El alivio de un cisma resuelto.

Desde el año 2015 Polonia, uno de los miembros más prometedores de la Unión Europea, la quinta economía del club, el líder moral y político del bloque del este, el que debía crear una nueva Europa alejada del eje de gravitación de la Europa occidental, entró en un profundo ensimismamiento. La victoria del partido Ley y Justicia (PiS) un año después de que el primer ministro Donald Tusk abandonara el cargo para ser presidente del Consejo Europeo, reflejando aquella promesa de una Polonia europea en el grupo de los que de verdad mandan, llevó rápidamente al país a una irrelevancia buscada por Varsovia y, poco a poco, hacia un choque frontal con la Comisión Europea y con el resto de la Unión.

El Gobierno del autoritario primer ministro Viktor Orbán ya llevaba desde el año 2010 plantando y regando cuidadosamente la semilla de la discordia dentro de la Unión Europea generando la gran cisma, el gran enfrentamiento: que un miembro del club se aleje de los preceptos básicos de la Unión, como por ejemplo es el respeto al estado de derecho. La cuestión es que Hungría estaba relativamente aislada, no tenía demasiado músculo ni peso y se le dejaba a hacer a Orbán por su pertenencia al Partido Popular Europeo (PPE). Pero todo cambió cuando el PiS llegó al poder y lanzó una reforma del sistema judicial que hizo saltar inmediatamente todas las alarmas en Bruselas.

Foto: Viktor Orbán, primer ministro húngaro, junto a Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en Bruselas. (EFE)

El 17 de diciembre de 2017, tras muchos intentos de diálogo y de redirigir la situación, la Comisión Europea dio un paso sin precedentes y activó el artículo 7 de los Tratados, un botón nuclear nunca antes utilizado y que permite, en última instancia, retirar a un Estado miembro el derecho a voto en el Consejo (la institución en la que están representados los Gobiernos nacionales), aunque para llegar a ese punto se necesitaba una unanimidad que en Bruselas ya sabían que no existía. Se trata de un artículo reservado para ser utilizado contra países que pongan en riesgo los valores básicos de la Unión Europea reflejados en el artículo 2. Poco después la Eurocámara, que también tiene autoridad para iniciar ese procedimiento, activó ese artículo 7 contra Hungría.

Europa se partía en dos. Los países que se ajustan a los valores básicos de la UE y que se mantienen como democracias y estados de derecho completos, y un pequeño grupo, liderado por Polonia y Hungría, que no solamente no estaban de acuerdo con que pertenecer a la Unión les restara soberanía para, por ejemplo, establecer un control político sobre los jueces, sino que además eran muy vocales a la hora de contradecir dicho discurso y lo mezclaban con otros elementos, como por ejemplo la migración.

Ese grupo de países coincidía con el llamado “Grupo de Visegrado”, una alianza de cuatro Estados de Europa central, aunque inicialmente fueron tres, cuando Checoslovaquia todavía era un único país, que habían empezado a cooperar a partir de 1991 en su camino hacia la Unión Europea y la OTAN. Habían escogido el castillo de Visegrado para hacer honor a la conferencia de 1335 que había reunido a los reyes de Bohemia, Polonia y Hungría. Ahora el “grupo Visegrado” ya no tenía tan buen nombre en Bruselas. Lo conformaban la Polonia del PiS, la Hungría de Fidesz de Viktor Orbán, pero también la República Checa del magnate populista Andrej Babis, y la Eslovaquia del primer ministro Robert Fico. Eran los ‘enfants terribles’ del club y que representaban a más del 14% de la población de la Unión Europea.

placeholder Los primeros ministros de Hungría y de Polonia. (Reuters)
Los primeros ministros de Hungría y de Polonia. (Reuters)

El grupo se empezó a desintegrar poco después, cuando Fico se vio obligado a dimitir tras el asesinato de un periodista de investigación que trabajaba sobre los vínculos corruptos del Gobierno de Eslovaquia. En 2021, Babis perdió también el poder. Fuerzas conservadoras pero dentro del ámbito liberal se fueron posicionando en ambos países y fueron generando una división dentro del Grupo Visegrado. Pero el núcleo duro seguía ahí: la Polonia de los ultraconservadores liderados por Jarosław Kaczyński y una Hungría cada vez más separada de los valores liberales que le llevaron a Europa.

Tanto Hungría como Polonia han llamado la atención del resto de socios europeos también por políticas contra la comunidad LGTBI, en el caso húngaro por una ley de educación y en el caso polaco por las famosas “zonas libres de ideología LGTBI” que ocuparon buena parte del cuarto suroriental del país y cuya aplicación acabó siendo simbólica porque su establecimiento formal iba en contra de los tratados europeos.

En ambos países también ha habido un gran retroceso en la cuestión de la independencia de los medios de comunicación. En Hungría muchos fieles a Orbán han ido comprando los periódicos críticos y dejándolos como meras publicaciones que replican informaciones del Gobierno. La situación general es peor en Budapest, donde además la sociedad civil se encuentra mucho más desmovilizada que en las grandes ciudades polacas. Pero la sensación en las instituciones europeas es que estas elecciones podían marcar el punto de inflexión en Polonia si la oposición no era capaz de imponerse. Ahora Tusk tiene un trabajo complicado en todos los ámbitos. Un ejemplo son los medios de comunicación estatal: devolver la independencia a la televisión pública polaca entre las acusaciones de que sacar a los fieles del PiS, situados ahí por el Gobierno ultraconservador durante todos estos años, es precisamente dañar la independencia del medio.

Foto: Manifestación en apoyo a la comunidad LGTB en Polonia. (Reuters)
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En todo caso la mayor crisis entre Polonia y Bruselas llegó en octubre de 2021, cuando el Constitucional polaco, de nuevo trufado de fieles del PiS, declaró a petición del primer ministro Mateusz Morawiecki la incompatibilidad de los tratados europeos con la carta magna del país, intentando hacer saltar por los aires el principio de la primacía del derecho de la Unión, clave de bóveda del edificio legal de la UE. Esa decisión representaba un choque frontal con el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) y la Comisión tras años de pulsos y procesos en la alta corte de Luxemburgo a raíz de la reforma judicial que había provocado en diciembre de 2017 la activación del artículo 7. En 2022 la guerra de Ucrania ofreció a Polonia una cierta normalización de sus relaciones con Bruselas gracias al papel de liderazgo que ejerció desde el principio, y de hecho también le separó de Hungría, el país más cercano a Rusia dentro de la UE, pero lo cierto es que el pulso de fondo seguía ahí.

Todo este recorrido ha hecho que la Comisión Europea mantenga congelados fondos europeos a Polonia por su deriva contraria a los valores europeos. Tusk viajará la semana que viene a Bruselas precisamente para empezar a trabajar con el Ejecutivo comunitario en cómo reactivar la llegada de esos cientos de millones de euros que la economía polaca necesita.

placeholder Donald Tusk, líder de la oposición, durante la campaña electoral. (Reuters)
Donald Tusk, líder de la oposición, durante la campaña electoral. (Reuters)

No tan rápido

Está claro que Polonia era el principal miembro de ese Grupo Visegrado que tantos dolores de cabeza ha dado a la Unión Europea. La llegada de Tusk al poder representa la pérdida de un aliado importante para la Hungría de Viktor Orbán, pero para Budapest no son todo malas noticias. Solamente unos días antes de la victoria de la oposición polaca se produjo la victoria de Fico en Eslovaquia, que volverá al poder tras haber sido expulsado en 2018 por las protestas de la sociedad civil.

Fico regresa además con un discurso mucho más euroescéptico y muy prorruso, prometiendo el final del apoyo a Ucrania en su guerra contra la ocupación del ejército ruso. Orbán rápidamente felicitó a Fico por su victoria electoral y de hecho la televisión pública húngara, que es vista en algunas partes de Eslovaquia, hizo una cobertura muy positiva del líder de SMER, un partido socialista que ha sido suspendido de la familia socialdemócrata europea por haber pactado con la extrema derecha para volver al poder.

En todo caso Tusk no es un federalista proeuropeo. Es un líder conservador, que sabe la importancia que tiene la Unión Europea para Polonia, pero que tiene un discurso duro en inmigración, por lo que el país seguirá participando del grupo de Estados miembros contrarios a una mayor solidaridad en la cuestión migratoria, salvo que los aliados de Gobierno le obliguen a tomar otra postura. Pero al menos Bruselas puede esperar el final del choque por la cuestión del estado de derecho, una cooperación leal con un hombre que conoce bien la política europea, y puede volver a contar con Polonia como Estado miembro activo, que coopere y participe de verdad en las cuestiones comunes.

La victoria de la oposición polaca el pasado domingo en las elecciones generales, en las que venció el partido ultraconservador Ley y Justicia (PiS) pero sin la mayoría suficiente como para seguir en el Gobierno, abre la puerta al regreso de Donald Tusk al cargo de primer ministro. El alivio se ha sentido en Bruselas, pero también, y mucho, en París y Berlín. En cierto modo, se ha sentido como si estas capitales hubieran ganado un nuevo socio europeo, alguien con quien hablar, con quien tener conversaciones y con quien poder tomar decisiones. El alivio de un cisma resuelto.

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