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Tras décadas de brazos abiertos al turismo, México grita "gringos go home"
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Guerra de bandas (musicales)

Tras décadas de brazos abiertos al turismo, México grita "gringos go home"

El enfrentamiento entre turistas y las bandas de música regional de Mazatlán refleja el creciente conflicto provocado por la turistificación y la gentrificación en México

Foto: Bandas en Culiacán, la capital de Sinaloa. (Reuters/Daniel Becerril)
Bandas en Culiacán, la capital de Sinaloa. (Reuters/Daniel Becerril)
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"Yo sé que debo cantar con toda mi alma para esta gente que es puro corazón”, se escucha en el “Corrido a Mazatlán”, la canción emblema de ese puerto turístico de México, compuesta por José Alfredo Jiménez. En sus playas, bañadas por el Pacífico, es común ver, a un lado de las hieleras y sombrillas de los turistas nacionales, a las agrupaciones de tambora o banda sinaloense, música regional de metales atronadores y redobles en la tarola (caja). “A ver si llega mi canto a la montaña y hasta en el faro se escuche mi canción”, reza la cantinela. Y puede ser que la música llegue al faro, en la punta sur de la bahía, pero el sector hotelero ya no quiere ruido cerca de los turistas extranjeros.

A inicios de este año, se viralizó un vídeo que mostraba a un grupo de turistas intentando disfrutar un concierto de guitarra clásica frente al mar, mientras una banda opacaba al concertista. A las pocas semanas, la difusión en redes sociales de un cartel que prohibía la contratación de bandas frente a la playa concesionada de un condominio causó revuelo. Y es que, quienes han visitado la llamada Perla del Pacífico, saben que a la playa de Mazatlán no se va a leer o dormir, sino a comer mariscos, tomar “ballenas” (botellas de 1.2 litros de cerveza) y, sobre todo, a escuchar música regional.

El descontento por la prohibición terminó con una marcha, el pasado 27 de marzo, de músicos en la llamada Zona Dorada del puerto, donde se concentran los principales hoteles. A gritos de “sólo queremos trabajar” y “respeten nuestras tradiciones”, los músicos protestaron por el esfuerzo de empresarios hoteleros y autoridades por limitar la contratación de bandas en la playa. La tensión llegó a los golpes con la policía y músicos que reiteraban: “no somos ladrones”. Pese a ello, el gobierno municipal determinó un horario límite, hasta las 19:00 horas y anunció una zonificación para acotar áreas con música en vivo.

Pero las canciones de protesta que estallaron en Mazatlán no suenan en solitario, sino que son el eco de un fenómeno que lleva tiempo ocurriendo en varias partes de México. Ciudades como Oaxaca, San Miguel de Allende y la propia Ciudad de México se enfrentan desde hace años a procesos de gentrificación y turistificación, cuyos efectos han culminado en los primeros roces y reclamos contra la industria. “Se habla español” se transforma, poco a poco, en grito de resistencia.

‘Aquí hasta un pobre se siente millonario’

“Mazatlán es una ciudad muy ruidosa”, comenta Gregory Brady quien ha vivido en el puerto por más de dos décadas. Pero en esa queja también se esconde un halago. Cuando llegó como turista en 1998, a sus 42 años, Brady encontró una ciudad con muchas ofertas de trabajo para dos cosas que podía hacer: tocar la guitarra y dar clases de inglés. Como le ocurrió después a muchos estadounidenses y canadienses, se enamoró de la ciudad y decidió mudarse.

A sus casi 70 años, Brady instruye a profesores de inglés y toca covers de rock, blues y jazz en los cafés de la Plazuela Machado, en el corazón del centro mazatleco. Una de sus cosas favoritas de la ciudad es la gran variedad de música en vivo, incluyendo la regional. “A mí no me molesta la música de banda, pero yo sé que muchos de mis paisanos siempre se están quejando. Son quejosos por naturaleza”, bromea. Quejosos y con mucho poder.

Foto: El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, durante la celebración del día de la independencia. (Getty/Héctor Vivas)

En las últimas décadas, Brady ha sido testigo de la transformación del puerto, la construcción de más y más desarrollos turísticos, plazas, edificios de departamentos... Un estallido inmobiliario que representa una inversión de 2.700 millones de euros. El público de Brady en los bares y cafés de Mazatlán suele estar compuesto por personas jubiladas de Estados Unidos y Canadá, parte de un fenómeno de migración que comenzó a finales del siglo pasado en varias ciudades de México. El buen clima, las opciones de comida y entretenimiento a precios irrisorios por la fortaleza del dólar, y las rentas más baratas que en otras ciudades empezaron a atraer a este sector poblacional.

Pero, también en esto, con la pandemia hubo un antes y un después. Millones de estadounidenses se convirtieron en “nómadas digitales” y, en lugar de pagar las imposibles rentas de Nueva York o San Francisco, decidieron mudarse a ciudades más baratas, caminables y cosmopolitas. Boomers y millennials emparentados por el sueño de ganar en dólares y gastar en pesos. Según el Departamento de Estado de EEUU, hasta 1.6 millones de ciudadanos estadounidenses vivían en México en 2023.

“Toda esa construcción de cumplir lo que es ser ‘socialmente exitoso’, no se la pueden permitir en países donde todo cuesta caro. Y una de las opciones es ‘me voy a cumplir a donde me alcanza’”, explica David Navarrete Escobedo, doctor en urbanismo y profesor investigador de la Universidad de Guanajuato. “Aquí hasta un pobre se siente millonario, aquí la vida se pasa sin llorar”, ya advertía José Alfredo en su corrido para Mazatlán.

A finales de la década pasada, los esfuerzos por recuperar ciudades patrimoniales como puntos turísticos en el país contribuyeron a tres fenómenos. Por una parte, la turistificación, es decir, el proceso de transformación para recibir a visitantes y empiezan a tener una vida cultural y de consumo más agitada. Por otra parte, la gentrificación, y su desplazamiento de personas pobres de los centros urbanos. Y finalmente, la gentrificación transnacional: la llegada de migrantes extranjeros con mayor poder adquisitivo que los locales.

Pese a sus diferencias, explica Navarrete, son fenómenos que en ocasiones se retroalimentan y sus efectos son muy similares. Provocan el encarecimiento de la vivienda y renta de locales, la tranformación de comunidades enteras para atender las necesidades de turistas y nuevos inquilinos, el desplazamiento de la población local, la hostilidad de los espacios públicos para quien no consume todo el tiempo, el cambio de tradiciones, de la comida y del idioma y, por último, la preferencia por el silencio. “Eso va haciendo que la gente local, mexicana, que tal vez creció en esos centros, se vaya sintiendo cada vez más extranjera en ese lugar”, comenta el investigador. “Y eso sin duda genera tensiones culturales”.

Los habitantes de Oaxaca, un estado en el sur con una cultura vibrante y una vida política activa, llevan años viendo como los tres fenómenos mencionados transforman el estado. En enero de este año, una manifestación en la capital contra la gentrificación y la llegada de nómadas digitales se saldó con un puñado de personas detenidas. A gritos de “Oaxaca no es una mercancía” y “Fuera Airbnb de Oaxaca”, el principal reclamo de los manifestantes era el aumento de las rentas, pero también acusaron a la industria turística de mercantilizar la cultura y tradiciones de la entidad. Pero, como suele suceder en México, los problemas del país sólo se vuelven tema nacional cuando afectan a la gente de la capital.

‘Gringo go home’

“Añoro mi Roma, caminar por sus calles”, comenta Jimena Cervantes, diseñadora y fotógrafa que vivió por siete años en esa colonia. “No sé si sea por romantizar el lugar, pero fue un proceso muy fuerte el salirme de ese departamento”, agrega. Aunque pequeño, frío y húmedo (“una casa de hámster”, concede), el departamento de Jimena se encontraba en una de las zonas más cosmopolitas de la Ciudad de México, la conjunción de las colonias Roma y Condesa, repletas de bares, restaurantes, galerías y tiendas.

Cuando Jimena se mudó a la Roma Norte, en 2015, pagaba de renta unos 400 euros al mes, que fueron creciendo gradualmente a un ritmo menor al 5% anual. Durante esos años, asegura, vio cómo cada vez más extranjeros vivían en su edificio, los departamentos se convirtieron en Airbnb y la tintorería vecina fue desocupada para poner una cafetería que hoy vende mochis y sandos japoneses.

Después, vino la pandemia, el auge del teletrabajo, algunos restaurantes empezaron a poner sus precios en dólares, y los anuncios de clases particulares de inglés se convirtieron en carteles de “Practice your spanish!”. La casera le avisó a Jimena que la renta subiría, de golpe, un 30%. “Estaba totalmente fuera de mi presupuesto”. Después de un tortuoso mes intentando encontrar algo que pudiera costear por la zona, halló un lugar mucho más al norte, tan alejado de su antiguo barrio que ahora, admite, siente que vive fuera de la ciudad.

placeholder Graffiti en una calle de la Ciudad de México. (Gael Montiel)
Graffiti en una calle de la Ciudad de México. (Gael Montiel)

Ese extrañamiento le puede ocurrir a cualquiera que camine por esas colonias y escuche tantas conversaciones en inglés en sus calles y restaurantes, algo que en México ocurría sobre todo en playas como Cancún o Los Cabos. Y es que, en la Ciudad de México, la fórmula se invirtió: un cuadrante que lleva años gentrificándose, ahora se vuelve un punto de interés turístico, hasta para celebridades como Dua Lipa o Lenny Kravitz. Hoy es casi imposible encontrar una renta menor a los 1.300 euros alrededor del antiguo departamento de Jimena, más del triple de lo que pagaba hace unos años. “Se me hace muy malinchista que, por querer sacar más dinero, le den favoritismo a los extranjeros”, comenta Jimena, usando un término que, en referencia a “La Malinche”, esclava de Hernán Cortés, se usa de forma despectiva para los mexicanos que dan prioridad a lo que viene de fuera.

El Gobierno de la Ciudad de México celebró en 2022 un convenio con Airbnb y la Unesco para promocionarse como centro global de nómadas digitales, al tiempo que el número de desalojos forzosos aumentó 32% después de la pandemia, según información del diario Milenio. Aunque las manifestaciones en la Ciudad han sido pequeñas y focalizadas, las tensiones ya están ahí. Rayones, pintadas en las cortinas de negocios con nombres en inglés, carteles de “Gringo go home” y anuncios callejeros que imitan a los avisos de renta y, en realidad, extienden a los nómadas una invitación: “¿Nuevo en la ciudad? Vete”.

‘Es una cuestión de coexistencia’

Es hasta un cliché describir a la gente mexicana como cálida y amigable, especialmente con los extranjeros. Y, para quienes han estudiado y comparado la turistificación en México y Europa, la ausencia de turismofobia en México era inaudita.

“Era algo que a mí me llamaba la atención, que a pesar de la cantidad de actividad turística, no hubiera algún tipo de organización, manifestación o acción colectiva en contra”, apunta Adrián Hernández Cordero, Doctor en Geografía y Jefe del Departamento de Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa. “Lo de Mazatlán, Oaxaca o la Roma-Condesa son manifestaciones de un fenómeno bastante novedoso en México”.

Las tensiones con extranjeros en México están, aún, a nivel de anécdotas personales. En redes sociales circulan vídeos de confrontaciones en negocios, clientes enojados porque los dependientes no hablan inglés, y restaurantes que reviran e instruyen a sus meseros para hablar sólo en español. Se critica la doble vara con la que México recibe a los nómadas digitales mientras tiene una de sus crisis más graves de atención a migrantes centroamericanos que intentan llegar a Estados Unidos. En tanto, muchos defienden la derrama económica que provocaría la llegada de más turistas y gentrificadores para los negocios locales.

Lo importante, comenta Hernández, es aceptar que la tendencia de llegada de migrantes ricos a México va en aumento, pero hay soluciones posibles. Desde las medidas que se pueden tomar para regular a Airbnb, hasta la creación de espacios y actividades dirigidas desde el trabajo social para hacer dinámicas de integración entre las personas locales y las extranjeras. “Hay que apostar al trabajo de intervención comunitaria para evitar que este tipo de problemas puedan escalar”, asegura.

Es algo que algunos extranjeros como Brady, el músico de Mazatlán, llevan décadas haciendo por intuición: hablar en español y respetar las tradiciones del lugar al que migraron. Hace poco visitó por primera vez la Ciudad de México y quedó encantado por el Castillo de Chapultepec, los murales de Diego Rivera, y la oferta de transporte público. Y, en Mazatlán, lo que le gustaría cambiar del puerto son cosas en las que muchos estarían de acuerdo, como el tráfico y ser más estrictos con los motociclistas que a veces circulan por la acera peatonal. No la música en la playa. “Entiendo que hay factores económicos, el turismo es muy importante en Mazatlán”, comenta, “pero la gente va a tener que aceptar que la banda es muy popular aquí. Es una cuestión de balance, de coexistencia”.

"Yo sé que debo cantar con toda mi alma para esta gente que es puro corazón”, se escucha en el “Corrido a Mazatlán”, la canción emblema de ese puerto turístico de México, compuesta por José Alfredo Jiménez. En sus playas, bañadas por el Pacífico, es común ver, a un lado de las hieleras y sombrillas de los turistas nacionales, a las agrupaciones de tambora o banda sinaloense, música regional de metales atronadores y redobles en la tarola (caja). “A ver si llega mi canto a la montaña y hasta en el faro se escuche mi canción”, reza la cantinela. Y puede ser que la música llegue al faro, en la punta sur de la bahía, pero el sector hotelero ya no quiere ruido cerca de los turistas extranjeros.

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