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Infartos, incendios y electoralismo: breve historia de las presidencias europeas de España
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¿A la quinta va la vencida?

Infartos, incendios y electoralismo: breve historia de las presidencias europeas de España

España asume este 1 de julio la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea por quinta vez. Las anteriores, en 1989, 1992, 2002 y 2010, estuvieron marcadas por hitos históricos

Foto: La bandera de España ondea junto a la bandera de la Unión Europea. (EFE)
La bandera de España ondea junto a la bandera de la Unión Europea. (EFE)
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Este 1 de julio, España asumirá la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea, que mantendrá hasta el próximo 31 de diciembre de 2023. Es un semestre muy intenso, en el que el Estado miembro al frente de la presidencia debe encargarse de coordinar trabajos del Consejo de la UE, la institución en la que están representados los 27 países del club comunitario, y que cuenta con numerosas formaciones de técnicos, expertos y, en última instancia, de ministros. Esta es la quinta ocasión en la que España asume la presidencia. Para abordar las anteriores hay que hacer una división: aquellas que se asumieron antes del Tratado de Lisboa de 2009, y las dos, contando la actual, que se han celebrado después.

Antes del Tratado de Lisboa no existía ni un alto representante para la Política Exterior y de Seguridad de la Unión Europea, cargo que actualmente ocupa el español Josep Borrell, ni tampoco un presidente permanente del Consejo Europeo, la reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. Eso hizo que tanto Felipe González como José María Aznar tuvieran un papel más destacado del que podía esperar José Luis Rodríguez Zapatero o al que podía aspirar el propio Pedro Sánchez antes de la convocatoria de elecciones generales para el próximo 23 de julio.

1989 y 1995: un país de novatos

La primera vez que España tomó las riendas de la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea corría el año 1989 y era un país recién llegado a la por entonces Comunidad Económica Europea, a la que había ingresado tres años antes. “Hemos sustituido nuestra falta de experiencia con el entusiasmo y la seriedad que Europa necesitaba”, explicó entonces González. Todo el mundo era relativamente novato por aquel entonces. Los funcionarios y técnicos enviados a la Representación Permanente de España ante la Unión Europea no tenían ninguna experiencia previa en esta tarea.

Foto: Pedro Sánchez y Volodímir Zelenski. (EFE/Fernando Calvo)

A nivel político, existen algunas conexiones entre la presidencia de 1989 y la de 2023. Aunque González no era una figura desgastada, su Ejecutivo sí que estaba sufriendo la resaca de la importante huelga general del 14 de diciembre de 1988. Tanto así que se había extendido la idea generalizada de que el presidente del Gobierno podría haber adelantado las elecciones para asegurar la estabilidad de su gabinete si no hubiera sido por la presidencia del Consejo de la UE. González acabó convocando los comicios en octubre, al poco de salir del semestre europeo finalizado en julio y con un plan similar al que tenía Sánchez hasta hace poco: aprovechar la plataforma del semestre europeo para realzar su imagen exterior y rentabilizar estos seis meses de cara a unas elecciones en diciembre.

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El país volvió a asumir el semestre europeo unos pocos años después, en 1995, con González todavía en la Moncloa, aunque ya en tiempo de descuento. De hecho, las elecciones se celebraron solamente tres meses después de que finalizara el semestre europeo, en marzo de 1996, con la histórica victoria del Partido Popular de Aznar.

2002: infartos e incendios

En 2002, Aznar también diseñó la presidencia con el objetivo de rentabilizarla políticamente, vinculando muchas iniciativas nacionales con europeas. Como contó Charles Powell en un análisis posterior al semestre publicado en 2003 en la Revista de Estudios Políticos, eso provocó que la política nacional intentara escalar al marco europeo. Por ejemplo, los sindicatos convocaron una huelga general el 20 de junio, un día antes de que se celebrara el Consejo Europeo en Sevilla.

El de 2002 fue, en todo caso, un semestre inusualmente raro y difícil desde el punto de vista de los españoles que trabajaron en la presidencia en Bruselas. Primero porque el embajador representante permanente, Javier Conde, sufrió un infarto. El embajador, conocido como Reper, tiene una función fundamental en el buen funcionamiento de una presidencia, ya que es el encargado de presidir el Coreper, la reunión de los veintisiete embajadores permanentes que es la verdadera sala de máquinas de la Unión Europea. Así que el infarto de Conde era un contratiempo enorme. La solución fue que Poul Christoffersen, embajador Reper de Dinamarca, que asumía la presidencia en el semestre siguiente, ocupara su asiento mientras su colega se recuperaba. Durante ese tiempo, Christoffersen siguió las instrucciones aportadas por el Gobierno de Aznar.

Foto: Un trabajador instala paneles solares en Colmenar Viejo, Madrid. (Reuters/Sergio Pérez)

Los problemas no concluyeron ahí. Hacia las ocho de la tarde del 20 de marzo de 2002, se originó un incendio en el edificio de la representación permanente de España ante la Unión Europea, que acabaría costando la vida a un policía nacional y a un bombero belga. El cuerpo de bomberos de Bruselas sigue rindiendo tributo a su compañero fallecido cada año frente al edificio de la embajada española. En este edificio se centralizaba el trabajo de unos 300 funcionarios y técnicos que componían el corazón de la presidencia española. En el incendio ardieron, entre otras cosas, muchos archivos de negociaciones y dosieres en marcha.

En cuanto a contenido, la presidencia estuvo en gran parte marcada por el euro, siguiendo la estela de las dos presidencias anteriores. La divisa fue muy protagonista durante estos seis meses, ya que fue el momento en el que se adoptó. Otro gran asunto en la agenda fue la ampliación hacia el este, que se cocinaba justo en ese momento. España no era vista por muchos de sus socios como un actor neutral a la hora de dirigir esas negociaciones de la adhesión, dado que el país perdería buena parte de las ayudas que obtenía de la Unión Europea al ingresar los nuevos socios más pobres del este de Europa. De hecho, Aznar y Schröder habían tenido un choque en 2001 a raíz de este asunto, y nada más terminar la presidencia, pocos días después, el presidente del Gobierno volvió a cargar contra el canciller alemán.

Foto: Retrato de Viktor Orbán en una protesta en mayo de 2023. (EFE/Martin Divisek)

Otro asunto que marcó este semestre español fue la Convención Europea que debía reflexionar sobre el futuro de la Unión y del que saldría la propuesta de una Constitución Europea que fue derrotada en los referéndums en Francia y Países Bajos. Los trabajos de la Convención comenzaron en febrero bajo la batuta de Valéry Giscard d'Estaing. En el marco de esos trabajos sobre el futuro de la UE, Aznar apoyaría una idea que ya habían impulsado el francés Jaques Chirac y el británico Tony Blair para crear la figura del presidente permanente del Consejo Europeo, que retiraría mucho poder a la presidencia rotatoria del Consejo de la UE cuando saliera adelante ocho años después.

Aznar no se guardaba golpes, tampoco en los foros europeos, y eso llevó a que el presidente del Gobierno, que tenía una muy buena relación con Blair y con el primer ministro italiano Silvio Berlusconi, tuviera algunas tensiones con otros primeros ministros y líderes comunitarios, especialmente de países más pequeños, que consideraban que España era demasiado agresiva en la defensa de sus posiciones.

Foto: Banderas de España y la Unión Europea. (EFE/R. Cristino)

El Tratado de Niza estableció que las cumbres se harían en Bruselas, por lo que la presidencia española fue la última que celebró dos Consejos Europeos en su territorio, el ya mencionado en Sevilla y otro en Barcelona.

2010: la Europa pos-Lisboa

En enero de 2010 llegó el turno de la siguiente presidencia rotatoria para España, a la que le tocó ser un auténtico conejillo de indias del funcionamiento del nuevo Tratado de Lisboa. Este introducía cambios muy relevantes en el funcionamiento del semestre, como, por ejemplo, ese cargo de un presidente permanente del Consejo Europeo que en 2002 apoyó Aznar, que sería el belga Herman van Rompuy, o la creación del alto representante, que quitaba a la presidencia rotatoria poderes sobre política exterior.

El inicio de este nuevo entramado institucional fue torpe y complejo. Además, aunque José Manuel Durao Barroso había obtenido el apoyo de los líderes en verano para ser reelegido presidente de la Comisión Europea, que llevaba dirigiendo desde 2004, y aunque el Parlamento Europeo le confirmó en septiembre, no fue hasta principios de febrero de 2010 cuando la Eurocámara aprobó el nuevo colegio de comisarios, por lo que la actividad legislativa empezó con retraso.

Foto: Mitsotakis durante el debate parlamentario sobre el escándalo de las escuchas. (EFE)
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Pero la gran y triste protagonista del semestre español fue la crisis económica. Si el euro había protagonizado las anteriores presidencias —con el empuje por avanzar hacia él en 1989, su diseño en 1995 y el inicio de su uso en 2002—, en 2010 comenzó a recorrer Europa el fantasma que acompañaría a la Eurozona durante más de un lustro en el que Grecia estuvo a punto de salir de la moneda única.

Rasgos comunes

Para un país tan proeuropeo como España, la presidencia del Consejo de la Unión Europea siempre se ha visto como una oportunidad para potenciar la imagen internacional del presidente del Gobierno. Lo han intentado González, Aznar, Zapatero y era la intención de Sánchez. Pero desde el Tratado de Lisboa eso se ha hecho más difícil, al limitar el ya reducido protagonismo político que ofrecía la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea.

Un rasgo común a todas las presidencias españolas es que, históricamente, han querido apuntar más alto de lo que un semestre europeo puede aspirar. El Gobierno siempre ha buscado aprovechar la plataforma para mostrar grandes ambiciones que en el plano real se ven muy limitadas por el papel concreto de una presidencia rotatoria. En 2010, Ignacio Molina, investigador del Real Instituto Elcano, hizo un análisis posterior al semestre europeo que en su mayoría es válido para todas las presidencias rotatorias: “El Gobierno español planteó su Presidencia de 2010 intentando una legítima, aunque complicada, conexión con sus grandes objetivos de política interna y exterior, pero sin haber reparado lo suficiente en las limitaciones institucionales que siempre ha tenido la Presidencia rotatoria del Consejo y que el Tratado de Lisboa viene a limitar mucho más, dado que se rebaja mucho su perfil político”.

Este 1 de julio, España asumirá la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea, que mantendrá hasta el próximo 31 de diciembre de 2023. Es un semestre muy intenso, en el que el Estado miembro al frente de la presidencia debe encargarse de coordinar trabajos del Consejo de la UE, la institución en la que están representados los 27 países del club comunitario, y que cuenta con numerosas formaciones de técnicos, expertos y, en última instancia, de ministros. Esta es la quinta ocasión en la que España asume la presidencia. Para abordar las anteriores hay que hacer una división: aquellas que se asumieron antes del Tratado de Lisboa de 2009, y las dos, contando la actual, que se han celebrado después.

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