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Lo que las encuestas y la historia cuentan sobre la candidatura de Joe Biden: está demasiado mayor
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Acabar el mandato con 86 años

Lo que las encuestas y la historia cuentan sobre la candidatura de Joe Biden: está demasiado mayor

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, de 80 años, ha hecho oficial su candidatura para las elecciones presidenciales de 2024, en las que buscará su reelección

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (EFE/Shawn Thew)
El presidente de EEUU, Joe Biden. (EFE/Shawn Thew)

Dos nombres resuenan estos días en los corrillos políticos de Estados Unidos: Harry Truman y Lyndon Johnson. Dos presidentes demócratas que, pudiendo presentarse a un nuevo mandato, dijeron que no. Los dos mojaron el pie en las primarias, comprobaron que su popularidad era mejorable, y decidieron apartarse. El tercer y último caso en la historia de EEUU es aún más misterioso. Calvin Coolidge, que veía la presidencia como una tarea ligera de orquestación y dejaba de trabajar a las dos de la tarde, era extremadamente popular. Pero también dijo que no, que no le apetecía seguir metido en el ruido de la vida pública. Se lo comunicó a los periodistas repartiendo unos papelitos y se retiró a descansar como un jubilado más.

Desde hace unas horas sabemos que Joe Biden no quiere añadir su nombre a esta breve lista. Él desea "acabar el trabajo", aunque acabe su segundo mandato con 86 años. Mencionar la edad del presidente puede ser percibido como edadista, es decir, discriminatorio. Pero solo refleja lo que piensan decenas de millones de norteamericanos, según múltiples sondeos: que Biden está demasiado mayor.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Getty/Nathan Howard)

Solo el presidente demócrata sabe por qué se vuelve a meter de cabeza en 19 meses de campaña política, más otros cuatro años, si todo le sale bien, de trabajo duro en la cúspide de Estados Unidos. Un país enorme, complejo, turbulento y portador, como se decía en tiempos romanos, de la "púrpura": el peso de la responsabilidad imperial. Varios motivos pueden explicar su esperada decisión de repetir mandato.

El primero, nos atrevemos a aventurar, es la ambición. Como se preguntaba el corresponsal de Sky News, Mark Stone, "¿Quién quiere ser presidente de un mandato?". Salvo los tres nombres mencionados al principio, el resto de los 46 jefes de Estado que ha tenido este país ha repetido, o ha intentado repetir, en el Gobierno. Algunos acaban tan dolidos por perder la presidencia que se dedican a labrar un legado pospresidencial impresionante, como Jimmy Carter. O siguen obcecados en volver a la Casa Blanca. Como vemos, estos días, con Donald Trump.

Pero también hay razones tácticas. Es cierto que Joe Biden no es un presidente popular. Según la media aritmética de varias encuestas, efectuada por FiveThirtyEight, solo un 42% de los estadounidenses aprueba su gestión. Un 53,5% la desaprueba. Números que, en otra época, hubieran sido de pesadilla, pero que hoy entran dentro de la normalidad. En un país trivializado resulta difícil imaginar una figura capaz de unir a una mayoría sustancial de votantes. En otras palabras: Biden es impopular, pero no tanto como su probable rival, Donald Trump.

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El presidente demócrata, además, se ha valido de su carácter pragmático y su experiencia parlamentaria, que incluye firmes amistades con republicanos, para sacar adelante buena parte de sus propuestas legislativas. Leyes de estímulo económico, de inversión en infraestructura, de lucha contra el cambio climático o de control de armas engrosan su hoja de servicios, así que Biden, pese a la inflación y la sombra de otros problemas, considera que tiene victorias de las que presumir.

En el vídeo de campaña de tres minutos publicado este martes, una imagen se repite más de una docena de veces: la de la vicepresidenta, Kamala Harris. Cuando el tándem se presentó por primera vez, para las elecciones de 2020, la idea que circulaba por los corrillos era que la de Biden iba a ser una presidencia "de cuidados": un mandato de transición para curar las llagas del trumpismo y retornar a la normalidad democrática. Biden restañaría las heridas y luego se retiraría elegantemente a disfrutar de sus nietos en el porche de su casa de Wilmington, en Delaware, con el suave atardecer reflejado en sus icónicas gafas de pera. En ese momento, Kamala Harris recogería el testigo, culminando el cambio generacional.

El tiempo ha demostrado que esta intuición era incorrecta. Es más, otra manera de interpretar la nueva campaña de Biden es que, en realidad, no hay alternativa. Si el presidente se hiciera a un lado, y Kamala Harris anunciara campaña, casi con toda seguridad mordería el polvo. Las acusaciones de ineptitud hacia Harris anteceden en años al anuncio de Biden. Recordemos que Harris partió como una de las favoritas en 2019, llegó a capitanear las encuestas y luego se desinfló en dos segundos, dinamitada por sus constantes cambios de postura y su manirrota financiación. Ella puso una excusa: "No soy una mil millonaria", declaró. "No puedo financiar mi campaña". Se le olvidó mencionar que, de todas las campañas demócratas de ese año, la suya era la que más dinero había recibido de las grandes fortunas.

Estos dos años y medio en el poder no han mejorado su imagen. Al contrario. Aunque los vicepresidentes suelen estar protegidos por la discreción del segundo plano, Harris es aún más impopular que Joe Biden. Varios exmiembros de su gabinete han acusado a Harris de ser una persona "profundamente insegura", lo que se traduciría en un ambiente de trabajo "tóxico" y repleto de desconfianza. También hay problemas de comunicación. En el vicio político de hablar sin decir nada, los discursos y entrevistas de Harris alcanzan algo parecido a la perfección, tal y como han señalado algunas voces de dentro del Partido Demócrata.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters/Jonathan Ernst)

Tampoco es todo culpa de la vicepresidenta. Por alguna razón, Biden adjudicó a Harris la tarea más ingrata de todas: lidiar con el constante flujo de inmigrantes sin papeles que llega del sur. Otra cartera mucho más agradecida, como la inversión en infraestructuras, una de las pocas cosas que apoya una generosa mayoría de norteamericanos, ha caído en manos de otro viejo aspirante a presidente: el hoy secretario de Transporte, Pete Buttigieg, que lo está sabiendo aprovechar.

Si uno mira más allá de Biden y Harris, solo ve incógnitas. Nombres con olor a una futura presidencia son los de Gavin Newsom y Gretchen Whitmer, gobernadores de California y Michigan, respectivamente, el de Pete Buttigieg, y los de otras figuras que se quedaron atrás en 2020, como las senadoras Elizabeth Warren y Amy Klobuchar.

Foto: Joe Biden, en la Casa Blanca. (EFE/Shawn Thew)

Otro de los pesos pesados es el demócrata socialista Bernie Sanders, senador de Vermont y contendiente de 2016 y 2020. Hasta ahora, Sanders ha evitado aclarar si, a sus casi 82 años, lanzará una nueva campaña presidencial. Su provecta edad, su respetuoso apoyo a muchas de las políticas de Joe Biden y el perfil ascendente de sus herederos políticos, empezando por la representante Alexandria Ocasio-Cortez, empañan la visión de una tercera cruzada sanderista.

Pero quizás uno de los grandes argumentos por los que Biden quiere quedarse otros cuatro años es que tiene delante, de nuevo, a su némesis: Donald Trump. El demócrata, que empezó su presidencia prometiendo "bajar el volumen" de la conversación política y tender un puente hacia la oposición, cambió de estrategia hace tiempo. Biden considera a los republicanos trumpistas una “amenaza para la democracia”; si ya ganó una vez a Trump, no habría motivo para no hacerlo de nuevo, usando, esta vez, la influencia y el relumbrón innatos a la presidencia.

Las líneas de batalla de 2024 ya parecen trazadas, muy a pesar de los anhelos del electorado. Un sondeo de NBC News refleja que siete de cada 10 estadounidenses no quieren que Biden se presente de nuevo; un 60% piensa lo mismo de Donald Trump. Sin embargo, los dos ya han arrojado su guante a la arena, y la tribu manda. Ambos bloques de votantes aseguran que respaldarán de nuevo a su candidato, con tal de que no gobierne el candidato contrario.

Dos nombres resuenan estos días en los corrillos políticos de Estados Unidos: Harry Truman y Lyndon Johnson. Dos presidentes demócratas que, pudiendo presentarse a un nuevo mandato, dijeron que no. Los dos mojaron el pie en las primarias, comprobaron que su popularidad era mejorable, y decidieron apartarse. El tercer y último caso en la historia de EEUU es aún más misterioso. Calvin Coolidge, que veía la presidencia como una tarea ligera de orquestación y dejaba de trabajar a las dos de la tarde, era extremadamente popular. Pero también dijo que no, que no le apetecía seguir metido en el ruido de la vida pública. Se lo comunicó a los periodistas repartiendo unos papelitos y se retiró a descansar como un jubilado más.

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