La filtración confirma lo que veíamos: la relación EEUU-Ucrania no es la luna de miel que parece
El aparente pesimismo aporta las sombras de un relato de apoyo a Ucrania que suele ser coherente y luminoso: una mezcla de coreografías diplomáticas y exaltaciones de valores liberales y democráticos
Las banderas y pegatinas de Ucrania proliferan en Nueva York. Aunque la mayoría de los estadounidenses jamás han puesto un pie en este país europeo, instintivamente consideran que su causa es la justa y que además está enmarcada en la tradicional rivalidad entre Washington y Moscú. Las encuestas reflejan este apoyo y también las declaraciones oficiales del Gobierno de Joe Biden. Y sus acciones: dinero, armas, entrenamiento. Pero la guerra es la guerra, y siempre incluye un esfuerzo narrativo: un intento de camuflar, entre otras cosas, las dudas y recelos que puedan afectar a la causa. Unas dudas y recelos que, en el caso de EEUU, han quedado mejor definidos gracias en parte a las recientes filtraciones del Pentágono.
La información diseminada originalmente en un grupo de Discord, que incluiría un centenar de mapas, gráficos, fotografías y otros documentos, muchos de ellos de alto secreto y relativos a finales de febrero y principios de marzo, refleja las dudas que tiene la Administración Biden sobre la capacidad ucraniana de lanzar con éxito su esperada contraofensiva de la primavera. Las deficiencias o escasez de equipos, munición y tropas entrenadas podrían hacer que Ucrania se quedase "bastante corta" en sus objetivos de recuperar todo el territorio que ocupa ilegalmente Rusia: cerca de un 16% del país.
Al principio de la invasión, los ucranianos consiguieron derribar algunos de los aviones rusos que se aventuraron en su territorio
Entre otras preocupaciones, por ejemplo, está la de los sistemas antiaéreos. Según los documentos filtrados, reconocidos parcialmente como auténticos por el Gobierno de EEUU, el Pentágono estima que Ucrania estaría quedándose sin la munición soviética que define el grueso de sus defensas, las baterías Buk y los misiles S-300. El riesgo más inmediato es que, a principios de mayo, Ucrania se quede a merced de la aviación rusa y de sus bombardeos mucho más destructivos.
Al principio de la invasión, los ucranianos consiguieron derribar algunos de los aviones rusos que se aventuraron en su territorio. Desde entonces, las incursiones aéreas rusas han estado limitadas a la zona del frente y Moscú recurre a los caros misiles de crucero y a los drones iraníes para golpear ciudades como Kiev. Si los rusos consiguen la codiciada superioridad aérea, podrían bombardear Ucrania de manera más generalizada, letal y precisa. Los aviones, por ejemplo, serían capaces de atacar a las tropas ucranianas en movimiento. El propio Gobierno de Kiev, pese a negarse, como es lógico, a comentar las informaciones filtradas, admite que la superioridad aérea rusa tendría "consecuencias muy graves" (1) para sus operaciones.
Este aparente pesimismo aporta las sombras de un relato de apoyo a Ucrania que suele ser coherente y luminoso: una mezcla de coreografías diplomáticas, exaltaciones de valores liberales y democráticos, y un flujo de armas sólidas como la carrocería de un tanque Abrams. Pero la gran incógnita continúa sin resolverse: ¿cuál es el objetivo estratégico final de Estados Unidos? ¿Hasta qué punto está dispuesto a respaldar el esfuerzo defensivo de Ucrania, y cuáles serían los parámetros, militares, territoriales y diplomáticos de una posible negociación con Rusia?
Antony Blinken lleva mucho tiempo danzando sobre la que sería la joya de la corona de la contraofensiva ucraniana
Desde hace meses, la prensa estadounidense va retratando la división de opiniones que anida en el equipo de seguridad nacional del presidente de EEUU, Joe Biden. Un debate, por ejemplo, gira en torno a la potencial entrega a Ucrania de los misiles ATACMS, capaces de alcanzar con gran precisión objetivos a 300 kilómetros de distancia. Una excelente herramienta para golpear posiciones rusas a mayor profundidad, por ejemplo, en la península de Crimea o en la propia Rusia. Según Politico, algunos cargos militares defienden el envío. Otros se muestran reacios.
Es una disyuntiva tan vieja como la invasión rusa a gran escala. Por un lado, las palabras de la Administración Biden suenan firmes y optimistas, hinchadas de victoria ucraniana; por otro, las armas norteamericanas llegan a rebufo del desempeño ucraniano en el campo de batalla y de los cálculos de Washington respecto a la paciencia de Rusia. Como consecuencia, el respaldo se ha sido incrementando: primero los misiles antitanque Javelin, uniformes, cascos, gafas de visión nocturna, etc.; luego, sistemas lanzamisiles Himars y similares; más tarde se dio el salto a los carros blindados; luego a los tanques, y ahora se discute si mandar o no aviones de combate. Una manera de elevar lentamente la temperatura, viendo hasta dónde se puede llegar sin que Vladímir Putin abra su maletín atómico.
Lo mismo sucede con Crimea. El secretario de Estado, Antony Blinken, lleva mucho tiempo danzando sobre la que sería la joya de la corona de la contraofensiva ucraniana, el golpe simbólico definitivo contra Rusia: recuperar la península anexionada ilegalmente en el invierno de 2014. El mantra oficial es que esta sensible decisión corresponde a los ucranianos. Entre bastidores, sin embargo, Washington piensa que intentar retomar Crimea no es una buena idea.
El Pentágono, según publicaba en marzo The New York Times, ha llegado incluso a negarse a entregar al Tribunal Penal Internacional las pruebas que tiene sobre los potenciales crímenes de guerra rusos. Otro ejemplo del doble estándar que utiliza Washington: el de la retórica moral y valerosa, y el de las reservas de una potencia que no reconoce la autoridad de este tribunal y que no quiere colaborar para no establecer un precedente. Quizás en la próxima guerra sean otros quienes documenten los crímenes cometidos por soldados estadounidenses.
En ocasiones, estos roces se han hecho públicos, como cuando empleados de la Casa Blanca filtraron a NBC News que Joe Biden le había "levantado la voz" a Volodímir Zelenski durante una conversación telefónica. El norteamericano le habría dicho al ucraniano que mostrara un "poco de gratitud" por la ayuda blindada, en lugar de limitarse a presentarle constantemente listas militares de la compra. O cuando se filtraron, desde Washington, detalles de la aparente autoría ucraniana del atentado que mató a la ultranacionalista rusa Darya Dugina en pleno Moscú. Lo que se interpretó como una advertencia a los ucranianos: nada de golpear en Rusia.
Nada de lo anterior es extraño. La primera prioridad de Estados Unidos sigue siendo Estados Unidos, por eso ha adoptado con Ucrania la máxima de "confía, pero verifica", que incluye, según los documentos filtrados, el espionaje al propio presidente Volodímir Zelenski. Aunque la asistencia militar de EEUU a Ucrania es comparativamente extraordinaria, hasta el punto de que en Washington existe la preocupación de que las fuerzas armadas nacionales se queden sin las armas y las municiones que necesitarían en futuros conflictos, el tiempo pasa y la esperada contraofensiva ucraniana se suele retratar como la última oportunidad para redibujar la línea del frente. Después, es posible que los férreos aliados de Ucrania empiecen a perder el interés. Algo similar a lo que sucedió con el inicio de la guerra del Donbás en 2014 y 2015. Una especie de congelación del conflicto. Así lo ven analistas muy cercanos al poder en Washington, que ya no titubean a la hora de imaginar lo que hace pocos meses era un tabú, una idea sucia, condenada a los foros minoritarios, derrotistas y capituladores. Una posible negociación con Rusia.
"EEUU y Europa tendrán razones para abandonar su política declarada de apoyar a Ucrania 'durante tanto tiempo como sea necesario"
Uno de estos analistas es Richard Haass, que desempeñó distintos cargos en los departamentos de Defensa y de Estado, y en el Consejo de Seguridad Nacional, de varias administraciones republicanas. Y que dirige, desde 2003, el Council of Foreign Relations: uno de los think tanks de relaciones exteriores más influyentes del mundo. Esto decía Haass, junto a Charles Kupchan, en un artículo para Foreign Affairs publicado el 13 de abril en el que no les temblaba el pulso:
"Cuando llegue el final de la temporada de combates [escriben respecto a la inminente contraofensiva], Estados Unidos y Europa también tendrán buenas razones para abandonar su política declarada de apoyar a Ucrania 'durante tanto tiempo como sea necesario', como dijo el presidente de EEUU, Joe Biden. Mantener la existencia de Ucrania como una democracia soberana y segura es una prioridad, pero alcanzar ese objetivo no requiere que el país recupere el control total de Crimea y del Donbás en el corto plazo. Ni tampoco tiene Occidente que preocuparse de que presionar para un alto el fuego antes de que Kiev recupere todo su territorio haga que el orden internacional basado en reglas se rompa. La fortaleza de Ucrania y la resolución occidental ya han frustrado el esfuerzo de Rusia de subyugar a Ucrania, propinaron a Moscú una derrota estratégica decisiva y demostraron a los revisionistas que buscar una conquista territorial puede ser una iniciativa costosa y fastidiosa. Sí, es crucial minimizar las conquistas rusas y demostrar que la agresión no es rentable, pero este objetivo tiene que ser sopesado junto a otras prioridades".
Las banderas y pegatinas de Ucrania proliferan en Nueva York. Aunque la mayoría de los estadounidenses jamás han puesto un pie en este país europeo, instintivamente consideran que su causa es la justa y que además está enmarcada en la tradicional rivalidad entre Washington y Moscú. Las encuestas reflejan este apoyo y también las declaraciones oficiales del Gobierno de Joe Biden. Y sus acciones: dinero, armas, entrenamiento. Pero la guerra es la guerra, y siempre incluye un esfuerzo narrativo: un intento de camuflar, entre otras cosas, las dudas y recelos que puedan afectar a la causa. Unas dudas y recelos que, en el caso de EEUU, han quedado mejor definidos gracias en parte a las recientes filtraciones del Pentágono.