Solidaridad global o suicidio colectivo: el Acuerdo de París no puede ser negociable
Las conferencias internacionales sobre el clima pusieron de manifiesto las divisiones entre los países en cuanto a los objetivos climáticos y la necesidad de solidaridad para frenar el calentamiento global
La catástrofe climática y la crisis ecológica están siendo reflejadas cada vez más en la pérdida de biodiversidad. Se le conoce como la "sexta extinción masiva" y requiere la acción conjunta de todos los Estados y sociedades para ponerle fin. Para esto, un punto de partida fueron las grandes conferencias internacionales sobre el clima celebradas en 2022, que dieron lugar a algunas medidas concretas, aunque también plantearon dudas sobre hasta qué punto son realistas los objetivos fijados en el Acuerdo de París de 2015.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad celebrada en diciembre produjo un acuerdo histórico. Tras muchos años de negociaciones, casi 200 países adoptaron un programa que, de aplicarse, brindará la oportunidad de detener la crisis de la biodiversidad y reequilibrar las relaciones entre el ser humano y el medio ambiente de aquí a 2050. Sin embargo, Estados Unidos aún no ha ratificado el Convenio de la ONU sobre la Diversidad Biológica y, por tanto, no forma parte del acuerdo.
Los resultados de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27) fueron más decepcionantes. La conferencia consiguió defender lo mínimo: mantener el objetivo del Acuerdo de París de limitar el aumento de la temperatura global a 1,5 grados centígrados respecto a los niveles preindustriales. Sin embargo, también demostró lo endeble que es el acuerdo en torno a los objetivos climáticos y lo fácil que resulta cuestionarlos cuando el debate y las negociaciones se centran en lo que divide en lugar de en lo que une.
Desde las primeras conferencias de la ONU sobre el clima, los países del mundo han insistido en que los países de occidente son los responsables de la crisis climática y que, por tanto, deberían ser ellos los responsables de combatir el calentamiento atmosférico y sus consecuencias. De hecho, las emisiones de carbono están estrechamente correlacionadas con la riqueza. Los análisis muestran que el 10% de las personas más ricas del mundo son responsables de casi la mitad de las emisiones globales; la gran mayoría de ellas viven en países de occidente.
La tensión entre occidente y el resto del mundo afloró con toda su fuerza el primer día de la COP27. La primera ministra de Barbados, Mia Mottley, expresó perfectamente su esencia, diciendo: "Fuimos nosotros quienes con nuestra sangre, sudor y lágrimas financiamos la revolución industrial. ¿Tenemos que afrontar ahora un doble riesgo al tener que pagar el coste como resultado de esos gases de efecto invernadero de la revolución industrial? Eso es fundamentalmente injusto". Como ejemplos del sufrimiento que padecen los países del Sur global, Mottley evocó las catastróficas inundaciones de Pakistán y la sequía récord de África, que provocó una hambruna que afectó a más de 100 millones de personas. A pesar de la resistencia de los países de occidente, una iniciativa de la Unión Europea contribuyó a crear el fondo de "pérdidas y daños" y a aumentar la ayuda a los países más vulnerables y afectados por el cambio climático. Esta fue la decisión más importante de la conferencia. El fondo refuerza el objetivo de combatir la crisis climática de forma solidaria y repartir equitativamente las responsabilidades y compromisos para ello.
Sin embargo, la COP27 hizo poco por avanzar en el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 grados. Aunque este objetivo sigue formando parte del documento final de la conferencia, las conclusiones del documento no conducen a su consecución. En la conferencia faltó ambición para avanzar en este objetivo. Más de 600 grupos de presión de combustibles fósiles, afiliados a empresas de combustibles fósiles o delegaciones que actúan en nombre de la industria de combustibles fósiles, se inscribieron para asistir a la COP27. Sus intereses se impusieron. El documento final mantuvo la disposición conservadora adoptada en la COP26 sobre el uso del carbón, sin ninguna declaración sobre el fin de su uso, omitió por completo el petróleo y redujo los compromisos para desarrollar sistemas energéticos bajos en carbono.
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Dado lo poco realista que parece el objetivo de 1,5 grados, resulta tentador sugerir, como hizo The Economist, la elección de un nuevo objetivo, por ejemplo, de dos grados, otro valor presente en el Acuerdo de París. Los defensores de un nuevo objetivo argumentan que sería una expresión de realismo que permitiría un camino factible hacia el futuro. Pero hacerlo supondría un punto de inflexión en términos políticos y prácticos. Tras el cual, el cambio climático y las negociaciones sobre el clima podrían descontrolarse.
Abandonar el objetivo de 1,5 grados tendría consecuencias medioambientales desastrosas. Muchos de los procesos puestos en marcha por el cambio climático ya no pueden detenerse. Cada grado adicional de temperatura atmosférica acelera estos procesos y aumenta los cambios medioambientales irreparables. La destrucción de la criosfera (las regiones nevadas y heladas de la Tierra), la consiguiente subida del nivel del mar y el deshielo del permafrost son ejemplos de ello. El permafrost es el suelo que permanece congelado durante al menos dos años; cuando se descongela, libera las emisiones que quedan atrapadas en su interior. El deshielo del permafrost ya está añadiendo a la atmósfera emisiones de dióxido de carbono y metano iguales a las producidas por Japón a 1,1 grados de calentamiento. Sobre 1,6-1,8 grados de calentamiento global (clasificado como una situación de bajas emisiones), las emisiones procedentes del deshielo del permafrost añadirán tanto dióxido de carbono y metano como las que produce actualmente la India procedentes de las emisiones humanas. Un aumento de la temperatura de dos grados haría que las emisiones procedentes del deshielo del permafrost alcanzaran el nivel de las emisiones humanas de la UE en la actualidad. Como escriben los autores del informe El estado de la criosfera, el punto de fusión del hielo no es negociable.
Las consecuencias políticas de abandonar el objetivo de 1,5 grados no son menos peligrosas. El énfasis de las negociaciones sobre el clima pasaría inevitablemente de la mitigación a la adaptación. Los grupos de presión de los combustibles fósiles argumentarían sin duda que, dado que el presupuesto de carbono —la cantidad de carbono que aún puede liberarse a la atmósfera sin hacer descarrilar la posibilidad de cumplir el objetivo— se ha ampliado, no es necesario dejar de extraer carbón, petróleo y gas tan rápidamente. Dada la menor urgencia, habría que centrarse en desarrollar tecnologías que aporten soluciones más baratas al aumento de las temperaturas, como la geoingeniería. Por desgracia, no hay atajos. Estas soluciones no salvarán a los más vulnerables a la catástrofe climática. Los habitantes de los países más pobres. Y cada grado adicional tiene consecuencias para ellos a las que la adaptación será imposible o demasiado cara.
Es más, la experiencia de las negociaciones con los países del norte global en la COP27, así como la experiencia de la pandemia, demuestran que oriente no puede contar con los países de occidente para un apoyo adecuado. Países como China, que hace poco eran muy pobres, pero han aumentado considerablemente su riqueza, también se muestran reacios a ayudar.
El proceso climático ha llegado a un punto de inflexión. En su intervención en la COP27, el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, planteó una elección sencilla: o elegimos la solidaridad mundial o el suicidio colectivo. La creación del fondo para pérdidas y daños es un acto de solidaridad mundial largamente esperado. Este mismo espíritu de solidaridad debería presidir otras negociaciones de las conferencias sobre el clima. El abandono del objetivo de 1,5 grados, y de la ambición de alcanzarlo, puede ser una expresión de realismo, pero de realismo suicida, por desgracia.
*Análisis publicado originalmente en inglés en el European Council on Foreign Relations por Edwin Bendyk y titulado 'Global solidarity or collective suicide: Why we cannot abandon the Paris Agreement’s global warming target
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La catástrofe climática y la crisis ecológica están siendo reflejadas cada vez más en la pérdida de biodiversidad. Se le conoce como la "sexta extinción masiva" y requiere la acción conjunta de todos los Estados y sociedades para ponerle fin. Para esto, un punto de partida fueron las grandes conferencias internacionales sobre el clima celebradas en 2022, que dieron lugar a algunas medidas concretas, aunque también plantearon dudas sobre hasta qué punto son realistas los objetivos fijados en el Acuerdo de París de 2015.