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'Sleepy Joe' se levanta de la lona: cómo los jóvenes resucitaron al octogenario Biden
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'Sleepy Joe' se levanta de la lona: cómo los jóvenes resucitaron al octogenario Biden

¿Y qué relación hay entre el voto de la juventud, un electorado tradicionalmente apático en Estados Unidos, y el protagonista de este artículo, el casi octogenario Joe Biden?

Foto: El presidente Joe Biden llega a la Casa Blanca. (Reuters/Jim Bourg)
El presidente Joe Biden llega a la Casa Blanca. (Reuters/Jim Bourg)

El presidente más mayor de la historia, Joe Biden, que se convertirá en octogenario el 20 de noviembre, ha sido carne de meme desde mucho antes de jurar el cargo. Los republicanos, y muchos demócratas también, consideran que ya no está en condiciones de ser comandante en jefe. Para las nuevas generaciones, Biden es la perfecta encarnación del pasado: un señor viejo, blanco, propenso a los chistes malos y a los exabruptos, y con fama de sobón. La perfecta encarnación del establishment y del vetusto mundo analógico que los políticos de Estados Unidos siempre están prometiendo cambiar. Y, sin embargo, ahí lo tienen: ufano y razonablemente victorioso, a pesar de la inflación y de una popularidad en mínimos. Quizá pura suerte, o, quizá, consecuencia de un olfato afinado durante 50 años.

Las elecciones de medio mandato, en las que el partido en el poder, en este caso el demócrata, ha recibido desde tiempos inmemoriales una zurra que le hacía perder el Congreso, no han salido como se esperaba. Los demócratas mantienen el Senado y la victoria republicana en la Cámara de Representantes es muy estrecha. Tan escuálida que solo les dará, como mucho, para hacer un poco de obstrucción y meter el dedo en el ojo a Biden. Sacar leyes requiere cierto margen que permita superar las diferencias de extremistas y moderados. Y los republicanos no tienen ese margen.

Foto: Joe Biden, en la Casa Blanca. (EFE/Shawn Thew)

La explicación más a mano es que la influencia de Donald Trump en el partido, a través de la promoción de candidatos ultra que se aferraban al bulo infundado del fraude electoral en 2020, acabó limitando la movilización. Muchos republicanos relativamente moderados habrían demostrado su disgusto, o por lo menos su fatiga, ante tanta estridencia y escándalos y asaltos al Capitolio, y se habrían quedado en casa, entregando a los demócratas un resultado, en este contexto, sorprendente.

Juventud, divino electorado

Aún están llegando los análisis pormenorizados del voto, pero parece que una de las razones que explican los flojos resultados republicanos es la juventud. El pasado martes se registró la segunda mayor participación de jóvenes en unas elecciones de medio mandato en al menos tres décadas. Y estos votaron demócrata, según una estimación de Tufts University, por una diferencia de 28 puntos. El 12% del total de los votos depositados el martes salió de la juventud y habría sido clave para decidir las ajustadas carreras de Nevada, New Hampshire, Wisconsin o Pensilvania.

¿Y qué relación hay entre el voto de la juventud, un electorado tradicionalmente apático en Estados Unidos, y el protagonista de este artículo, el casi octogenario Joe Biden? A veces la interpretación a toro pasado de unos comicios es tan escurridiza como los vaticinios que se hacen antes. Nadie sabe exactamente qué anida en las mentes y los corazones de la gente que deposita la papeleta, y las encuestas que se hacen después solo son un retrato lejano y empañado. Tan lejano y empañado como aquellas que hace unos días aseguraban que los republicanos iban a llevarse un tsunami de votos por todo Estados Unidos.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters/Jonathan Ernst)

La relación más directa entre la juventud y Joe Biden es que el presidente de Estados Unidos aprobó numerosas leyes en línea con las inquietudes de buena parte de los votantes de entre 18 y 29 años. Sus carísimos planes climáticos, la ligera restricción a la venta de armas que se pudo aprobar en el Congreso y, sobre todo, la condonación parcial de una deuda estudiantil que a veces se tarda una vida entera en pagar fueron medidas que pudieron congraciar a los jóvenes con el veterano político.

Pero hay más. Una razón de fondo, algo más esencial y profundo. En esta nebulosa de las hipótesis a posteriori se dice, en los círculos demócratas, que lo que de verdad movilizó a los jóvenes fue la defensa del sistema democrático como tal, asediado por el ejército de negacionistas del voto (345 candidatos en total, según Brookings Institution) que Trump en persona ayudó a colocar en la papeleta, respaldándolos, a cambio de su lealtad al bulo del fraude, en las elecciones primarias. Es posible que este sea el caso, si miramos el cambio de prioridades en la retórica de Biden desde que juró el cargo hace casi dos años hasta la actualidad.

Foto: Gorras en las que se lee "Trump ganó" vendidas en la convención republicana de Carolina del Norte. (Reuters/Jonathan Drake)

El 20 de enero de 2021, apenas dos semanas después de que la turba trumpista irrumpiese violentamente en los pasillos del Capitolio azuzados por el magnate, Biden comenzó su mandato prometiendo sanar las profundas heridas políticas de Estados Unidos. La unión nacional era su misión sacrosanta, en lo que se percibía como un mandato balsámico: predecible, técnico, incluso aburrido. Lo contrario de los psicóticos chillidos que marcaron el Gobierno de su antecesor.

Los primeros meses, Biden no dejó de reiterar este mensaje y dio pasos concretos en esa dirección. Su Administración presentó un calendario de planes específicos en varios frentes: contra la pandemia, contra los problemas económicos y contra el cambio climático. Una serie de proyectos empaquetados en un lenguaje profesional. Biden pensaba que, si se centraba en resolver problemas urgentes y concretos que afectaban a la vida diaria de la gente, las emociones se enfriarían y una especie de consenso tibio, de normalidad, acabaría emergiendo en el panorama político.

Su estrategia comunicativa también discurría por estos lares. Biden se encerró en su despacho. Si los ávidos periodistas de la Casa Blanca querían titulares, podían pedírselos al muro técnico de secretarios, subsecretarios y sub-subsecretarios que Biden puso en primera línea, a cargo de las conferencias de prensa. ¿Para qué preguntar al presidente sobre inmigración pudiendo hablar con Roberta Jacobson, coordinadora de la Frontera Sur, conocedora de todos los detalles pertinentes y, además, hispanohablante? Desde el punto de vista mediático, esto representaba menos clics que un desliz o una salida de tono de Biden. Desde el punto de vista informativo, sin embargo, Jacobson aportaba más datos y más luz al problema.

Foto: Donald Trump en una imagen de archivo. (Reuters/Gaelen Morse)

Sin embargo, las llamadas a la comprensión y la convivencia y las intenciones de relativa neutralidad duraron poco. El país seguía tan crispado como antes, y los negacionistas electorales que se habían reproducido al calor de Donald Trump empezaban a acercarse peligrosamente a puestos estatales de poder. Si así sucedía, la próxima vez que Trump, por ejemplo en 2024, tratara de asegurarse ilegalmente la presidencia, quizás acabara teniendo éxito. Biden cambió el mensaje.

El mensaje ganador

El pasado 1 de septiembre, con las legislativas a tiro de piedra, Biden dio un discurso en el Independence Hall de Filadelfia, en Pensilvania. El edificio público en el que se debatieron y se firmaron la Declaración de Independencia y la Constitución de Estados Unidos. El lugar en el que se pergeñó la primera democracia moderna del mundo. Algo así como el sancta sanctorum de la religión cívica estadounidense.

Foto: El presidente de EEUU, Joe Biden. (Reuters/Elizabeth Frantz) Opinión
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Donald Trump y los republicanos MAGA [acrónimo de Make America Great Again] representan un extremismo que amenaza los mismísimos pilares de nuestra república”, dijo Biden, quien retrató las legislativas como una “batalla por el alma de la nación”. “Ahora América debe elegir entre avanzar o retroceder”, añadió. “Durante mucho tiempo, nos hemos asegurado que la democracia americana está garantizada. Pero no lo está”. Biden llamó a “votar, votar, votar” en noviembre.

Esa fue su estrategia de marketing durante los dos meses siguientes. En lugar de tender una mano al adversario y llamar a la reconciliación, como había hecho al principio de su mandato, el presidente pidió a los votantes que aislasen el tumor que había crecido en la otrora sana democracia estadounidense. Y este habría sido, según algunos análisis, el mensaje ganador. Los jóvenes “estaban dispuestos a colocar sus necesidades a corto plazo sobre la inflación y la economía por detrás de la democracia”, declaró a MSNBC la historiadora presidencial Doris Kearns Goodwin. “Eso es lo más importante. La democracia estaba en la papeleta”.

Foto: El presidente Joe Biden, en su toma de posesión. (Reuters)
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Pese a lo que reflejaban algunas encuestas, que tenían a las mujeres blancas de la periferia muy preocupadas por el precio de los alimentos, Biden decidió dejar a un lado los asuntos más domésticos y prosaicos, como la inflación o las perspectivas económicas, y ponerse épico. Hablar de encrucijadas históricas y de destinos compartidos, más en línea con el idealismo que tiende a estar presente entre la juventud. El tiro, pese a las críticas de quienes lo acusaban de no centrarse en lo que realmente mantenía despiertos por la noche a los ciudadanos, le habría salido bien.

Pero solo es una interpretación, un factor entre otros; como la movilización a favor del aborto provocada por su suspensión federal a manos del Tribunal Supremo, o el hartazgo parcial causado por Trump entre los republicanos. El caso es que, según una tradición no escrita, poco después de que se celebren unas elecciones de medio mandato, el presidente de EEUU ha de salir de viaje para airearse un poco, ver paisajes exóticos, pisar alfombras rojas y, en resumen, escapar de las recriminaciones, las purgas y otros sinsabores que generan las derrotas.

Esta vez, sin embargo, y según The New York Times, Joe Biden apenas ha tenido tiempo libre en su gira por Egipto, Camboya e Indonesia. Cuando no ha estado reunido con otros jefes de Estado o comiendo canapés en actos oficiales, ha tenido que hacer llamadas de teléfono para felicitar a todos aquellos demócratas que, contra pronóstico, han ganado o conservado un escaño o un puesto de gobernador.

El presidente más mayor de la historia, Joe Biden, que se convertirá en octogenario el 20 de noviembre, ha sido carne de meme desde mucho antes de jurar el cargo. Los republicanos, y muchos demócratas también, consideran que ya no está en condiciones de ser comandante en jefe. Para las nuevas generaciones, Biden es la perfecta encarnación del pasado: un señor viejo, blanco, propenso a los chistes malos y a los exabruptos, y con fama de sobón. La perfecta encarnación del establishment y del vetusto mundo analógico que los políticos de Estados Unidos siempre están prometiendo cambiar. Y, sin embargo, ahí lo tienen: ufano y razonablemente victorioso, a pesar de la inflación y de una popularidad en mínimos. Quizá pura suerte, o, quizá, consecuencia de un olfato afinado durante 50 años.

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