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Los republicanos y los demócratas se atrincheran en sus feudos para una fea carrera a 2024
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Elecciones 'midterms' en EEUU

Los republicanos y los demócratas se atrincheran en sus feudos para una fea carrera a 2024

Se acabaron los votos 'mixtos', aquellos de votar a un gobernador de un partido y al presidente de otro. La sociedad estadounidense se ha polarizado y tribalizado

Foto: Biden en un discurso de campaña. (Reuters/Kevin Lamarque)
Biden en un discurso de campaña. (Reuters/Kevin Lamarque)
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Hace tiempo que se plantaron las semillas y que empezamos a ver los brotes. Durante la Administración Obama, la prensa estadounidense ya hablaba de un obstruccionismo parlamentario “sin precedentes”. Washington era una especie de máquina estropeada, chirriante y odiosa. En esta crispación llegó Donald Trump y las cosas se pusieron aún más difíciles. El único presidente de la historia sometido a dos procesos de impeachment se fue del poder a regañadientes, no sin antes azuzar a la turba frente al Capitolio. Pese a la floja actuación de los trumpistas en estas elecciones de medio mandato, las heridas y la animadversión permanecen, y es probable que todavía queden baches por delante en esta democracia deteriorada.

Una de las conclusiones de los comicios legislativos es que los votos, y como consecuencia los políticos, están firmemente atrincherados. Con pocas excepciones, los feudos demócratas votaron demócrata y los feudos republicanos votaron republicano. A falta de conocer el resultado completo del Senado, solo un escaño había cambiado de partido: Pensilvania. Un escaño de los 35 en liza.

Foto: Ron DeSantis junto a su familia en la noche electoral. (Reuters/Marco Bello( Opinión

Desde la Segunda Guerra Mundial, el partido en el poder ha perdido de media, en las midterms, 43 escaños en la Cámara de Representantes. Los demócratas, que tenían una mayoría justísima de ocho escaños, pueden perder en torno a una docena. En el Senado la situación es igual de ajustada. Tanto como para que en Georgia se haya convocado una segunda vuelta de las elecciones por el estrecho margen entre el candidato demócrata, Raphael Warnock, y el republicano Herschel Walker. Pase lo que pase, la situación quedará cercana al empate. Igual que antes. Algo similar sucede en las presidenciales. Tanto Donald Trump como Joe Biden ganaron sus presidencias con 306 delegados. Un número históricamente exiguo. En 1984, Ronald Reagan ganó en todos los estados del país menos en Minnesota. Y eso porque su rival, Walter Mondale, era de allí. 525 delegados. Hoy sería imposible imaginar algo así. Salvo un avance republicano entre las minorías, y el reemplazo de Ohio y Florida por Arizona y Georgia como estados clave, el panorama electoral de EEUU es granítico. Casi una fortaleza.

Más indicadores. Antes, por ejemplo, eran muy comunes las circunscripciones donde el voto era mixto. Es decir, distritos en los que las mismas personas votaban a un presidente demócrata, pero a un senador republicano, por ejemplo. Una muestra de flexibilidad, de valorar otros factores más allá de la afiliación partidista. En 1984, 190 circunscripciones tenían este voto mixto. En 2016, el número había bajado a 35.

Foto: Un votante en Míchigan. (Reuters/Evelyn Hockstein)

Cosas como la deliberación y la duda, la apertura de miras, han ido desapareciendo poco a poco del paisaje. Las lealtades se han tribalizado. Podemos buscar las causas de esta fragmentación en la desindustrialización de los últimos 30 años, que ha diseminado la precariedad y la falta de perspectivas en las antaño orgullosas regiones del interior; en la concentración de riqueza en unas pocas torres de marfil costeras; en la creciente diversidad demográfica, que ha despertado feroces instintos nativistas en la derecha blanca; en la crisis de la prensa local, que solía ser el espejo de la América interior, diezmada por internet y devorada después por las corporaciones de las ciudades, o en las volátiles dinámicas de las redes sociales.

Todas estas tendencias pululaban desperdigadas por EEUU, hasta que Donald Trump les ofreció un cauce retórico y las llevó hasta el poder. Cuando el jefe tribal tuvo que abandonar, democráticamente, el puesto, se negó. Y la herida supuró en forma de asalto al Congreso de Estados Unidos. La primera vez que el majestuoso Capitolio era atacado desde que irrumpieron en él los soldados ingleses hacía más de dos siglos.

Foto: Los asaltantes, en el interior del Capitolio de los Estados Unidos. (EFE/Jim Lo Scalzo)

Desde aquel 6 de enero, Trump lleva haciendo un arduo trabajo entre bastidores, alejado de nuestras redes sociales urbanitas, casi en la clandestinidad. Recaudando, premiando, castigando, elevando a los candidatos estatales que le son leales y que dicen creerse la mentira de que fue él quien ganó las elecciones en 2020. Los comicios del martes demostraron que no es suficiente: que su marca, hace un lustro bañada en oro para los conservadores, ha perdido tirón. Pero la herida está ahí.

Según una reciente encuesta de Gallup, una buena porción del electorado estadounidense, fundamentalmente republicano, ha perdido la confianza no ya en instituciones como el Congreso o como los medios de comunicación, sino en el mismísimo proceso electoral, en el voto. La única, indivisible, piedra angular sobre la que se sostiene la democracia norteamericana. Dice el sondeo que el 85% de los votantes demócratas confían en la exactitud de este proceso. Entre los republicanos, la proporción baja a menos de la mitad. Solo un 40% confía en la institución del voto.

¿Y qué sale de ese abismo político, de ese tercio de votantes estadounidenses que no creen en pilar esencial del sistema? Otra encuesta, esta realizada por Ipsos y la Universidad de California, dice que uno de cada cinco adultos estadounidenses estaría dispuesto a justificar la violencia política si se dan las circunstancias. Una proporción que dejó boquiabiertos a los responsables del informe.

Foto: Gorras en las que se lee "Trump ganó" vendidas en la convención republicana de Carolina del Norte. (Reuters/Jonathan Drake)

Algunos adultos estadounidenses, de hecho, ya están manos a la obra. La Policía del Capitolio recogió el año pasado 9.625 amenazas o "direcciones de interés" (acciones o declaraciones preocupantes) contra miembros del Congreso. Dos veces y media más que las 3.939 registradas en 2017. Como si miles de norteamericanos llevasen en el pecho un asalto al Capitolio en miniatura, tratando de materializarse. El último caso fue el del joven que atacó, en su domicilio, a Paul Pelosi, marido de la presidenta de la Cámara de Representantes. Las investigaciones indican que el agresor se radicalizó en internet, donde recibió su dieta de teorías conspirativas trumpianas, y decidió hacer entrar en razón a los Pelosi con un martillo en la mano.

Hubo otros. El ataque al candidato republicano a gobernador de Nueva York, Lee Zeldin, en junio, cuando un señor lo golpeó con una cadena con pinchos durante un mitin, hizo que la Cámara de Representantes diese a sus miembros una dieta de 10.000 dólares para que reforzasen la seguridad de sus hogares, dado el aumento de las amenazas y las agresiones contra los servidores públicos de ambas bancadas. Sobre todo, según otro estudio, aquellos que son mujeres y que se sientan a la izquierda.

Objetivos en la Cámara

Estos son los ejemplos extremos, pero, si vamos a la superficie, a los pasillos de Washington, previsiblemente este clima continuará reflejándose en los dimes y diretes del Congreso. Los republicanos llevan meses lanzando señales de lo que podrían hacer si controlan la mayoría de la Cámara de Representantes, lo que parece, aunque con un margen exiguo, que va a ser el caso.

Foto:  EC.

“Hay un ardiente deseo entre los republicanos de poner bajo algún tipo de supervisión a la Administración Biden”, declaró el congresista republicano James Comer, miembro del Comité de Supervisión de la Cámara Baja, a ABC News poco antes de los comicios de medio mandato. “Vamos a estar bajo mucha presión para desempeñarnos bien, pero creo que daremos la talla”.

Si escuchamos a Comer y a otros conservadores, podemos esperar una combinación de los siguientes procesos: una revisión de las conclusiones de la investigación sobre el asalto al Capitolio; algún tipo de reflotación del ampliamente desmontado bulo del fraude electoral de 2020; una investigación de los negocios del hijo de Joe Biden, Hunter Biden; una investigación de cómo se llevó a cabo la retirada de Afganistán, y una investigación de la influencia china en varios sectores clave de Estados Unidos. Sin excluir, incluso, un proceso de impeachment contra Joe Biden o contra alguno de los miembros de su gabinete. Uno que suena con fuerza es el secretario de Seguridad Interior, Alejandro Mayorkas, por “sacrificar nuestra seguridad nacional en el altar de la política de fronteras abiertas de la izquierda”.

Foto: Votaciones anticipadas de las elecciones de mitad de mandato. (EFE/Etienne Laurent) Opinión
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El propio James Comer, que lideraría los esfuerzos junto al trumpista Jim Jordan, dijo estar deseando desvelar los trapos sucios de Hunter Biden. “Y entonces seremos muy claros y diremos lo que estamos investigando, y vamos a pedir que se reúnan con nosotros [los testigos] para entrevistas grabadas”, declaró Comer a la CNN.

Aún es pronto para leer mensajes en las hojas del té de estas elecciones. Quizá la pérdida de fuelle de los trumpistas indica el principio del fin del auge del nacionalpopulismo estadounidense. Quizás el país esté psicológicamente agotado, y ya no tenga estómago para estridencias, supuestos fraudes, asaltos y conspiraciones; o, en la izquierda, para las obsesiones identitarias que reducen toda la complejidad el universo al accidente de haber nacido con determinados genitales o color de piel. Quizá baje el suflé. Si lo hace, o no, lo veremos en los próximos dos años.

Hace tiempo que se plantaron las semillas y que empezamos a ver los brotes. Durante la Administración Obama, la prensa estadounidense ya hablaba de un obstruccionismo parlamentario “sin precedentes”. Washington era una especie de máquina estropeada, chirriante y odiosa. En esta crispación llegó Donald Trump y las cosas se pusieron aún más difíciles. El único presidente de la historia sometido a dos procesos de impeachment se fue del poder a regañadientes, no sin antes azuzar a la turba frente al Capitolio. Pese a la floja actuación de los trumpistas en estas elecciones de medio mandato, las heridas y la animadversión permanecen, y es probable que todavía queden baches por delante en esta democracia deteriorada.

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