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Un año después del asalto al Capitolio, Trump sigue siendo el profeta republicano
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La 'gran mentira' vive y apunta a 2024

Un año después del asalto al Capitolio, Trump sigue siendo el profeta republicano

El 6 de enero de 2021, una turba nacionalpopulista propinó el golpe más duro a la democracia estadounidense. Todavía no podemos calcular sus consecuencias

Foto: Los asaltantes, en el interior del Capitolio de los Estados Unidos. (EFE/Jim Lo Scalzo)
Los asaltantes, en el interior del Capitolio de los Estados Unidos. (EFE/Jim Lo Scalzo)

En el histérico Año del Señor 2020, la principal duda en Estados Unidos era por dónde rompería la polarización. El paisaje político era como un odre que se inflaba e inflaba de rencores y antagonismos; el campo de batalla de dos tribus irreconciliables, convencidas de que la otra quería destruir el país. El 6 de enero de 2021 el odre se rompió, y una turba nacionalpopulista salió disparada como un chorro hacia los pasillos columnados del Congreso. La muchedumbre lanzó piedras, botellas y objetos de metal, destrozó las ventanas, desbordó la seguridad y estuvo a punto de ponerles las manos encima a los representantes democráticos, escoltados 'in extremis' a las entrañas del edificio. Fue el primer ataque al Parlamento estadounidense desde que los soldados británicos le prendieron fuego en la guerra de 1812.

Aún es pronto para consignar la rebelión contra la victoria presidencial de Joe Biden, que provocó aquellos sucesos, a los libros de historia. La masa que arengó Donald Trump al pie del Capitolio, como si fuera un demagogo de los que aparecen en las páginas de Tucídides o Diodoro Sículo, orondo como un zángano destructivo, incendiando la polis para hacerse tirano, simplemente vuela fuera de radar. Se ha ido a los márgenes o a las profundidades, lejos de la atención de los grandes medios, pero sigue ahí, aparentemente con las mismas convicciones que hace un año.

Foto: Seguidores de Donald Trump irrumpen en el Capitolio. (EFE)

Según una encuesta de NPR y la agencia Ipsos, cerca de dos tercios de los votantes republicanos creen que Joe Biden “ganó con ayuda del fraude electoral”. Y menos de la mitad están dispuestos a aceptar los resultados. En otras palabras: para decenas de millones de estadounidenses, contrariamente a toda evidencia, Joe Biden no es el presidente legítimo de EEUU. El presidente legítimo es Donald Trump.

Foto: El 6 de enero de 2021, decenas de seguidores de Donald Trump asaltaron el Capitolio de EEUU (Reuters)

El neoyorquino se ha construido una imagen de antipapa, de líder en el exilio, injustamente defenestrado por el 'Estado profundo'. Ya no tiene el arma letal de las redes sociales, pero quizá no le haga falta. El misterio lo beneficia. Todo el mundo se pregunta qué hará en 2024, y hay razones para pensar que podría presentarse de nuevo a presidente: un Trump más experimentado, más consciente y, probablemente, más vengativo. Y una oposición aún más histriónica.

La sombra de Donald

Trump está casi desaparecido, pero los republicanos que desean algo van a besarle el anillo a su corte de Florida. Buscan su bendición de patriarca en el destierro. Hace un año se tenía la impresión de que ya, de que basta, de que escuchar los gritos de una jauría en el interior del augusto Parlamento era suficiente para que los republicanos despertaran, abriesen los ojos y diesen, por fin, la espalda al demagogo. Sus comunicados sonaban muy indignados. No era la primera vez que lo criticaban medio de perfil, pero esta tenía que ser la última, la definitiva.

Pocas semanas después, sin embargo, de los más de 200 congresistas republicanos de la Cámara de Representantes, solo 10 votaron a favor del 'impeachment' a Donald Trump. Menos del 5%. Algunos de esos 10 representantes fueron objeto de escraches, amenazas de muerte y denuncias por parte de las ramas locales de su partido. En el caso de Adam Kinzinger, de Illinois, su propia familia le mandó una carta donde lo acusaba de traicionar los “principios cristianos” y unirse al “ejército del diablo”. Es decir, a aquellos que optaron por defender el resultado legítimo y contrastado de las elecciones frente a los ataques de Trump. El apoyo electoral a Kinzinger se evaporó y ya ha anunciado que no se presentará a la reelección.

Foto: El Capitolio de EEUU, controlado durante unas horas por seguidores de Trump. (Reuters)

Afear a Trump, en el Partido Republicano, suele acarrear la muerte política. Por eso sus líderes caminan de puntillas. El representante Andrew Clyde, de Georgia, fue fotografiado el 6 de enero construyendo una barricada en la puerta de la Cámara de Representantes, atravesando sillones de cuero, como si fuera una fortaleza medieval asediada por los tártaros. Meses después, Clyde dijo que aquello no fue una “insurrección”, y añadió: “Si no supieras que las imágenes televisivas fuesen un vídeo del 6 de enero, realmente creerías que se trataría de una visita turística normal”.

A la eminencia gris del Senado, Mitch McConnell, que tuvo polio de pequeño y camina con dificultad, hubo que escoltarlo en volandas. McConnell emitió su mensaje indignado, dijo que basta ya, que esa era la gota que colmaba el vaso. Luego, sin embargo, votó en contra de hacerle un 'impeachment' al ya expresidente.

Similares actitudes se dieron en la televisión oficiosa del Partido Republicano, Fox News. Adláteres como Sean Hannity, Laura Ingraham o Brian Kilmeade, claros simpatizantes de Trump, quitaron gravedad al asalto y nos recordaron que, el verano anterior, fue la turba izquierdista la que puso en jaque a las fuerzas de seguridad de las grandes ciudades demócratas. Pero luego conocimos, gracias a las medidas legales del Congreso, que aquel día le imploraron a Trump, de forma privada, que condenase inmediatamente los sucesos. “Esto nos está haciendo daño a todos. Está destruyendo su legado”, dijo Ingraham, por mensaje, a Mark Meadows, jefe de gabinete de Trump.

Foto: Una imagen del asalto al Capitolio, el pasado 6 de enero. (Reuters)

Ingraham y compañía estaban en una situación incómoda. Por un lado, se encontraba la verdad: el hecho de que un presidente había tratado de perpetuarse en el poder impidiendo la certificación oficial de su derrota, usando, entre otros instrumentos, la manipulación de las masas. Por otro, había una audiencia a la que cuidar: según un estudio del Public Religion Research Institute y la Brookings Institution, el 82% de los televidentes de Fox se cree la mentira de que Biden ganó gracias al fraude.

El presentador estrella de Fox, Tucker Carlson, no tuvo estos problemas y produjo un documental, 'Purga de patriotas', en el que retrata la intentona de golpe como un plan del Estado profundo de estigmatizar, y luego cazar, a la mitad conservadora del país. Su emisión hizo que varios empleados de Fox News dimitiesen.

¿El día del despertar o el primero de campaña hacia 2024?

El 6 de enero fue el punto de inflexión, el momento en que parecía que el sortilegio trumpiano tocaría a su fin. Una bifurcación de caminos. O seguir con el autoproclamado campeón del 'populus', lector del sentimiento de abandono de la América rural, catalizador de sus penas, pero también de sus esperanzas; o bien enviarlo al basurero, a los libros de historia, a la sección de peligros y amenazas a la república. Pastilla azul o pastilla roja. Un año después, vemos que la inmensa mayoría de los aliados del expresidente se han mantenido firmes, han cerrado filas.

Foto: Partidarios del presidente Donald Trump asaltan el Capitolio estadounidense.

Los líderes congresistas republicanos han preferido no hacer nada respecto al aniversario del ataque, pero Trump dará su discurso, y los más adictos, los congresistas Matt Gaetz y Marjorie Taylor Greene, cuya cuenta personal acaba de ser suspendida en Twitter, van a seguir cultivando las falsedades en el programa de YouTube de Steve Bannon, exasesor de Trump y uno de los presuntos instigadores de la revuelta. “Mañana se abrirán las puertas del infierno”, dijo Bannon el día antes del asalto. Los demócratas del Congreso, que aprovechan la coyuntura para anotarse algunos puntos, investigan su rol y el de otros, como el mencionado Meadows.

Ha pasado un año, pero aún no conocemos el precio total de aquel día. Los primeros en pagarlo fueron los cinco muertos que dejó la insurrección, incluido el policía del Capitolio Brian Sicknick. En los meses siguientes, cuatro de los agentes que habían estado presentes se suicidaron. Washington quiso dar una lección e hizo una cuidadosa criba de vídeos, pruebas y testimonios. Los 'patriotas' que se hicieron un Facebook Live en los pasillos, creyendo que participaban en un hecho histórico, un segundo 1776 que les granjearía la admiración de las generaciones venideras, fueron capturados. 727 personas han sido procesadas. Más de 50, sentenciadas. Luego, el precio colectivo: la prueba gráfica, física, incontestable, por si alguien tenía alguna duda, del agujero sociopolítico en el que se ha metido Estados Unidos.

Foto: Capitolio de EEUU. (EFE)

La 'gran mentira', como se suele conocer el bulo del fraude, vive. La actitud de los republicanos, algunos de ellos rehenes de Trump, otros creyentes sinceros de que los demócratas planean instalar una dictadura comunista en EEUU, se intenta ramificar por las instituciones. Congresistas republicanos de cuatro estados, por ejemplo, han intentado anular la victoria de Biden, y hay intentos de relajar las reglas para certificar los votos, de manera que los partidos tengan más autoridad.

“Dado lo que vimos hacer a Trump en 2020, estas cosas están ahora en el campo de lo posible y se necesita que se legisle contra ellas y que haya organización contra ellas, para que podamos tener un proceso electoral justo en el futuro”, dijo a NBC News Rick Hasen, profesor de derecho de la Universidad de California, Irvine.

También cabe la posibilidad de que todo sea una falsa alarma, una expresión más del estrés colectivo. Quizá las energías tribales se vayan desinflando y la sociedad estadounidense, de manera silenciosa y natural, vaya transicionando hacia una época más normal, más calmada. Las elecciones de Virginia, cuyo ganador republicano mantuvo la distancia con Trump, pueden ser una señal de que secciones del partido se moderan. Al mismo tiempo, el odre parece llenarse, de nuevo, de rencores y antagonismos. Y las presidenciales de 2024 se van perfilando.

En el histérico Año del Señor 2020, la principal duda en Estados Unidos era por dónde rompería la polarización. El paisaje político era como un odre que se inflaba e inflaba de rencores y antagonismos; el campo de batalla de dos tribus irreconciliables, convencidas de que la otra quería destruir el país. El 6 de enero de 2021 el odre se rompió, y una turba nacionalpopulista salió disparada como un chorro hacia los pasillos columnados del Congreso. La muchedumbre lanzó piedras, botellas y objetos de metal, destrozó las ventanas, desbordó la seguridad y estuvo a punto de ponerles las manos encima a los representantes democráticos, escoltados 'in extremis' a las entrañas del edificio. Fue el primer ataque al Parlamento estadounidense desde que los soldados británicos le prendieron fuego en la guerra de 1812.

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