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El Congreso certifica la victoria de Biden tras el asalto trumpista a la democracia de EEUU
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CON LA INVASIÓN AL CAPITOLIO

El Congreso certifica la victoria de Biden tras el asalto trumpista a la democracia de EEUU

Señores en atuendo paramilitar o incluso tribal circularon por los pasillos del Congreso, se sentaron en las oficinas de los líderes electos y pusieron sus botas encimas de las mesas

Foto: El Capitolio de EEUU, controlado durante unas horas por seguidores de Trump. (Reuters)
El Capitolio de EEUU, controlado durante unas horas por seguidores de Trump. (Reuters)

La verdad siempre ha estado ante nuestros ojos, desnuda y bien cruda: estaba claro que Donald Trump haría cualquier cosa con tal de no aceptar una derrota electoral. Nos avisó en las elecciones de 2016 y lo ha puesto en práctica en las de 2020. El asalto al Capitolio de Estados Unidos, su pavimento manchado de sangre, las banderas confederadas en las galerías del Congreso y las arengas mussolinianas del líder solo han sido la guinda, la confirmación de estos últimos cuatro años. Porque todo esto ya estaba contenido en la campaña de Trump. Incluso antes. Estaba contenido en su vida.

Foto: La presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU, Nancy Pelosi. (EFE)

Miles de partidarios del presidente llevaban días congregados en Washington, denunciando un pucherazo que jamás sucedió. La suya era una lucha existencial. Su protesta se llamaba “Save America”. No era la primera vez que venían a la capital, a enzarzarse con la policía y con los activistas de extrema izquierda, pero esta era la definitiva: el día en que las dos cámaras del Congreso iban a certificar, contando los votos electorales, la elección de Joe Biden como presidente de Estados Unidos.

Una sesión que finalmente ha sido reanudada y, tras sendos rechazos a objeciones a los resultados electorales en Arizona y Pensilvania presentadas por congresistas republicanos, ambas cámaras han certificado finalmente la victoria de Biden la madrugada del 7 de enero (hora local), en lo que se ha convertido en la primera transición no pacífica desde la Guerra Civil estadounidense. La certificación de los 306 electores para Biden, anunciada por el vicepresidente Mike Pence, sella oficialmente la próxima presidencia del demócrata y cierra la última opción legal de Trump para evitar el cambio de Gobierno. Pocos minutos después de la certificación, la oficina de Trump ha publicado un comunicado afirmando que habrá "una transición pacífica" el próximo 20 de enero.

Este comunicado es un cambio. Poco antes de que empezase la ceremonia, Trump salió a dar un discurso a sus seguidores. Dijo que "jamás" reconocería la victoria de Biden y pidió a las masas que marcharan sobre el Capitolio para dejar clara su postura. Y esto fue lo que hicieron. Menos de dos horas después, con la ceremonia parlamentaria en curso, varios cientos de trumpistas chocaban con los antidisturbios y saltaban las protecciones del complejo. Señores en atuendo paramilitar o incluso tribal circularon por los pasillos del Congreso, se sentaron en las oficinas de los líderes electos, pusieron sus botas encimas de las mesas y algunos incluso pudieron salir por donde habían venido, encantados de fotografiarse con los documentos oficiales que habían robado.

Foto: Partidarios del presidente Donald Trump asaltan el Capitolio estadounidense.

Su jefe los llamó a la calma y les pidió que se fueran a casa, no sin antes reiterar la mentira del fraude en las elecciones. El presidente que hace pocos meses pidió 10 años de prisión para quienquiera que dañase un edificio público se despidió de los violentos diciéndoles que les quería y que eran gente "muy especial". Poco antes, el presidente electo, Joe Biden, denunció un “asalto sin precedentes” al sistema democrático. “Eso no es disidencia, es desorden. Es caos. Bordea la sedición”, declaró, y acusó a Trump de haber incitado la violencia con sus palabras.

placeholder Foto: Reuters.
Foto: Reuters.

Los congresistas, que habían sido evacuados, volvieron a sus puestos una vez se despejaron las instalaciones, avanzada la tarde. Tanto los líderes demócratas como los republicanos prometieron acabar lo que habían empezado y fueron desfilando por los pasillos saturados de agentes armados hasta arriba. “Volvamos al trabajo”, dijo el vicepresidente Mike Pence, que esa misma mañana declaró por carta, contrariamente a lo que alegaba Trump, que como presidente del Senado solo podía reconocer los votos electorales. No reemplazarlos por otros favorables a Trump.

Sobre las 10 de la noche, hora local, el Senado votó en contra del intento de subvertir los resultados de Arizona. Solo seis senadores, de la docena prevista, entre ellos Ted Cruz y Josh Hawley, mantuvieron su promesa de objetar a la elección de Biden. La otra mitad de los rebeldes se lo pensó dos veces y dio marcha atrás. Horas antes habían estado a pocos pasos de la violencia, provocada por lo que para el jefe republicano de la cámara, Mitch McConnell, había sido una “insurrección fallida”.

Autoridades tras el toque de queda cerca del Capitolio. (Reuters)

Donald Trump, el hombre que domesticó al Partido Republicano, acabó el día más solo de como lo había empezado. Al menos en las instituciones del Congreso. “Cuando llegué a Washington esta mañana, estaba completamente decidida a objetar a la certificación de los votos electorales”, declaró Kelly Loeffler, senadora de Georgia que acababa de perder su escaño en las elecciones del martes. “Sin embargo, los acontecimientos que han transpirado hoy me han forzado a reconsiderarlo y ahora no puedo, con buena conciencia, objetar a la certificación de esos electores”.

El senador de Utah y excandidato presidencial, Mitt Romney, que como crítico de Trump lleva tiempo soportando insultos y amenazas en las calles por parte de los partidarios del presidente, no pudo evitar decirles a sus colegas díscolos: “¡Esto es lo que habéis conseguido!”, mientras era evacuado del Capitolio.

La brecha política de Estados Unidos se ha hecho más profunda; tanto, que hemos podido atisbar el hueso. Ya casi no quedan tejidos que destruir. Solo el hueso: la institución que ha hecho posible la democracia moderna vio ayer cómo una mujer, todavía sin identificar, era asesinada de un disparo en sus augustos pasillos. Al menos cuatro personas han muerto y 14 policías han sido heridos durante este asalto.

Pero todo esto ya estaba latente en la presidencia de Donald Trump. El pasado verano, cuando varias decenas de milicianos antigobierno irrumpieron en el Capitolio estatal de Míchigan para protestar contra las restricciones del covid, Donald Trump los animó con un tuit: “¡Liberad Míchigan!”, proclamó. Los asaltantes iban armados y sin mascarilla, igual que los de Washington. La actitud de Trump solo era un adelanto, un aperitivo de lo que nos esperaba al final de su presidencia.

Foto: Carteles de campaña de los candidatos demócratas en Georgia. (Reuters)

Hubo otros. Durante las protestas raciales de junio el presidente llamó a desplegar al ejército en las ciudades, porque las marchas habían ido acompañadas de disturbios. Anoche, cuando la sede del poder legislativo de Estados Unidos fue asaltada, Trump decidió no llamar a la Guardia Nacional. Fue Mike Pence el que lo hizo y el que permitió a más de 2.000 efectivos prepararse en apoyo de la policía.

Los bulos de fraude han chocado contra una barrera que, en circunstancias normales, habría sido suficiente para pasar página de manera tranquila. Las mentiras que han ido diseminando Trump y sus aliados han sido rápidamente desmontadas, ya no solo por los medios de comunicación; casi un centenar de jueces de los estados contenciosos, conservadores o progresistas, han desestimado las sucesivas demandas. El Supremo, de mayoría conservadora gracias a los tres magistrados por Trump, ni siquiera aceptó el pleito. Incluso los republicanos de Georgia, empezando por el gobernador y aliado de Trump, Brian Kemp, se han mantenido incólumes en su defensa de una verdad muy sencilla: después de tres recuentos, uno de ellos a mano, el resultado ha sido el mismo. Biden ganó allí las elecciones.

Las circunstancias, sin embargo, no son normales y, según distintas encuestas, tres de cada cuatro votantes republicanos todavía piensan que hubo tongo. Para decenas de millones de norteamericanos Joe Biden será un usurpador, un presidente ilegítimo. El republicano más popular de Estados Unidos, Donald Trump, se lo repite todos los días de diferentes formas y con diferentes bulos; los medios y las instituciones que desmienten esos bulos no tienen su popularidad. Algunos de los asaltantes chillaban a las periodistas y un equipo de la agencia AP fue destrozado a palos a plena luz del día. Esta es la brecha que se profundizó ayer en el corazón de Estados Unidos. Lo que nadie sabe es de dónde sacar el hilo ni las gasas con que poder coserla.

La verdad siempre ha estado ante nuestros ojos, desnuda y bien cruda: estaba claro que Donald Trump haría cualquier cosa con tal de no aceptar una derrota electoral. Nos avisó en las elecciones de 2016 y lo ha puesto en práctica en las de 2020. El asalto al Capitolio de Estados Unidos, su pavimento manchado de sangre, las banderas confederadas en las galerías del Congreso y las arengas mussolinianas del líder solo han sido la guinda, la confirmación de estos últimos cuatro años. Porque todo esto ya estaba contenido en la campaña de Trump. Incluso antes. Estaba contenido en su vida.

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