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El asalto al Capitolio empezó en Charlottesville: de aquellos barros estos lodos
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LA RADICALIZACIÓN TRUMPISTA

El asalto al Capitolio empezó en Charlottesville: de aquellos barros estos lodos

La marcha de grupos ultraderechistas y neonazis en 2017 fue un punto de inflexión a partir del cual puede trazarse una clara línea que llevó a los supremacistas hasta el Congreso

Foto: Nacionalistas blancos durante la marcha "Unid a la derecha" en Charlottesville. (Reuters)
Nacionalistas blancos durante la marcha "Unid a la derecha" en Charlottesville. (Reuters)

La marea trumpista que asaltó el Capitolio estadounidense el pasado 6 de enero sorprendió al mundo, pero eso no significa que fuera un incidente aislado o impredecible. Expertos llevan años alertando de la progresiva y acelerada radicalización de las bases republicanas y, especialmente, de los grupos extremistas nacionalistas que se han visto reforzados, envalentonados e incluso directamente respaldados por un presidente que nunca ha querido contrariar a su base de apoyo más furibunda.

Todo movimiento tiene un inicio, y aunque el ultraderechismo cuenta con una larga historia en Estados Unidos, un evento destaca como punto de inflexión: la manifestación de Charlottesville de 2017. Una clara línea puede trazarse entre lo sucedido esta semana en Washington D.C. y los sucesos que estremecieron, más de tres años atrás, a esta pequeña ciudad de menos de 50.000 habitantes a apenas 200 kilómetros de distancia de la capital. Este es el violento camino que llevó a los ultras hasta las puertas del Capitolio.

El extremo, en el centro de la pista

Fue una imagen que, por aquel entonces, todavía resultaba sorprendente: miles de supremacistas blancos recorriendo las calles de esta población de Virginia, coreando eslóganes xenófobos y antisemitas —incluído el célebre "Los judíos no nos remplazarán"— y ondeando banderas confederadas y neonazis. Bajo el lema de "Unid a la derecha" y con antorchas en mano, miembros de grupos extremistas que tanto tiempo se habían visto relegados al anonimato detrás de una pantalla hicieron una demostración de fuerza sin precedentes desde los tiempos del Ku Klux Klan (uno de los líderes históricos de esta organización, David Duke, estaba presente en la marcha).

"Charlottesville fue un verdadero hito", afirma Mabel Berezin, profesora de la Universidad de Cornell especializada en el resurgimiento del nacionalismo y el desafío a la práctica democrática.

placeholder Foto: Reuters
Foto: Reuters

La marcha escaló en numerosos brotes de violencia que culminaron cuando uno de los manifestantes arrolló con su coche a un grupo que protestaba en su contra, hiriendo a 19 personas y matando a una joven activista. Al día siguiente, en medio de una indignación generalizada, Trump se negó a señalar a los nacionalistas blancos, condenando en su lugar actos violentos "en ambos bandos". Más adelante, aseguró que entre aquellos que marcharon en Charlottesville había "gente muy buena".

"Estos grupos no aparecieron de la nada en el momento en el que Trump fue nombrado presidente. Lo que cambió es que él los convirtió en actores políticos legítimos", explica la experta. "Y cuando un grupo pasa a considerarse legítimo, esto supone una gran diferencia en su tipo de comportamiento colectivo".

La sociedad estadounidense, por el contrario, sí mostró su rechazo a la marcha, con serias consecuencias para los participantes entre las que se incluyen penas de cárcel, despidos, expulsión de plataformas digitales y redes sociales, prohibiciones de viaje y rechazo generalizado por parte de amigos y familiares. Los extremistas, no obstante, recibieron el mensaje claro de que podían contar con un aliado allá donde más importa: en la Casa Blanca. No por nada, varios de los rostros más conocidos de la manifestación de Charlottesville estaban presentes en el asalto al Capitolio.

Foto: Protesta de un grupo supremacista neonazi en Los Ángeles. (EFE)

La olla a presión de 2020

Durante los dos años posteriores a la marcha, los grupos extremistas aumentaron exponencialmente su actividad 'online'. Ayudadas por la formación de burbujas informativas tribalizadas, en foros y redes sociales, pero también en medios como Breitbart o incluso Fox News, las opiniones antaño marginales fueron poco a poco infiltrándose en el 'mainstream' del Partido Republicano. Una mentalidad cada vez más conspirativa, impulsada en gran medida gracias a QAnon, fusionó progresivamente diferentes facciones de la derecha estadounidense en una ideología radical y poco cohesiva caracterizada por su culto a la personalidad de Trump. "El trumpismo es un movimiento nacionalista extremo", expone Berezin, "en gran medida exclusivamente blanco. Y es muy abierto: cada uno puede leer lo que le apetezca en él". El año 2020 supondría la consolidación de este movimiento.

El pistoletazo de salida se produjo, una vez más, en Virginia, cuando los demócratas obtuvieron el control del Gobierno estatal y prometieron aprobar leyes de control de armas más estrictas. Cerca de 22.000 personas, muchas de ellas pertenecientes a milicias armadas y ataviadas como para ir a la guerra, se manifestaron en el Capitolio del estado en Richmond, exclamando cánticos de "no obedeceremos". Los jóvenes llevaban camisetas con eslóganes como “Vuelve a dar miedo a los políticos” y alguien llegó a instalar el modelo de una guillotina en mitad de la calle.

placeholder Manifestantes trumpistas fuertemente armados en Richmond, Virginia, el 20 de enero de 2020.
Manifestantes trumpistas fuertemente armados en Richmond, Virginia, el 20 de enero de 2020.

Fue la primera de muchas. El año estuvo cargado de los elementos necesarios para polarizar todavía más a la población, como las protestas de Black Lives Matter (BLM) contra la violencia policial racista o la resistencia a los confinamientos y medidas de seguridad impuestos debido a la pandemia. En ambos casos, el presidente se dedicó a azuzar reiteradamente a sus partidarios, describiendo a BLM como un "símbolo de odio" o exigiendo la "liberación de Michigan" después de que la gobernadora demócrata del estado ordenara a sus ciudadanos quedarse en casa.

De forma similar a los eventos vividos esta semana, las palabras del presidente tuvieron violentas consecuencias. Alborotadores trumpistas armados con rifles semiautomáticos irrumpieron en el capitolio estatal en Lansing, Michigan, en abril —más adelante, el FBI descubriría un complot de milicias para secuestrar a la gobernadora—. En agosto, dos manifestantes en una protesta de BLM en Kenosha, Wisconsin, murieron y un tercero resultó herido por Kyle Rittenhouse, un partidario de Trump de 17 años que inmediatamente se convirtió en una estrella entre los extremistas de derecha. El presidente, por supuesto, se negó a denunciar ninguno de los crímenes cometidos por sus seguidores.

Foto: El vicepresidente estadounidense, Mike Pence, durante la confirmación de la victoria del presidente electo, Joe Biden.

Llegado el mes de septiembre, el director del FBI, Christopher Wray, emitió una advertencia directa al Congreso de que los extremistas motivados por razones raciales y étnicas se habían convertido en la principal fuente de amenazas terroristas y asesinatos nacionales en Estados Unidos. "Aquellos que se suscriben a algún tipo de ideología de tipo supremacista blanco suponen, sin duda, la mayor parte de ello", agregó. Apenas unos días después, durante un debate electoral, el candidato demócrata, Joe Biden, exigió a Trump que condenara a los Proud Boys, una de las organizaciones neofascistas y ultraderechistas más visibles del país. ¿Su respuesta? "Proud Boys: stand back, and stand by", es decir, "dad un paso atrás y estad preparados". La frase se convirtió en el nuevo eslogan del grupo.

Un falso fraude electoral como catalizador final

"Esperaba violencia, así que no me sorprendió". Así responde Berezin a la pregunta sobre si el asalto al Capitolio era algo predecible. La profesora indica que Trump lleva incitando a la violencia con sus discursos desde el mismo día en el que perdió las elecciones presidenciales. "Estaba absolutamente claro que algo iba a suceder. Era algo prácticamente inevitable. Había pedido a la gente que se desplazara a Washington el 6 de enero, diciendo cosas como 'será algo salvaje'", agrega, reconociendo, no obstante, que la magnitud de los eventos sí la dejó impactada.

Horas después de que las urnas cerraran el pasado 3 de noviembre, el presidente afirmó, sin prueba alguna, que se había producido un fraude electoral a gran escala en prácticamente todos los estados disputados en los que había perdido. Sus hijos, líderes republicanos y su abogado personal, Rudy Giuliani, respaldaron sus acusaciones, llegando a elaborar una rocambolesca teoría conspiratoria de alcance internacional que incluía al mismísimo Gobierno de Venezuela. Durante meses, Trump se había encargado de arrojar gasolina sobre la credibilidad del sistema electoral estadounidense, indicando en numerosas ocasiones que la votación por correo, sistema más utilizado por el Partido Demócrata que por los republicanos, iba a ser fraudulenta. Ahora, tras confirmarse su derrota, había llegado la hora de arrojar la cerilla.

placeholder Protesta en Milwaukee, Winsconsin, para exigir la suspensión del conteo de votos. (Foto: Reuters).
Protesta en Milwaukee, Winsconsin, para exigir la suspensión del conteo de votos. (Foto: Reuters).

Decenas de movilizaciones trumpistas se produjeron cerca de los centros de recuento de votos en los estados señalados por el presidente, muchos de los cuales estaban controlados por el propio Partido Republicano, cuyos funcionarios empezaron, de la noche a la mañana, a recibir amenazas de muerte. Los manifestantes, muchos de ellos fuertemente armados, exclamaban "¡Paren el conteo!" en los estados donde el magnate iba perdiendo poco a poco la ventaja de votos y "¡Sigan contando!" en aquellos donde estaba rezagado. Y aunque el sistema democrático estadounidense resistió la presión sin precedentes por parte de su comandante en jefe, el daño ya estaba hecho: la presidencia de Trump llegaría a su fin, pero lo haría con la traca final más siniestra.

"Señor presidente, esto debe terminar", imploraba uno de los funcionarios electorales republicanos de Georgia al comenzar diciembre. "Deje de inspirar a la gente a cometer posibles actos de violencia. Alguien va a recibir un disparo, alguien va a morir". Un mes después, una manifestante trumpista convencida de la existencia del falso fraude electoral enunciado cientos de veces por su presidente era abatida a tiros dentro del Capitolio.

La marea trumpista que asaltó el Capitolio estadounidense el pasado 6 de enero sorprendió al mundo, pero eso no significa que fuera un incidente aislado o impredecible. Expertos llevan años alertando de la progresiva y acelerada radicalización de las bases republicanas y, especialmente, de los grupos extremistas nacionalistas que se han visto reforzados, envalentonados e incluso directamente respaldados por un presidente que nunca ha querido contrariar a su base de apoyo más furibunda.

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