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El difícil dilema del Partido Republicano: los votantes aún quieren a Trump
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¿resquebrajan el liderazgo del magnate?

El difícil dilema del Partido Republicano: los votantes aún quieren a Trump

La principal fuerza de un partido político son sus votantes. Sin ellos, no hay nada. Y la mayoría de los votantes republicanos son más leales a Trump que a los congresistas

Foto: Donald Trump en una pantalla del mitin contra la certificación del resultado electoral.
Donald Trump en una pantalla del mitin contra la certificación del resultado electoral.

Los jefes republicanos han tenido suficiente. O al menos es lo que nos llega de sus gestos y comunicados oficiales. El líder de los senadores del partido, Mitch McConnell, "planea no volver a hablar con Trump jamás". Lo mismo que el vicepresidente, Mike Pence, a quien sus allegados nunca habían visto "tan enfadado". Las dimisiones del gabinete presidencial se siguen sucediendo y si uno abre un periódico solo verá indignación y encendidas defensas de las instituciones.

El paisaje, sin embargo, es algo más complejo. La principal fuerza de un partido político son sus votantes. Sin ellos, no hay nada. Y la mayoría de los votantes republicanos son más leales a Trump que a los congresistas, según una encuesta de HuffPost y YouGov y según la observación más elemental de estos últimos años. La pregunta es si este liderazgo del magnate se irá resquebrajando, o si lo ha hecho ya, tras los acontecimientos de los últimos días. De momento no hay pruebas de ello, pero estamos viendo movimientos muy interesantes dentro del partido.

Foto: La presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, la demócrata Nancy Pelosi. (Reuters)

Cuando Trump anunció su campaña, en junio de 2015, los jefes republicanos lo trataron exactamente igual que los jefes demócratas. Se referían a él como un demagogo, un mentiroso, un narcisista y un aspirante a tirano de medio pelo. Cada vez que alguien les planteaba que podía acabar como nominado, se reían. Eso no sucedería en el partido de Lincoln. Las encuestas que lo ponían por delante solo eran el reflejo de su fama, nada más. Un republicano de bien saldría elegido.

Esta actitud, sin embargo, empezó a cambiar sobre la primavera de 2016, por dos razones. La primera, que Trump había logrado conectar con millones de electores y estaba pulverizando a sus contrincantes. Y la segunda, que, pese a sus promesas alocadas y su comportamiento vitriólico, estaba dispuesto a cumplir a rajatabla la agenda del partido. Especialmente el recorte fiscal y el compromiso de nombrar jueces conservadores al Supremo. En este aspecto, el multimillonario daría carta blanca a los 'think tanks' republicanos que seleccionaban jueces. Esto gustó mucho. Así que los líderes conservadores decidieron tragarse el aceite de ricino: aceptaron a Trump.

Foto: Donald Trump.

Desde entonces, gente como Lindsey Graham o Mitch McConnell se han movido en un espacio muy estrecho. En público fingían que todo iba bien. En privado sudaban frío, las ocurrencias de Trump los ponían nerviosos. Graham trató de convertirse en el hombre que susurraba al presidente. Jugaba con él al golf y trataba así de influir en sus políticas. Luego Trump hacía lo que le apetecía. Lo humillaba. Graham seguía intentándolo. Con los años empezamos a ver cómo se repetía el mismo patrón. Cuando Trump hacía una de las suyas, la mayoría de los congresistas guardaban silencio durante un día o dos, luego lo condenaban con un frío comunicado y más tarde volvían a apoyarlo.

La razón es que Trump mantenía el control de las bases y por tanto del partido. Las bases eran su navaja en el cuello de los congresistas. A una señal de este, los votantes podían darle la espalda a casi cualquier republicano. Cada vez que se celebraban elecciones en un estado, los candidatos competían por el favor de Trump. Quienes recibían su apoyo solían ganar o quedar bien posicionados. Hubo excepciones, y Trump ha presumido mucho de ello, pero el patrón es real. Por eso, el Partido Republicano de 2021 se parece mucho más a Trump que el de 2016.

placeholder Linsay Graham, durante un discurso del presidente Donald Trump. (Foto: Reuters)
Linsay Graham, durante un discurso del presidente Donald Trump. (Foto: Reuters)

Es un hechizo que se mantiene incluso ahora. El pasado miércoles, de los 211 republicanos de la Cámara de Representes, 147 objetaron a la certificación de la victoria de Joe Biden. La misma noche del asalto al Capitolio seguían alegando sospechas de fraude, cuando de las 62 demandas interpuestas solo triunfó una, referente a un plazo de votación en Pensilvania. Altos cargos del propio Gobierno de Trump, junto con el Tribunal Supremo y las autoridades electorales de los 50 estados, han reiterado que se trataron de unos comicios limpios.

El porcentaje de representantes republicanos que objetó a la victoria de Biden, curiosamente, es similar al porcentaje de votantes republicanos que piensan que hubo fraude electoral: más de un 70%. Un sondeo de YouGov refleja que casi la mitad de los electores, el 45%, simpatiza con el ataque al Congreso.

Foto: El vicepresidente estadounidense, Mike Pence, durante la confirmación de la victoria del presidente electo, Joe Biden.

El partido todavía nota la fría navaja de Trump, sus bases, en el cuello. Que se lo pregunten a Lindsey Graham. Después de romper con Trump a raíz de la incitación de este a la insurrección, ha sido increpado a gritos de "traidor" en el aeropuerto de Washington. El senador Mitt Romney lo sabe desde hace tiempo. Los trumpistas lo insultan en las calles, le llaman traidor, le atosigan señoras sin mascarilla. Este va a ser su destino por tiempo indefinido. Desde el punto de vista de las bases, Trump representa al Pueblo. Y dar la espalda a Trump es dar la espalda al Pueblo.

Así que esta es la encrucijada de los conservadores. Los que rompen con Trump están corriendo un riesgo político inmediato. Quizás a largo plazo la jugada les salga bien. Puede que la opinión pública se ajuste y puedan pasar página, elegir candidatos manejables, volver a su viejo lustre de partido conservador y ordenado. O puede que Trump mantenga de alguna manera la lealtad del votante, destruyendo a quienes ahora mismo lo están abandonando.

Foto: Donald Trump. (Reuters)

Los congresistas que siguen fieles quizás estén salvando el pellejo, al menos por ahora. Las elecciones de 2024 están cerca, el trumpismo seguirá circulando por la sociedad y recibir sus estandartes puede procurar buenos réditos políticos. Esta sería la estrategia de Ted Cruz o Josh Hawley, los senadores más abiertos en su respaldo del presidente. Querrían heredar su batuta. O sencillamente están convencidos de que hubo fraude y de que Trump ha tenido razón todos estos años.

De todas formas, el Partido Republicano ha perdido el poder en las dos cámaras del Congreso. Un momento adecuado, la cíclica travesía del desierto, para ordenar sus ideas, efectuar algunas purgas e intentar arrebatarle a Trump la navaja que los hace rehenes desde hace cuatro años. Puede que hayan visto en el asalto al Capitolio, y el final de la presidencia de Trump, la oportunidad adecuada para liberarse.

Los jefes republicanos han tenido suficiente. O al menos es lo que nos llega de sus gestos y comunicados oficiales. El líder de los senadores del partido, Mitch McConnell, "planea no volver a hablar con Trump jamás". Lo mismo que el vicepresidente, Mike Pence, a quien sus allegados nunca habían visto "tan enfadado". Las dimisiones del gabinete presidencial se siguen sucediendo y si uno abre un periódico solo verá indignación y encendidas defensas de las instituciones.

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