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Biden, año 1: la titánica tarea de aburrirnos a todos
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Biden, año 1: la titánica tarea de aburrirnos a todos

Biden intentará recuperar la normalidad institucional, una época de multilateralismo, tecnocracia y retórica plana, alejada del histrionismo de los últimos cuatro años de Donald Trump

Foto: El presidente Joe Biden, en su toma de posesión. (Reuters)
El presidente Joe Biden, en su toma de posesión. (Reuters)

“La democracia ha prevalecido”, dijo Joseph R. Biden Jr, nuevo presidente de Estados Unidos, al principio de su discurso de investidura. Un recordatorio de la traumática transición de poder, que hasta entonces había sido honrada por todos los presidentes, y de los desafíos que todavía planean sobre la primera potencia del mundo. Un sistema que ha señalado, con la elección de Biden, la intención de recuperar la normalidad institucional y volver a los años en que el populismo todavía no había tocado el poder. Una época de multilateralismo, tecnocracia y una retórica lo más plana posible, lejos del histrionismo de los últimos cuatro años.

El presidente inició su alocución con firmeza, refiriéndose al asalto al Capitolio como “terrorismo doméstico” (la primera vez que un comandante en jefe menciona el supremacismo blanco en un discurso de investidura), y luego transmitió su esperado mensaje de unidad. “A todos aquellos que no me apoyaron, dejadme deciros esto: escuchadme a medida que avanzamos, tomadme la medida, mía y de mi corazón. Y si aun así estáis en desacuerdo, que así sea. Eso es la democracia”, declaró.

Biden no mencionó el nombre de Donald Trump, como tampoco Trump mencionó el de Biden en su despedida del martes. Los mandatarios ni siquiera se han visto ni han hablado por teléfono. Trump, que pasó dos meses tratando de subvertir ilegalmente los resultados electorales, partió a las ocho de la mañana de la base militar de Andrews con una breve ceremonia. El 'establishment' republicano eligió pasar página y arrimarse al nuevo presidente. Los líderes conservadores del Congreso, Mitch McConnell y Kevin McCarthy, así como el ya exvicepresidente Mike Pence, reusaron acudir a la despedida de Trump y se fueron a misa con el matrimonio Biden.

placeholder Joe Biden jura su cargo sobre la Biblia familiar. (Reuters)
Joe Biden jura su cargo sobre la Biblia familiar. (Reuters)

Washington acogió la ceremonia con una proyección de fuerza. La poderosa casta política de EEUU, los miembros del Congreso y del Tribunal Supremo, y los últimos expresidentes, presenciaron la jura en la escalinata del Capitolio. Hubo plegarias, música militar y manos en el corazón; 25.000 efectivos de camuflaje, policía secreta, carros blindados y vallas coronadas por alambrada. Los perros husmeaban los coches que se acercaban al Capitolio y los helicópteros zumbaban en los cielos.

No obstante, fue también un acto teñido de fragilidad, como de cáscara vacía. La pandemia limitó a unos 2.000 el número de invitados, no hubo decenas de miles de personas aplaudiendo en la explanada de enfrente y cada uno de los asistentes llevaba mascarilla y guardaba la distancia social. En cierto modo, fue un recordatorio de que, de momento, el verdadero comandante en jefe es el coronavirus.

Antítesis de Trump

Desde que lanzó su campaña, Biden se ha posicionado como la antítesis de Donald Trump. A diferencia del expresidente, que nunca había tenido cargo público y que ganó las elecciones en 2016 con la promesa de “agitar” el sistema, Biden ha consagrado su vida a defender ese mismo sistema. Desde que fue elegido senador en 1972, ha tratado de forjar una imagen de moderado: el demócrata capaz de tender puentes con la oposición. Una actitud de manejarse entre bastidores propia de otra era, cuando la política se parecía más a un club privado de caballeros.

Foto: El presidente Joe Biden, durante la inauguración de su mandato. (Reuters)
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El hecho de que Biden haya pasado 36 años de su vida en el Senado y tenga una relación cordial con el líder republicano de la Cámara, Mitch McConnell, ha alimentado las esperanzas de una nueva era de normalidad y puesta en común. Sin embargo, Joe Biden solo ha servido con aproximadamente un tercio de los actuales senadores y el paisaje político de ahora es muy diferente: un ecosistema donde la bronca y las grandes cruzadas son recompensadas por millones de votantes.

El demócrata ha tenido estos días una posición cauta y casi de recogimiento. El martes, al despedirse de Delaware, Biden no pudo contener la emoción. Se acordó de su hijo mayor, Beau Biden, fallecido de cáncer de cerebro en 2015. “Tenía que estar yo presentándole a él como presidente”, dijo enjugándose las lágrimas. Horas después recordaba, ante el memorial de Lincoln, al atardecer y con velas encendidas en honor a los 50 estados y seis territorios, a los más de 400.000 norteamericanos fallecidos de covid-19. Durante la investidura, se persignó varias veces y juró el cargo con su añeja Biblia familiar, adquirida por los Biden hace 127 años.

Quizá fuera también una parte de la puesta en escena, de incidir en un tono tradicional y meditativo, como si quisiera transmitir una sensación de alivio a sus compatriotas. Una puesta en escena rematada por su insistencia en la unidad y en “bajar el volumen”, como dijo en campaña, del ruido y las diatribas políticas.

17 decretos para empezar

El hombre que pasó gran parte de la campaña encerrado en su sótano de Delaware, concediendo alguna que otra entrevista por Skype y dejando que Donald Trump se quemase en las brasas de la pandemia, tiene previsto centrar su Administración en las políticas públicas. Desde que anunció sus ambiciones presidenciales Joe Biden ha revelado una cincuentena de planes y en los últimos dos meses, durante el periodo de transición, ha dosificado el goteo de anuncios y nombramientos. En lugar de dedicar todo su primer día de jefe de Estado a los eventos y celebraciones, Biden aprobará 17 decretos en apenas unas horas. La mayoría de ellos, destinados a deshacer las políticas trumpianas más detestadas por los demócratas.

El presidente mandará volver al Acuerdo Climático de París, firmado en 2015 y abandonado por la Administración Trump; pedirá a las agencias que reúnan a las familias de más de 600 niños que fueron separados de sus padres en la frontera; restaurará la protección a los llamados 'dreamers', inmigrantes indocumentados que llegaron a EEUU cuando eran niños, y volverá a aplicar límites a la contaminación que Trump había ido eliminando como parte de su desregulación económica.

Foto: Joe Biden, durante su discurso de investidura en Washington DC. (EFE)

El demócrata va a tener tres misiones principales. La primera es la lucha contra la pandemia de coronavirus. Biden quiere acelerar la producción de vacunas, reembolsar a los estados su gasto en las operaciones de distribución que realiza la Guardia Nacional y coordinar mejor las grandes y pequeñas farmacias: el objetivo es aplicar unas 100 millones de dosis de la vacuna en tres meses, acompañado por la obligación de llevar mascarilla en el transporte y en los edificios federales.

Parte del dinero de esta iniciativa estará contenido en su plan de estímulo económico, pensado para su segunda gran misión: sacar el país de la crisis. La iniciativa, cuyo coste estimado ronda los 1,9 billones de dólares, comprende cheques de 1.400 dólares a las familias, un refuerzo del seguro de desempleo, ampliar las moratorias contra el desahucio y la deuda estudiantil, y subir el salario mínimo a 15 dólares la hora. El coste de la lucha contra la pandemia, sumando los planes de estímulo aprobados en primavera y en diciembre, rondaría los cinco billones de dólares.

Una nación partida

Pero la tercera misión es quizá la más difícil: sanar las terribles heridas políticas de un país donde siete de cada 10 votantes conservadores creen que Biden es un presidente ilegítimo, según una encuesta de la CNN, elevado al poder por un supuesto fraude electoral. Al Partido Republicano le corresponde resolver esta amenaza de divorcio: la de millones de sus electores que siguen siendo leales a Donald Trump, aun después del asalto al Capitolio incitado por este y que puede costarle, si prospera el 'impeachment', la incapacitación política de por vida.

Foto: El Capitolio de EEUU. (EFE)

La voluntad de la nueva Administración, que planea acercarse de nuevo a instituciones internacionales como la ONU o la Organización Mundial de la Salud, volver a tender puentes con la Unión Europea y ofrecer una voz previsible y acorde con el orden liberal fundado por EEUU en 1945, va a estar matizada por las dinámicas políticas internas. Distintos expertos en radicalismos creen que episodios como el del asalto al Capitolio no han terminado. Los grupos extremistas crecen, se relacionan en las redes sociales alternativas y han declarado su intención de librar una “larga lucha” contra un Gobierno que, en su mundo conspirativo, ha sido secuestrado.

Esta será, junto a la rivalidad con China, una ruta de colisión que ningún presidente puede ahora ignorar, elementos con los que Joe Biden hará malabares. Una tarea en la que contará con la ayuda de la vicepresidenta, Kamala Harris, adorada desde la izquierda como la 'primera' de muchas cosas: mujer, afroamericana y asiática. Una política experimentada que recibiría el peso de la púrpura si algo le pasara a Biden.

“La democracia ha prevalecido”, dijo Joseph R. Biden Jr, nuevo presidente de Estados Unidos, al principio de su discurso de investidura. Un recordatorio de la traumática transición de poder, que hasta entonces había sido honrada por todos los presidentes, y de los desafíos que todavía planean sobre la primera potencia del mundo. Un sistema que ha señalado, con la elección de Biden, la intención de recuperar la normalidad institucional y volver a los años en que el populismo todavía no había tocado el poder. Una época de multilateralismo, tecnocracia y una retórica lo más plana posible, lejos del histrionismo de los últimos cuatro años.

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