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ONG lanzan una operación de emergencia. ¿El tercer mundo? No, Países Bajos
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No hay albergues para todos

ONG lanzan una operación de emergencia. ¿El tercer mundo? No, Países Bajos

La incompetencia política y la escasez de viviendas han provocado una crisis en la recepción de refugiados en los Países Bajos, lo que ha obligado a las ONG humanitarias a actuar

Foto: Refugiados en el centro de recepción para solicitantes de asilo en Ter Apel, Holanda. (REUTERS/Piroschka van de Wouw)
Refugiados en el centro de recepción para solicitantes de asilo en Ter Apel, Holanda. (REUTERS/Piroschka van de Wouw)

Ziad tiene 39 años. Es sirio. Ha llegado con lo puesto a Holanda, sin equipaje ni compañía familiar. Llegó a Ter Apel, una aldea holandesa en la frontera con Alemania, el 18 de julio de este mismo verano. Y, desde entonces, ha dormido cada noche en un centro de refugiados, aguardando su oportunidad para hacer una entrevista con la Policía y un examen médico. Son los primeros pasos del camino hacia una vida estable, con autorización para vivir y trabajar en Holanda, lejos de las bombas y las mafias. Pero la espera se está haciendo eterna. Lleva varios días sin ducharse, le duelen los riñones de dormir en el suelo, tiene heridas —por las que ha tenido que ser atendido por Médicos Sin Fronteras—, habla de “decepción” y dice que la única información que obtiene de los funcionarios holandeses es: "I don’t know" (no sé).

Estaba sentado debajo de un toldo sujeto con palos de madera, sobre una tela blanca que apenas lo separa del suelo. Se levantó apresurado a hablar con El Confidencial al escuchar cómo otro compañero de faenas, que viene del Yemen, denuncia su situación. "Llevamos semanas aquí. Ha hecho frío, ha hecho calor, ha llovido. Ha venido gente del Gobierno a mirar e irse. La Policía se ha llevado las tiendas de campaña que nos han traído los voluntarios porque dicen que es peligroso, que si hay una pelea se pueden usar los ganchos de metal. Lo entendemos, pero tienen que hacer algo, estamos cansados, tenemos miedo a las enfermedades, a todos los virus que hay. Pensamos que aquí encontraríamos la paz, que este es un país moderno y seguro". Después de hacer un viaje de dos años hasta llegar a Ter Apel, no se puede creer que la pesadilla todavía no haya terminado y ni siquiera ha podido solicitar asilo como refugiado de guerra.

Foto: Ucranianos, en la protesta frente a la embajada rusa en Madrid un día después de la invasión. (EFE/Rodrigo Jiménez)

No es que se haya disparado la llegada de refugiados. La situación está lejos de la crisis de 2015, pero faltan camas y, desde hace meses, el Gobierno se ha negado a actuar. Los refugiados se registran primero en este centro de recepción de Ter Apel cuando llegan a Holanda y, normalmente, se alojan una noche en el sitio hasta que se aclare el registro de solicitud. Pero, debido a la falta de viviendas, los centros de refugiados en el país están llenos, ya que la gente que ha conseguido un permiso de residencia apenas se mueve porque no hay una casa a la que trasladarse.

Además, el 1 de abril, unos 13 municipios cancelaron su contrato con la Agencia Central de Acogida de Solicitantes de Asilo (COA) para acoger refugiados, por lo que han desaparecido unas 5.500 camas. Algunos cerraron albergues para solicitantes de asilo para recibir a más ciudadanos ucranianos, que no son responsabilidad de COA porque pueden moverse libremente por la Unión Europea. Prácticamente ningún municipio ha ofrecido un nuevo albergue y el Ejecutivo de Mark Rutte no ha querido interferir en la independencia de las autoridades locales.

La incompetencia política, una piedra en el camino

Algunos han vagado durante meses para escapar de la guerra, otros han pasado días flotando en botes por el Mediterráneo y la mayoría ha sacrificado todo lo que tenía para pagar a los traficantes de personas. Y vienen a Países Bajos por una razón obvia: es un país estable donde pueden empezar una nueva vida alejada de las bombas y de la opresión de las dictaduras de sus países de origen. El terreno delante de Ter Apel es testigo del dolor de homosexuales que no pueden mostrarlo en casa, de activistas políticos que deben levantar su voz desde otro país y de familias que han tenido que dejar todo atrás. Pisaron tierra creyendo que la 16º economía mundial y la quinta de la zona euro los recibiría en condiciones dignas para un ser humano, pero se toparon con la incompetencia política reflejada en la falta de un lugar donde vivir, de higiene, de condiciones sanitarias y de funcionarios de inmigración que estudien sus solicitudes de asilo. Un proceso que solía llevar tres días hoy requiere de meses.

"(...) es vergonzoso que ningún municipio se haya ofrecido como voluntario para recibir refugiados de otros países"

Koen Schuiling, alcalde de Groningen, agacha la cabeza para hablar del desastre humanitario que ha copado las portadas de los medios holandeses durante este verano y recuerda que lleva meses dando la voz de alarma sin éxito. "Los niños juegan entre la basura. Hay instalaciones sanitarias infinitamente mejores en un festival", ha dicho después de visitar el centro de recepción de Ter Apel, que está en su provincia. Admite que los municipios holandeses se están dejando la energía en ayudar en la recepción de refugiados que huyen de la guerra de Ucrania, pero ignoran a los solicitantes de asilo de otros países. “Es como si hubiera una categoría diferente de personas o algo así, no sé. Estamos infringiendo la ley por todos lados. Es vergonzoso". Ya en marzo, cientos de personas no tenían donde dormir en Ter Apel, huyendo de conflictos como los de Myanmar, Burkina Faso, Congo, Afganistán, Siria, Etiopía y Nigeria.

El año pasado, el departamento de Salud Pública hizo dos informes sobre las condiciones de vida en Ter Apel. “Hay un olor acre a aguas residuales en las tiendas, los urinarios están llenos de orina y lodo marrón. Hay riesgo de infecciones y enfermedades infecciosas, no hay privacidad de ningún tipo, hay peligro de incendio”, dice el burgomaestre. El Gobierno de Mark Rutte no ha querido intervenir y ha dejado la situación para que la reparen los ayuntamientos de buena voluntad, pero se han negado a hacer más porque no hay albergues para todos.

Cuando empezó la guerra en Ucrania en febrero, se crearon 15.000 refugios para los ucranianos en edificios de oficinas vacíos. El propio rey Guillermo Alejandro acogió a varios en uno de sus palacios. Pero Ter Apel, por donde deben pasar todos los solicitantes de asilo (los ucranianos están exentos y pasan por un sistema más sencillo), seguía estando hacinado y sin condiciones de vida decentes. “Nuestra propia Lampedusa”, dijo Schuiling.

Foto: La vida en un campamento de refugiados improvisado junto al campo de Moria en marzo de 2020. (Getty Images/Milos Bicanski)

El alcalde de Westerwolde, Jaap Velema, responsable de la acogida de refugiados en el centro de solicitud de Ter Apel, denunció entonces el "doble rasero" en Holanda con la acogida de refugiados porque su municipio llevaba meses pidiendo ayuda y las autoridades hicieron caso omiso. "Me parece estupendo que mis colegas de otros municipios estén haciendo cola para recibir a decenas de miles de refugiados de Ucrania, pero es vergonzoso que ningún municipio se haya ofrecido como voluntario para recibir refugiados de otros países", lamentó Velema.

Schuiling le apoyó. La situación en Ter Apel es "insostenible e inhumana" y es "comprensible que haya mucho entusiasmo por recibir a los ucranianos, pero las personas de otras zonas de guerra como Siria y Afganistán tienen los mismos derechos", criticó. "No puede ser que alguien que vio caer las bombas rusas en Siria sea tratado de manera diferente a alguien que tuvo que huir de las mismas bombas en Ucrania", zanja Velema.

Las ONG al rescate

Mientras el Gobierno central y local chocan en la gestión de la crisis, las ONG y muchos ciudadanos se ofrecen voluntarios a ayudar. Médicos Sin Fronteras tiene un equipo de ayuda por primera vez en Holanda, ofreciendo primeros auxilios a los refugiados. Cruz Roja llevaba ya semanas tratando de aliviar la situación inhumana en la que vivía la gente. Y muchos ciudadanos, decepcionados con esta gestión, han acudido a Ter Apel para donar cosas que puedan ser útiles. Los hay que han ido con un coche lleno de artículos de higiene para mujeres, otros con juguetes, ropa y productos de cuidado, hasta el punto de que las ONG pidieron no llevar más cosas porque hay bastante basura en el lugar. Son los hombres los que duermen afuera y necesitan productos de higiene, ropa que proteja del frío, mantas, sacos de dormir individuales y colchonetas.

La Agencia Central de Acogida de Solicitantes de Asilo consiguió recientemente unas 500 camas para que los refugiados no tengan que dormir en el césped, una solución temporal que no pone fin al problema de fondo. Sigue habiendo escasez de vivienda y atasco en el sistema. El Gobierno quiere reducir el flujo de personas que llegan a Holanda y complicará las reagrupaciones familiares de los refugiados. Si no tienen casa, la pareja y los hijos no podrán venir al país. Esto va en contra de la Convención sobre los Derechos del Niño, que exige a los Estados esforzarse por reunir a los padres con sus hijos y tratar los casos que involucran a los menores con “benevolencia, humanidad y urgencia”.

La defensora del Niño se lo ha dejado claro al Ejecutivo antes de que entren en vigor sus planes. Cree que la crisis de acogida debe solucionarse buscando albergues y funcionarios adicionales. Muchos municipios no están por la labor de ayudar y, cuando COA ha comprado un hotel para dar refugio en una aldea holandesa, los vecinos se rebelaron y ofrecieron comprar con su propio dinero este hotel para evitar que los refugiados sean sus nuevos vecinos.

Ziad tiene 39 años. Es sirio. Ha llegado con lo puesto a Holanda, sin equipaje ni compañía familiar. Llegó a Ter Apel, una aldea holandesa en la frontera con Alemania, el 18 de julio de este mismo verano. Y, desde entonces, ha dormido cada noche en un centro de refugiados, aguardando su oportunidad para hacer una entrevista con la Policía y un examen médico. Son los primeros pasos del camino hacia una vida estable, con autorización para vivir y trabajar en Holanda, lejos de las bombas y las mafias. Pero la espera se está haciendo eterna. Lleva varios días sin ducharse, le duelen los riñones de dormir en el suelo, tiene heridas —por las que ha tenido que ser atendido por Médicos Sin Fronteras—, habla de “decepción” y dice que la única información que obtiene de los funcionarios holandeses es: "I don’t know" (no sé).

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