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Cuatro sevillanos en la crisis polaca: "Dejad lo de guerra híbrida, es una crisis humanitaria"
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Miles de migrantes en la frontera

Cuatro sevillanos en la crisis polaca: "Dejad lo de guerra híbrida, es una crisis humanitaria"

Adrián, Juanma, Ángel y Jesús han viajado con el SAMU Emergencias hasta la frontera polaca para recibir a los migrantes y refugiados que logran cruzarla

Foto: Cuatro sevillanos en Polonia. (Israel Merino y Andrés Santafé)
Cuatro sevillanos en Polonia. (Israel Merino y Andrés Santafé)

La niebla y la densa humedad de Bialystok dejan entrever, entre las vías del tren y el centro de la ciudad, un edificio bajo y marrón del que sale humo y vida. Es el centro de refugiados del municipio polaco, el último importante antes de la frontera con Bielorrusia.

En él, las luces naranjas y la respiración de los que allí se cobijan condensan una capa húmeda en todos los cristales. En su patio —pequeño, de adoquines grises y con tres árboles gigantes desnudados por el inminente invierno—, dos niños refugiados juegan con las palomas. Corren hacia la bandada, que sale volando hacia el manto de nubes del cielo, a punto de anochecer a las dos y media de la tarde. Los niños se ríen a carcajadas cuando ven a los pájaros huir despavoridos. Mientras juegan, sus padres los miran a través de las ventanas del centro con los brazos en cruz y una sonrisa relativa, por la relativa seguridad.

“Los niños no entienden lo que está pasando. Ellos están bien. Son críos y al final se adaptan a lo que ven. No están tristes, se los ve felices”, asegura Ángel, sevillano de 31 años. Es uno de los cuatro trabajadores del equipo multidisciplinar de SAMU Emergencias (Servicio de Atención Médica de Urgencia) que se ha trasladado desde Sevilla hasta Bialystok para trabajar con los pocos refugiados que consiguen superar la frontera y las —presuntas— devoluciones en caliente de los soldados polacos. Sus nombres son Adrián, Juanma, Ángel y Jesús. Son un trabajador social, un enfermero, un psicopedagogo y un técnico de emergencias, respectivamente.

No es el primer rodeo de estos sevillanos ni del SAMU, organización con 40 años de historia que se dedica a realizar intervenciones en lugares que están sufriendo crisis humanitarias. "Allí donde hay que ayudar, nuestra entidad está", comenta su portavoz, Adrián, un trabajador social de 32 años.

Su especialidad es tratar con menores extranjeros no acompañados, fundamentalmente en España. “Estuvimos presentes en Canarias, Ceuta y también en 2018, atendiendo a la oleada de pateras plagadas de menores que desembarcaban en las costas españolas”, recuerda Adrián. Proyectos de este calibre han llegado a cruzar el charco con ellos. Han trabajado también en Estados Unidos, donde, en palabras del equipo, “están viviendo una crisis con estos menores”.

Este es su primer proyecto en otro país europeo, y aquí deben hacer frente a un clima mucho menos agradecido que el hispalense. El frío húmedo de Bialystok, capaz de atravesar tantas capas de abrigo como se empleen, contrasta con las temperaturas tropicales que encontraron en otros destinos previos como El Salvador o Costa Rica. Allí actuaron como refuerzo en los hospitales, contribuyendo a que no se desbordaran con la crisis del coronavirus.

Con un tono entre la preocupación y la resignación del que está haciendo todo lo que está en su mano, Adrián explica que en Polonia “la situación es complicada y no llega mucha información”. El bosque es un sintagma tan comentado como incómodo en Bialystok. Todo el mundo se imagina qué ocurre allí, pero prácticamente nadie lo puede afirmar con exactitud. Las cifras que manejan estiman que habría entre cuatro y cinco mil personas en medio de esa nube de árboles que, sorprendentemente, alcanza unas dimensiones muy poco usuales en Europa. “Tú pasas de día y no se ve nada, imagínate de noche. Allí hay bisontes, alces… Es muy peligroso. Más con estas temperaturas”, señala. Mientras, desde Bialystok, se organizan excursiones diarias para ir a ver a los animales.

Foto: Migrantes se calientan frente a una hoguera en un campamento improvisado en la frontera entre Bielorrusia y Polonia. (EFE/Maxim Guchek)

Adrián explica la labor de algunos activistas solidarios, que se juegan hasta 15 años de prisión para traerles comida y ropa adecuada. A pesar de esto, la zona de exclusión —una franja militarizada de 400 kilómetros de largo y tres de ancho que blinda la frontera con Bielorrusia— representa una maraña demasiado difícil de desentrañar. Aunque la afluencia de migrantes no es la que era, denuncia que los ejecutivos del polaco Andrzej Duda y el bielorruso Alexander Lukashenko se siguen desentendiendo por igual de estas personas. Aunque de forma personal, se muestra tajante: “No entiendo cómo Europa consiente esto. La culpa no puede ser de quien se muere en los bosques”.

La dificultad que se están encontrando ellos y otras organizaciones humanitarias para ayudar a los refugiados y migrantes añade un grado de traumatismo a la crisis. “En otras crisis humanitarias dejan que se ayude a las personas. Al final, nosotros nos trasladamos a estos puntos para echar un cable en lo que podemos. En este contexto es más complicado de lo normal. Por la tensión política, claro, y porque están impidiendo que las entidades humanitarias colaboren”, aseguran, refiriéndose a la negativa del Gobierno de Polonia a dejar que las ONG entren en la zona de exclusión a realizar su trabajo.

Foto: Soldados polacos hacen guardia frente a la frontera con Bielorrusia. (Reuters/Irek Dorozanski)
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El equipo tiene muy claro el perfil de las personas que intentan cruzar la frontera. Saben que es una estrategia de presión contra Europa, pero también son conscientes de que no por ello pueden criminalizar a los refugiados, pues también son víctimas: “Que ahora se hable de guerra híbrida y no de crisis humanitaria se está haciendo para deshumanizar”. Según narran los españoles, el perfil medio del refugiado es el de hombre o mujer, probablemente con niños, de entre 35 y 45 años. “Suelen ser varones, pero también hay niños y mujeres embarazadas. La mayoría de ellos son sirios o iraquíes, normalmente de etnia kurda”.

También explican que su situación socioeconómica es muy diferente a como la gente se la imagina: “Suelen ser personas con dinero. Muchos son muy cultos, tienen estudios y dominan el inglés a la perfección. Hay que tener en cuenta que pueden llegar a pagar hasta 20.000 dólares por un viaje hasta aquí. Vienen engañados. Les prometen una vivienda en Europa, normalmente en Holanda o Alemania (pues muy pocos quieren quedarse en Polonia) y luego se dan cuenta de la realidad”.

Foto: Inmigrantes en los centros abiertos por Bielorrusia (Belta/Maxim Guchek vía Reuters)
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“Aunque aquí están a salvo y calientes”, continúan, “ya que los que siguen en el bosque no pueden decir lo mismo, muchos viven frustrados. Engañados. Creemos que le rezan a Dios todos los días para salir de esta mierda”. Por ahora, el trabajo de esta avanzadilla ha finalizado y ya vuelven a casa. Las sensaciones que se llevan son duras. Aunque tienen experiencia, los ojos nunca se acostumbran a ver según qué cosas. Toca elaborar el informe, pasar todos los contactos e información a sus superiores y ver cómo esta fundación española puede ofrecer su apoyo a las diferentes organizaciones humanitarias polacas.

De momento, el equipo se lleva una conclusión tajante: "Ojalá la situación cambie y, por lo menos, dejen a las entidades sin ánimo de lucro ayudar en la zona. Las personas no tienen la culpa de todo lo que está pasando. La humanidad debería hacer una reflexión. También la Unión Europea".

La niebla y la densa humedad de Bialystok dejan entrever, entre las vías del tren y el centro de la ciudad, un edificio bajo y marrón del que sale humo y vida. Es el centro de refugiados del municipio polaco, el último importante antes de la frontera con Bielorrusia.

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