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"A los menores que vienen de Ucrania no se les llama menas, pero sí a los de la frontera sur"
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¿Y TÚ DE QUIÉN ERES?

"A los menores que vienen de Ucrania no se les llama menas, pero sí a los de la frontera sur"

Shalini Arias Hurtado estudió antropología, una carrera que le dificultaba las cosas para ligar porque pocos entendían lo que significaba. Es fan de Indiana Jones y también de la "deconstrucción constante"

Foto: Entrevista a Shalini Hurtado. (Jesús Hellín)
Entrevista a Shalini Hurtado. (Jesús Hellín)

Cuando a Shalini Arias Hurtado le preguntan de dónde es y dice que de Valdepeñas, el interlocutor no suele quedarse tranquilo con la respuesta. "¿Pero de dónde eres en realidad?" y "hablas muy bien castellano, ¿no?" suelen ser las frases que vienen a continuación. Ella sonríe cuando lo cuenta, consciente de que llega un punto en el que hay que recurrir al humor con estas cosas. Como le pasa cuando se presenta con un DNI que dice que nació hace 24 años. "Encima tengo la voz dulce y digamos que no soy muy alta, así que el envoltorio no acompaña para que me tomen en serio", bromea.

Arias estudió antropología, una carrera que le dificultaba las cosas para ligar porque pocos entendían lo que significaba. Es fan de las películas de Indiana Jones y también de la "deconstrucción constante y resignificación de los signos". Un concepto que traducirá a lo largo de la entrevista y que podría resumirse en un contar las cosas de otra manera. Algo que hace en su trabajo como portavoz de Ashoka y que antes hizo en la Fundación Por Causa. Narrar las migraciones, que es el foco de su trabajo en esta fundación, de forma atractiva para que capte nuestra atención, pero eliminándolas de estereotipos y conceptos peyorativos.

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Foto: Jesús Hellín.

PREGUNTA. Se ha definido en alguna ocasión como "antropóloga social y cultural por vocación". Explíquemelo, por favor.

RESPUESTA. Estudié bachillerato de ciencias porque en mi cabeza la idea de éxito implicaba una carrera científica. Pero cuando tuve que decidir estaba llena de dudas, y vi que mi madre, que es una gran lectora, tenía en casa un libro sobre antropología social. Le eché un vistazo y aunque estaba un poco anticuado me di cuenta de que siempre encajaba un poco con mi forma de ser, porque siempre me he hecho muchas preguntas acerca de quiénes somos y observo mucho a la gente. Dije adiós a las ciencias naturales y me fui a las sociales. Me mudé a Madrid para hacer la carrera, pero mi vida cambió cuando me fui a Inglaterra y descubrí la antropología simbólica y cognitiva. Me explotó la cabeza.

P. A mí también me acaba de explotar la cabeza. ¿Me lo traduce?

R. La antropología es el estudio del ser humano en todas sus facetas, tanto en la parte más física y forense como en la parte social y cultural. Se trata de entender cómo se construyen identidades y cultura, que no es lo que entendemos nosotros, leer libros o ir al teatro. Para nosotros cultura son las maneras de pensar, sentir y vivir de un colectivo. Somos un poco raritos.

En mi grupo de amigas hay ingenieras, médicas, etcétera, y luego estaba yo, la de antropología. Íbamos a ligar al bar, venía un tío a hablar contigo, te preguntaba qué hacías y cuando respondías que Antropología decía: "Ah, lo de los huesos". Le tenía que decir que no y explicárselo, era un problema (se ríe).

"Venía un tío a hablar contigo, te preguntaba qué hacías y cuando respondías que Antropología decía: 'Ah, lo de los huesos'"

P. ¿Qué descubrió en Inglaterra?

R. Aparte de un sistema educativo totalmente diferente, las cosas cambiaron cuando tuve la oportunidad de hacer un cortometraje para la asignatura de audiovisual. Pensé en irme al supermercado Tesco que tenía cerca de casa y contar la historia de alguien que estuviera allí. Pero mi pareja de ese momento me dijo: "Pero si estás todo el rato hablando de migraciones, te tocan de una manera muy personal, alabas la manera en la que lo está haciendo Alemania… ¿de verdad vas a ir al Tesco?". Así que me fui a al campo de refugiados de Templehof de Berlín y grabé el corto. Eso hizo que me cambiara también la visión de todo.

P. ¿Por qué le toca todo esto de manera personal?

R. Porque me adoptaron cuando tenía un año en la India. Es algo que siempre he sabido y no ha supuesto un trauma ni con familia ni amigos, y por eso siempre he sido consciente de que de no haber sido así mi vida habría sido totalmente distinta. Mi madre podría haber cogido a otra niña que ahora estaría viviendo mi misma vida. Ese es un equipaje que llevo.

En mi pueblo fui la primera persona de color y no hubo nunca ningún rechazo, me crie en un espacio muy seguro. Los problemas vinieron cuando llegué a Madrid, esa seguridad desapareció y tuve los primeros episodios de racismo. A veces no me pasaban directamente a mí, sino a personas con el mismo fenotipo que yo que no tenían DNI o vivían en otros barrios. Yo no era capaz de entender aquello y decidí hacer algo al respecto para que lo mío no fuera un privilegio.

P. ¿Qué pesa más, la melanina o la clase social?

R. Podríamos pasarnos horas hablando de la aporofobia, el miedo al pobre, algo que cuando se mezcla con la xenofobia dinamita muchas cosas. A mí me pesa más la melanina, porque por clase social he podido acceder a educación superior y he hecho un máster. Pero una vez que accedes, no deja de haber miradas de recelo o de cierto paternalismo, coletillas inconscientes que están metidas en la cultura como: "¿Pero tú en realidad de dónde eres" o "ah, pero hablas muy bien castellano". Si fuera blanca, no habría ese tipo de preguntas.

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Foto: Jesús Hellín.

P. Volvamos si le parece a ese documental. ¿Qué le hizo cambiar de su visión del mundo?

R. En 2017 fui a hacer el documental con toda la ilusión y me di cuenta de que en Europa lo estábamos haciendo fatal con la mal llamada crisis de refugiados sirios y afganos. Llegué al campo y aquello estaba lleno de historias nefastas y tratos vejatorios, gente hacinada… se me cayó el alma a los pies. Me dije a mí misma que aquello no podía quedarse en un corto y en una experiencia de apenas diez días.

Volví a Madrid y empecé a hacer prácticas de investigación de la Fundación Por Causa. Análisis demoscópicos, impacto económico de migraciones… me sentía muy útil y veía resultados, pequeños cambios. Me ofrecieron el puesto de comunicación y yo no tenía ni idea, pero acepté porque al final nos pasamos el día entre tantos tecnicismos que lo normal es que la gente no lo entienda. Tenemos que explicar las migraciones a todo el mundo y eliminar estereotipos, plantear nuevas formas de contarlo. Y hace ocho meses que estoy en Ashoka. Pensaba que no me iban a admitir porque tenía 23 años, pero aquí estamos.

P. Ha criticado la manera en la que contamos las historias en los medios…

R. Tenéis una enorme responsabilidad y se deberían contar de otra manera que no sea la sensacionalista, la que solo busca impacto. Pero tengo amigos que son 'freelance' y saben que para cobrar 60 euros por la noticia es el enfoque que hay. Y con ese dinero pueden pagar el sitio en el que viven, así que en vez de criticarles, mi responsabilidad es pensar de qué manera puedo contar migraciones de forma atractiva pero sin sesgos ni términos peyorativos. No puede ser que las únicas emociones que muevan estos asuntos sea el odio y el miedo.

"Tenéis una enorme responsabilidad y se deberían contar de otra manera que no sea la sensacionalista, la que solo busca impacto"

P. ¿Cómo estamos contando las noticias acerca de los refugiados ucranianos?

R. Creo que el ejemplo más claro es el que estamos teniendo en el caso de menores no acompañados. El hecho de que hayamos utilizado el término mena deshumaniza totalmente porque al final hablamos de menores. Mena puede ser un ser humano o la nueva mesa de Ikea, podría ser cualquier cosa.

Ahora tenemos a un montón de menores no acompañados que vienen de Ucrania, pero nadie utiliza esa palabra al referirnos a ellos. Y, sin embargo, cuando hablamos de frontera sur, el uso es constante. Se nos olvida que son adolescentes que no tienen el paracaídas que sí tenemos los que estamos en una familia que nos protege. Y además tienen que convivir con el señalamiento por parte de los medios y de determinados partidos políticos que los consideran seres parasitarios. Por proximidad, tenemos más cerca a los que vienen por el sur que a los que vienen de Ucrania. En ese sentido, los discursos que ha hecho el presidente del Gobierno me han dejado muy fría.

P. ¿A qué se refiere?

R. Me sorprende que se les haya pedido hacer regularizaciones masivas, como hicieron Aznar y Zapatero en su momento, y eso no haya sucedido. En la pandemia muchas personas se vieron totalmente despojadas de los pocos derechos que tenían y en la mano del gobierno "más progresista de la historia" estaba el dignificarles. Porque esas personas son María, la que te está cuidando a los niños para que puedas trabajar, la que limpia tu casa, la que ayuda a tu padre. Y hemos decidido no cuidarlas. Tampoco se las ha regularizado al salir del confinamiento, y ahora, sin embargo, decides que por un volumen de gente que está entrando, regularizar a un montón de ucranianos mientras sigues sin prestar atención a los otros.

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Foto: Jesús Hellín.

P. Usted ha dicho muchas veces que migra quien quiere, no quien puede…

R. Y lo mantengo. En España tenemos un sistema migratorio que está totalmente roto y centrado en externalizar fronteras, con todo el gasto destinado a frenar las llegadas. Pero la gente no va a dejar de migrar, llevamos haciéndolo toda la historia de la humanidad. Nos quejamos de las redes de trata, pero se crean porque hemos decidido no crear vías seguras. Si hiciéramos salvoconductos, no habría que recurrir a las mafias.

Nadie se va porque le apetece, y el dinero que cuesta hacerlo no se lo puede permitir todo el mundo. La mayor parte de los flujos migratorios son a países colindantes porque es lo más barato, a veces puede hacerse a pie. Los que llegan a las costas españolas procedentes del África subsahariana es gente que ha estado ahorrando durante años para hacer ese viaje. La gente que viene de Siria y Afganistán era la que tiene recursos económicos y los primeros que han salido de Ucrania también. Es gente que se lo puede permitir.

P. ¿Cuántas veces le han llamado buenista de manera despectiva?

R. Constantemente. Pero hay una parte que creo que es cierta, porque soy una privilegiada de 24 años que no depende económicamente de su familia y vivo en un país con el 40% de paro juvenil. Pero en todo caso, si ser buenista es querer que todo el mundo tenga derechos y que tenga las mismas posibilidades, lo soy y por favor, que alguien me lo tatúe en la frente.

"Nadie se va porque le apetece, y el dinero que cuesta hacerlo no se lo pueden permitir todos"

P. Me pregunto cuántos jóvenes pueden pensar en buenismo con esa tasa de desempleo y esa desesperanza ante lo que viene…

R. Sin duda. Hace cosa de un año y medio, después del confinamiento, nos dimos cuenta de que muchos jóvenes llevan buena parte de su vida conviviendo con crisis. Yo misma estaba en el instituto con la crisis de 2008 y estaba instalada en esa idea de que daba igual lo que se estudiara porque se iba a necesitar un máster; cuando llegué a la carrera eso cambió por el "da igual tener carrera y máster, ahora necesitarás doctorado y seguramente fuera de España". Actualmente hay muchos jóvenes que no saben cómo remontar, y hasta la nueva reforma laboral deja mucho que desear.

Con este contexto pusimos en marcha un proyecto con la revista 'Playground'. Hicimos un estudio llamado 'El futuro es ahora' para intentar responder a la pregunta de si vivimos peor que nuestros padres, y tenemos un podcast con entrevistas a representantes de la política. Una de las conclusiones es la desafección hacia la política y eso se nota en el podcast, porque las instituciones están demasiado alejadas de la sociedad civil. Y si no pisas la calle, llegas a escuchar declaraciones como que en Madrid no hay gente pobre.

Cuando a Shalini Arias Hurtado le preguntan de dónde es y dice que de Valdepeñas, el interlocutor no suele quedarse tranquilo con la respuesta. "¿Pero de dónde eres en realidad?" y "hablas muy bien castellano, ¿no?" suelen ser las frases que vienen a continuación. Ella sonríe cuando lo cuenta, consciente de que llega un punto en el que hay que recurrir al humor con estas cosas. Como le pasa cuando se presenta con un DNI que dice que nació hace 24 años. "Encima tengo la voz dulce y digamos que no soy muy alta, así que el envoltorio no acompaña para que me tomen en serio", bromea.

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