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El plan de Putin para moldear Europa a su conveniencia: son sociedades egoístas e interesadas
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El daño ya está hecho

El plan de Putin para moldear Europa a su conveniencia: son sociedades egoístas e interesadas

"Los problemas sociales y económicos que empeoran en Europa dividirán sus sociedades" y "de forma inevitable llevarán al populismo" y a "un cambio en las élites a corto plazo"

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin. (EFE/Alexey Maishev)
El presidente ruso, Vladímir Putin. (EFE/Alexey Maishev)
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En el frente energético, las noticias se suceden a tal velocidad que para cuando usted lea esto es posible que ya se haya quedado obsoleto. Esta mañana, Europa ha suspirado con alivio al conocer que el suministro de gas ruso a través del Nord Stream 1 ha vuelto a restablecerse tras haber sido interrumpido por las tareas de mantenimiento anual del gasoducto, diez días en los que se han imaginado los peores escenarios. Se aplaca, por ahora, la pesadilla energética a la que se enfrentaría Europa en el caso de que el gas no hubiera empezado a fluir hoy, pero el temor y el miedo a que esa posibilidad ocurra no se han esfumado.

A estas alturas, a nadie se le escapa que el Kremlin está utilizando la energía, ante todo y sobre todo, como un arma, esgrimiendo la amenaza, más o menos explícita, de un corte como forma de subrayar la dependencia europea de Moscú, alimentada por dos décadas de corrupción estratégica en el continente. Pero Rusia no puede simplemente cerrar el grifo del gas: a diferencia del petróleo —que rápidamente ha encontrado compradores alternativos en India, China y otros países—, no es fácil encontrar otros clientes para el gas. Pese a que los medios rusos publican una pieza tras otra sobre el 'volumen récord' de gas ruso adquirido por China o los países de Oriente Medio, apenas supone una fracción de lo que Rusia vende a la UE. Y si simplemente se recorta la producción, volver a recuperar los niveles anteriores en un futuro más favorable resulta complicado por razones técnicas.

Foto: Un militante de las tropas prorrusas en el Donbás, con una bandera soviética. (Reuters/Alexander Ermochenko)

Por este motivo, la estrategia rusa pasa por mantener la incertidumbre y un suministro limitado para que los precios sigan altos y, con ello, los desorbitados beneficios para las arcas rusas, tal y como explica nuestro compañero Lucas Proto en este artículo. De hecho, tal y como se esperaba, el Nord Stream 1 ha vuelto a funcionar, pero a los niveles reducidos en que ya operaba justo antes del parón técnico.

"Cambio en las élites"

Porque, además de las ganancias económicas, esto permite al régimen ruso mantener sobre Europa una presión que sabe altamente desestabilizadora. El propio presidente Putin lo explicó de forma clara durante su intervención en el Foro de San Petersburgo: “Los problemas sociales y económicos que empeoran en Europa acabarán por dividir sus sociedades” y “de forma inevitable llevarán al populismo” y a “un cambio en las élites a corto plazo”, aseguró. Esta presión tiene como propósito inmediato crear una situación en la que las élites europeas concluyan que la única solución viable es no solo revertir las sanciones, sino también autorizar la puesta en marcha del gasoducto Nord Stream 2, construido pero nunca inaugurado como represalia por la guerra de Ucrania. Putin ya lo dejó caer este martes. "Tenemos otra ruta preparada: es el Nord Stream 2. Se puede poner en marcha", declaró el presidente ruso.

Pero, además, existe un segundo objetivo de mucho mayor alcance: incitar a las poblaciones de la UE a que empujen a sus líderes a retirar su apoyo a una Ucrania que no podría resistir sin este respaldo económico y armamentístico. El Kremlin está convencido de que las sociedades occidentales son egoístas e interesadas, incapaces de sacrificarse, y con un poco de ayuda —incrementando de forma intencional no solo la escasez energética, sino también las dificultades alimentarias y la inmigración irregular—, terminarán por cansarse de la situación y exigirán que se normalice la situación con Rusia.

Foto: Manifestantes asaltan la residencia del primer ministro en Colombo. (EFE/Chamila Karunarathne)

Esto, claro, puede llegar a ocurrir. Alemania y, en menor medida, Francia muestran una y otra vez su deseo de que las aguas vuelvan a su cauce lo antes posible, y lo harán todavía más a medida que las costuras energéticas y económicas se tensen. ¿Puede tener sentido plegarse ante la presión y dar marcha atrás en las medidas de castigo impuestas a Rusia? Más allá de las consideraciones morales y políticas, existen varios argumentos de peso en contra de ello, basados en la premisa más pragmática de todas: que ceder ante el chantaje energético ruso ya no serviría de nada.

En primer lugar, el problema de escasez energética de Europa se va a presentar ya mismo, en otoño, y por mucho que la UE se apresurase a hacer las paces con Rusia, es inconcebible que este escenario pueda producirse para octubre. Sin una retirada total del territorio ocupado por Rusia desde el pasado 24 de febrero, no puede haber un levantamiento significativo de las sanciones, y eso es algo que Moscú no va a aceptar en ningún caso. Pase lo que pase —a menos que el Kremlin decida por algún oscuro motivo permitir que Europa llene sus depósitos durante el verano, algo que ni los más optimistas contemplan—, este invierno la UE va a tener que hacer frente a una crisis energética cuya severidad varía dependiendo de los posibles escenarios.

Foto: El presidente ruso, Vladímir Putin, durante una visita a una planta para licuar el gas natural en Sabetta, Rusia. (EFE/Alexei Druzhinin)

Esto nos lleva al segundo punto: incluso en un escenario de normalización progresiva, no hay ninguna garantía de que Rusia vaya a reabrir totalmente el grifo del gas. Lo más probable es que, en el mejor de los casos, Putin deje pasar algún periodo de escasez para subrayar el punto débil de los europeos y, en último término, poder presentarse como su salvador. La desventaja de utilizar la energía como arma es que solo puede hacerse una vez, y el Kremlin ya ha apretado el gatillo, de modo que tiene que explotar la situación al máximo ahora que está en una posición de ventaja. Esto lo saben bien en Bruselas, donde se están preparando a toda prisa —no sin polémica— planes de contingencia y mecanismos de solidaridad y mutuo apoyo energético. La coyuntura está llevando a una diversificación acelerada de proveedores y fuentes que debió haberse hecho hace tiempo, así que probablemente esta sea la última vez que el bloque esté sometido a la extorsión energética de Moscú.

Del mismo modo, el argumento supuestamente humanitario que defiende que dejar de apoyar a Ucrania ayudaría a acortar la guerra también hace agua. Frente a la imagen interesada que presenta a los ucranianos como meras marionetas de Occidente, los ciudadanos de este país han demostrado una enorme voluntad de resistencia, y el desplome de las defensas de Ucrania que se derivaría de la retirada occidental no supondría el final del conflicto, sino solamente su mutación hacia una guerra de guerrillas contra el invasor, mucho más fácil de sostener que una guerra convencional. Estos grupos de partisanos, de hecho, ya operan a mediana escala en las zonas bajo ocupación rusa, atentando contra enemigos y colaboracionistas. No querer ser parte de la guerra puede ser un argumento válido, pero eso no evitaría el sufrimiento de los ucranianos ni las muertes de soldados en ambos bandos.

Foto: Tropas rusas retiran minas de Azovstal, en Mariúpol. (EFE)

El anhelo de volver al ‘statu quo ante’ obedece a una falta de comprensión ante lo sucedido en los últimos cinco meses. El mapa político europeo ha cambiado radicalmente, y los titubeos de Berlín o París ante Rusia son insuficientes para marcar la agenda ante una masa crítica sustancial de países de la UE (por no hablar de la postura de EEUU y el Reino Unido) que consideran que la única solución realista ante esta crisis es la derrota de Moscú. En suma, la coyuntura es irreversible y, mal que nos pese, hay un antes y un después de la invasión del 24 de febrero. Capitular ahora ante Rusia no solo enviaría una señal de debilidad, sino que posiblemente sería inútil. El daño ya está hecho.

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En el frente energético, las noticias se suceden a tal velocidad que para cuando usted lea esto es posible que ya se haya quedado obsoleto. Esta mañana, Europa ha suspirado con alivio al conocer que el suministro de gas ruso a través del Nord Stream 1 ha vuelto a restablecerse tras haber sido interrumpido por las tareas de mantenimiento anual del gasoducto, diez días en los que se han imaginado los peores escenarios. Se aplaca, por ahora, la pesadilla energética a la que se enfrentaría Europa en el caso de que el gas no hubiera empezado a fluir hoy, pero el temor y el miedo a que esa posibilidad ocurra no se han esfumado.

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