España sobrevivirá a un corte del gas ruso, pero Alemania tendrá que restringir el consumo
Un estudio de Bruegel demuestra que nuestro país está preparado para un posible corte de suministro, frente a las restricciones drásticas a las que se ve abocada la mayoría de la UE
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Se acabaron los amagos. El 21 de julio, el presidente ruso, Vladímir Putin, tiene dos opciones: reabrir el grifo del Nord Stream, que permanece cerrado por labores de mantenimiento, o asfixiar a una Europa sedienta de gas. La respuesta a esta disyuntiva puede acabar con meses de especulaciones o prolongarlas en una lenta agonía que, si no hay acuerdo de paz en Ucrania, está condenada a expirar en 2030, cuando la Unión Europea tiene previsto independizarse energéticamente del Kremlin. No todos los países están preparados por igual, y mucho menos si los acontecimientos se precipitan. A menos de 100 horas para el día D, la serenidad de Madrid contrasta con la alarma en Berlín. Y los datos avalan el comportamiento de ambas capitales.
Según un estudio del laboratorio de ideas Bruegel, de referencia en Bruselas, España podría mantener su consumo actual de gas el próximo invierno aunque Rusia cortase el grifo, pero Alemania se vería obligada a reducirlo en un 29%. Las consecuencias de esto último, que el informe elaborado por Ben McWilliams y Georg Zachman no entra a valorar, están en la mente de todos, y podrían acabar conduciendo a una recesión económica.
La UE tendría que reducir su consumo en un 15% si Putin consumase su chantaje, pero la disparidad entre países es elevadísima
El documento, titulado 'European Union demand reduction needs to cope with Russian gas cuts' (La reducción de la demanda de la Unión Europea debe hacer frente al corte de gas en Rusia), parte de la base de que los mercados se comportarán de una forma similar a como lo hicieron en el primer semestre del año, y que el invierno presentará unas temperaturas normales, por lo que la demanda se mantendrá dentro de los valores habituales. A partir de ahí, y en función del nivel de llenado de las reservas en los diferentes países, elabora una proyección de lo que pasaría si Putin decidiese culminar su chantaje. Los cálculos de reducción de la demanda tienen como objetivo llegar al 1 de mayo de 2023 con los depósitos al 20% de su capacidad, el mínimo necesario para evitar un riesgo de desabastecimiento.
La Unión Europea tendría que reducir su consumo en un 15% de media para alcanzar ese objetivo, pero la disparidad entre países resulta elevadísima. Así, mientras España, Francia y Portugal podrían satisfacer la demanda actual sin tener que acometer sacrificios, los países bálticos y Finlandia se verían obligados a gastar un 54% menos de gas si quisiesen llegar a mayo con el suministro asegurado. El estudio establece bloques de países, ya que considera que el sistema comunitario no está lo suficientemente conectado como para que el mecanismo de solidaridad que ultima la Unión Europea pueda amortiguar el impacto dispar de una interrupción del flujo ruso. Otro ejemplo: mientras Grecia, Bulgaria, Croacia, Serbia y Hungría se enfrentarían a una reducción equivalente a la mitad de su consumo habitual, Italia solo tendría que ahorrar un 9%.
España, que apenas importó un 8,9% de gas ruso en 2021, parte de una situación muy ventajosa, que se ve reforzada por el hecho de que sus reservas subterráneas se encuentran ya al 74% de su capacidad, muy cerca del 80% exigido por la Comisión de cara al próximo otoño. Con ese colchón, más la seguridad que le ofrece poseer el 34% del potencial de regasificación de Europa, un posible cese de los envíos del Kremlin no supondría un grave problema: tanto los ciudadanos como las empresas podrían mantener su consumo habitual sin necesidad de cambiar hábitos o procesos. En contraste, varios países del este tienen sus reservas por debajo del 50% y fían más de la mitad de su suministro a Rusia, en un cóctel explosivo que anticipa fuertes restricciones para evitar males mayores.
Los gráficos resultan elocuentes: si Rusia rompe la baraja, las reservas de los principales países de Europa se irán vaciando a partir de este verano —cuando, según los planes de Bruselas, deberían llenarse para cubrirse las espaldas ante el invierno—, hasta diezmarse con el comienzo del frío y dar lugar a situaciones inverosímiles. En Alemania, por ejemplo, el modelo indica que los almacenes entrarían en negativo entre enero y febrero, justo en lo peor de la temporada invernal. De ahí que sea necesario emprender un ambicioso recorte del consumo para evitar quedarse, literalmente, sin gas. La tendencia de llenado de las reservas de la locomotora comunitaria se ha invertido en las últimas dos semanas, coincidiendo con la reducción del suministro a través del Nord Stream, y el vaciado podría acelerarse bruscamente a partir del día 21 si se da el peor de los escenarios.
Sin embargo, incluso en ese caso, España, Francia y Portugal seguirían llenando los depósitos hasta la llegada del otoño —nuestro país depende de otros proveedores, desde el gas licuado (GNL) de Estados Unidos hasta el que viene por tubo procedente de Argelia— y las reservas no solo no entrarían nunca en negativo, sino que empezarían a recuperarse con la llegada de la primavera.
Pero no hay que confiarse. En primer lugar, porque el mecanismo de solidaridad podría obligar a redirigir el excedente de gas hacia otros países, como demandan los autores del informe: "La cooperación podría permitir desviar el gas argelino de España a Italia, lo que permitiría aprovechar mejor la capacidad sobrante española en el contexto europeo". En segundo, porque, si el invierno es duro, todas estas predicciones empeorarían enormemente. "Las temperaturas invernales son la variable clave que genera incertidumbre: un invierno largo y frío haría necesarios recortes más pronunciados", prosigue el texto.
La sustitución del gas ruso por GNL "ha alcanzado su límite": la única manera de afrontar un corte es reducir la demanda
Durante los últimos meses, el continente se ha lanzado a las importaciones de gas natural licuado de Estados Unidos, Qatar y otros países para asegurarse el suministro, pero ni siquiera así será posible librarse de los sacrificios. Según los expertos de Bruegel, la sustitución del gas ruso por GNL "ha alcanzado ampliamente su límite", por lo que la única manera de afrontar un corte del suministro de Putin es reducir la demanda.
Mientras los que saben hacen las cuentas de la lechera, los políticos se ponen en lo peor. Alemania ha sido la nación pionera en concienciar a su ciudadanía, con el titular de Energía, el verde Robert Habeck, a la cabeza. Berlín ha activado el segundo de los tres escalones de su plan de emergencias, ya está bajando la temperatura de las piscinas y lo hará con la de la calefacción el próximo invierno, mientras el ministro asegura que él también ha reducido el tiempo de su ducha diaria. En caso de tensiones, el Ejecutivo de ese país ha decidido que serán las empresas las primeras en apretarse el cinturón, para garantizar el suministro a los hogares. Tiembla la industria química, que había vivido durante años de la energía barata procedente de Rusia, y, con ella, la economía de la locomotora comunitaria y de toda la zona euro.
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Incluso Francia y España, que parten de situaciones mucho más favorables, preparan sus propios planes de contingencia de cara al Consejo Europeo del próximo 26 de julio, donde se discutirá el mecanismo de solidaridad entre los socios. Tras quitar hierro a la situación durante meses, el Gobierno ha dado un giro en las últimas semanas y ya pide responsabilidad a los ciudadanos. Hay que ponerse en lo peor, aunque partamos de la situación más ventajosa entre todos nuestros vecinos. El problema de España es otro: tiene el suministro asegurado, pero el precio a pagar está siendo altísimo.
Se acabaron los amagos. El 21 de julio, el presidente ruso, Vladímir Putin, tiene dos opciones: reabrir el grifo del Nord Stream, que permanece cerrado por labores de mantenimiento, o asfixiar a una Europa sedienta de gas. La respuesta a esta disyuntiva puede acabar con meses de especulaciones o prolongarlas en una lenta agonía que, si no hay acuerdo de paz en Ucrania, está condenada a expirar en 2030, cuando la Unión Europea tiene previsto independizarse energéticamente del Kremlin. No todos los países están preparados por igual, y mucho menos si los acontecimientos se precipitan. A menos de 100 horas para el día D, la serenidad de Madrid contrasta con la alarma en Berlín. Y los datos avalan el comportamiento de ambas capitales.