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Los setenta han vuelto: cómo el gas saltó a la primera línea de la geopolítica
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Un mercado explosivo

Los setenta han vuelto: cómo el gas saltó a la primera línea de la geopolítica

Lo que hace años era considerado un combustible de segunda ha alcanzado en los últimos meses un nivel de relevancia geopolítica solo igualado por el del petróleo tras las crisis de los setenta

Foto: Un buque metanero de transporte de GNL, cerca de Tokio, en Japón. (Reuters/Issei Kato)
Un buque metanero de transporte de GNL, cerca de Tokio, en Japón. (Reuters/Issei Kato)
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“Un escenario de pesadilla”. Así describió Robert Habeck, el ministro alemán de Economía, la posibilidad de que Rusia bloquee por completo el flujo de gas hacia su país en entrevista con la cadena de radio Deutschlandfunk. El país, junto al resto de sus socios europeos, se dispone para lo peor después de que Moscú cerrara el lunes el Nord Stream 1, el mayor gasoducto que conecta al gigante euroasiático con la Unión Europea, para su mantenimiento anual.

Aunque la suspensión de operaciones está programada para 10 días de duración, muchos en Europa sospechan que este cierre podría ser permanente como medida para presionar a Berlín y Bruselas por su apoyo a Ucrania y las sanciones impuestas contra la economía rusa. La contraparte francesa de Habeck, el ministro Bruno Le Maire, se mostró tajante esta semana al respecto: "Preparémonos para un cierre total del suministro de gas ruso. Es el evento más probable".

Incluso en el escenario actual, en el que la UE ha reducido a la mitad sus importaciones del hidrocarburo ruso, el escenario adelantado por Habeck y Le Maire supondría un impacto sísmico para el continente. Y, sin embargo, no sería uno especialmente sorprendente. A lo largo del último año, han sido escasos los días en que un europeo podía consultar su periódico de referencia sin que este incluyera algún artículo sobre el mercado del gas natural. No es para menos. Lo que hace años era considerado un combustible de segunda, consumido en mercados regionalmente desconectados y al que solo se debía prestar atención de cara al invierno, ha alcanzado en los últimos meses un nivel de relevancia geopolítica solo igualado por el del petróleo tras las crisis de los setenta.

Foto: Paolo Gentiloni, comisario de Economía. (EFE/EPA/Olivier Hoslet)

En un mundo que busca quemar cada vez menos carbón, el combustible se convirtió progresivamente en una pieza clave para la transición energética. Paralelamente, su sencillez de almacenaje y la facilidad e inmediatez que presentan las centrales de ciclo combinado a la hora de ser encendidas o apagadas convirtieron el hidrocarburo en el recurso estrella —especialmente en Europa— para responder a las fluctuaciones de la demanda eléctrica, además de jugar un papel destacado en los procesos de producción industrial y en la calefacción de los hogares. El gas natural está siendo, en gran medida, víctima de su propio éxito y la mayoría de los países del planeta están pagando la factura.

Crecimiento descontrolado

La invasión de Ucrania por parte del mayor exportador de gas del mundo ha arrojado una antorcha a un mercado listo para explotar. Antaño dominado por relaciones contractuales a largo plazo a través de gasoductos, el comercio del combustible, impulsado por el enorme crecimiento de la producción de gas natural licuado (GNL), que puede ser transportado a cualquier parte, se ha globalizado. Esto, a su vez, favoreció los contratos de corto plazo (basados en los precios al contado o ‘spot’) y creó un sistema mucho más interconectado. Sumando esto al rol clave que juega el hidrocarburo en la producción eléctrica (más de un 22% del total), el resultado es un mercado mucho más vulnerable a los choques de oferta y demanda.

“Recordaremos la crisis del 22 no como la crisis energética, que es como la llamamos ahora, sino como la crisis del gas natural”, afirma Isidoro Tapia, economista y autor del reciente estudio "La geopolítica de la transición energética" en la revista 'Papeles de Energía'. Las cifras hablan por sí solas. Los países europeos importan un 49% más de GNL con respecto a hace dos años, cuando la pandemia provocó un descenso drástico de la demanda. Esto, a pesar de que el precio del combustible, en el mismo periodo, se ha disparado un 1.900%. Según un análisis de 'The Wall Street Journal', los costos actuales equivalen a comprar petróleo a 230 dólares el barril, más del doble de su precio de mercado esta semana.

El esfuerzo desesperado de la UE por hacerse con tanto GNL como sea posible para reemplazar los gasoductos rusos está teniendo drásticas consecuencias globales. El presidente de EEUU, Joe Biden, ha realizado múltiples ‘tours’ por Oriente Medio para negociar aumentos de suministro para sus aliados, incluyendo una gira que comienza este mismo miércoles y en la que se incluye Arabia Saudí. Mientras tanto, para muchos países compradores, los precios han salido de su alcance. Economías emergentes del sur de Asia, como India y Bangladés, han tenido que recurrir al ‘fuel oil’, mucho más contaminante, para producir electricidad. El caso de Pakistán ha sido particularmente dramático, con apagones constantes y un Gobierno que se vio obligado a cortar la electricidad a los hogares y la industria.

Aunque parte de las causas del precio elevado del gas natural son contingentes, otras han llegado para quedarse. “Lo que estamos viendo ahora mismo es un cambio profundo que afectará a la configuración del mercado no solamente los próximos meses, sino en los cinco, 10 y 15 próximos años, y más adelante”, asevera Tapia. Para entender mejor los motivos de este salto del gas natural a la primera línea de la geopolítica global, conviene echar un vistazo a la década de los setenta, una década en la que el petróleo experimentó una transformación similar.

La década que cambió todo

Desde que la producción mundial de petróleo comenzó a mediados del siglo XIX hasta la década de 1950, las grandes compañías petroleras internacionales (como BP, Crevron o Mobil) operaban como un cártel, manteniendo la producción a niveles que garantizaban un combustible abundante y barato para los consumidores. Sin embargo, a partir de entonces, las monarquías de la región del Golfo y Venezuela comenzaron a recuperar el control de sus propios recursos, eventualmente fundando la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) en 1960.

"El mercado del petróleo pasó a tener precios por lo general mucho más altos y, más importante, mucho más volátiles"

En 1973, en respuesta al apoyo de EEUU y gran parte del continente europeo a Israel en la guerra del Yom Kippur contra Egipto y Siria, los miembros árabes de la OPEP redujeron drásticamente su producción de hidrocarburos y decretaron un embargo hacia los países occidentales. Casi inmediatamente, los precios mundiales del petróleo se cuadruplicaron. Seis años después, estos sufrieron un aumento similar cuando la revolución de Irán detuvo casi por completo la producción de esta nación. En menos de una década, el crudo había pasado del equivalente actual de 23 dólares el barril a superar los 140.

En la década posterior, los precios se redujeron considerablemente, pero los conocidos como ‘shocks’ petroleros de los setenta supusieron un cambio drástico para el mercado que traería consigo la inestabilidad y las fuertes fluctuaciones que hoy son la norma para el combustible. “El mercado del petróleo pasó a tener precios por lo general mucho más altos y, más importante, mucho más volátiles”, señala Tapia. “Fue un proceso similar al que estamos viendo ahora con el gas”, agrega.

El mercado de gas, hasta hace poco, se parecía al del petróleo antes de los setenta, con acuerdos comerciales a largo plazo en los que había pocos sobresaltos y en los que los proyectos conjuntos de infraestructura parecían garantizar el suministro y atar a los países involucrados en torno a un mismo interés. Sin embargo, al igual que entonces, la globalización del comercio y las sacudidas geopolíticas han desembocado en acuerdos de aprovisionamiento a un plazo mucho más reducido, con mucha mayor flexibilidad, pero también con mucha mayor exposición a las oscilaciones de precios.

Foto: Ilustración con el logo de Gazprom y la bandera rusa. (Reuters/Dado Ruvic)
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Sin embargo, Europa cuenta con una importante ventaja en el entorno energético con respecto al pasado. “La rápida respuesta europea y los planes de desconectarse del gas ruso en un plazo tan corto de tiempo no se hubiesen podido producir hace 10 años”, afirma Tapia, que apunta a dos circunstancias que lo han permitido. “La primera, que el mercado internacional de gas ofrece alternativas que antes no ofrecía debido a la capacidad de exportación de Estados Unidos”, agrega el experto. Esta es una diferencia fundamental con la crisis petrolífera del 73, cuando no existía manera alguna de reemplazar el combustible que suministraban los países de la OPEP, y también con la anexión de Crimea en 2014, cuando Washington exportaba una milésima parte del GNL que ahora vende al resto del mundo.

“Por otro lado, existe una alternativa tecnológica que todavía no está desarrollada, pero por la que se está apostando muy fuerte, que es el hidrógeno”, agrega el experto. Este elemento químico, uno de los más abundantes de la naturaleza, está llamado a jugar un papel clave en el futuro 'mix' energético europeo, en particular en aquellos sectores donde la descarbonización presenta más dificultades, como la industria intensiva o el transporte aéreo y marítimo. Sin embargo, las dificultades que entraña aislar el hidrógeno antes de utilizarlo como combustible siguen suponiendo un problema que tardará algunos años en ser resuelto, por lo que las predicciones al respecto todavía resultan complicadas de elaborar.

En última instancia, el lado menos sombrío de los ecos que unen 2022 con 1973 es el de los cambios que siguieron. El embargo petrolero de la OPEP desencadenó una serie de leyes que introdujeron los primeros estándares de eficiencia de consumo para vehículos, prácticamente eliminaron el petróleo como combustible en el sector eléctrico y provocaron una ola de investigaciones para encontrar alternativas energéticas. En Europa, los gobiernos reformaron fundamentalmente sus economías para hacerlas mucho menos vulnerables a futuras crisis del crudo. Bruselas tiene ahora la responsabilidad de impulsar una transformación similar con el gas. Todo un desafío en plena transición energética, pero uno, igual que 50 años atrás, imposible de esquivar.

“Un escenario de pesadilla”. Así describió Robert Habeck, el ministro alemán de Economía, la posibilidad de que Rusia bloquee por completo el flujo de gas hacia su país en entrevista con la cadena de radio Deutschlandfunk. El país, junto al resto de sus socios europeos, se dispone para lo peor después de que Moscú cerrara el lunes el Nord Stream 1, el mayor gasoducto que conecta al gigante euroasiático con la Unión Europea, para su mantenimiento anual.

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