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Historia de un derroche estratégico: así nos volvimos los reyes del gas licuado en Europa
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Historia de un derroche estratégico: así nos volvimos los reyes del gas licuado en Europa

¿Cómo y por qué nuestro país se convirtió en el líder europeo del gas licuado? España es el sexto mayor importador de GNL del mundo y el más importante de Europa

Foto: Un buque transportador de gas natural licuado de la rusa Gazprom, cerca de Kaliningrado. (Reuters/Vitaly Nevar)
Un buque transportador de gas natural licuado de la rusa Gazprom, cerca de Kaliningrado. (Reuters/Vitaly Nevar)
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La enquistada crisis geopolítica en la frontera ucraniana ha demostrado una vez más los riesgos que entraña la dependencia de Rusia como proveedor energético. Con los precios del gas natural todavía disparados y un Moscú que sigue sin liberar el grifo medio cerrado de Gazprom, el gigante gasístico del país; la Unión Europea se ha lanzado a la desesperada a buscar alternativas para garantizar el suministro. Pero, mientras que el potencial caos energético que seguiría a una ofensiva rusa en Ucrania les quita el sueño a los gobiernos de Centroeuropa, España duerme tranquilamente.

Esto, no solo porque nuestro país importe una cantidad irrisoria de gas ruso en comparación con la mayoría de sus socios comunitarios, sino porque cuenta con la infraestructura más desarrollada de los Veintisiete para recibir el combustible que se ha convertido en la prioridad número uno de Bruselas para sortear esta crisis: el gas natural licuado (GNL). España es el sexto mayor importador de GNL del mundo y el más importante de Europa. También cuenta con la capacidad de almacenamiento más grande del continente y con el mayor número de plantas de regasificación, imprescindibles para importar y procesar el combustible. En total, el 55% del gas natural que consumimos llega a través de buques metaneros procedentes de más de 10 países del mundo, desde Estados Unidos hasta Perú o Trinidad y Tobago.

En un momento en el que cerca de 20 nuevas terminales de importación de GNL están siendo planeadas o construidas en Europa, España está más que preparada. Su capacidad permite movimientos estratégicos como, por ejemplo, que la Moncloa haya tendido la mano a Marruecos, ofreciéndose a regasificar el GNL que el país africano importa. De hecho, durante la última década, la infraestructura gasística española ha sido criticada por estar sobrecapacitada en comparación con la demanda.

¿Cómo y por qué nuestro país se convirtió en el líder europeo del gas licuado? Las respuestas pueden hallarse en una historia de aislamiento energético, apuestas fallidas, derroche económico y potencial desaprovechado. Una realidad agridulce que ha situado España, casi por carambola, en una situación de fuerza y debilidad al mismo tiempo. Una situación que uno de los expertos consultados por El Confidencial resume de la siguiente manera: "No estamos tan mal, pero podríamos estar mucho mejor".

La España desconectada

La primera vez que el gas natural llegó a España, lo hizo en forma de GNL. Ocurrió en febrero de 1969 en la planta regasificadora de Barcelona, controlada por la sociedad Gas Natural SA (actual Naturgy), que recibía entonces su primer cargamento en el buque Aristóteles, procedente de Libia. Pronto, toda el área metropolitana de la Ciudad Condal comenzó a abastecerse con este combustible. Cinco años más tarde, la compañía empezó a importar de un segundo cliente, Argelia, que estaba destinado a convertirse en el principal suministrador de España en las décadas venideras.

La planta de Barcelona es la regasificadora más antigua de Europa continental. Por aquel entonces, nuestro país —como los vecinos europeos— buscaba disminuir la dependencia energética del petróleo y aprovechar las infraestructuras instaladas en las urbes a finales del siglo XIX y principios del XX para el suministro del gas ciudad, producido en fábricas y altamente tóxico. Sin embargo, debido al aislamiento geográfico de la península Ibérica del resto de Europa, España no podía acceder a los yacimientos centroeuropeos, nórdicos y rusos que estaban provocando un ‘boom’ gasístico en el continente.

“En el resto de Europa tenían alternativas de gas por tubo. Bien fueran el gas noruego, el holandés o el ruso, en Centroeuropa la mayoría se suministraba por una red de gasoductos. En España quedaban demasiado lejos y sus únicas opciones eran Argelia o el GNL”, explica Miguel Ángel Lasheras, economista especializado en mercados energéticos y colaborador del Club Español de la Energía (Enerclub).

La dependencia de Argelia era, precisamente, lo que más asustaba a los gobiernos españoles a partir de la transición democrática. Esto, especialmente a raíz de la crisis del petróleo de los años ochenta, que convenció a los expertos energéticos del país de que eran necesarios dos importantes cambios. El primero, impulsar el crecimiento del consumo del gas natural como alternativa al crudo. El segundo, asegurarse de que el suministro estuviera lo bastante diversificado como para no depender excesivamente de ningún proveedor.

Foto: Un soldado ucraniano descansa en una trinchera cerca de la ciudad de Horlivka, controlada por los rebeldes pro Rusia. (EFE/Anatolii Stepanov)
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Así, desde finales de los años ochenta hasta la primera década del nuevo siglo, en España se edificaron seis plantas regasificadoras más con capacidad para importar y almacenar GNL. Estas construcciones tuvieron lugar en paralelo a una serie de megaproyectos que renovaron y ampliaron la red gasística española, llevando el combustible a todos los hogares e industrias del país. Pero, sobre todo, esta masiva expansión de infraestructuras coincidió con el milagro económico español, la multiplicación del consumo energético y, lo más importante, la explosión de las centrales de ciclo combinado, que queman gas natural para convertirlo en electricidad.

“Estamos hablando de principios de los dos mil, cuando todavía no estaba diseñada la transición energética. Las energías renovables, sobre todo la fotovoltaica y la eólica, eran casi testimoniales. La apuesta energética, tanto en España como en Europa, era el gas”, recuerda Lasheras en entrevista con El Confidencial. Desde 2002 hasta 2011, en España se instalaron 67 plantas de ciclo combinado con una inversión de más de 13.000 millones de euros.

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Al fondo del puerto gijonés de El Musel, cerca de la colina coronada por el casi centenario Faro de Torres, dos gigantescos contenedores con el logo circular de Enagás se imponen sobre la costa asturiana. Lucen idénticos al día en que se construyeron hace una década, probablemente debido a que jamás han sido utilizados.

Con una inversión de 380 millones de euros y ocupando una superficie aproximada de 18 hectáreas, la regasificadora de El Musel nunca ha estado operativa. En primer lugar, el Gobierno español, en plena crisis económica, determinó en 2013 que no existía la demanda suficiente de gas natural como para ponerla en funcionamiento. Más adelante, fue declarada ilegal por la Justicia al encontrarse a menos de 2.000 metros de un núcleo de población. Los trámites para legalizarla continúan, sin fecha aún para operar.

Foto: Central nuclear de Temelin, en República Checa. (Reuters/David W. Cerny)

La planta, que recientemente ha recibido la autorización ambiental, pero que continúa cerrada, es el ejemplo más emblemático de cómo la enorme capacidad de importación y almacenamiento de GNL de España nunca fue proporcional a la demanda. Como el resto de infraestructuras gasistas, fue planeada para un futuro que nunca llegó. “Es una capacidad excesiva para el funcionamiento logístico de la demanda en España. Cada vez que una comunidad autónoma decidía desarrollar centrales de ciclo combinado, quería tener una planta de regasificación cerca para descargar el GNL”, indica Lasheras. El almacén Castor, otro proyecto de la época destinado a ser el depósito de gas natural más grande de España, sufrió un destino similar: clausurado por completo y con una deuda de 2.400 millones de euros a 30 años que acabarán pagando los consumidores.

Entre 2013 y 2018, las centrales de ciclo combinado que habían crecido como setas a lo largo y ancho del territorio español funcionaron únicamente entre un 10% y un 15% de su capacidad. Por el camino, la transición ecológica acelerada y la descarbonización de la generación eléctrica convirtieron el gas natural en la nueva fuente energética de último recurso. “Se creía que el gas tendría un desarrollo mucho más fuerte del que realmente ha tenido. Vivimos en un mundo diferente ahora”, apunta el colaborador de Enerclub. En cuestión de una década, la energía del futuro se había convertido en la energía del pasado, destinada a desaparecer de la Unión Europea junto al resto de combustibles fósiles en 2050.

Durante la última década, ha existido un consenso en la opinión pública sobre el despilfarro de la infraestructura gasística española. Sin embargo, la actual crisis ucraniana está sacando a relucir una segunda faceta de estos proyectos que otros países echan de menos ahora mismo: la seguridad energética.

Foto: El presidente de Chipre, Nicos Anastasiades, el primer ministro griego, Kyriakos Mitsotakis, y el ex primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, tras la firma del acuerdo para construir el EastMed, en febrero de 2020. (Reuters/Alkis Konstantinidis)

Se ha pagado un sobreprecio, sin ninguna duda. Pero lo cierto es que ahora tenemos rendimientos en materia de seguridad energética. Porque mientras en el resto de Europa ha habido mucha preocupación sobre el suministro, en España no”, señala Gonzalo Escribano, investigador y director del programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano, en entrevista con El Confidencial.

Por el camino, España se había convertido en una de las mayores potencias mundiales de carga y descarga de GNL. Es decir, barcos metaneros depositan su combustible en las regasificadoras para más adelante, cuando le convenga al contratista, volver a cargarlo y llevarlo a un nuevo destino. La rentabilidad económica de este tipo de contratos (por los que se cobra un importante peaje) ha llevado a la ampliación de la capacidad de almacenamiento de varias de las plantas españolas, que ahora suman el 30% del total del continente europeo.

En el contexto geopolítico actual, España podría aportar una contribución importante a la seguridad energética de la UE. Sin embargo, nuestro país cuenta con un importante cuello de botella en los Pirineos que impide aprovechar su ventaja estratégica.

La interconexión, una asignatura pendiente

Hay cosas que no cambian. La península Ibérica sigue siendo considerada hoy en día como un mercado de gas natural separado del resto de Europa debido a su particular suministro, compuesto por el GNL y los gasoductos argelinos. A pesar de que España cuenta con dos puntos de interconexión con Francia, los flujos de gas entre los dos países siguen siendo muy limitados. “Lo importante es cómo haces circular ese gas que tienes almacenado. Da igual si tienes el 30% o el 100%. Si no tienes forma de llevarlo, la capacidad de almacenamiento es irrelevante”, resume Lasheras.

Durante años, un proyecto para ampliar esta interconexión gasística estuvo rondando las mesas de las administraciones francesa y española. Conocido como Midcat, el gasoducto, con un coste proyectado de 400 millones de euros, habría conectado los tubos de ambos países a través del Pirineo catalán. Se trataba de un plan respaldado por Bruselas, quien lo incluyó en la lista de los denominados Proyectos de Interés Común (PIC) europeos. Sin embargo, todo quedó en nada. En 2019, París y Madrid dejaron de lado la infraestructura debido a su baja rentabilidad en un contexto de creciente preferencia por las energías renovables.

Foto: El presidente ruso, Vladimir Putin, junto a su homólogo chino, Xi Jingping. (Reuters)

Mientras el cuello de botella pirenaico persista, no hay mucho que nuestro país pueda hacer para usar su sobrecapacidad de GNL. “Es verdad que España tiene ahora más resiliencia y flexibilidad, pero eso no sale gratis”, apunta Escribano. “Y si España hubiera apostado por tener muchas más interconexiones con el resto de Europa, ahora estaríamos mejor. Porque si tuviéramos más tubos, con nuestro exceso de capacidad de GNL podríamos mandar mucho gas hacia el resto de Europa y contribuir a la seguridad energética del continente”, agrega.

Es posible que, tras el colapso del Midcat y con la transición energética en el horizonte, la ventana de oportunidad de ampliar la interconexión gasística de España se haya cerrado para siempre. Sin embargo, como señala Escribano, “no solamente tenemos exceso de capacidad de regasificadoras, sino también de ciclos combinados”. Una mejora de la interconexión eléctrica hacia el resto del continente no solo permitiría dar uso a la gran capacidad de almacenaje de GNL española, sino que facilitaría la exportación de electricidad en un futuro marcado por las renovables.

Foto: Emmanuel Macron, durante la presentación del programa Francia 2030. (Reuters/Ludovic Marin)

Pese a la importancia de estas infraestructuras, España sigue sin alcanzar la ratio mínima de un 10% de interconexión que recomendó la Unión Europea para 2020. Se trata del único país europeo en no alcanzar la meta, con tan solo un 6%, según la Red Europea de Gestores de Redes de Transporte de Electricidad. Para la próxima década, la cifra debería aumentar hasta el 15%.

A la espera de esta ampliación de las interconexiones, España seguirá contando con la tranquilidad que aporta la seguridad energética, pero continuará manteniendo económicamente una infraestructura de primera clase para una demanda de tercera, con el sobrecosto que esto implica para los bolsillos de los ciudadanos. Como concluye Escribano: “No estamos tan mal como otros en el este de Europa, pero podríamos estar mucho mejor si no fuéramos una isla energética”.

La enquistada crisis geopolítica en la frontera ucraniana ha demostrado una vez más los riesgos que entraña la dependencia de Rusia como proveedor energético. Con los precios del gas natural todavía disparados y un Moscú que sigue sin liberar el grifo medio cerrado de Gazprom, el gigante gasístico del país; la Unión Europea se ha lanzado a la desesperada a buscar alternativas para garantizar el suministro. Pero, mientras que el potencial caos energético que seguiría a una ofensiva rusa en Ucrania les quita el sueño a los gobiernos de Centroeuropa, España duerme tranquilamente.

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