Detrás de los impermeables muros del Kremlin, los siloviki representan el círculo más íntimo de Vladímir Putin. La palabra siloviki, en ruso, significa “hombres fuertes”. Este grupo de pretorianos está compuesto por los principales ministros (Defensa, Interior y Exteriores), los directores de los tres servicios de seguridad (el FSB, la policía política interior, el SVR, las espías en el extranjero y el GRU, el servicio secreto militar) y la cúpula del Consejo de Seguridad Nacional, el órgano de decisión más importante de Rusia.

Sin embargo, los siloviki están bajo la constante presión de un círculo más exterior de poder, pero cada vez más influyente. Ahí se encuentran el líder checheno Razman Kadirof y el fundador del grupo mercenario Wagner, Yegueni Prigozhin, múy críticos con el vértice militar por los fracasos militares en Ucrania. Sus posiciones son cada vez más populares en los grupos de Telegram. Piden la ley marcial e invocan abiertamente el uso de armas nucleares.

Al margen de esta lucha de poder se encuentran los tecnócratas, como la gobernadora del Banco Central, Elvira Nabiúllina, el primer ministro Mikhail Mishustin o el alcalde de Moscú, Serguei Sobianin. Se les considera poco entusiastas de la guerra, pero sin la voluntad o la fuerza de oponerse a las decisiones de Putin. En el último peldaño del poder se encuentran los antaño todopoderosos oligarcas. Los presidentes de las grandes compañías estatales como Gazprom, Rosfnet o Sberbank. Su poder depende directamente de Putin y alejarse de la retórica oficial representaría su fin.

A medida que la guerra en Ucrania crece en intensidad y parece encaminarse hacia la escalada nuclear, los siloviki tendrán que decidir si seguir Putin hasta un conflicto atómico sin ganadores - y con consecuencias desconocidas para la humanidad - o buscar la manera de reabrir aquel margen de negociación con Occidente que Putin se ha esforzado para cerrar. Sin embargo, este momento todavía no ha llegado y es imposible saber si algún día llegará a producirse.