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El difícil arte de mediar entre el terrorista y la víctima: "No esperaban mucho del encuentro"
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10 AÑOS DE NANCLARES

El difícil arte de mediar entre el terrorista y la víctima: "No esperaban mucho del encuentro"

La película 'Maixabel', de Icíar Bollaín, ha puesto de actualidad aquellos encuentros entre miembros de ETA y víctimas auspiciados por la llamada vía Nanclares. ¿Sería posible hoy?

Foto: Luis Tosar como Ibon Etxezarreta y Blanca Portillo como Maixabel Lasa, en la película de Bollaín. (EFE)
Luis Tosar como Ibon Etxezarreta y Blanca Portillo como Maixabel Lasa, en la película de Bollaín. (EFE)

A un lado de la mesa está la víctima, al otro el agresor. En el centro, el dolor inmenso de que una organización terrorista haya matado a un ser querido. La cara del suplicio, la incertidumbre, la búsqueda inevitable de justicia en un ambiente caldeado por años y años de declaraciones cruzadas, de un precario reconocimiento del otro, de la muerte que acompañará de por vida a las dos personas a ambos lados de esa mesa. Y en mitad, un profesional encargado de mediar durante años entre víctimas y antiguos miembros de ETA en encuentros vehiculados tanto por la Administración como de manera independiente.

La historia de Maixabel Lasa es conocida, gracias en buena medida a la película homónima de Icíar Bollaín, pero en todo este proceso la labor de estos mediadores ha pasado casi desapercibida en las crónicas.

"Todo empezó gracias a cierta conciencia de jueces y fiscales que daban cabida a la justicia restaurativa, aunque la realidad judicial no la ampare", comenta a El Confidencial Txema Urkijo, promotor de los encuentros restaurativos en Euskadi en su calidad de, por aquel entonces, asesor de la Dirección de Atención a las Víctimas del Terrorismo del Gobierno de la región. Urkijo lo hizo al declararse cansado de una Justicia ordinaria en la que la víctima es únicamente un sujeto pasivo, que declara ante un juicio o reclama una indemnización. Él abogaba por dar una respuesta a sus necesidades de justicia, eso sí, con la intervención de las personas que las convirtieron en víctimas.

Cómo empezó todo

Una absoluta discreción marcó los pasos dirigidos por Esther Pascual Rodríguez, coordinadora de los encuentros en el periodo de tiempo en que se realizaron: desde mayo de 2011 hasta los primeros meses del año siguiente. "El programa se puso en marcha desde la Oficina de Atención a las Víctimas junto con Instituciones Penitenciarias, ya que íbamos a tratar con presos", agrega Urkijo. Primero empezaron con sesiones de trabajo individuales en las que Pascual preguntaba a los participantes por sus anhelos y pretensiones, sobre qué esperaban obtener de ese novedoso espacio de diálogo, en torno a qué reacciones creían que iban a tener.

En cuanto la coordinadora, viendo que se dieran las condiciones idóneas, es decir, que el encuentro no causara ningún daño a la víctima, daba luz verde para su realización. 'Los ojos del otro. Encuentros restaurativos entre víctimas y ex miembros de ETA' (Sal Terrae, 2013) es el libro más completo sobre este fenómeno, coordinado por la propia mediadora.

"Se convenían una fecha y un lugar. La gente en régimen de semilibertad se entrevistaba en dependencias del Gobierno vasco y aquellos que cumplían condena, en Nanclares", añade el antiguo asesor, que continúa: "Las víctimas decían que no necesitaban que nadie les pidiera perdón, no esperaban mucho del encuentro porque ya habían superado el duelo, pero al terminar la conversación encontraron en su interior cierta sensación de tranquilidad". Así se lo hicieron saber las víctimas al grupo de mediación tras conocer a la persona que había participado en la organización terrorista que había matado a su ser querido, con un arrepentimiento sincero y una asunción inequívoca de sus actos.

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En este sentido, las víctimas gravitaban en un centro que no habían tenido durante el desarrollo del proceso en la Justicia ordinaria. Ellas eran quienes elegían si querían que Pascual, como mediadora, estuviera presente durante la conversación. "Lo sustancial de los encuentros fue que se convirtieron en espacios de libertad para las víctimas. Dentro de los límites marcados de respeto hacia la otra persona, tenían libertad para reprochar al victimario lo que consideraban oportuno, contarle lo que había supuesto ese atentado en sus vidas y cómo las había cambiado. Podían hacerles todas las preguntas que quisieran, porque para eso también se había preparado el victimario", se explaya Urkijo, quien escribió en 'Tras las huellas del terrorismo en Euskadi: justicia restaurativa, convivencia y reconciliación' (Dykinson, 2019) sus vivencias en este proceso.

Eran unos diálogos asimétricos en los que siempre estaba claro qué parte había infligido dolor a la otra. Según el promotor de los encuentros restaurativos con antiguos etarras, "no se trataba únicamente de aceptar que se equivocaron apostando por la violencia, de que eso fue injusto, sino de conocer que ese sufrimiento tiene caras concretas, trayectorias vitales truncadas, algo que los victimarios asumen y enfrentan". Por eso, según arguye, hay cierto elemento de valentía en aquellos que participaron en el proceso, ya que nadie les obligaba a hacerlo y tampoco conseguían ningún beneficio penitenciario por ello.

Realidad vs. ficción cinematográfica

La película 'Maixabel' da buena cuenta del proceso, aunque no todo es como aparece en la cinta. En lugar de una carta anónima de aquellos presos arrepentidos que cumplían pena en la prisión de Nanclares de la Oca, en Álava, lo que ocurrió es que ellos mismos trasmitieron sus pretensiones a un equipo de profesionales de la junta de tratamiento: "Después, la idea se trasladó al Ministerio del Interior, Instituciones Penitenciarias y el Gobierno vasco. Algo clave para que los encuentros se pudieran realizar fue la sintonía del color político de los ejecutivos central y regional, gobernados por el PSOE en ambos casos, además de la extrema relación de confianza que teníamos todos los profesionales que participamos en el programa", relata el impulsor de estos encuentros.

Así sucedió con Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jáuregui, asesinado en el año 2000 por el comando Buruntza. Tres terroristas fueron condenados por el atentado del político socialista: Luis Carrasco, Ibon Etxezarreta —el que aparece en la película encarnado por Luis Tosar— y Patxi Makazaga.

Lasa dirigía la Oficina de Atención a Víctimas del Terrorismo del País Vasco cuando se vio, cara a casa, con Luis Carrasco el 26 de mayo de 2011. Más que confort a nivel personal, pensaba que estos encuentros servirían de forma positiva para la futura convivencia en la región, ya que esas personas tarde o temprano saldrían de la cárcel. "Lo que yo mantengo siempre es lo que me empujó a ser la primera víctima que se veía con su victimario, y es que todos nos merecemos una segunda oportunidad", declara la propia Lasa a este medio.

Se había dado cuenta de que la persona que mató a su marido no lo volvería a hacer de ninguna de las maneras

El encuentro duró tres horas y ella salió como si se hubiera quitado un peso de encima, en sus propias palabras: se había dado cuenta de que la persona que mató a su marido no lo volvería a hacer de ninguna de las maneras; que no justificaba lo que hizo, sino todo lo contrario; que se veía a sí mismo como una mala persona que había cometido actos terribles e imperdonables. Sintió algo así como la paz interior, recalca. Lejos de la venganza, tenía la firme convicción, también constitucional, de que el paso por prisión debería orientarse a la reinserción del preso: "A mí nunca me ha parecido bien la dispersión porque castigas a los familiares y a sus amistades, porque los barrotes son iguales en San Sebastián que en Cádiz", ilustra.

En su cuerpo cicatrizaron heridas invisibles en este proceso que define como "catártico".

"El saber que eso es posible, que es mucho más sanador que la justicia punitiva, nos hizo ver a todas las víctimas que participamos que las personas podemos cambiar y que el ser humano puede recapacitar sobre las mayores atrocidades", relata la protagonista de la famosa película.

Víctimas silenciadas del conflicto

Julián Ríos Martín fue el pensador, el artífice en la sombra de estos encuentros, agrega Pili Zabala. Ella es la hermana de José Ignacio Zabala que, junto a José Antonio Lasa, fue secuestrado, torturado y asesinado por miembros de la Guardia Civil en 1983. Sus cuerpos no fueron identificados hasta 1995. Se considera el primer acto terrorista de los Grupos Antiterroristas de Liberación o GAL. También es la única víctima de este cuerpo parapolicial que se ha visto con uno de sus victimarios, José Amedo. El por entonces subinspector del Servicio de Información de la Jefatura Superior de Policía de Bilbao fue condenado en 1991 por la Audiencia Nacional a 108 años de prisión por seis delitos de asesinato frustrado, y otros de lesiones, asociación ilícita y falsificación. Siete años después, el Tribunal Supremo lo condenó a casi 10 años de prisión por los delitos de secuestro y malversación de caudales públicos.

En este caso, Julián Ríos hizo las veces de mediador, junto con Carlos Olaya, quien trabajaba desde la capital para dar a conocer las actividades por la paz en el País Vasco, y Elías López, el jesuita con el que se confesaba el antiguo miembro de los GAL. El 17 de marzo de 2016, en una iglesia de Vallecas, en Madrid, Zabala se vio con Amedo. Víctima y perpetrador, cara a cara. "Llegué a Madrid la víspera. Ese mismo día, hicimos un ensayo en la parroquia. Había cuatro sillas, elegí una y me situé. En un día, Amedo estaría delante de mí. Cuando Julián me dijo que qué le diría, me salió el llanto. No sé por qué, pero afloró de mí un sentimiento muy doloroso y empecé a llorar", relata Zabala.

Foto: Pili Zabala en 2019, cuando era parlamentaria de Elkarrekin Podemos. (EFE)

Poco a poco se fue recuperando y realizaron el ensayo. Esa noche no durmió bien por la ansiedad y la inquietud. Así llegó el día siguiente, a las 10:00: "Era un lugar parecido a una sacristía, algo apartado de las demás dependencias de la parroquia", narra la protagonista. Ambos ya se conocían, al menos de forma somera. Zabala le había enviado una extensa carta contándole la historia de su familia, anécdotas y vivencias. Esos más de 30 folios fueron contestados en una decena de ellos. De su puño y letra, Amedo le respondió con otra misiva, una "carta humana", según la interpelada.

Durante el encuentro, Zabala escuchó de boca de Amedo que "el poder del Estado es inconmensurable y era prácticamente imposible que se pudiera hacer justicia". Al principio le pareció que el condenado se estaba justificando, y a ella no le gustó: "Julián dijo que me tocaba hablar a mí, y me puse firme. No me salió ni una lágrima. Le dije que para mí, desde mi forma de entender el mundo, no concibo que alguien que pertenece a un cuerpo de seguridad pueda transgredir la ley y cometer esos delitos". Él se mostraba arrepentido.

Encuentros parecidos

En este caso, el encuentro duró casi tres horas. Al final, Zabala le preguntó si había amado alguna vez. "Personas que han sido capaces de hacer ese recorrido transgresor, siempre me pregunto si tienen la capacidad de amar. Él se sintió ofendido, no le gustó, y me dijo que si fuera capaz de quitarle el corazón me daría cuenta de lo que estaba sintiendo en ese momento: agradecimiento", prosigue Zabala. Ella entró en aquella parroquia habiendo sufrido la desaparición forzada de su hermano, “una de las más graves vulneraciones de derechos humanos”, remacha.

Buscaba la verdad. Cuando salió de la parroquia de Vallecas, sabía que Amedo ya no era el mismo tipo que había estado implicado en los GAL.

Tiempo después, volvieron a repetir el encuentro restaurativo. De nuevo, guiados por Ríos. Ese sí se hizo público. También se realizó en Madrid, con la presencia de Pedro Simón, periodista de 'El Mundo', y de Antonio Rubio, otro periodista que había investigado los GAL desde un principio. Las circunstancias en las que se han producido este par de encuentros han sido muy parecidas a las de los llevados a cabo en el País Vasco con antiguos terroristas de ETA. Una vez más, como aspecto esencial, tenía que ser la víctima quien quisiera verse con el ofensor o perpetrador, como a Zabala le gusta denominar a los victimarios.

"Dicen que no, pero sigue habiendo unas víctimas de primera y otras de segunda"

Tan es así, que Olaya ya había propuesto a Asun Lasa, la hermana del también torturado y asesinado José Ignacio por los GAL, esta iniciativa. Ella la declinó. Más allá de esas dos experiencias, Amedo y Zabala tan solo han coincidido en una ocasión más: la presentación del 'podcast' 'GAL: el triángulo', comandado por el propio Rubio. "A mí me hubiera gustado que estos encuentros estuvieran mediados por profesionales pertenecientes a la Administración pública, como sucedió en Euskadi. Dicen que no, pero sigue habiendo unas víctimas de primera y otras de segunda", denuncia a colación la propia Zabala.

Urkijo, por su parte, reflexiona sobre aquella experiencia, truncada por el Partido Popular tras ganar las elecciones generales de 2011, según señala él mismo. "No es un programa para imponer a nadie, pero la administración penitenciaria debería asumir como obligación tener esta herramienta a disposición de quien quiera usarla. Si hay dos personas de acuerdo y eso puede derivar en un bien para ambas, y encima una de ellas es una víctima, ¿por qué no facilitarlo?", subraya. "Es algo que siempre ha tenido sentido y lo seguirá teniendo".

El abogado señala que la pelota está en el tejado de Instituciones Penitenciarias, al apuntillar que "sabrá si hay presos que hayan expresado su deseo de participar en un proceso similar al que promovimos en Nanclares hace 10 años". Consultados por este medio, desde Instituciones Penitenciarias no han querido realizar declaraciones al respecto.

A un lado de la mesa está la víctima, al otro el agresor. En el centro, el dolor inmenso de que una organización terrorista haya matado a un ser querido. La cara del suplicio, la incertidumbre, la búsqueda inevitable de justicia en un ambiente caldeado por años y años de declaraciones cruzadas, de un precario reconocimiento del otro, de la muerte que acompañará de por vida a las dos personas a ambos lados de esa mesa. Y en mitad, un profesional encargado de mediar durante años entre víctimas y antiguos miembros de ETA en encuentros vehiculados tanto por la Administración como de manera independiente.

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