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El 'Cinema Paradiso' madrileño o cómo un cine rural se convirtió en un icónico museo
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Mayor colección cinematográfica de Europa

El 'Cinema Paradiso' madrileño o cómo un cine rural se convirtió en un icónico museo

El primer Museo del Cine Profesional y Tecnológico de España surge gracias a la iniciativa de Carlos Jiménez, quien a lo largo de los últimos 60 años ha reunido una colección única de objetos y recuerdos de la historia del séptimo arte

Foto: Interior del Museo del Cine de Carlos Jiménez en Villarejo de Salvanés, Madrid. (A. M. V.)
Interior del Museo del Cine de Carlos Jiménez en Villarejo de Salvanés, Madrid. (A. M. V.)

La ilusión de Andrés Jiménez París era abrir su propio cine. El 31 de agosto de 1966 lo hizo realidad. Coincidiendo con la feria de Villarejo de Salvanés, el pueblo en el que vivía, puso en la plaza principal un cartel que anunciaba "Hoy, a las 10 de la noche, Cine de verano". Unos meses antes y con los pocos ahorros que tenía había contratado a unos albañiles que poco a poco fueron levantando las paredes de este templo, pero la realidad es que el día de su estreno no estaba terminado. Carlos, el hijo de Andrés, apenas tenía ocho años el día de la inauguración. Su sueño, aunque todavía no lo sabía, era otro: abrir un museo dedicado al cine en la antigua sala de proyecciones a la que su padre dedicó su vida. Ambos lo consiguieron. El padre llegó a regentar hasta 22 cines rurales, mientras que su hijo poco a poco se hizo con la mayor colección cinematográfica de Europa que, hoy en día, se puede visitar en este histórico municipio madrileño.

"La historia de mi familia es la de Cinema Paradiso", relata Carlos Jiménez, mientras cuenta con un especial brillo en los ojos las historias de cada una de las máquinas, proyectores y cámaras que tiene en esta peculiar colección. Jiménez recuerda con ilusión el día en el que su padre tomó la decisión que cambiaría su vida. "Unas horas antes de la apertura del cine París, la gente comenzó a acercarse, algunos con sus propias sillas e incluso con cajas de bebida que hacían de lujosas butacas. La entrada costaba doce pesetas. ¿El resultado? Unas mil personas viendo Cuatro tíos de Texas con Ursula Andress, Anita Ekberg, Frank Sinatra y Dean Martin, en un local que en el futuro tendrá un aforo de casi 500 butacas", señala. Esta imagen contrasta mucho con el día que este cine tuvo que echar el cierre. "La última película que se proyectó aquí fue Mar Adentro y el público se contaba con la palma de las manos", lamenta.

En las últimas décadas, Carlos Jiménez, miembro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España, encargada de otorgar anualmente los Premios Goya, ha visto cómo ha cambiado el ritual de ir al cine. "El cine en el siglo pasado era comparable a internet en esta era", reitera con convicción. No obstante, lamenta que "haya salas extraordinarias que muchas veces están vacías". "Cuando empecé este espacio, siempre estaba lleno, y cuando realmente he tenido salas excelentes, es cuando no he ganado dinero", lamenta.

A medida que Jiménez evoca el pasado, destaca la importancia del cine en la sociedad. "Lo bonito de aquella época, la década de los sesenta, es que el ambiente valía más que la película. La ilusión que tenía la gente para ir al cine es algo que muchas personas hoy no conocen. Era un momento de desconexión y disfrute". Además analiza el papel divulgativo que ha tenido esta industria, sobre todo tras la Guerra Civil. "He rescatado muchas placas, pequeños anuncios que se podían proyectar, de campañas nacionales de alfabetización, así como otras que alertaban de enfermedades como la tuberculosis".

placeholder Carlos Jiménez, dueño del Museo del Cine de Villarejo de Salvanés, Madrid, e hijo del fundador del cine París. (A. M. V.)
Carlos Jiménez, dueño del Museo del Cine de Villarejo de Salvanés, Madrid, e hijo del fundador del cine París. (A. M. V.)

Los cines rurales de la segunda mitad del siglo XX tenían una estructura característica, muy similar a la de los teatros. Por un lado, estaba el patio de butacas y, por otro, el entresuelo, llamado comúnmente gallinero. "Al gallinero íbamos principalmente los niños o los más jóvenes. Allí es donde había más cachondeo", recuerda. El coleccionista madrileño destaca que "había niños, padres, abuelos que esperaban con ilusión el fin de semana para venir a nuestras salas, muchas veces sin saber siquiera qué película se iba a proyectar. Se iba al cine a disfrutar de la experiencia".

"Empecé a coleccionar sin saberlo", relata. "Mi padre, un hombre con sueños grandes, pero recursos limitados, me llevó al mundo del cine desde una edad muy temprana. Subido en una caja de refrescos para alcanzar los mandos del proyector, descubrí un universo de trastos viejos y máquinas de lo más exclusivas. Me he encontrado artilugios extraordinarios atados con alambres o conectados al motor de una lavadora. Hay que pensar que cada uno se las ingeniaba como podía para que funcionara. Jugando con esos aparatos, sin darme cuenta, comenzó mi fascinación por el coleccionismo", explica. Es más, hasta hace 20 años nadie sabía de la existencia de esta colección. "Era mi afición particular", subraya.

A lo largo de los años, el coleccionismo se convirtió en una parte inseparable de la vida del propietario de este museo único en España. Con el paso del tiempo fue descubriendo que cada pieza tenía su propia historia que contar. "Cuando crecí, comencé a buscar tesoros del cine en mercadillos o cines que tuvieron que cerrarse. En este medio siglo he encontrado desde el primer cinematógrafo de los hermanos Lumière hasta proyectores únicos escondidos en un granero francés", recalca.

"Mi mayor fuente proveedora es Francia, donde nació el cine", afirma con orgullo. "Llevo muchos años participando en subastas internacionales. Tengo mis alertas puestas y de vez en cuando consigo cositas para la colección, excepto cuando me encuentro a alguno más fanático que yo", asegura. Sin embargo, ha logrado piezas únicas como un enorme Óscar del Teatro Kodak de Los Ángeles hasta máquinas de coser en las que se inspiraron para inventar algunos de los aparatos que después dieron origen al cine tal y como lo conocemos hoy en día.

Trajes de acomodadores en el Museo del Cine. (A. M. V.)Carteles de películas. (A. M. V.)

La vida de este polifacético coleccionista no estuvo solo marcada por la búsqueda de objetos cinematográficos, sino también por su participación activa en la industria. "Con 14 años, me acercaba a las distribuidoras de cine en la Gran Vía. Iba con mi maletín y con mi corbatita a hacer los contratos con Paramount, con Warner, con Metro-Goldwyn-Mayer", recuerda con nostalgia. "Desde entonces, mi familia llegó a tener hasta 22 salas de cine y fui parte de la magia que rodeaba a la proyección de películas".

Jiménez es el encargado de enseñar el museo cada sábado a las 12:30. Durante la visita, Carlos destaca la importancia de entender que el cine, desde sus inicios, ha sido una forma de narrar historias y transmitir emociones. Al principio esta industria, rememora, no buscaba crear contenido argumental, sino que eran fotógrafos que pretendían demostrar que el ser humano era capaz de hacer que las imágenes se movieran. "Solo hace falta ver la primera producción de la historia, en que se muestra en poco más de 40 segundos la salida de los obreros de una fábrica de los hermanos Lumière en Lyon (Francia)", explica.

El museo es más que una colección de artefactos, es un testimonio del amor de Carlos por la gran pantalla y su deseo de compartir esa pasión con los que le rodean. En la más de hora y media que dura la visita, el coleccionista madrileño explora la naturaleza del cine. "Hay que tener claro que en esta industria todo es mentira. En la pantalla, lo que proyectamos son fotografías fijas en movimiento. Es una ilusión óptica que crea la sensación de movimiento continuo", subraya.

En este paseo por el mundo de las proyecciones cinematográficas, Carlos analiza el impacto que han tenido desarrollos tecnológicos como la linterna mágica (la que tiene en el museo es la que aparece en la película de Harry Potter y el prisionero de Azkaban) o el fonógrafo de Edison. No obstante, critica que este inventor llegó a tener "más de 500 juicios abiertos por plagio". "El sonido fue toda innovación en la industria, como también lo fueron los primeros efectos especiales. Es lo que ahora se llama cine 4D. ¿Que en la película había una tormenta? Pues el operador salpicaba unas gotitas de agua a los espectadores", cuenta.

placeholder Un proyector de película. (A. M. V.)
Un proyector de película. (A. M. V.)

Más allá de la parte técnica, el creador de este museo comparte anécdotas sobre la influencia cultural de películas icónicas como Titanic o El Señor de los Anillos en la sociedad actual, destacando cómo estas producciones marcaron un antes y un después y atrajeron a espectadores de todas las edades. "Entre estas paredes he visto desde abuelitas con su muleta subir las escaleras para ver Titanic por quinta vez, hasta niños que usaban su paga para venirse aquí después de clase", asegura.

En su opinión, la película más importante que ha tenido España en el último siglo, según el dueño de la muestra, es la de Marcelino, pan y vino, cuyo cártel muestra en esta exposición. "Esta producción se exportó al mundo entero, incluso hasta Japón, en un momento en el que esto no era lo más habitual".

Además, destaca las precauciones tomadas para evitar incendios en las cabinas de proyección, como el uso de cajas de hierro para almacenar las películas o la cubeta de agua para enfriarlas. El empresario madrileño comparte cómo las películas de acetato se pegaban con acetona, el mismo producto que se usa para quitar el esmalte de uñas. "Cuando era niño mis padres me mandaban muy a menudo a por litros de este producto a la botica", dice mientras sonríe recordando su infancia.

Esta muestra también analiza la relación que el Premio Nobel de Literatura, Jacinto Benavente, cuya madre era de Villarejo de Salvanés, mantuvo con el séptimo arte como director y productor. Precisamente, uno de los proyectores que hay en este museo perteneció a la familia del escritor, que tuvo un cine en esta localidad. Sobre ese proyector hay una ducha que llama la atención a todos los presentes. "No sé si han oído hablar de las películas de nitrato que han provocado grandes desgracias en los cines. Por este motivo, era necesario tener agua en las cabinas. Así, si se prendía fuego, el operador abría el grifo y cerraba la puerta y se evitaba que el fuego se extendiese por la sala", dice Carlos.

Foto: A. M. V.Un zoótropo, artefacto para simular el movimiento de la realidad previo a la invención del cine, en el Museo del Cine. (A. M. V.)

Desde los nostálgicos días del cine mudo hasta las innovaciones tecnológicas más recientes, cada sala del museo revela una parte única de la evolución de esta industria. "Hasta los años 60 no había tráilers", revela Jiménez, ilustrando cómo la promoción de las películas ha evolucionado con el tiempo. A través de una combinación de curiosidades históricas, detalles técnicos y anécdotas personales, los visitantes son llevados de la mano en un viaje a través del tiempo para descubrir los secretos y maravillas del séptimo arte.

Carlos Jiménez no puede evitar sentirse agradecido por poder dedicarse a esta industria. "He vivido 60 años en este mundo, y cada momento ha sido una aventura. Desde proyectar mi primera película, que fue la de Pachín, hasta coleccionar y cuidar todos estos objetos". Él también ha estado al otro lado de la pantalla junto a algunos de los artilugios que conforman su colección. "Este proyector, el Gaumont, se empleó en el rodaje de Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar", subraya. Al lado, hay otros tantos aparatos que han aparecido en series como Cuéntame.

En 1988, el coleccionista escuchó una frase que le cambiaría la vida. "¡Hagas lo que hagas, ámalo, como amabas la cabina del Paraíso cuando eras niño!", decía el protagonista de la que, desde entonces, es su película favorita: Cinema Paradiso. Él ha querido esta industria de la misma manera que ha amado la sala del cine París, el que le ha visto crecer y al que ha dedicado cada minuto de su existencia. "El séptimo arte ha sido mi pasión y mi vida", concluye.

La ilusión de Andrés Jiménez París era abrir su propio cine. El 31 de agosto de 1966 lo hizo realidad. Coincidiendo con la feria de Villarejo de Salvanés, el pueblo en el que vivía, puso en la plaza principal un cartel que anunciaba "Hoy, a las 10 de la noche, Cine de verano". Unos meses antes y con los pocos ahorros que tenía había contratado a unos albañiles que poco a poco fueron levantando las paredes de este templo, pero la realidad es que el día de su estreno no estaba terminado. Carlos, el hijo de Andrés, apenas tenía ocho años el día de la inauguración. Su sueño, aunque todavía no lo sabía, era otro: abrir un museo dedicado al cine en la antigua sala de proyecciones a la que su padre dedicó su vida. Ambos lo consiguieron. El padre llegó a regentar hasta 22 cines rurales, mientras que su hijo poco a poco se hizo con la mayor colección cinematográfica de Europa que, hoy en día, se puede visitar en este histórico municipio madrileño.

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