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Xavier Trias: el señor de Barcelona que volverá a ser alcalde o seguirá siendo golfista

El candidato de JxCAT detesta el ruido y la confrontación. Eso lo convierte, edad al margen y sin que medie juicio de valor en ello, en un antiguo. Pero no tiene problema alguno con ello

Foto: El alcaldable por Barcelona Xavier Trias. (Europa Press/David Zorrakino).
El alcaldable por Barcelona Xavier Trias. (Europa Press/David Zorrakino).
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Xavier Trias suma cuatro décadas en política. Tiempo suficiente para que no queden ángulos muertos por descubrir en la dimensión pública del personaje. Nacido institucionalmente en esa transición hoy tan vilipendiada, conserva los atributos más clásicos del oficio político de antaño, cuando se aceptaba con naturalidad que ingresar en esa profesión suponía encabalgar un cargo tras otro desde la cuna hasta la jubilación.

El candidato de JxCAT detesta el ruido y la confrontación. Eso lo convierte, edad al margen y sin que medie juicio de valor en ello, en un antiguo. Pero Trias no tiene problema alguno con ello. A fin de cuentas, también sus fans gustan de referirse a él como un señor de Barcelona, expresión añosa que reivindica sin complejos no solo la extracción social del personaje sino también sus formas y manera de hacer.

Foto: Imagen: EC Diseño.
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Trias es el único convergente del pujolismo de primera generación que sobrevive en política activa. Así que habrá que convenir que su capacidad para sobrevivir en el campo de batalla puede considerarse a estas alturas legendaria. Autonomista convencido primero, su visión optimista del Estado empezó a quebrar cuando en el año 2000 se marchó como jefe de filas de los convergentes al Congreso.

El rodillo que fue la mayoría absoluta de José María Aznar (2000-2004), que durante los cuatro años previos había mantenido un leal acuerdo de colaboración con la CiU de Jordi Pujol, le pasó por encima a Xavier Trias. Se sintió permanentemente ninguneado y fuera de lugar y ello sembró en él la semilla de la desconfianza en las posibilidades del catalanismo político clásico del que él forma parte para cambiar las relaciones y el reparto de poder entre el centro y la periferia.

Foto: Vermut de los candidatos a la alcaldía de Barcelona en el Mercat de la Boquería. (EFE/Quique García)

Aun así, Trias fue uno de los últimos convergentes en subirse abiertamente al carro del proceso de independencia iniciado por Artur Mas. Y cuando lo hizo fue con recelo y poco entusiasmo. Ese último paso al frente para reivindicarse como independentista sincero en el plano más íntimo —otra cosa eran las declaraciones más o menos subidas de tono— no llegó hasta la campaña en su contra llevada a cabo al abrigo de la operación Cataluña para desalojarlo de la alcaldía de Barcelona en 2015, acusándolo falsamente de tener cuentas millonarias en Suiza. Él lo explica afirmando que en realidad no ha tenido jamás interés alguno en ser independentista, pero que la realidad se había empeñado en empujarlo a serlo.

Otra cosa es que su independentismo sea, a fecha de hoy, algo más que un desiderátum que nuestro protagonista reconoce imposible. No solo eso. Trias, buen conocedor de la ciudad que pretende volver a gobernar, sabe que en Barcelona el independentismo no rinde ya electoralmente. De ahí sus esfuerzos por expulsar el tema de la agenda electoral de campaña, esconder en su cartelería y material de campaña las siglas de JxCAT y vetar en su lista electoral cualquier nombre que pudiera asimilarse al momento más álgido del puigdemontismo o borrasismo. La excepción es Josep Rius, hombre de máxima confianza de Carles Puigdemont, al que se le ha impuesto la condición de dimitir como portavoz de JxCAT en cuanto salga escogido concejal y que evite además pronunciarse sobre los temas excesivamente calientes en precampaña y campaña. El partido ha tragado con estas condiciones porque Trias era su salvavidas electoral en estos comicios y había que complacerlo para que diera el sí, quiero a la oferta de presentarse nuevamente a la alcaldía. Otra cosa es que, llegado el momento de los pactos tras la jornada electoral, la facción más radical de su partido no aspire a tutelarlo. Pero se antoja harto difícil que eso pueda suceder, dada la extrema debilidad de Laura Borràs tras ser condenada por corrupción.

Foto: El exalcalde de Barcelona y candidato de JxCAT a la alcaldía, Xavier Trias. (EFE/Toni Albir)

En el plano social, Xavier Trias podría ser un socialista clásicono sanchista— si el nacionalismo no formara parte de su corpus ideológico. Firme defensor de la colaboración público-privada, no pierde oportunidad de reivindicarse como el gran hacedor de los pactos —no solo con el PSC, pero sí principalmente— que en la década de los ochenta sirvieron para levantar el sistema de salud catalán, concertando servicios con el poblado enjambre de fundaciones, entidades sociales y empresas que ya contaban con infraestructuras sanitarias en funcionamiento. La sociovergencia, la pax política catalana de los ochenta y los noventa, apoyada sobre la base de la entente entre socialistas y convergentes, tiene en Xavier Trias uno de sus máximos exponentes. Lejos de renegar de este periodo, el candidato juntero lo reivindica permanentemente en pasado y presente. Ayer, sin ir más lejos, no se cortó ni un pelo en afirmar que su manera de entender Barcelona y la del candidato socialista, Jaume Collboni, son prácticamente idénticas.

¿Qué ofrece Xavier Trias a los barceloneses? Paradójicamente, la oferta estrella tratándose de un carácter como el suyo es, esta vez, en negativo. Echar a Ada Colau de la alcaldía. Y tanta es la división que suscita la alcaldesa entre los barceloneses que a Trias le basta con tan simple formulación de un proyecto político. Eso explica que vaya a recibir apoyo en estas elecciones de exvotantes de Cs y del PP que hace cuatro años no hubiesen confiado en un candidato independentista ni en la peor de sus pesadillas. También recibirá voto de la parte menos izquierdista de ERC, que antepone la necesidad de desalojar el colauismo del ayuntamiento a cualquier otra consideración.

Foto: Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. (Retrato: Sciammarella)
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Más allá de acabar con Colau, desplegando un poco más su programa, se advierten también cambios en el discurso económico (fin de la fantasía discursiva del decrecimiento), movilidad (moderar la guerra al vehículo privado) y cambios de rumbo nada radicales en seguridad ciudadana y políticas sociales. Pero que nadie espere una revolución. No la hubo en su primer mandato (2011-2015) y no la habrá en el segundo. Insistimos, Trias es amante del poco ruido y la nula confrontación. De ahí que la ahora inexistente facción liberal de su partido bromeara muy a menudo en su primer mandato como alcalde sobre el hecho de que apenas había diferencias entre sus políticas y las que habían protagonizado los socialistas en el periodo 1979-2011.

Y si los resultados no son suficientes para alcanzar la alcaldía, Xavier Trias se marchará a casa, retomará sus palos de golf y tratará de mejorar su hándicap. Que con 40 años en el oficio uno ya no está para opositar. Lo que se espera de un señor de Barcelona, vamos.

Xavier Trias suma cuatro décadas en política. Tiempo suficiente para que no queden ángulos muertos por descubrir en la dimensión pública del personaje. Nacido institucionalmente en esa transición hoy tan vilipendiada, conserva los atributos más clásicos del oficio político de antaño, cuando se aceptaba con naturalidad que ingresar en esa profesión suponía encabalgar un cargo tras otro desde la cuna hasta la jubilación.

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