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Ada Colau: la mujer que sopla y sorbe en Barcelona
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Ada Colau: la mujer que sopla y sorbe en Barcelona

Aunque Barcelona no es hoy más ruinosa y purulenta que durante el mandato de Trias,​ también dista mucho de ser la Barcelona que Ada Colau proyectó

Foto: Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. (Retrato: Sciammarella)
Ada Colau, alcaldesa de Barcelona. (Retrato: Sciammarella)
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Dice siempre Jesús G. Maestro, vehemente profesor de literatura, que el idealismo es una proyección mental destinada a despanzurrarse una vez y otra contra el muro de la realidad. Así lee el Quijote este profesor, como ataque españolísimo y realista contra el idealismo de influencia luterana, y así podemos leer la Barcelona de Ada Colau ocho años después de su elección como alcaldesa.

La ciudad ideal proyectada por Ada Colau y el obcecado molino de viento del mundo pedestre no se llevan bien. La ciudad mental de Colau es peatonal, verde, hortícola; asequible y ciclista; inclusiva, feminista, segura y multicultural; participativa pero no polémica; culta pero no elitista; abierta pero catalana. Demasiadas antinomias como para que el hermoso proyecto triunfe.

Foto: Imagen: EC Diseño.
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Pero es así: así es la vida. El intento de trasplantar una idea en el suelo es tan estéril como el de injertar un verso alejandrino en el tórax de un cerdo destripado. La ciudad es un engendro hecho de asfalto, intereses, enfrentamiento, oportunismo, especulación, dialéctica de pobres contra barrios de élite, túneles, alcantarillas y gasolina. Este cóctel haría vomitar a cualquier redentor, y Colau ha querido ser una.

Las elecciones (no las democráticas, sino las reales) implican tomar parte, desechar tramos de la utopía para aproximarse a otros, y la alcaldesa ha pasado ocho años intentando soplar y sorber al mismo tiempo.

Su saldo no es negativo, como dicen sus más acérrimos detractores. A Colau se la odia por encima de sus vicios, se la detesta —creo— porque es una mujer tensita, mandona, desagradable en el carácter. Pero no es estúpida ni es torpe. Tampoco es una vaga. Y no ha sido una ladrona. ¡Esto ya es mucho decir, en Barcelona! Colau da más rabia de la que merece su gestión. Y, sin embargo...

Foto: Ada Colau, con su mano derecha Janet Sanz. (EFE/Alejandro García)

Sin embargo, es —desgraciadamente— una idealista de tomo y lomo. Aunque Barcelona no es hoy más ruinosa y purulenta que durante el mandato de Trias, también dista mucho de ser la Barcelona que Ada Colau proyectó. Cada mejora ha tenido un reverso que contradecía otro de los puntos clave de la ciudad que se promocionaba en los folletos de Barcelona en Comú.

Hay barrios de Barcelona que han mejorado o están en proceso de mejora, entendiendo mejora como “bonito, cuqui y pijo”. Es el caso del Eixample a cuento de las famosas super illas: manzanas y manzanas de edificios residenciales y comercios por entre las que corría el tráfico motorizado y ahora van las bicis, los tranvías y los patinetes. Bien: cada metro ganado a los coches ha sido un metro de encarecimiento del precio de la vivienda. Y, por el momento, los atascos se apiñan alrededor.

Foto: Ada Colau, en un acto de campaña. (EFE/Alberto Estévez) Opinión

La idea: la gente dejará de coger el coche si lo desincentivamos, haciendo de Barcelona un infierno para la conducción, con el aparcamiento escaso y a precio de ático de lujo. La realidad: mucha gente sigue cogiendo el coche hasta para ir a cagar, y los taxistas están enfurecidos —con razón— con tanta puñetera traba. ¿Veremos en el futuro una ciudad en la que el conductor se da por aludido y se rinde? ¿Habrá transporte público para esto? Difícil de decir.

Pero más grande es la disonancia entre el verde y el precio. Podríamos decir que la Colau ecologista mata a la Colau antidesahucios, y lo mismo para la Colau del control del turismo y la Colau de la promoción del comercio de proximidad, otros dos puntos clave del ideario. Barrio más paseable, más bonito, más respirable, significa irrevocablemente barrio más turístico, más visitable, más fotografiable. Y esto, por más carteles que ponga el ayuntamiento, por más que se nieguen las licencias de piso turístico, son más barecitos de breakfast, más bakeries y yogurterías.

Foto: Vermut de los candidatos a la alcaldía de Barcelona en el Mercat de la Boquería. (EFE/Quique García)

El precio de los locales con puerta a la calle peatonal es infinitamente más elevado de lo que una droguería entrañable puede pagar. Barcelona es, así, una ciudad más franquiciada, más terracera, más frívola. Preguntad a las viejas de los barrios, preguntad a la gente que necesita un destornillador. Contenedores de cartones llenos de envoltorios de Amazon: este es uno de los saldos de la Barcelona de Colau.

La idea de abaratar Barcelona y entregársela a los “vecinos y vecinas”, queda, por tanto, desamortizada en la construcción sucesiva de millas de oro, en la expulsión del tráfico a la periferia, en la peatonalización. Se expropia al rico a golpe de impuesto y se expropia al pobre a golpe de arbolito. El ayuntamiento también quiso ser más participativo y abrió un portal en el que no participaban más que los militantes de Barcelona en Comú. La democracia directa no es compatible con la democracia real, que significa estulticia, desinterés y necesidad de liderazgo y delegación.

Foto: El alcaldable por Barcelona Xavier Trias. (Europa Press/David Zorrakino).

Y el mismo choque entre la línea feminista y la línea multicultural, otras dos banderas contradictorias del ideario Colau: cientos de campañas de sensibilización, carteles y puntos lila contra el acoso en las discotecas, además de un ridículo “instituto de nuevas masculinidades”, es decir, un montón de carísimo material para los ya convencidos, fácil de promocionar en los medios, que choca contra el enfoque del respeto (o desidia) hacia la culturas que no respetan a la mujer.

Las zonas de aluvión inmigrante, como el Raval, son hoy más inseguras para las mujeres foráneas y más opresivas para las mujeres musulmanas, pese a todos esos carteles que nos adoctrinan sobre el respeto que los votantes de Barcelona en Comú debemos tener hacia las mujeres. En el Raval y el Gótico, la criminalidad sube, aunque descienda en términos generales en el resto de la ciudad. Se encuentran jeringuillas por el suelo, basura, y por cada narcopiso cerrado aparecen otros dos.

Ada Colau ha sido un experimento costoso y valioso. No ha destruido Barcelona, no la deja peor de lo que la encontró, sino que demuestra que la máxima de Jesús G. Maestro con la que inicié este artículo debería ir grabada en mármol. Más distancia que entre el proyecto político de Almeida para Madrid y de Colau para Barcelona existe entre el proyecto de Colau y la realidad.

Dice siempre Jesús G. Maestro, vehemente profesor de literatura, que el idealismo es una proyección mental destinada a despanzurrarse una vez y otra contra el muro de la realidad. Así lee el Quijote este profesor, como ataque españolísimo y realista contra el idealismo de influencia luterana, y así podemos leer la Barcelona de Ada Colau ocho años después de su elección como alcaldesa.

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