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La despedida del policía Salcedo: memoria de la antigua Málaga, testigo de una nueva ciudad
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SUPERVIVIENTE DEL CÁNCER Y COFRADE

La despedida del policía Salcedo: memoria de la antigua Málaga, testigo de una nueva ciudad

Una institución en la capital malagueña, a cuya transformación asistió entre pesquisas y detenciones de choros, el 20 de marzo cambiará su vida. Cuelga el uniforme tras tres décadas trabajando en el distrito Centro. “Yo me quedaría”, reconoce

Foto: José Manuel Salcedo junto al edificio de La Aduana, que antes de ser museo acogió la Comisaría Centro. (P.D.A.)
José Manuel Salcedo junto al edificio de La Aduana, que antes de ser museo acogió la Comisaría Centro. (P.D.A.)

José Manuel Salcedo arranca la hoja de febrero de un calendario que cuelga en el despacho y con un bolígrafo comienza a señalar los días de marzo. “El 16 vengo, porque me reúno con los compañeros, y el 17 iré a la Comisaría Provincial a entregar la placa, el chaleco y la pistola”. Esa es la fecha en la que administrativamente se despedirá de la Policía Nacional. El momento en el que pondrá fin a una carrera que inició en 1979. “Estoy mentalizado con que esta etapa de mi vida ha concluido, pero si me ofreciesen quedarme uno o dos años más, aceptaría con los ojos cerrados”, confiesa con una media sonrisa en los labios que deja atisbar la amargura del trance.

La Comisaría Centro de Málaga ha sido su casa casi tres décadas. Escondida entre el mercado de La Merced y el Teatro Cervantes, y situada a escasos metros de la casa natal de Picasso, acompañó el desarrollo personal y profesional de un policía raso que ha acabado convirtiéndose en una institución en el distrito más señero. Un superviviente del cáncer que cuando se estaba tratando pensaba en las investigaciones que podían estar acumulándose. El tipo capaz de movilizar a compañeros de toda España para que el cuerpo estuviera presente en las procesiones de Semana Santa. Ese del que nadie habla mal.

Foto: Foto del grupo Costa del Sol con policías de Gibraltar (Del libro 'Vivencias de un policía' de José Cabrera).

Pasear al lado de Salcedo por las calles del Centro es recorrer la memoria de la ciudad a través de sus recuerdos y revivir una Málaga extinta con las anécdotas que cuentan los que detienen su paso para saludarle. Es repasar la historia de una trasformación inimaginable, una metamorfosis catártica salpicada de relatos de choros, movida nocturna y los motes de la delincuencia cañí que a finales de los 90 salpicaban los titulares de prensa. “El Cachulo, El Kimbo, Los Romualdos, Los Charros… Casi nada”, recita el propietario de uno de los locales de ocio de la noche malagueña, que rememora junto al agente aquellos días en los que “cada noche que bajábamos la persiana sin un problema era un triunfo”. “Yo le digo a mis trabajadores que lo de hoy es un camino de rosas comparado con esa época”, añade, antes de mirar al policía y bromear: “¿Qué vamos a hacer cuando te vayas?”.

José Manuel está sentado en una mesa sorprendentemente despejada que parece atisbar que pronto tendrá nuevo propietario. A su lado, un compañero repasa un montón de tarjetas de crédito desplegadas sobre el escritorio. Son los nuevos tiempos de la ciberdelincuencia. Un término inimaginable para ese chaval que con 16 años se disfrazaba con el uniforme de su padre y que cumplidos los 20 abandonó el barrio de Suárez para seguir la estela familiar. Ingresó en la academia policial en enero de 1979, en un periodo de cierta convulsión política y en el que el cuerpo anunciaba un cambio hacia la modernidad. “A mi llegada, estaban quitando los letreros de Policía Armada; pero cuando acabamos la instrucción de cuatro meses que se impartía entonces, salimos con dos uniformes: el antiguo y el nuevo, el gris y el marrón. Teníamos que ir utilizándolos según la circunscripción que nos tocara porque la adaptación a la nueva etapa se hacía de forma paulatina”, explica a El Confidencial.

placeholder Salcedo durante su periodo de formación en la academia. (Cedida)
Salcedo durante su periodo de formación en la academia. (Cedida)

Su primer destino fue Madrid. Por aquel entonces “sólo te daban tres posibilidades”: la capital, Barcelona o País Vasco. Y la primera opción era la mejor para foguearse. Fueron tres meses antes de poner rumbo a la Ciudad Condal, suficientes para sentir en su pecho el onda expansiva de una bomba de ETA y comprobar que para los terroristas, alguien como él, era simple carnaza. “Ese año, únicamente en Madrid, hubo 55 muertos”, recuerda, por eso su futura esposa se negó a sopesar la posibilidad de que la pareja de recién casados se asentase en el norte. Aunque eso supusiese perder prioridad para regresar a Málaga.

La adaptación a la capital “no fue muy complicada”, pese a las complicaciones de adentrarse en una gran ciudad, pero reconoce que profesionalmente no le estimulaba. En su mente tenía un cuerpo policial distinto, y en Madrid primaban demasiado los galones y las broncas por nimiedades. Así que decidió poner rumbo a Barcelona.

El Barrio Chino

Su primer destino fue la 42 Brigada Móvil, “algo así como la actual Unidad de Prevención y Reacción (UPR)”, pero donde comenzó a sentirse el policía que quería ser fue en la Comisaría de Atarazanas, adonde llegó en 1983, en un momento en el que la Policía Nacional aspiraba y comenzaba a homologarse con otros cuerpos policiales europeos.

Hasta ese momento, las tareas de investigación recaían exclusivamente en los inspectores y estaban vetadas para policías rasos como Salcedo, aunque un golpe de suerte cambiaría esta tendencia. “Hubo una reestructuración y se quedaron varias vacantes en el turno de noche que no se cubrían, así que los jefes optaron por asignárselas a cuatro agentes, y yo fui uno de ellos”. Era la primera vez en el país que miembros de la Escala Básica iban a poder investigar y entendían la responsabilidad que eso significaba porque si lo hacían bien ayudarían a cambiar dinámicas en la institución.

“Lo pasamos pipa. El primer año hicimos 385 detenidos”, apunta para recalcar el espíritu ‘palotero’ de la unidad de noche

La ventaja con la que contaban José Manuel y sus compañeros era que habían pateado mucho la calle y eso, en una zona tan singular como el Barrio Chino, era un tesoro. Conocían a toda la pringue que pululaba por el lugar. Carteristas, sisleros, traficantes… Y contaban con mucha colaboración de una ciudadanía trabajadora, formada en un porcentaje elevado por emigrantes llegados de distintos puntos del país.

Lo pasamos pipa. El primer año hicimos 385 detenidos”, apunta para recalcar el espíritu ‘palotero’ de la unidad, en la que comenzó a trabajar en investigaciones que jamás hubiese imaginado. Recuerda una que permitió la incautación de “un kilo y medio de heroína introducida desde Holanda que era muy rara porque tenía un color rosáceo” y de la que después supieron que “podía causar ceguera”. Otra que aún tiene fresca, a pesar de los años fue, una operación antidroga con unos componentes surrealistas. El saldo fue la aprehensión de un kilogramo de cocaína, pero revelaron la participación de un delincuente condenado por asesinato en Murcia y que utilizaba la identidad de otro preso, y reveló un robo de armas a un militar al que sodomizaron para generarle un sentimiento de vergüenza para que no denunciara lo ocurrido.

placeholder Salcedo, el segundo de la izquierda, cuando consiguió su primera medalla en Barcelona. (Cedida)
Salcedo, el segundo de la izquierda, cuando consiguió su primera medalla en Barcelona. (Cedida)

El veterano policía reconoce que en aquellos años fue muy feliz y, “aunque me tiraban la caña para que me fuese a la Jefatura”, asegura que jamás se hubiese marchado del grupo de noche. “Yo no tengo olfato policial, por eso he tenido que ser muy currante”, manifiesta, pero sus compañeros, todos bastante más jóvenes que él, desmontan esta sentencia cuando destacan su pericia como investigador. “Lo vamos a echar mucho de menos”, comenta uno de los agentes del Grupo de Investigación de la Comisaría Centro de Málaga, mientras que otro destaca lo que han aprendido a su lado. Salcedo se sacude cualquier tipo de elogio e insiste que lo suyo ha sido “machacar, machacar y machacar”. “Cuando tienes una denuncia delante, hay que saberla leer, saber qué falta. Y si es necesario, volver a ella todas la veces que hagan falta”, señala previamente a revelar su receta de trabajo: “Antes de iniciar las pesquisas, me hago una composición de lo que tengo que hacer”, y “en mi libretilla voy apuntando”, por que para él una investigación “es un reto”.

En Barcelona estuvo destinado 18 años, un periodo en el que “me sentí querido y respetado”, compartido con todos esos vecinos del bloque que cada mañana iban a las fábricas, como la que tenía la compañía Philips, y con los que se cruzaba cuando regresaba del turno de noche. “Mis tres niñas se criaron allí y fuimos felices”, por eso no oculta la tristeza que le embriagó cuando desde su domicilio malagueño veía en televisión cómo los radicales independentistas asediaban la la sede de la Jefatura Superior de Policía ubicada en Via Laietana. “Me duele mucho lo que ha pasado”, comenta con la perplejidad de quien llevaba a sus hijas al colegio con total normalidad y transitaba por la ciudad como un barcelonés más. Ahora se sienten extraños. Ahora son señalados. Y sus seres queridos, también.

Otra Málaga. Nueva Málaga

José Manuel cumplió su deseo de regresar a su Málaga en 1997, cuando estaba a punto de entrar en los 40 y acumulaba un poso importante en casos de investigación. Pero por aquel entonces no había hueco y tocó volver al coche patrulla. Se encontró “una ciudad distinta, pero no mejor” que la que dejó. “Cuando me fui, aún se sentía la huella de muchas de esas personas de los pueblos que se trasladaron a la capital para trabajar en la pequeña industria que había”, y dos décadas después transitaba por una Málaga que crecía deslavazada y sin un proyecto claro.

“Pasear por la calle Beatas —una conocida vía de la zona Centro— era como hacerlo por una zona de guerra porque los edificios se caían”, y en la almendra más turística de la ciudad la prostitución callejera se exhibía en las esquinas como ganado a disposición de los puteros. “No había una idea clara” para una Málaga a la que “le faltaba de todo”, que “vivía de espaldas a su puerto” y que carecía de unas infraestructuras modernas.

Foto: Juan Titos, inspector jefe de la Policía Nacional. (Cedida por La Opinión de Málaga)

Lo primero que le llamó la atención de la actividad delictiva de ese momento fue que, “proporcionalmente, se robaban más coches que en Barcelona”. Pero sobre todo, que había “una delincuencia muy pobre”, que “se llevaba las alcantarillas o las tapas de registro para venderlas en los chatarreros”, y que convivía con el fenómeno del crimen organizado que comenzaba a hacerse visible en la Costa del Sol a base de crímenes de película.

En esos dos años que estuvo en Seguridad Ciudadana asistió al apogeo del botellón en la ciudad, un fenómeno que cada fin de semana, como una plaga bíblica, se expandía por el Centro dejando las calles llenas de basura. Generando un murmullo que se apodera de la madrugada y acaba agarrándose a los tímpanos para convertirse en una pesadilla cotidiana. La plaza de la Merced, era uno de se epicentros. En ella podían concentrarse “2.500 ó 3.000” personas, y entre ellas debían caminar, de uniforme, Salcedo y su compañero. “La única explicación de que saliésemos de allí sin problemas después de levantar varias actas por consumo de estupefacientes es que la gente es buena”, y también porque es de esos que tiene mano izquierda y hasta es capaz de sacarle una sonrisa a un tipo al que está engrilletando tras detenerlo.

“Yo soy muy malo corriendo, así que si lo podemos evitar…”, confiesa con guasa el policía

En situaciones de tensión, con individuos agresivos, “les descoloca que les llame por el nombre y el apellido”, y también es importante “hablarles de usted” para darles su sitio. Siempre hay tiempo para actuar con contundencia si la cosa se complica, piensa José Manuel, que remata la cuestión con cierta guasa: “Además, yo soy muy malo corriendo, así que si lo podemos evitar…”.

El problema del botellón se trató de atajar de multitud de maneras. Incluso se habilitó un botellódromo en el Paseo de los Curas, junto al puerto. Aunque el agente reconoce que se pudo comenzar a contener gracias a la labor de la Policía Local de Málaga y a la aprobación de una ordenanza municipal que comenzó a aplicarse con dureza. Por todo ello, y gracias a una mayor presencia de patrullas.

placeholder Salcedo explica que en la Comisaría Centro tienen un centenar de casos al año. (P.D.A.)
Salcedo explica que en la Comisaría Centro tienen un centenar de casos al año. (P.D.A.)

Acabar con este fenómeno era clave para el proceso de trasformación que había iniciado la ciudad y que debía hacerse visible en la zona Centro. No sólo por la imagen exterior que se transmitía, sino por la inseguridad que se derivaba. Las broncas eran recurrentes y los delincuentes más peligrosos causaban pánico. Hubo periodos en los que ser portero de algunos de los bares o discotecas era una profesión de riesgo. Como uno de origen cubano que se desplomó muerto en la plaza Uncibay después de que un cliente le apuñalara. O muchos otros a los que un rosario de puntos de sutura adornaban la cara después de que les reventaron un vaso tras negar la entrada a alguien.

Comisaría antes que museo

La particular manera que tiene de desenvolverse por la vida fue muy útil a Salcedo cuando lo trasladaron al Grupo de Investigación de la Comisaría Centro, un puesto en el que permanecerá durante 26 años y hasta su inminente fecha de jubilación. El destino tenía cierta carga de emotividad porque las dependencias policiales se ubicaban en el edificio de La Aduana, donde también estuvo destinado su padre, que recorrió siendo niño y que fue el germen de un importante movimiento ciudadano que reclamaba su devolución a la ciudad como espacio museístico. Por la entrada principal, que da al Parque de Málaga, se accedía a la sede del antiguo Gobierno Civil —Subdelegación del Gobierno, posteriormente—, mientras que en el lateral opuesto, junto a La Alcazaba, había una pequeña puerta por la que se entraba a la comisaría.

Foto: Agentes de la Policía Judicial, en una investigación de un tiroteo en Motril. (EFE/Alba Feixas)

Salcedo recuerda que esa era una Málaga que ni imaginaba la explosión cultural que iba a experimentar décadas después, que reclamaba su presencia en el panorama internacional a través de las oportunidades que podía ofrecer y que se adentraba en un proceso de peatonalización que implicaba un cambio de mentalidad social. “Aún recuerdo que los dueños de las tiendas decían que cortar al tráfico la calle Larios iba a ser su ruina”, comenta mientras pasea por la principal arteria comercial de la capital malagueña 20 años después de su reinauguración.

Este proyecto, por extraño que parezca, también supuso un cambio de paradigma para la investigación policial en la zona porque los agentes comenzaron a contar con un aliado tecnológico: el servicio de videovigilancia que comenzaba a instalar el Ayuntamiento. Una herramienta que inicialmente parecía desentonar con alguien que siempre se había sentido un “policía de calle”, de los de quemar suela y hablar con ‘confites’, pero que acabaría explotando para atajar un tipo de delincuencia silenciosa —carteristas, hurtadores, ladrones...— que hacía del Centro su particular coto de caza. “El distrito acoge la Semana Santa, la Navidad, el Carnaval…”, eventos que concentran a grandes masas de malagueños, a los que se unen las víctimas propicias de estos choros: los turistas.

La peatonalización del Centro trajo consigo un cambio de paradigma en la investigación policial en la zona con la llegada de la videovigilancia

El agente,al pasar por la puerta de la conocida cafetería Lepanto, rememora el caso de una hurtadora que se disfrazaba de anciana y que acechaba a posibles víctimas por la zona. “Ricardo, un policía local que trabaja con las cámaras, y que es un dulce de persona, nos llamó porque creía haberla reconocido en una grabación. Fuimos a verla y en las imágenes observamos como apoyándose en un bastón se aproximaba a una mujer que estaba con un carrito de bebé. La sospechosa hizo una carantoña al niño y aprovechó para hacerse con el monedero que la víctima llevaba en el bolso. La ladrona se marchó con un caminar torpe, pero el seguimiento que pudieron hacer de su huida gracias a las imágenes reveló cómo, poco a poco, iba irguiéndose y acelerando el paso conforme se alejaba por las calles aledañas”.

El sistema de videovigilancia, no obstante, sirvió de poco para saber quién robó un gran balón de baloncesto que se había instalado a la rotonda de Marqués de Larios para promocionar un partido de los Memphis Grizzlies de Pau Gasol y Juan Carlos Navarro. “Pasé por allí y, cuando me di cuenta de que la pelota no estaba, me pregunté si se la habrían llevado”, cuenta Salcedo, que añade que cuando se confirmó la sustracción sabía que el teléfono iba a echar humo. No se equivocaba. “26 minutos después”, recibía una llamada para que encontrase el balón, que finalmente fue encontrado, desinflado, en una terraza. Nunca se supo quién tuvo el arrojo para romper los anclajes y robarla. Finalmente fue encontrada en la terraza de un bloque.

placeholder El veterano policía en la plaza de La Merced, junto a la estatua de Picasso. (P.D.A.)
El veterano policía en la plaza de La Merced, junto a la estatua de Picasso. (P.D.A.)

Sí atrapó a un delincuente al que se le imputó “un montón de atracos” y que parecía haberla tomado con el desaparecido Café Central. A las puertas de este mítico establecimiento de la plaza de la Constitución, donde destacaba un cuadro con las diferentes formas de pedir y servir el café en Málaga, relata que los tenía locos porque no tenían una pista sólida. Ésta se la proporcionó la trabajadora de una farmacia que había sufrido la desagradable visita de este delincuente y que creyó identificarlo cuando se subía a un taxi. José Manuel y sus compañeros lograron dar con el taxista y, gracias a la información, con el domicilio en el que el sospechoso se había reunido con unos amigos. La cosa fue a partir de ese momento como la seda y rápidamente le estaban colocando las esposas.

Whatsapp cofrade policial

Salcedo, durante el trayecto por el Centro, comenta los comercios que aún perviven al paso del tiempo y logran sobrevivir a los alquileres disparatados y la presión de las franquicias. Y, mientras saluda con la mano a un vendedor de almendras, no deja de sorprenderse por el cambio experimentado por una Málaga en la que busca los rincones que aún escapan al carrusel turístico.

Foto: Una turista se refresca en una fuente de Málaga. (EFE/Álvaro Cabrera)
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“Me gusta mucho pasear por su callejuelas, identificarme con lo que queda de lo que ha sido mi vida”, reflexiona segundos antes de señalar una discoteca ubicada en la plaza Ucibay. “¿Sabes lo que era ese local?”, pregunta, “pues ahí estaba Málaga Cinema, el cine más grande de España en su momento”. “Tenía 1.200 localidades y ahí vi junto a mi madre películas como Rey de Reyes o Miguel Strogoff”.

José Manuel es de esas personas sobre las que cuesta encontrar alguien que hable mal de él. Lleva 30 años organizando las despedidas de los compañeros que se jubilan; hace 12 fundó, junto a otros cuatro compañeros, la Biznaga Azul, una asociación policial de espíritu solidario; y durante una década ha participado en las charlas a escolares sobre cuestiones como acoso, drogas o delitos odio, “algo que voy a echar mucho de menos”. Por eso es fácil entender que cuando trascendió que le habían diagnosticado un cáncer, a más de uno le cayeron “lágrimas como puños” por la cara, confiesa su amigo Pepe Páez. Pudo superar la enfermedad y, a pesar de que su familia le pidió que diese un paso al lado, en cuanto pudo, se reincorporó a su puesto. No faltó ni durante la pandemia, a pesar de que pertenecía a un grupo de riesgo. “Era el momento en el que más había que dar el callo, y yo no podía fallar”, explica.

placeholder Salcedo participando en la procesión de El Rico. (Cedida)
Salcedo participando en la procesión de El Rico. (Cedida)

Para imaginar cómo es este tipo, de aspecto bonachón, y carácter afable, sólo hay que imaginar que no tiene miedo a enfrentarse a una locura contemporánea: ¡Un grupo de Whastapp con más de 250 personas! Son los policías que cada año desfilan en distintas procesiones de Semana Santa que se celebran en la provincia y entre las que destaca la de la Hermandad de Jesús El Rico. “Soy creyente, pero a esta celebración también se pueden acercar uno desde el prisma de la historia y la tradición, porque forma parte de nuestras raíces”, explica.

La historia de ese grupo de mensajería es curiosa. “Antes, los que desfilaban eran alumnos de la academia que viajaban a Málaga, algo que debíamos cambiar, porque entendíamos que debía participar quien quisiera”. Pero en los años de la última gran crisis, en los que las que las oposiciones eran de 200, 300 o 400 plazas, “no había suficientes”, así que había serio peligro de que la Policía Nacional no desfilase. Salcedo no lo podía permitir, así que agarró un teléfono y comenzó a llamar a comisarías de toda España hasta que reunió a 70 agentes que estaban dispuestos a desplazarse y salvar la tradición. La cosa se ha ido yendo de las manos y actualmente son más de 250 compañeros los que cada año se ofrecen voluntarios para desfilar.

La presencia de la Policía Nacional en los desfiles peligraba y Salcedo llamó a compañeros de toda España para que continuara la tradición

Ya está colaborando con los actos de la Semana Grande de este año y le han advertido que no será el último. Reconoce que “uno no recupera como antes”, y que “hay días que llego cansado”, pero entregaría hasta su última gota de energía para poder continuar un poco más. “Al menos me quedan años de testificales en juicio”, comenta con sorna a modo de consuelo. José Manuel Salcedo se despide en la puerta de la Comisaría Centro. El día 20 pasará a ser administrativamente un jubilado. Nunca dejará de ser policía.

José Manuel Salcedo arranca la hoja de febrero de un calendario que cuelga en el despacho y con un bolígrafo comienza a señalar los días de marzo. “El 16 vengo, porque me reúno con los compañeros, y el 17 iré a la Comisaría Provincial a entregar la placa, el chaleco y la pistola”. Esa es la fecha en la que administrativamente se despedirá de la Policía Nacional. El momento en el que pondrá fin a una carrera que inició en 1979. “Estoy mentalizado con que esta etapa de mi vida ha concluido, pero si me ofreciesen quedarme uno o dos años más, aceptaría con los ojos cerrados”, confiesa con una media sonrisa en los labios que deja atisbar la amargura del trance.

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