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El efecto pitaya: la fiebre por las 'frutas de oro' que puede arruinar al agricultor español
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El efecto pitaya: la fiebre por las 'frutas de oro' que puede arruinar al agricultor español

La 'fruta del dragón' es el ejemplo más reciente de cómo las modas afectan a la planificación agraria. Pero la búsqueda de beneficios no siempre tiene un final feliz

Foto: La pitaya, cultivo emergente subtropical. (iStock)
La pitaya, cultivo emergente subtropical. (iStock)

“La necesidad de hacer dinero provoca que la agricultura vaya por delante de la investigación”. Estas palabras de Ferrán Gregori i Ferrer, responsable técnico de los sectores agrícolas de la Unió de Llauradors i Ramaders de la Comunidad Valenciana, resumen a la perfección la situación del campo español: la comercialización de las frutas y hortalizas “de toda la vida” es cada vez más difícil, por lo que los agricultores se ven obligados a diversificar sus cosechas y arriesgar con cultivos de moda que pueden aumentar sus márgenes de beneficio o arruinarlos a largo plazo.

El caso más reciente es el de la pitaya, una fruta subtropical, aunque perteneciente a la familia de los cactáceos, que está viendo cómo sus ventas se incrementan rápidamente. También llamada fruta de fuego, se ha publicitado como una fuente de vitamina C y con propiedades de antienvejecimiento o de mejora del sistema inmunitario y digestivo. Con este marketing, la pitaya se ha hecho hueco entre algunas personas interesadas por la salud y la nutrición y, poco a poco, parece que el nicho se va ampliando. Según datos de Mercamadrid, la comercialización de esta fruta en la comunidad pasó de los 16.100 kilos en 2019 a más de 49.000 el año pasado, lo que supone un incremento del 205% en apenas tres años. Lo que más sorprende, sin embargo, es el origen de esta fruta, que pasó de importarse en su totalidad de países como Brasil, Ecuador o Indonesia en el primer periodo a que un 78,2% sea de cultivo nacional en 2022.

Este aumento se debe principalmente al precio de venta al público de la fruta, que oscila en torno a los siete euros el kilo para la pitaya roja y los nueve para la amarilla. Una de las empresas que decidió subirse al carro de esta nueva moda emergente fue Desarrollos y Cultivos Agrícolas de Mazarrón S.L. que, tras una pequeña incursión en el mercado de la papaya, decidió apostar por la también conocida como fruta del dragón.

José Miguel Durán, CEO de la compañía, explica cómo ellos reconvirtieron varios de los invernaderos que ya poseían para cultivar una única hectárea de esta planta. Las dificultades de su cultivo pueden desbancar a los beneficios: a pesar de tratarse de un producto que requiere de escasas cantidades de agua, lo que le permite adaptarse fácilmente al clima cada vez más seco de la península, no deja de ser una planta subtropical que necesita unas temperaturas constantes todo el año. “El invierno en la península es más frío y en verano, curiosamente, hace más calor”, por lo que hacen falta invernaderos para su cultivo, lo que puede resultar una inversión costosa.

El directivo añade que la disparidad en el tipo de variedades y la alta presencia de “miniproductores” pueden desequilibrar de forma definitiva a este sector tan incipiente: “La prensa y determinado tipo de medios han atraído a muchísimos agricultores por el precio tan alto de venta. Esto lleva a la atomización y la falta de organización de la oferta. Toda esa gente que se ha incorporado hace la guerra comercial por su cuenta y el mercado no es lo suficientemente amplio para absorber un volumen de esa talla”.

Aunque este es el ejemplo más reciente de moda alimentaria con un futuro incierto, ha habido otras que ya han perjudicado a los agricultores españoles en las últimas décadas. Entonces, ¿por qué no pueden evitar apostar por estos cultivos emergentes? Carlos Gregorio Hernández, profesor de Producción Vegetal de la Universidad Politécnica de Madrid, explica que la demanda de este tipo de productos, muy relacionados con la salud, se ha incrementado considerablemente en los últimos años. Los productores españoles han visto en estos cultivos pequeños nichos en los que poder participar con variedades nacionales, de calidad y precio más altos, pero más frescos y con un menor impacto ambiental que aquellos que han tenido que recorrer miles de kilómetros antes de llegar a los supermercados. Además, los beneficios económicos que proporcionan estos frutos son mucho más altos que los tradicionales.

Con cultivos como el aguacate o el mango, el riesgo que los agricultores asumen es recompensado por un mercado estable al que pueden vender sus mercancías sin grandes complicaciones. En el caso del primero, la superficie plantada se ha incrementado en un 49% desde 2009, hasta situarse en las 22.540 hectáreas. Se trata de un cultivo con presencia en el sur peninsular desde los años setenta. El mango encontró un espacio de crecimiento también en esta área a partir de los 90 y no fue hasta principios del siglo XXI que vio como su comercialización se fortalecía. En los últimos 14 años, la superficie cultivada de mango ha pasado de 1.701 a 5.025 hectáreas, lo que supone un aumento de casi el 200%.

La presencia de ambos cultivos es especialmente fuerte en las provincias de Málaga y Granada. De las 22.541 hectáreas de aguacate plantadas en España, el 81% se encuentra en esta zona. Algo similar ocurre con el mango: un 87,9% del total de la producción española se concentra en esta área del litoral andaluz. El éxito de ambos frutos radica, en parte, en el Instituto de Hortofruticultura Subtropical y Mediterránea La Mayora, ubicado en el municipio malagueño de Algarrobo. Esta institución, que depende del CSIC y de la Universidad de Málaga, ha potenciado desde los años 60 la difusión de los cultivos subtropicales en una zona que, aunque se sitúa muy lejos del ecuador, cuenta con condiciones climáticas únicas.

La sequía es uno de los factores que podrían poner en jaque al sector, si se tiene en cuenta que en 2021, las precipitaciones en la provincia de Málaga fueron de 353 mm y en Granada, de 280 mm. Ambas cifras se encuentran bastante alejadas de la media nacional, de 446 mm. Sin embargo, el desarrollo en las técnicas de cultivo no debería tener consecuencias graves a largo plazo sobre el sector agrícola de la zona ni sobre su población. Iñaki Hormaza, doctor en Biología Vegetal y profesor de Investigación del CSIC en La Mayora, sostiene esta teoría: “El cultivo del aguacate, por ejemplo, se está haciendo actualmente con muchos menos requerimientos de agua que antes, por un mucho mejor manejo de los cultivos y también por un cambio en los sistemas de riego que son cada vez más eficientes”.

Foto: EC Diseño.
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También añade que, si la escasez de precipitaciones llegase a influir en el agua procedente de los pantanos o de pozos (principales fuentes de agua de los cultivos del sur de la península), se podría recurrir a otras alternativas, como el uso de depuradoras o de desaladoras. Aunque para él la solución efectiva sería “dimensionar las plantaciones en función del agua disponible y no al revés, como se ha hecho hasta ahora”.

La opinión de Miguel Barnuevo, presidente de la Asociación Albaceteña de Agricultura de Conservación es totalmente opuesta. Para él, el exceso de plantación de cultivos de regadío, especialmente en el sur peninsular, han llevado “al colapso del sistema”, sobre todo “con la sequía tan bestia de este verano, que ha provocado que en Andalucía no se tenga casi agua para regar este invierno”.

No son solo los cultivos tropicales los que parecen asentarse con fuerza en España. Otros de secano, como el pistacho, también tienen una presencia sólida en áreas de bajas precipitaciones, donde la agricultura de secano es la predominante. Así, este cultivo es el fruto que más ha crecido en los últimos años, con un enorme incremento desde 2009. En ese año, existían solo 903 hectáreas, frente a las 66.466 de 2022. Se localiza principalmente en Castilla La Mancha, con un 81,1% del total nacional. De esta cifra, solo un 32,4% es de regadío.

Foto: Traslado de uno de los principales investigados. (EC)

Hormaza explica que, aunque existe interés por el pistacho español en el extranjero, el riesgo de plantarlo supera con creces al de los “productos anuales”. Con este término, el experto de La Mayora se refiere a plantaciones como los tomates que, de no resultar rentables, pueden cambiarse al año siguiente por otra distinta. En la actualidad, se ha dejado de importar este fruto de países con producciones más baratas, como Irán o Turquía, y se ha optado por el producto nacional, aunque esa tendencia podría volver a cambiar. El problema principal para los agricultores en esta situación sería que, a diferencia de los “productos anuales”, la primera cosecha de pistacho se recoge unos cinco años después de la plantación.

Barnuevo añade que la incertidumbre respecto al futuro de este fruto hace que los agricultores se decanten por superficies de explotación mucho más pequeñas, en comparación con otros frutos, como el almendro, que tienen su primera cosecha unos tres años después de la siembra.

La exportación de caqui, interrumpida por la guerra

¿Y qué ocurre cuando el éxito se convierte en fracaso? Los cultivos se abandonan, las superficies plantadas decrecen y los precios bajan. El caso más significativo de la última década: el caqui. Entre 2009 y 2017, las plantaciones de este frutal se incrementaron en un 280%, hasta alcanzar las 18.135 hectáreas. Desde entonces, la superficie cultivada ha descendido un 11,5%. La región más afectada ha sido la Comunidad Valenciana, donde se cambiaron las plantaciones de cítricos por campos llenos de este frutal para mejorar los márgenes de beneficio. Un 90% de todo el caqui producido en España proviene de esta comunidad y ahora no tiene salida en el mercado.

Foto: Foto: iStock.

Para el técnico de la Unió de Llauradors i Ramaders, el declive en la comercialización del caqui se debe principalmente a “la prohibición a exportar a Rusia”. Gregori i Ferrer aclara que Moscú era uno de los principales mercados del caqui valenciano, aunque no del de mejor calidad, sino del de segunda y tercera categoría. Con el veto europeo a Rusia, no se da salida a un producto que en el resto de Europa no interesa.

A este hecho se suma otro que los productores de esta fruta llevan más de una década acarreando: las plagas. Aunque en los inicios los costes de fitosanitarios eran casi nulos por la inexistencia de plagas, la situación se da la vuelta en 2010, aproximadamente. A partir de este año, la presencia de un hongo llamado Mycosphaerella nawae provoca lo que Gregori i Ferrer califica como “el colapso fitosanitario del caqui”. Es a partir de entonces que “lo único que puedes hacer es gastar más dinero, por tanto, se reducen los beneficios” y muchos agricultores deciden abandonar los campos.

A pesar de que en los últimos años se ha intentado girar hacia cultivos de mayor demanda y con mayores márgenes de beneficio, como el granado o el kiwi, los resultados no han sido los esperados en ninguno de los dos casos.

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El técnico de La Unió reconoce que, tanto si triunfan como si fracasan, el tren de los cultivos emergentes no se detendrá. Para él, todo se debe a un agro centrado en las demandas del mercado y bastante alejado de estructurar una política agraria eficiente en España: “Para las administraciones parece que [la política agraria] solo sea la administración del dinero que viene de Europa. Pero para mí es otra cosa. Se trata de planificación, de reestructuración, de ayudas para arrancar y ayudas para reestructurar los cultivos”.

Iñaki Hormaza, por otra parte, defiende la diversificación del campo español y resalta que “apostar todo en pocas cosas puede ser muy vulnerable si hay algún cambio” en forma de plaga, enfermedad o cambios del clima. En La Mayorga, centro en que él trabaja, ya se han desarrollado con éxito plantaciones de otras frutas como la papaya, la carambola, la lúcuma y trabajan con otras en fase más experimental, como los zapotes, la jaca, la guanábana o la vainilla. El académico Carlos Gregorio Hernández, aunque menos centrado en cultivos subtropicales, también reconoce que el tema de las modas va a seguir vigente, con ejemplos como el caviar cítrico, la carmelina (empleada en la producción de bioqueroseno), nuevas variedades de setas y hongos, el tomillo, la lavanda o la suculenta.

“La necesidad de hacer dinero provoca que la agricultura vaya por delante de la investigación”. Estas palabras de Ferrán Gregori i Ferrer, responsable técnico de los sectores agrícolas de la Unió de Llauradors i Ramaders de la Comunidad Valenciana, resumen a la perfección la situación del campo español: la comercialización de las frutas y hortalizas “de toda la vida” es cada vez más difícil, por lo que los agricultores se ven obligados a diversificar sus cosechas y arriesgar con cultivos de moda que pueden aumentar sus márgenes de beneficio o arruinarlos a largo plazo.

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