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De los otoños negros al otoño complaciente: por qué ha desaparecido el pánico económico
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Ya no hay temor a una crisis

De los otoños negros al otoño complaciente: por qué ha desaparecido el pánico económico

La situación económica de los hogares se ha deteriorado por la subida de los precios y los tipos de interés. Pero, a cambio, la incertidumbre de los años anteriores se ha disipado

Foto: El consumo resiste a la inflación y los tipos de interés. (EFE/David Arquimbau)
El consumo resiste a la inflación y los tipos de interés. (EFE/David Arquimbau)
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Hace justo un año, hogares y empresas vivían asustados porque se avecinaba una nueva crisis económica. "Después del verano llegará la recesión", era el mensaje más repetido. Algunos economistas llegaron a augurar una contracción severa de la actividad, lo que provocó una brusca caída de la confianza de hogares y empresas. Pasaron de vivir unas vacaciones de euforia en el consumo a la desesperación por tener que soportar la tercera recesión económica en tres años. Estas previsiones catastrofistas fallaron estrepitosamente y el PIB de España incluso aceleró en el último trimestre del año. Los agentes económicos tuvieron que sobreponerse a los malos augurios que, por momentos, amenazaron con descarrilar la economía en un efecto de profecía autocumplida.

Las familias se han acostumbrado a vivir con la amenaza de un otoño negro en la economía; o un otoño caliente en las calles por las protestas ante el deterioro de las condiciones de vida. En 2020, el temor vino provocado por la segunda ola del coronavirus; en 2021, por los problemas de suministro y el inicio de la crisis inflacionista; y en 2022, la guerra en Ucrania. La causa común que explica las previsiones catastrofistas era la incertidumbre.

Foto: Imagen de un billete de 20 euros. (iStock)

En situaciones tan excepcionales como una pandemia o una guerra desaparecen las certezas. Los rebrotes del virus o el riesgo de cortes de energía eran problemas reales e impredecibles que abrían camino a los discursos catastrofistas. Este año, la incertidumbre sigue siendo elevada, pero no existe un factor tan potente capaz de hacer descarrilar la economía. Al menos, sobre el papel.

Los tipos de interés pueden subir algo más, pero el recorrido al alza ya es reducido, los precios siguen subiendo, pero ya a un ritmo inferior a los salarios y la guerra en Ucrania parece que ya ha generado todo el impacto económico que podía. Al margen de que pueda aparecer un gran cisne negro, los agentes económicos calculan que la economía y el empleo seguirán creciendo, aunque a un ritmo moderado. Ocurre así la paradoja de que, aunque este puede ser el otoño de menor crecimiento económico, no haya temor a que aparezca otra crisis.

Hasta cierto punto, hogares y empresas están vacunados ante los augurios de algunos economistas, pero también hay motivos racionales para esta confianza. El más importante es el saneamiento que ha realizado España en la última década. La deuda externa de España ha caído hasta el 60% de su PIB, y bajando, lo que reduce drásticamente la vulnerabilidad del país ante posibles crisis financieras internacionales. Por otro lado, el sector privado ha realizado un gran esfuerzo para desapalancarse. La deuda de los hogares está en niveles que no se veían desde 2002, con un pasivo del 51% del PIB, y las empresas están en mínimos desde 2003, con una deuda del 70% del PIB y bajando.

Las previsiones económicas de los organismos internacionales, de los principales analistas y del propio Gobierno apuntan a que España crecerá un 2,1% en el conjunto del año. Esto significa que el avance que se registre en la segunda mitad del año difícilmente superará el 0,3%. Si finalmente se produce este escenario, sería el peor final de año para España desde 2013, cuando el país todavía estaba saliendo de la crisis del euro. Un dato pobre que contrasta con la complacencia que muestran los hogares y los políticos. Toda una paradoja.

La confianza

La encuesta de confianza que publica mensualmente la Comisión Europea sitúa a España entre los países más optimistas. El sentimiento económico de hogares y empresas está cerca de los máximos anuales, superando a todos los grandes países europeos. Por el contrario, hace solo un año, el pesimismo era generalizado, con las peores cifras desde principios de 2021, cuando se produjo el último gran brote del covid con la borrasca Filomena.

Si se compara con la serie histórica, el indicador de sentimiento económico está en una situación similar a la del año 2019. En ese momento, el ritmo de crecimiento de España no era muy alto, pero no había grandes riesgos en el horizonte. Las grandes preocupaciones en ese momento eran la ausencia de inflación y el estancamiento secular.

El discurso político también tiene mucho que ver con la percepción económica de los hogares. La preocupación de los partidos en este momento es la investidura y, en su defecto, la repetición electoral. Cuestiones como la ejecución de los fondos europeos, los desequilibrios de las cuentas públicas o la subida de impuestos han pasado a la irrelevancia política. Esto no significa que los problemas se hayan resuelto, simplemente se han estancado y han desaparecido del foco.

Foto: Imagen de un barco carguero en el puerto de Shenzhen. (Reuters)

Pero la situación de los hogares no es mucho mejor de la que era hace un año, o incluso dos. Por ejemplo, en los dos últimos años los salarios han perdido tres puntos de poder adquisitivo como consecuencia de la inflación. Y el consumo de las familias sigue siendo un 3,5% inferior al que realizaban antes de la pandemia. Aunque el margen de mejora todavía sigue siendo grande, los hogares se conforman con que el margen de caída de cara a los próximos meses parece limitado.

Sin embargo, los economistas recuerdan que la incertidumbre económica no se ha terminado. De hecho, tienen dudas sobre cuáles serán los motores de la economía, ahora que el turismo ya ha recuperado los niveles prepandemia y que las exportaciones están flaqueando. En las últimas semanas, ha surgido otra amenaza para la recuperación: la subida del precio de las materias primas energéticas como consecuencia del recorte de producción de la OPEP. El precio del petróleo ha escalado a máximos anuales y se acerca a los 90 dólares, reviviendo así las presiones inflacionistas que parecían superadas.

Esto no significa que se avecine una crisis, son pocos agoreros los que se atreven a defender ese escenario en estos momentos. Pero sí que hay dudas sobre la capacidad que tienen los hogares para elevar la demanda interna. Los fondos europeos serán una gran ayuda, pero por lo visto hasta ahora, su capacidad para movilizar inversión está siendo limitada, y más aún, su capacidad para transformar el tejido productivo. Quedan muchas incógnitas por resolver en el horizonte inmediato, desde la tendencia de la inflación hasta la resistencia del empleo. Pero esta vez ocupa más a los economistas que a los políticos o los ciudadanos.

Hace justo un año, hogares y empresas vivían asustados porque se avecinaba una nueva crisis económica. "Después del verano llegará la recesión", era el mensaje más repetido. Algunos economistas llegaron a augurar una contracción severa de la actividad, lo que provocó una brusca caída de la confianza de hogares y empresas. Pasaron de vivir unas vacaciones de euforia en el consumo a la desesperación por tener que soportar la tercera recesión económica en tres años. Estas previsiones catastrofistas fallaron estrepitosamente y el PIB de España incluso aceleró en el último trimestre del año. Los agentes económicos tuvieron que sobreponerse a los malos augurios que, por momentos, amenazaron con descarrilar la economía en un efecto de profecía autocumplida.

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